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de la lejía.—¿Qué lejía? preguntó ella.—Si cuando te lavas la cabeza la has probado alguna vez,-No, en mi conciencia, respondió. Mas no se lo dijo á sorda; pues según me dijo, hizo sin ser menester, una olla de ello, y metió el dedo dentro dos ó tres veces, y llevándole á la boca le supo á azúcar. Tuvo el demonio tan buen cuidado en pener en la lejía tal sabor, que la obligó á hacer un plato de sopas y comérselas, cosa que no se puede poner en parangón con el malo que una purga tiene.

-Digo, Lázaro, qne siempre entendí de tu buen natural que las figuras del rostro me pronosticaron lo que con las manos toco; y, porque te prometí lo moral de esos cuentos, sabrás que los dos primeros nos enseñan que cuando un hombre ha de ser próspero, las mismas diligencias en contrario le ayudan, y cuando no, las favorables no le son de momento. El segundo, cuan dañoso sea abrir á nadie los ojos en lo que le puede dañar; porque como sea nuestro natural tan inclinado á saber, á trueco de experimentar que cosa sea esta nueva que yo no sé harán algunos lo que acertado no sea; y por eso dijeron muchos, Lázaro, que era mejor la ignorancia que la resistencia, porque esto postrero no sé cómo lo haré, y en lo que no alcanzo no tengo que batallar comigo.

Divirtiéronme tus cuentos, si es así que al afligido de veras algún entretenimiento le lisonjea: si sabe el cuidado ser tan acervo, que si algo omite entre día, se lo vuelve á restituir de noche, pues durmiendo el cuerpo, vela la imaginativa, y este es mayor tormento, porque con los grillos del sueño se toma entero lo que de día llevara sisado.

-Lastimáisme, os prometo,» respondí yo, aconsejándole hiciese por vivir todo lo que en sí fuese; pues para estar muerto quedaba harto tiempo, y valía más una hora de vida que cuatro millares de ducados.

Con esto, señor, llegamos al aldea, que tres cuartos de legua estaba de nuestra habitación, donde fuimos tan bien recibidos, como los que éramos muy deseados. No se tuvo por poco afortunado el que alcanzó el sí de que seríamos sus huéspedes. Estuvimos allí aquel día y otro y el siguiente. Casi todo el lugar nos llevó al acostumbrado nuestro, donde vivimos en buena conformidad cuatro años; al cabo de los cuales unas calenturas le llevaron á dar cuenta de sesenta y seis.

Los aprovechamientos que en él tuve, las ventajas que á todos los comodos el mío hizo, no será razón encarecerlo segunda vez: á V. m. sólo diré que viví espantado que en vida que todo es trabajos, tuviese yo tantos gustos. Dejóme la cadena que llamábamos luz, y báculo le llamo yo, pues no hay cosa á que un hombre se pueda arrimar seguramente como á este. Dejóme no sé cuantos documentos: que no fiase á nadie, uno; que no fuese á las Indias, otro; el tercero que me acordase que no por hahaber comido aquel día, el que viene tras él dejaría de hacer lo propio. Que no me fiase me dijo, por las tan conocidas ruinas que dellos suelen nacer: que no fuese á las Indias, porque le dije yo que mi natural me inclinaba á ellas, porque hay allá cantidad de perdidos, á que es causa valer de valde la comida, y no haber menester trabajar para ella, y por esta causa son más que en España, y el que quiere aplicarse en ella halla lo que otros van á

buscar á ellas: y el tercero de que me acordase de mañana fué un sabio consejo, pues por no hacerlo muchos han venido á parar en servir, pudiendo ser ellos servidos.

Bien me parece á mí que me dejaran en la ermita, tanto por lo mucho que me querían los que aquella prebenda (si su nombre le he de dar) señalaban, cuanto por ser cosas del difunto, á quien todos amaban; mas inclinación me llevase á las Indias, determiné seguirla.

como mi

CAPÍTULO XI

Como se fué á Sevilla para pasar á las Indias, para lo cual asentó con un Oidor de México, cuenta lo que en su casa le sucedió.

osí, pues, para poner este intento por obra, ciento y cincuenta escudos en el jubón. Hice un vestido de paño verde obscuro, en cuya pretina metí la cadena y caminé á Sevilla para acomodarme con tiempo con quien me llevase á donde deseaba; mas sucedióme mal, porque como cayese en casa de un Oidor proveido para México, cuyo enamorado hijo me llevaba á rondar su dama, sucedió que una noche tenebrosa llena de confusión y amarga encubriese de mi norte la luz, que era mi cadena, un solo hombre ó diablo, que ahora le sueño; y es el cómo desta

manera.

Mi amo, el mozo, se ponía para ir á rondar la dama un coleto encima de la camisa, y otro encima del jubón; un casco y una rodela, con una espada, dos palmos mayor de marca, y á mí me daba una guitarra para que hasta la posada de la dama se la llevase. Y advierta vuesa merced

que yo iba muy sin pesadumbre, aunque no llevaba las defensas que él, porque tenía determinado ponerme detrás de una tapia si algo sucediese. Cantaba ó cansaba sentado en el suelo enfrente de sus ventanas tan mal como hacía versos, que de todo se picaba, y yo cogía la rodela y haciendo almohada della me dormía junto á él. Sucedió, pues, que aquella noche me vino el sueño más pesado que otras, tanto que llegó este diablo que he dicho y le rompió la guitarra en la cabeza, y él se bajó al suelo y quitó de la mía la rodela, y no desperté; sabido para qué, para tener más que le llevasen. ¿Hay hombre tan bárbaro que, sabiendo que había de huirse; cargase de cosas que se lo impidiesen? Ansí fué; mas alcanzándole con pocas amenazas les dió todo lo que llevaba vestido hasta quedar en camisa; que era lo que ellos querían. A esto ya yo había despertado, y como echase menos mi rodela, creí que por burlarse de mí me la quitó, viéndome tan vencido de sueño para que aquella noche la pasase en la calle, pues por no saber la posada habría de ser ansí, cuando veo venir un bulto negro, á mi parecer desnudo, y que se me acercaba.

Erizáronseme los cabellos, y tuve el mayor miedo que hombre en semejante paso puede tener, y mucho mayor cuando le ví tan cerca, que casi me pudo tocar con las manos. Pues, ¡qué sería nombrándome! Fué que aposté correr, y él tras mí llamándome y diciendo que era mi amo. Yo no lo creí, antes tuve por cierto que era algún ánima del purgatorio venida por la parte de cierta limosna para misas que cuando habité la ermita se me dió y me quedé con ella sin hacerlas decir. Las necesidades dos;

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