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de la Corte española: mas comenzaron á trabajar cada uno en el radio de sus deseos, encaminando el carro de la revolucion por distintos carriles, pero que todos iban á un mismo despeñadero. La Rusia, que por su posicion geográfica habia sabido la última el restablecimiento de la libertad en nuestro reino, pasó una nota á las otras potencias enumerando las desgracias que seguirian al nuevo orden de cosas, é invitándolas á retirar sus embajadores. Mas la nota llegó tarde, porque ya las demas naciones habian prestado su reconocimiento, y el emperador de Rusia siguió su ejemplo, insistiendo sin embargo en otra nota pasada al gabinete inglés en la necesidad de que la Península modificase sus instituciones. La Gran Bretaña hizo de modo que cayese el negocio en el olvido, y que no tuviese por entonces posteriores resultados (*).

La falta de recursos, las proscripciones y el descontento originado por la miseria del pais habian derrocado el gobierno de la camarilla. La clase media, perseguida en el período de los seis años por la tiranía, habia deseado la calma de la libertad: pero la grandeza era la misma de 1814; y el pueblo, lejos de ilustrarse con las doctrinas modernas, habia bebido en las escuelas abiertas en los conventos las ideas de intolerancia y supersticion, alimentándose en sus porterías con la sopa de los frailes. Fernando naturalmente amaba el despotismo por educacion y por instinto; y despues de haberse cebado en la venganza de los liberales por tanto tiempo, el aborrecimiento habia echado profundas raices, y repugnábale la idea de tener que encontrarse frente á frente con los mismos hombres de quienes se habia declarado enemigo. Asi al levantarse segunda vez de entre sus ruinas la libertad no podia contar ni con los cimientos

(* Ap. lib. 9. núm. 2.)

de la ilustracion nacional, ni con el apoyo del monarca; y por el contrario era de esperar que al soplo de las pasiones ondease su estandarte la ignorancia, cuyos numerosos partidarios, adormecidos con la esperanza de mejor suerte, despertarian al primer grito del clero. En tal situacion el remedio era dificil, la enfermedad grave, y los médicos que tenian la conciencia del mal no la tenian de la medicina. Algunos han dicho que solo restaba un camino de salvacion: transigir con los gefes del partido absolutista, modificando el código vigente, estableciendo dos cámaras, no mirando atrás para no acordarse de lo pasado, ordenando la hacienda, mejorando el crédito, reformando la administracion, estableciendo nuevos códigos civil y criminal, ilustrando el reino con buenos estudios, y negociando con Roma una reforma gradual y lenta que sin tocar á los llamados derechos espirituales de la iglesia, restituyese á la circulacion y á la riqueza comun los bienes de las manos muertas. Pero los que tal han dicho no han estudiado las causas verdaderas de nuestra revolucion, hijas, cuando se analizan, de las pasiones privadas que tiñeron de su color los partidos. La tiranía no transige: las escenas de 1814 descubren hasta el fondo de sus pensamientos, y la sangre de 1823 vendrá á sellarlos. La dificultad verdadera é insuperable de aclimatar la libertad en España estaba en el rey, que no la queria: ¿qué hubiera importado que unas Cortes ilustradas, podando las ramas inútiles de la Constitucion, como deseaba la Francia, doblando unas é ingiriendo otras, hubiesen dado al arbol entero robustez y vida, si luego Fernando en la oscuridad de la noche, removiendo y cortando sus raices, le hubiera destruido y secado? El sepulcro le ha igualado ya con los demas hombres: digamos pues la verdad entera, y

no queramos disipar con el olor del incienso la fetidez de las miserias humanas cuando la muerte despojando el esqueleto de la púrpura que cubria la carne, y de la carne que vestia los huesos, ha puesto de manifiesto todo el interior. Para fundar sobre bases sólidas el gobierno representativo en nuestra patria preciso era no solo haber modificado la Constitucion, sino tambien haber colocado el cetro en otra diestra ; y para que otra diestra empuñase el cetro, necesitábase un pueblo mas ilustrado que el pueblo español de aquella época. Tal es la clave del secreto: no la perdamos jamas de vista, y seremos mas justos con nuestros padres y con sus errores. Por otra parte el partido liberal, sin fijar sus miradas en escollos de tanto bulto, eligió entre todos los rumbos que podia seguir el que mas pronto tenia que estrellar la nave pública contra inminentes peñascos.

trióticas.

Apenas se publicó la ley del año doce, en la corte y en las provincias estableciéronse sociedades públicas, llamadas patrióticas, en los cafés de Sociedades paLorencini de San Sebastian, en las que se veny tilaban las cuestiones mas árduas del Estado, y se hablaba de lo pasado y de lo futuro, de las personas y de las cosas con el agraz de la inesperiencia. Los gabinetes estraños y el mismo rey de España influían en ellas por medio del oro y de sus agentes para herir de muerte la revolucion, porque cuando esta corre entre dos abismos, cuanto mas se acelera su movimiento tanto mas peligro lleva de precipitarse. Alli las pasiones, cubriéndose con la máscara del patriotismo, escalaban el poder, agriaban los ánimos, y creaban los descontentos fulminando rayos contra los individuos inas condecorados del pais.

Frente por frente de esta hoguera de las pasiones, encendida para alimentar la fragua de las

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1820.

luntaria.

alarmas y motines futuros, levantóse en 25 de Abril la columna en que descansa el orden público en las naciones libres: la milicia nacional. AunMilicia vo- que voluntaria corrieron á alistarse en sus filas en aquellos dias cuantos hombres estimables por sus letras, riquezas ó nacimiento deseaban la felicidad de la patria. Baluarte de las leyes, centinela siempre vigilante de la libertad, defendió el orden y el gobierno representativo con perseverancia hasta su último aliento. Asi sucede siempre que se apoya sobre sus naturales cimientos la propiedad, la honradez y el patrio amor, al cual pospone el buen ciudadano la familia y la vida.

No llegó á constituirse el ministerio hasta el mes de Abril, porque la junta provisional se empeñó en proponer al rey personas que por sus padecimientos por la Constitucion mereciesen la confianza del pueblo, al que la junta misma debia su ensalzamiento. Repugnaba naturalmente á Fernando encontrarse cara á cara con unos ministros que aborrecia, y á quienes habia injustamente perseguido; mucho mas cuando algunos pasaban de los presidios al despacho de las secretarías, rebosando en su corazon el agravio sufrido. Plegóse finalmente el príncipe á los deseos de la junta, Primer mi y sentóse en la silla de Estado don Evaristo Perez de Castro, en la de Gracia y Justicia don Manuel García Herreros, en la de Hacienda don José Canga Argüelles, en la de la Gobernacion don Agustin Argüelles, en la de Guerra el marques de las Amarillas, en la de Marina don Juan Jabat, y en la de Ultramar don Antonio Porcel. Varones todos de mérito, y en quienes briHaban y se competian prendas de muchos quilates. La elocuencia é integridad de Argüelles, los conocimientos que en el ramo de Hacienda poseía Canga, la opinion diplomática de Perez de Cas

nisterio constitucional.

tro y la honradez é hidalguía de las Amarillas abonaban el nombramiento: pero barrenábase el nuevo edificio, como dice el marques de Miraflores, abriendo una mas cruda lucha entre las pasiones del rey y las de sus ministros, que ó no habian de ser hombres, ó habian de conservar fresca la memoria de la injusticia. ¿Qué confianza podia reinar entre un monarca receloso que consideraba á sus consejeros enemigos suyos, y estos mismos consejeros, que al levantar la vista para mirarle tropezarian los suyos con aquellos ojos ardientes de venganza, con aquellos ojos á cuyo furor habian debido seis años de privaciones, de dolor, de muerte social? Imposibles la concordia y la armonía entre el solio y sus ministros, el odio habia de crecer en el alma de Fernando, y procurar romper los lazos que sujetaban los ímpetus de su tiranía.

La junta gubernativa, á pesar de los principios templados de sus individuos, dejóse dominar por la idea de sostener á todo trance el sistema constitucional de la isla en toda su pureza, y miró á sus enemigos con ojeriza. El 22 de Marzo salió á luz el decreto de convocatoria á Cortes para las legislaturas de los años 1820 y 1821; y el 26 el de estrañamiento del reino y privacion de honores á los que no jurasen la Constitucion: tambien confinó la junta á los monasterios los diputados persas de 1814, hasta que reunido el congreso juzgase sus causas. De este modo entró el gobierno al dar los primeros pasos en el inmundo terreno de las proscripciones donde se habia encenagado la camarilla, en vez de caminar por el anchuroso y seguro de la conciliacion y del olvido. Porque en un pueblo preocupado é imbuido en las viejas máximas del absolutismo, la política aconsejaba respetar la conciencia del hombre, y no

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