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CAPÍTULO II

Como cuando su padre salió de la cárcel se halló sin hacienda, por habersele quemado la casa, como adquirió más y como él se fuc á Alcalá.

UES no paró aquí la desventura, por que en el tiempo que estuvimos fuera se nos quemó la casa, y pasó desta manera. Nosotros habitábamos dos aposentos obscuros, por cuya causa teníamos de contínuo luz en ellos, en uno de los cuales habíamos recojido nuestro ajuar y cantidad de lino, para echar telas ó vendello hilado. Y, como un perro de caza viniese ya á los alcances al gato que traía un pedazo de carnero, y tanto por huir dél, cuanto por comerle seguro, se entrase por la gatera que la puerta de nuestro tesoro tenía y se subiese sobre una alacena, de la cual estaba colgado el candil, le derribó sobre un tercio de lino, de manera que se quemó el aposento. Y aquí entra cuan llana verdad sea que lo bien ganado se pierda, y lo mal ello y su dueño, porque como echasen la puerta en el suelo, subieron muchos gatos que acabaron lo que el de

casa empezó: he aquí perdido lo uno, pues lo otro ya lo estaba. Le azotaron como dije; ¿quién duda sino que habrá Vd. dicho. ¡Ah, pobre hombre sin hacienda y sin honra! Pues crea que no le fué de ninguna importancia‘ ansí la quema como la vergüenza; porque, ¿qué deshonra le puede venir á quien fué padre de quien he dicho? Luego entonces no fué la pérdida della, que antes lo estaba, y si esta no fué pérdida, por qué razón no les había de sobrar dinero á quien le faltaba honra, siendo verdad ser ella grillos del que la profesa;? ó si no vea lo que pasa.

Salido que fué de la cárcel, como no hallase, hacienda hizo que mi madre vendiese menudo, y no hubo día que no entrasen en casa treinta ó cuarenta reales de ganancia; y él compró unos cuantos pollinos con los cuales ganó muy largo de comer y de cenar. La compasión no se les debe á ellos, sino á unos pobres honrados, con respectos de caballeros; á estos sí que viven muriendo, compañeros siempre de la pena de Tántalo y Sísifo. Héme aquí V. md. hijo del azotado, y sin honra para con muchos, y el día breve para dar satisfacción á tantos, y mucho peor en lengua de muchachos. Dios nos defienda, por que en su mano está quitar el juicio, á quien ellos quisieren; y ansí dijo bien aquel loco en responder, preguntándole en que tanto tiempo lo sería un hombre, que según le diesen la priesa ellos: gente cruel, por que saben la infamia, y no admiten la disculpa.

Ya yo estaba enfadado de tanto «daca los azotes, toma los azotes» mi padre de que con tantas veras defendiese no ser su hijo; por que decía, muy bueno es serlo para comer y vestir, y no lo ser para ayudarme á llevar

el infortunio. Si él me lo dijera en estos tiempos respondiérale yo, qne si por confesarle por tal se eximiera de la infamia, que entonces de buena voluntad lo hiciera, pues nos estaba bien á los dos, más que no caer della, y quedar yo con la propia, que era acrisolada necedad. Tanto pues dieron en agotarme la paciencia, y á tal tiempo me dijo uno: «Daca los azotes» que se los envié con un mensajero, que desde que le despedí, hasta que se llegó al oido á darle el recado, no parece hubo medio entre mí y él; abríle la cabeza, y todos dijeron: «muerto le ha», y como los demás huyesen tuve lugar de entrarme, en la Victoría, de donde por ser tan muchacho uno de aquellos re ligiosos me descolgò por una de las tapias de los corrales, en casa de un su amigo, el cual me tuvo en ella hasta que habló á mis padres, y les dijo el peligro que corría mi persona, si la justicia daba conmigo, por que el muchacho estaba herido de muerte; que me diese con que me ausentase hasta ver lo que Dios hacía dél. Replicó que de buena voluntad lo hiciera si por defenderle á él hubiera sido; mas que siendo por lo contrario que no le llamaba ninguna obligación, á lo cual el hombre le respondió lo que yo dije le respondiera ahora. Al fin vinieron los dos á la casa donde estaba, y me hicieron un vestido de paño verdoso, y me dieron diez ducados, y con muchas lágrimas, nacidas de amor me sacaron hasta la puerta de Alcalá, donde muchas veces me abrazaron llorando tiernamente, y mi madre me besó infinidad dellas, mostrando mayor sentimiento; porque las mujeres de ordinario son más compasivas. Y, como mi padre volviese la cabeza, me diò un Agnusdei de oro y un rosario con muchas me

dallas, encargándome me fuese Alcalá, donde, pues había guiado por el camino de las letras, estudiase, que ella me acudiría con todo lo que pudiese, y sería no madre putativa, sino natural. Yo la agradecí mucho el ofrecimiento y le acepté y, besándolos la mano á cada uno, me dejaron y yo empecé á caminar hasta que los perdí de vista, donde me senté á aguardar el carro ó coche que me llevase, y aquí tuvieron principio mis peregrinaciones.

CAPITULO III

Cómo se fuć á Alcalá, y se acomodó con un pastelero.

ONSIDERE V. merced que sentiría un muchacho solo,

y que dejaba su tan amada patria, cuando menos la Corte. Tanto lloré, tanto me afligí y tan desconsolado estuve que, á no llegar el carro, llegara mi fin. ¡Oh pecador de mi, era quien quiera lo que yo perdía! Mis padres habían de ser muy ricos, porque los dos eran mayores ladrones que antes, y ella muy gran hechicera, y esto la valía muchos ducados, y según lo que me querían, toda la hacienda había de venir á parar en mí.

Subíme en él, y al otro día busqué por aquellas calles algún estudiante á quien servir, para estudiar. Sucedióme mejor; porque como llegase á una pastelería, cerca de la cual pregunté á uno si había menester un criado, me encaró la pastelera, y yo á ella y llamándome me dijo, si tenía quien me conociese.- «¿Para qué?-Para recibirte yo. Dije que sí; y «¿Fiarte ha? También me fiará.». ¿Donde vive? -En Madrid. Y hallarás comodidad en bre

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