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sintió como hombre y lo disimuló como tal, pues le riñó y dijo muchas pesadumbres.

La soga vino, al fin, á quebrar por lo más delgado, que fué despedirme á mí, y que buscase que vestirme. Tampoco me dió esto pena, porque me veía con la vida y en tierra de cristianos, fuera de que los ojos de mi señora me dijeron: «yo te vestiré.» Dióme conque cubrir las carnes, y por el gusto de su marido me dijo que buscase, y que en el ínterin que hallaba podía venir á dormir y comer á su casa, sin que él le supiese.

Yo se lo agradecí mucho, y cargando el pensamiento en buscar alguna cosa que me saldase la pérdida pasada, hallé una famosa hija del escuela de aquel buen viejo, que me destetó de los pañales de la puericia; y fué pedir por Dios para ayuda á descasarme. Unos se reían, otros se burlaban de mí, ó entendían que yo de ellos, y todos, al fin, me daban. Si alguno me preguntaba por qué ó cómo me querían descasar, daba por respuesta que en Madrid me armó el lazo una vieja, de tal suerte, que forzado me hizo casar antes de salir de su casa, de que tenía testigos suficientes, y que por falta de hacienda con que pleitear, pedía por Dios para ello. Con esto llegué el dinero que se me había quitado, y algo más.

CAPÍTULO XII

En que cuenta como asentó con un canónigo, y le hizo ayo de sus sobrinos, por cuyas travesuras se quiso despedir, cuenta alguna dellas.

N

o me pareció ir á las Indias por cumplir, ya que no en todo, en parte lo que mi amo me ordenó; porque, como él me dijo, el ingenioso en España las tiene y si en algún tiempo había de ir era en este, porque en él me hallaba pobre; mas un canónigo que iba á Madrid me ofreció llevarme á él y ayudarme en mi fingido negocio, y si después gustaba me volvería á Sevilla, teniéndome, no por su criado, sino por su compañero. Acepté lo uno y lo otro, porque me pareció había hallado otra fortuna como la del ermitaño. En esta casa me debieron de dar hechizos, porque yo me sentía bueno, comía y bebía bien y dormía mejor, y no tenía gana de trabajar.

Estaba en compañía de mi amo una señora viuda, hermana suya, y dos sobrinos, hijos suyos, traviesos más que cuantos muchachos yo ví en mi vida. Estos me encomendó su tío para que los llevase al estudio y repasase

las licionss: hacíanme perder el juicio, mas con tan buen ingenio y tan graciosamente, que muchas veces me entretenían. Su madre era muy buena mujer, y su hermano hombre que trataba de hacer la piedra filosofal, para lo cual le ayudaba un portugués, grandísimo bellaco, como adelante se verá. La ida á Madrid se quedó por entonces, y yo empecé á alicionar los muchachos.

Sucedió, pues, que como no dejasen en casa cosa que no hurtasen ni vendiesen; de cuyas travesuras venían luego á mí las quejas, determiné de azotarlos, para lo cual los entré en un aposento. Luego que ellos se vieron apretados para ello, y que no eran criaturas, asiéndome de los brazos y sacando unos cuchillos largos me amenazaron con ellos, y me dió uno con el dedo tan cruel puñalada que creí me había muerto y que había sido con el cuchillo. Caí en el suelo pidiendo confesión, y ellos cojieron la puerta, sabido para qué, para enviar un criadillo que con ellos iba al estudio por un cirujano que me tomase la sangre. Este fué un pastel de á real y una azumbre de vino: entraron danzando los matachines, el uno con el jarro y el otro con el pastel. Llegáronse á mí diciendo: «Levántese vuesa merced que no tiene nada, que con el dedo le dió mi hermano, y no cuide de azotar á nadie, particularmente á andaluces, porque, voto al hijo, que hoy ningún estudiante de cuantos vuesa merced ve cada día, que no haya hecho un estuche. Vuesa merced podrá comer y holgarse sin meterse en otras dificultades.» Yo cojí el pastel y el vino y me animé lo mejor que pude, y subiendo al cuarto de mi amo le dije que me diese licencia para irme de su casa. El se espantó mucho de tal novedad, y yo no

le dije la causa, solo que me hallaba mal en Sevilla, y que no era bueno para ayo. Entendióme él, porque conocía sus sobrinos, y asiéndome del brazo me dijo que sólo quería que entendiese en curar de su hacienda y ser señor de toda la casa, con lo cual me quedé en ella.

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Dios nos defienda de ser pedagogo. Tendría por mejor que el que tal menester ha de ejercitar se entrase fraile; porque si ha de hacer penitencia hágala donde le aproveche. ¿Quién no ve uno de estos pobres hombres con una ropa y un bonete en casa midiendo los pasos y hablando á pausas, y un poquito por las narices, diciendo á los niños: «Diga, Jesús;.... cuando beba no más que por los dos lados;.... cállese que habla mucho;.... póngase bien la capa;..... lleve á su hermano á la mano derecha, que es mayor que él, y no tan malo esto, que sale la madre de los niños y dice al Licenciado: «Por cierto que parece que no tengo en casa quien dotrine estos muchachos: cada día saben menos; si ansí lo ha de hacer el Licenciado, no tengo para qué gastar en ayo.» Y á la noche, cuando el padre viene de fuera, se entra por su aposento, y en viéndole el pobre pedante se pone en pie y descubre la cabeza, temblando lo que espera oir. Este le dice: «Por cierto, Licenciado, que en casa se le procura dar todo el gusto posible y ansí lo he mandado yo. No veo con ningún aumento estos muchachos; creo debe de ir en su mal natural; prométole que no saben hacer una oración primera de activa, y mucho peor que eso, que no saben los artículos, y si no pregúntoseles.—«¿Cuántos son?,» dice el sin ventura. Aciertan en que catorce, y yerran en la orden conque los han de decir, porque muchachos por la mañana toman

de memoria y á la tarde olvidan. «¡Ah!, ¿no le digo yo, licenciado,?» y sálese con esto, hablando entre dientes. Llegado al cuarto de su mujer la dice: «He estado en el aposento de vuestros hijos, y es verdad cierto que saben cada día menos. Este barbón que tenemos en casa y reliqua.» Cual quedará el pobre hombre, discurra V.m. sobre ello. De mí sé decir que si me dieran cada día un doblón, que no lo fuera; porque de momento me era el oro si venía, ponzoña con ello.

Digo, señor, que luego que deje el tal oficio, que me iba tras ellos, porque más ingeniosos hurtos y burlas (que) en su casa yo no he oido en mi vida; y juzgue V. m. en este si me engaño. Pues sucedió que á mi amo le encargaron de su Iglesia, como á hombre más curioso, que hiciese hacer una imagen de bulto de la Anunciación con su ángel. Habló al escultor para ello, encargando á los muchachos que lo solicitasen: y aquí fué donde ellos hallaron ocasión para dejar boqueando un talego; porque como una tarde se hubiese ido fuera toda le gente de casa y no quedase en ella más que el muchacho que me trajo el pastel, y mi amo hubiese ido con otros canónigos á una huerta de donde no había de volver hasta la noche, buscaron dos picarones á quien pagaron bien, diciéndoles que cada uno había de cojer el suyo envuelto en una sábana, como que eran figuras de bulto, y irse con quien los guiase. Hízose ansí, y trayendo un recaudo un estudiantico, tan gran bellaco como ellos, los entraron en el aposento donde estaba el dinero, en el cual no podían verse ellos de otra manera, porque dijo el niño que el señor canónigo se había pasado por en casa del escultor, y que decía que pusiese

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