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y de la ventaja que al pasado hicieron. Hacen otras cincuenta invenciones, con lo cual se hallan en el Domingo de Carnestolendas. Lo que en aquel y en los dos restantes días hay en la ciudad, es imposible contártelo, si no lo ves. Pónense en aquellas calles, á trechos, unos candilones, de manera que se arde toda ella, y por ellas va todo el lugar y seis mil máscaras, y en las más calles bailes diferentes. Acábanse las Carnestolendas con alguna invención gustosa. Empiézase la Cuaresma con la devoción que aquellos tres días se han mostrado alegres y regocijados: los templos suntuosos que en este lugar hay, la cantidad de gente, la riqueza, no he de gastar tiempo en decirte, pues lo oirás á la fama, á quien se debe mayor crédito.

En ésta, pues, nací yo, si no de los más nobles, no de los más populares. Hubo en casa de mis padres alguna hacienda, cuyos nombres, pues, á tí no revelo, me podrás creer, no me está bien decir, sólo que no es su apellido el que al presente tengo, ni el propio, ni apelativo. En aquella ciudad, Lázaro, viví veinte años; ¡quiera Dios que darte gusto en lo que me has pedido no me cueste alguna enfermedad á mí!; y desde los siete quise entonces como niño, y adelante como hombre, ó para decillo bien siempre como hombre, á una señora de mi misma edad, que conmigo igualmente, ansí en años, como en afectos amorosos iba creciendo la igualdad de nuestras voluntades. La posibilidad de nuestras haciendas, la de nuestras calidades era causa que sus padres ni los míos no se disgustasen, que á cualquier hora entrase en su posada, porque los unos y los otros venían en ellas y nos criaban para ca

sarnos.

Su casa estaba más arriba de la mía, y tan pegada, que abierta una puerta que en un tabique hicimos, eran las dos una. Por allí se comunicaban sus padres y los míos, ó nos comunicábamos todos. ¡Qué noches, Lázaro, me quedé vestido hablando con ella por la tronera de la llave, que aunque nunca se me vedó hablarla, ni entrar en su casa, por la razón que he dicho, es en tales pasiones más gustoso el rato que se hurta que el que se concede! ¡Oh cuánto más amable era para mí la obscuridad de la noche que la claridad del día! Ella, con su manto negro, vestía de luz mi enamorado pecho; él, con su desenvoltura, ofendía mis favores. ¡Mal hayan, Lázaro, todos mis cuidados, si no estimé en más sus esperanzas que la mejor posesión del lugar! ¡Oh, qué necio en hablarte más de la persona, sin decirte las partes hermosas de que era dotada: que cuando no las tuviera bastara para mí ser de mi gusto. Fuera de que era hermosa por tener las figuras todas en proporción, y en esta conformidad lo restante del cuerpo; y si la pasión no me ciega no ha acertado naturaleza á hacer otros ojos como los suyos, costosos para mí, si bellos para ella. Negros eran, y tan honestamente traviesos, que el día de hoy me trae inquieto su viveza; el pelo se crió á esta devoción, y el rostro contrario á lo que he dicho. La frente era espaciosa, y no sin acuerdo, que se había de encerrar mucha traición en ella; la nariz tuvo el artífice por bien que por ella no se perdiese lo ganado, porque suele de contíno ser la que quita quilates á la hermosura. La boca pequeña, los labios gruesos y colorados, con dos claveles, que si se hubieran de marchitar cuando la fé faltó á su dueño, gozara poco de buena boca. Los dientes no eran

perlas, que nunca llegaron las de más estimación á serlo de tanta que pudiesen competir con ellos, y para esta parte no sabré (hallar) epiteto, que todo le viene bajo. En la barba tenía un hoyo ó sepultura de libertades; el rostro era aguileño, á quien de su cosecha el pelo enamorado dél cada día adornaba de sortijas. Lavábase con agua; y con unas manos largas, blancas y gordas, á quien ni el calor lisonjeaba ni el yelo ofendía.

A esta serví trece años, sin los siete que como niños nos gorjeábamos, como los que están ya cerca de hablar, y y recíprocamente me amó los mismos. Catorce sirvió Jacob, y llevó á Lía y á Raquel, si la una á su disgusto, la otra á todo su querer; mas yo á cabo de trece llevé la mayor ingratitud, el mayor engaño, la mayor traición que en pecho de mujer forjarse pudo.

¿Quién llegó á mis fortunas; quién pasó de mis agravios? ¿Eras tú la que me dijiste asida de mis manos que te viese más á menudo, porque añadieses á la vida lo que sin mí todo era muerte, y faltaba de tu presencia, el día que más cuatro horas? ¿Eras tú la que para llamar al criado decías mi nombre; eras tú la que tu dormir era el desvelo, hablando conmigo todas las noches? ¿Eras la que tus fiestas eran estar donde me vieses? ¿Qué día te cansé? ¿cuántas noches pasábamos en claro? ¿soy yo el que vivo? No; el que muero, sí. ¡Oh, qué días á solas, hablando conmigo y contigo, no me acusaba de haberte ofendido con el pensamiento! ¿Cuándo no seguí tus pisadas? ¿cuándo no adoré tus umbrales? ¿quien mejor que á tí puedo presentar por testigo desta verdad?

-Teneos, que si bien quiero me deis parte de sucesos tan

lastimosos, no por eso quiero sea tan á vuestra costa,» le dije, cuando ví que el hábito estaba ya corriendo agua de la que de sus ojos había recibido. El volvió en sí y me dijo: «Prométote, Lázaro, que son heridas que siempre están vívas en mí, y que el remedio será la muerte.-No os puedo responder mientras no supiere qué es lo que llorais; sólo digo que debe ser cosa de mucho momento la que á un hombre que tan bien sabe, tanto aflige.

-Digo, pues, Lázaro, que gozando de esta tranquilidad conocí en ella algún tanto de tibieza, que si la vida no me acabó fué por decirme que sus padres se disgustaban que tan á menudo entrase en su casa. Creílo yo ansí, sin que otra cosa me pasase por el pensamiento: y era la verdad del caso que en una principal, que enfrente de la nuestra estaba, se había aposentado cierto Título, el cual trajo á ella un paje, ni más galán que yo, ni más bien entendido, salvo que tenía una guitarrilla y decía á ella unos mal cantados tonos. Este mudó al aposentillo que su amo le señaló su pobre ropa; y ella en él la voluntad que en mí tenía; á quien la criada que á mí trajo recaudos y papeles, se los llevaba á él; y tan á salvo de la tercera, como la que miraba desde la ventana cuando era hora. Cantábala ó encantábala de noche, y lucíasele de día, y aunque yo lo oyese, ni formaba dello celos, ni aunque los concibiese lo podía impedir por estar á una ventana baja de su casa. Ibame desfavoreciendo al paso que ponía al otro en las cumbres, y yo atribuyéndolo siempre á no gustar sus padres de la continuación de mis visitas; bien sea verdad que ya se me hacía cuesta arriba.

Tan astuto fué el paje, y tan bien se le avisó lo que ha

bía de hacer, que jamás fué á la iglesia donde ella iba, ni á la ventana miró; que no es menester diligencias algunas cuando las fortunas se vienen entrando por las puertas adentro.

Sucedió, pues, en este tiempo (y aquí es donde no me queda de hombre más que el tener figura dello) que matasen (en) la calle á uno, y, como hallase ocasión para gozar de lo que yo cuidaba la había de impedir, juró, ansí ella como la criada que fuí yo el que le maté.

á

Estuve por ello dos años en prisión, y ocho también estuviera, si al cabo dellos no me dijeran que se había casado con el paje. Yo, que tal oí, considerando la hacienda por lo menos que tiene que perder el que ha perdido el gusto, me llegué con necia determinación al carcelero, á quien, amenazando con una daga me hizo patente la puerta: y como fuese bien de noche y obscuro, busqué un barril de pólvora, y metiéndole en el portal, informado de que estaba el novio en casa, volé, no sólo á ellos y ella, más aun parte de la mía; no por los dos años padecidos, sino porque no quedase en el mundo simiente de agresores de maldad tan atroz.-Digo, señor, que no os entiendo, porque si sentis la ofensa, ya no está en el mnndo quien la cometió, y no os quedaron á deber nada, antes vos sois el deudor, pues os la pagó quien no os la había hecho: si la queríades bien y eso llorais, ¿para qué la matasteis? Vengo á pensar que llorais el día de hoy que falte del mundo. Y decidme, os ruego; si es verdad que sus padres gustaban de haceros su yerno, ¿á cuándo aguardaban los vuestros á dárosla á vos por mujer, supuesto que á los trece hay ya muchas casadas?—Has preguntado agu

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