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mentos.

de tan grave circunstancia, y de haber ignorado el fin de los conjurados, el monarca ordenó que se ejecutase la muerte en horca, porque lo que se queria eran víctimas que espiasen el crimen, brillase ó no en ellas la inocencia.

La rabia que inspiró á la camarilla el no poder penetrar el secreto de los conjurados precipitó á sus individuos en los mayores escesos. FernanNuevos tor- do mismo mandaba en órdenes reservadas dar tormento á diferentes personas, para que levantasen el velo de una conspiracion que no conocian. Asi sucedió entre otros á don Juan Antonio Yandiola, que mas adelante sufrió el terrible tormento conocido con el nombre de grillos á salto de trucha. Muchas páginas sería necesario llenar para referir los nombres de los que padecieron injustamente tropelías y apremios por resultado de esta conjura

cion.

Habíase concertado el doble enlace de la prinCasamiento cesa de Portugal doña María Isabel con el rey segundo de Fernando, y el de su hermana doña Francisca con Isabel, y de el infante don Carlos; anduvo en el negocio hasdoña Francis- ta llevarlo á felice cima un fraile franciscano,

Fernando con

don Carlos con

ca.

llamado Fray Cirilo Alameda, que colmado despues de favores, se encumbró á la dignidad de general de su orden y de grande de España de primera clase, representando un papel importante en la Corte de Fernando, hasta que por via de destierro le nombraron años adelante arzobispo de la isla de Cuba. El duque del Infantado, presidente del Consejo Real, obtuvo los poderes de los augustos hermanos para celebrar en su nombre los desposorios, que se verificaron en Cádiz á la llegada de las princesas en dos fragatas. El pueblo gaditano creyó contemplar en la graciosa fisonomía de Isabel y en sus hermosos ojos azules el iris de la paz, y se distinguió por el entusiasmo

con que aclamó su nombre. Caminaron la reina y su hermana por debajo de frondosísimos arcos que formados de rosas y arrayan habia levantado el amor de los españoles: los hombres tiraban del coche, y las doncellas les presentaban coronas de flores. Asi llegaron á Aranjuez, y de alli se trasladaron á Madrid, donde entraron el 28 de Setiembre por la puerta de Atocha á las doce del dia, acompañadas del infante don Antonio, y llevando á su lado, montados en soberbios caballos, á sus regios esposos, que habian salido á recibirlas á media hora de distancia, y que venian á la portezuela del coche. Magníficos y suntuosos arcos decoraban la carrera, adornada con gusto y aparato, porque los madrideños no cedieron en demostraciones amorosas á los pueblos que habian cruzado en su viaje las ilustres princesas. Aquella noche se verificó el matrimonio, siendo padrino don Antonio, y al dia siguiente celebráronse las velaciones en San Francisco el grande con toda la pompa y magestad debidas al cetro.

Aunque Ceballos aflojó momentáneamente la rienda á las violencias ejercidas contra el bando liberal, no por eso en aquel intervalo los empleados del príncipe José, errantes en Francia, esperimentaron consuelo alguno. Al contrario, en 28 de Junio se mandó que á mas del estrañamiento decretado, y del secuestro de sus bienes, se les formase causa para averiguar los grados del crimen que habian cometido con su conducta política. Y las viudas de los espatriados, que sucumbian á la miseria y al dolor, si querian regresar al seno de la nacion, debian no solo probar la viudedad con el mortuorio de sus maridos, sino sujetarse tambien á la vigilancia del gobierno en el pueblo donde se estableciesen, cual si volvieran contagiadas de la peste. Horrorizan los padeci

1816.

Otro decreto contra los afrancesados.

ble de Isabel.

mientos de los españoles, que por haber previsto con mas talento que sus conciudadanos que solo Napoleon podia labrar sólidamente la felicidad de la patria, porque reunía el poder necesario para acallar las facciones que la despedazaban, dominar al coloso del clero y cimentar las formas representativas gradualmente, se vieron despojados de su fortuna, y condenados á mendigar la subsistencia en Europa. Con razon los han comparado los escritores franceses á los judíos vagando de ciudad en ciudad, maldecidos por sus hermanos del cristianismo, de todas partes arrojados, y sin mas delito que su opinion sobre un hecho.

La dulzura de Isabel, su amable carácter y el amor que Fernando la manifestaba, parecian presagiar un cambio feliz, si desterrando de su lado á los pervertidos palaciegos que le corrompian, sustituía á su maléfico imperio el suave ascendiente de la bella alina de su esposa. La reina, herida por su amor propio, trabajaba para realizar esta transformacion: estudiaba los gustos y los caprichos de su marido, y sorprendíale algunas veces Carácter ama vestida de andaluza, ó ataviada con aquellos trages que mas airosos reputaba el rey. Entregada de este modo á la árdua empresa de captarse un albedrío rodeado de tantas redes, logró inspirar al monarca un cariño vehemente, pero no una pasion, porque los placeres, cayendo gota á gota sobre el corazon de Fernando, apagaban el ardor que encendian las gracias de Isabel, y el monarca habia por otra parte fijado en su mente el plan de no someterse al influjo de un privado ó de una esposa, creyendo asi evitar los errores de su padre, mientras que sin saberlo le encadenaban los manejos de su servidumbre. La reina conoció que sin el destierro de dos personas, Chamorro y el duque de Alagon, su triunfo era imposible; y estrellóse

contra el deseo de alejarlos del real alcázar, porque sus ruegos no fueron oidos. La escena de humillacion que mas adelante se representó en el atrio del palacio acabó de abrir sus ojos sobre el poder de los hechizos de sus rivales; y sumiéndose en un dolor tanto mas intenso cuanto mas hondo penetraba sus entrañas, se conformó con su destino.

Sus zelos.

dalosa.

En una de las nocturnas fugas de Fernando, en que vestido de paisano, y acompañado única- Escena escanmente de Alagon y Chamorro, salia de palacio sin ser visto, porque el gefe de la guardia recibia orden de guardar el incógnito y de alejar los soldados del tránsito, tuvo la reina aviso de la salida de su esposo. Diole la noticia don Carlos, que temeroso de gravar su conciencia sino rompia el silencio, creyó de su deber atajar asi los pasos de su hermano; pero Isabel apenas daba crédito á las palabras de su cuñado, porque el monarca le habia dicho que se dirigia á la secretaría de Hacienda. El infante la acompañó al ministerio, recorriendo los cuartos del capitan de guardias y del travieso criado; y segura la reina por la ausencia de ambos de que su marido no estaba en palacio, quiso aguardarle en un sitio inme. diato al mismo por donde debia entrar. Transcurridas algunas horas regresó el rey con sus dos compañeros, y poniéndosele delante la reina, sin poder reprimir los zelos, le dijo: "Me he desengañado por mí propia: viene usted de casa de su querida: sea enhorabuena." Alteróse Fernando, y respondió con palabras destempladas afeando la conducta de su esposa, y amenazando á la persona que hubiese sido causa de aquel contratiempo. Cuando despues supo ó adivinó por congeturas que el motor habia sido don Carlos, denostó á su hermano; y el cómico diálogo que entre ambos pasó animóse en

T. II.

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tales términos, que hubiera tenido distinto resultado á no mediar la infanta doña Francisca, que con su desenvuelto y osado carácter comenzaba á captarse en el ánimo real aquel ascendiente que gozó en adelante, y que tan funesto fue á los liberales.

Pero si este camino llano y facil para mejorar la situacion interior de las cosas se hallaba cerrado por las venenosas plantas del vicio y la corrupcion cortesana, á cuyo arrimo crecia y se elevaba su poder, los acontecimientos, mas poderosos que los hombres, abrian otras puertas. El ejército de veinte mil soldados que se reunia en Cádiz necesitaba prontos y eficaces recursos para organizarse: el tesoro estaba exhausto, y el crédito moribundo: para levantarlo preciso era poner al frente de la administracion un hombre honrado y de talento, y engañar al pueblo propalando que á su sombra iban á plantificarse mejoras sucesivas. En 30 de Octubre cayó pues Ceballos del ministerio de Estado para nunca volver al mando, partiendo desUltima caida terrado á Santander, y de alli á la embajada de Viena; ocupó su silla don José García de Leon Pizarro; y en 23 de Diciembre sucedió en el de Hacienda á don Manuel Lopez Araujo el célebre Ministerio don Martin Garay, discípulo de la escuela de JoPizarro, - Gavellanos, y adicto á la monarquía representativa con dos estamentos. Verdad es que en cambio de estos nombramientos de temple moderado no tardó en confiar el rey la capitanía general de Madrid á don Francisco Eguía.

1816,

de Ceballos,

ray.

El edificio del crédito público, abrumado por el peso de los desórdenes del gobierno, habíase desplomado, y ni aun vestigios de sus ruinas quedaban, pues el tiempo las habia igualado con el suelo. A mas de los distintos ramos en que siempre se habian dividido en España la recaudacion y ad

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