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reconocidos; y si se descuidasen los pondrían de piés en la calle con un rótulo en las espaldas que dijese su nombre y á dónde vive, mas por echar della á quien no tiene que dar, que por hacerle buena obra.

Dije veras las palabras: dulce he de decir, pues estas puede conocer cualquiera, no las veras, que esas están guardadas para aquel ante quien todas las cosas sa van á registrar. ¡Oh, gran maestro, mi amo y mi compañero, qué días ha fuiste alimento de gusanos: ¿donde estás;? ¿dónde estuve yo, pues tan presto olvidé tu dotrina? Mas como sea ansí que la plática es distante de la teórica, si esta me pudo enseñar lo que había de hacer; por faltarme la otra, no como lo había de hacer, si para salir bicn desta había de haber probado en otra.

Compréla, como he dicho, y una sotanilla de gorgorán para con el herreruelo de bayeta, que era nuevo y puesto con muy lindo cuello bajo, con sus vueltas, y la cadena encima del jubón me fuí allá donde me lisonjearon y enseñaron lo que había de hacer con ellas, si fuera querido, aunque lo advirtieron para con otras; y fué la doctrina que huyese de mujercillas, porque á una me acabarían vida y hacienda; y que pues tenía buen entendimiento, me sería muy fácil conocer quien me quería á mí ó á mis dineros. Y á todo esto ayudaba mi amigo el Portugués valientemente. Pasó, como he dicho, que yo compré la cadena por no darla el dinero; y fué ella lo primero que me quitaron, porque las ocasiones y el salir mal dellas obligan á lo que un hombre no piensa, y que la dí más la resta de los cincuenta ducados, y que más la dí la sotanilla, que lo mismo fué darla el dinero que me dieron por ella, y que más

todo lo que pude adquirir por aquí y por allí, y que más muchas cosas que en casa tomé con la salida de que los hijos lo hacían; porque jugador ó enamorado pobre no andan entre la cruz y el agua bendita, porque estas cosas huyen del diablo, y él anda cargado de ellos, y es infalible que el que á una destas dos pasiones se sujetó que se manchará si no saca pies.

CAPÍTULO XIV

Como el canóuigo le despidió de su casa, como determinó irse tras las mujeres; cuenta los infortunios que le sucedieron y cómo olvidó los amores.

I amo me quería bien; entendióme el juego, y en fé desto no hizo más que despedirmo aun sin decir

me el por qué.

Anduve vagando algunos dias, tan muerto de hambre como se puede entender de un hijo pródigo que se fué de en casa de su padre, la razon. Y como uno dellos me hallase necesitado mas de un pedazo de pan que de su carne, me fuí á su posada, á donde se me vedó la entrada, es á saber, porque estaba dentro cierto pájaro con plumas, y como el dar críe soberbia y osadía, dí un puntapié a la criada, que me lo impidió, y me entré dentro á donde hallé un caballero muy galán, y muy lleno de botones de oro, con un bravo cadenote. Luego que dellas fuí visto me dijeron: «Venga enhorabuena, Lázaro:» y á el: «Es un criado que ha servido en casa más de cuatro años; tiene tan buen humor como V. m. verá;» lo cual se me dijo an

sí para prevenir lo que yo había de responder. Pocos días antes no tan sólo era yo el señor D. Lázaro, sino que para decírmelo más á menudo de lo que era menester buscaban palabras que á ello forzasen, como los buenos corteses las rodean para huir de un V. md, ¡Qué sentiría un pobre que pocos días antes había sido señor de trecientos escudos, y esos y casi otros tantos la había dado, júzguelo V. md! Metíme el sombrero en la cabeza y sentándome dije: «Juro á Dios, que mi nombre es D. Lázaro, y que yo no he servido á nadic en mi vida, y que en esta casa he gastado más de quinientos escudos.—¿No le dije yo á V. m. que tenía lindo humor?-Digo que es muy gran picardía la que conmigo se ha usado, y que, á no estar este caballero, delante, yo enseñara como se me había de tratar, y que estos ardides son de mujercillas de mal vivir. -¿No gusta V. m. del pícaro?, repitieron segunda vez; pues á fé que puede; porque finjir un enojo desta manera y con tanta propiedad no lo haee nadie en el mundo.

A fé de caballero que es bueno el pícaro,» dijo él. Yo me volví loco, y tanto lo sentí, que por entonces se me quitó la hambre. «Ea, ea, desenójate, Lazarillo, que el Sr. don Francisco te dará para un sombrero.»-Sí daré de muy buena gana,» dijo él; y sacando un doblón me lo dió. Yo le tomé, confirmando con ello lo que antes habían dicho; mas como la necesidad sea tan gran mónstruo, por redimir su vejación quise aquel breve rato acreditar su dicho. Salíme con él sin despedirme, y ellas quedaron. combatiendo aquel torreón, que á mi parecer estaba ya casi ganado, y al medio de la calle hallé á mi Portugués, que había días le echaba menos, vestido como flamenco, y lo

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