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luchando en la desventurada patria, comenzaron á dar el venenoso fruto que debia esperarse. En Valencia, donde la democracia levantaba la cabeza perturbando á cada punto la calma pública, hubo una conmocion pidiendo el embarque del arzobispo don Veremundo Arias, atleta impertérrito del despotismo, desterrado por el gobierno á un pueblo de la provincia, y conducido ahora á la capital, donde se hizo á la vela para Francia. El delito del prelado consistia en haber representado á las Cortes en el mes de Octubre diciendo que el congreso carecia de facultades para reformar los frailes, pues solo competia su reforma á la potestad eclesiástica. Una partida de rebeldes realistas interceptó el correo de Francia cerca de Vitoria, y cayó en poder de las armas de la nacion: en Avila, donde enarboló la bandera del realismo el coronel Morales, impulsado y sostenido segun todos los datos por el trono, triunfó tambien la causa constitucional. En Cádiz hubo un alboroto, en el que los amotinados obligaron á las autoridades á despojar de sus empleos á los que no se manifestaban adictos al código reinante, en cuya clase comprendieron á muchos ciudadanos pacíficos y honrados enemigos de alteraciones y motines. Y en Málaga se descubrió una trama grosera forjada para establecer la república por un aventurero llamado Lucas Francisco Mendialdua.

Don Ramon Gil de la Cuadra ocupó la secretaría del despacho de Ultramar, y el teniente general don Ramon Villalba el mando militar de Castilla la Nueva. Asi espiró por lo tocante á España el año de 1820.

Una chispa de la grande hoguera que ardia en nuestro suelo saltó en el reino lusitano, y prendió el fuego de las turbaciones y de las novedades. Convocáronse conforme á las bases del

Portugal.

1820.

Troppau.

código de Cádiz Cortes constituyentes que discutiesen y diesen á Portugal una ley fundamental que asegurase los derechos del ciudadano. En Nápoles habíase abierto el parlamento en 24 de Setiembre, y en 1.o de Octubre juró el rey la Constitucion en la iglesia del Espíritu Santo. Con la revuelta de la gente napolitana tocaron al arma los emperadores de Rusia y Austria, y los reyes Congreso de de Francia y Prusia; y reunidos en un congreso que se celebró en Troppau, al que tambien asistió la Inglaterra, determinaron intervenir en las contiendas de aquel pais, no obstante la protesta de los ingleses. Para llevar á cabo mas felizmente su acuerdo de salvar de la anarquía á los sicilianos, y aherrojarlos al yugo no menos pesado del despotismo, invitaron al rey de Nápoles á que asistiese al segundo congreso, que debia celebrarse en Laybach, y mediase entre sus súbditos y los monarcas estrangeros. La primera condicion impuesta por los reyes de la Santa Alianza á los napolitanos era modificar la Constitucion española adoptada por ellos; pero sin calcular el resultado de la lucha ni la diferencia de fuerzas y recursos obstinóse el parlamento en que habia de quedar intacto el código proclamado. Tambien se negó aquella asamblea á la partida del monarca; pero éste, despues de haber nombrado segunda vez lugar-teniente suyo al duque de Calabria, dióse á la vela en un navío inglés con rumbo á LiorCongreso de na, y de alli pasó á Laybach, donde en su preLaybach. sencia se decidió la guerra. Ni al primero ni al segundo congreso asistió representante alguno de la nacion española.

El Papa, á pesar de la ojeriza con que miraba á nuestro gobierno, concedió facultades al nun

cio para secularizar á los frailes que lo solicitasen en vez del breve impetrado por el ministro de

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Estado para que el sumo pontífice otorgara esta facultad á los obispos.

Los secretarios del despacho, que tanto se fatigaban para conservar el favor popular, no habian cerrado la sociedad patriótica de Madrid, no obstante el decreto de las Cortes. Aquella reunion, presidida en el nombre por el duque del Parque, que eclipsaba su antigua gloria con los delirios de una exageracion sin freno, y que á nada conducia, componíase de los hombres mas furiosos de la capital de la monarquía, entre quienes figuraban Romero Alpuente, Regato, Golfin, Moreno Guerra, Mejía, Morales y cien otros que pensaban que para convertir la España en un paraiso no habia medio mas sencillo que promover una revolucion horrorosa que eclipsase los escesos de la francesa. Para ellos una nacion era como una masa de metales que en la fragua se purifica, y se amolda á los descos y al querer del artífice; y ni fijaban sus ojos en el atraso de los españoles, ni ciegos en los raptos de su fiebre observaban que si en la corte y en las capitales de provincia contaban admiradores y compañeros, los demas pueblos, es decir, doce millones escepto sus cien mil confederados, aborrecian las demasías. Resonaban todas las noches en la Cruz de Malta los dicterios y escarnios contra Fernando de Borbon: sus ministros no oponian remedio, y asi echaba mayores raices el aborrecimiento del monarca. Pero los oradores de Malta, que no haIlaron en el ministerio un instrumento tan dócil como deseaban para sus tortuosos fines, arrancáronse la mascarilla, y corriendo el velo á las escenas pasadas, denunciaron al público los manejos atribuidos á los secretarios del despacho, los motines que habian fomentado para aterrar al príncipe y violentar sus deseos, y las condiciones

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dido.

de cada transaccion. Pasma verdaderamente el oir á los enemigos y vilipendiadores de la diadema de Castilla defendiendo al rey de los que debieron ser por su destino los guardianes y custodios de las prerogativas reales; y únicamente se encuentra la esplicacion en lo dificil de las circunstancias en que manejaron el timon del Estado, y en el celo de sacrificarlo todo al sostenimiento de la estátua de la libertad sacudida por las tempestades de palacio. En una esposicion elevada á FerSecrcto ven- nando por la sociedad de Malta, decian sus individuos que habian contribuido inocentemente á la última farsa del mes de Noviembre, en la que se habia comprometido el crédito de la nacion, como lo probaban las circunstancias poco favorables del empréstito y otras muchas; y en la que el ministerio, tocando un sinnúmero de resortes, habia obligado al pueblo á creer que S. M. intentaba derrocar el sistema representativo. Añadian que habian visto al monarca forzado á regresar á Madrid, y á desterrar á su confesor únicamente porque los ministros le suponian contrario á la conservacion de sus destinos. "Acontecimiento memorable, clamaban, en el que se abusó con tanta audacia del grito sagrado de la patria está en peligro, y en el que con grave perjuicio de la tranquilida pública fueron sorprendidos nuestra credulidad y nuestro patriotismo." Cuando el ministerio se vió atacado de frente por los demagogos, recurrió al decreto de las Cortes, y á la hora en que se reunian las sociedades de la Fontana y del café de Malta, la fuerza armada ocuCiérranse las pó el local, y quedaron cerrados aquellos volcasociedades pa- nes que vomitaban contínua lava.

trióticas de Madrid.

Fermentaba la irritacion popular, trabajada no solo por los amigos de la democracia, sino tainbien por varios personages del realismo, como á

Insultos al

cada paso repetimos, quienes veían en las agitaciones y la zozobra el camino mas breve para llegar á la reaccion. La idea que el vulgo habia adquirido en la Cruz de Malta de que el rey aborrecia el nuevo orden de cosas incitábale por otra parte á saludarle por despecho con el grito de "viva el rey constitucional" cuantas veces salia á paseo. En distintas ocasiones insultaron á S. M. con dicterios indecorosos, tirando tambien piedras que daban en el coche, y los guardias que acompañaban á Fernando y que presenciaban los padecimientos de las personas reales, mantuviéron- rey. se tranquilos en su puesto, no obstante su ardimiento. El rey se quejó al ayuntamiento el 4 de Febrero de 1821 de aquellos insultos, diciendo con amargura que la dignidad real habia sido hollada. Grande era el trastorno de las ideas en un pais en que el trono recurria al ayuntamiento á pedir proteccion. En la tarde del dia siguiente, al salir la regia familia de su alcázar, varios paisanos y milicianos que vagaban por la plaza esperando su salida, prorumpieron en voces descompasadas, que aunque fuesen inocentes, pesadas las circunstancias tenian la apariencia de la premeditacion: enardecidos pues algunos guardias que embozados en sus capas habian presenciado la algazara desde los grupos que formaban hablando entre sí, tiraron de las espadas y persiguieron á los gritadores atropellando á unos y sacudiendo á otros. Herido un miliciano nacional de Madrid, y malparado un regidor á quien el ayuntamiento guardias á los habia enviado al frente de su ronda en virtud de la queja de Fernando para defender la tranquilidad pública y calmar los ánimos agitados, pusieron los comuneros el grito en el cielo contra los guardias, clamando que todo era obra de una trama de antemano urdida. Los guardias procedie

:

A cometen los

gritadores.

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