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hombres de la milicia activa: daban un reglamento mas democrático á la guardia nacional: discutian el plan de contribuciones: desechaban el pro-. yecto de formacion de la guardia real presentado por el ministerio, y sin oir á éste, y olvidando las razones alegadas para probar que la iniciativa del asunto en cuestion pertenecia al rey, reducian la guardia del príncipe á dos compañías de alabarderos, dos regimientos de infantería de línea y uno de caballería ligera. Y llevados siempre del error de que en la exageracion insensata de la plebe se encerraba la salud del reino, aprobaron varias medidas estraordinarias prescribiendo á los gefes políticos que despertasen el entusiasmo por medio de himnos patrióticos, músicas, convites y representaciones teatrales de dramas heróicos que enalteciesen á los que habian muerto por la libertad: tambien ordenaban á los obispos que escribiesen pastorales en defensa del código gaditano, y establecian contra el clero una especie de policía inquisistorial, como dijo un ministro.

Las halagüeñas esperanzas que bullian bajo los artesones dorados del palacio de Aranjuez habian inspirado á la Corte nuevo orgullo; y asi es que el decreto sobre la guardia real irritó y enconó las pasiones con mayores brios. Los soldados, creyéndose ultrajados por la asamblea, cobraron aborrecimiento á sus individuos, y Fernando, fortificado en su alma el odio á las formas representativas, escribió en ella este desaire que los cortesanos calificaron de Vuelta del insulto. En tal situacion trasladóse el monarca el rey á Madrid. 27 de Junio á Madrid, donde entró muy de mañana, y algunas horas antes de la que habia señalado, para de este modo burlar á los que pudieran aguardarle con siniestras intenciones despues de los sucesos de Aranjuez. Varios desafios entre los soldados de la guardia y los milicianos ensangren

1822.

taron la vuelta de la familia real, y presagiaron los futuros acontecimientos, pues la tranquilidad pública pendia de un solo cabello próximo á romperse.

El 30, destinado para la clausura del congreso, tendiéronse las tropas por la carrera, y SS. MM., en compañía de los infantes, se presentaron en la asamblea, despues de haber recibido en el tránsito muestras de frialdad y de odio por parte de algunos, y de entusiasmo y amor por el lado de la guardia. La conspiracion urdida habia sido aplazada para varias ocasiones, pero súbitos accidentes habian retardado su esplosion: ahora iba á abortar contra el querer de sus autores, que deseaban fijar el dia despues de cerradas las Cortes. El rey pronunció el discurso acostumbrado menos sereno de lo que solia, y en los mismos diputados notábanse la inquietud, el disgusto, el odio y la vehemencia, conforme al tinte político que matizaba sus opinio¬ nes. Despues de la reseña general de los negocios, Fernando añadió; "Pero resuelto al mismo tiempo. á sostener el imperio de las leyes y á no consentir que bajo ningun motivo ni pretesto sean violadas impunemente, ejerceré el lleno de mi autoridad constitucional para afianzar la tranquilidad pública, y asegurar á todos los españoles el pacífico goce de sus derechos."

Apenas subió Fernando en su carroza de regreso á palacio resonaron los aires con repetidos vivas al monarca constitucional, mezclados con otros al rey absoluto que salieron de los labios de algunos soldados. Los liberales contestaron con aclamaciones á Rjego y á la Constitucion, y empeñáronse reñidos choques entre los paisanos y los tam bores de la guardia, resultando varios heridos, entre ellos el hijo del diputado Florez Calderon y un teniente llamado Casasola. Los guardias luego

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y

Ciérranse las Cortes.

Refriega enlos tambores tre los paisanos de la guardia,

que entró el príncipe en el real alcázar, tomando un aire hostil, desalojaron al pueblo del altillo que domina las plazas de oriente y de palacio, y obligaron á retirarse á un reten de la milicia voluntaria situado en la primera para mantener el orden. Despejado aquel recinto, coronaron el arco inmediato tendiendo sus avanzadas por aquel lado hasta la casa de los Consejos, y ocuparon militarmente la referida altura de oriente, apostando sus centinelas á alguna distancia. El rey presenció desde su cámara estas maniobras, y viéronse en las ventanas del regio edificio mugeres que agitaban pañuelos blancos en ademan de animar á los militares. La irritacion de la soldadesca no tenia límites: llevaba pintados en los semblantes el furor y la osadía: aquel sacudimiento habia sido casual, sin orden de los que tenian los hilos de la trama; pero una vez abortada la conjuracion por la fuerza de las circunstancias, no parecia posible que volviesen á tascar el roto freno los indómitos caballos. El teniente don Mamerto Landaburu, conocido por su ardiente liberalismo, quiso recordar á los soldados sus deberes, y le insultaron: el arrojado jóven tiró del sable para vengar el agravio hecho á la disciplina militar; pero apuntáronle los fusiles tres granaderos, y los oficiales, creyendo que le salvarian si lograban introducirle en el sagrado del palacio, arrastráronle al patio, cuyas piedras salpiAsesinato de có con su sangre traspasado á balazos por la espalda. El ministro de la Guerra mandó formar causa á los asesinos; concedió á la viuda de Landaburu el sueldo entero que disfrutaba el malogrado esposo, declarando que sus hijos serian educados á espensas de la nacion, y mandó procesar á los asesinos Fernando de Borbon rubricó el decreto, no osando oponerse todavía á la justa propuesta de su

Landaburu.

secretario.

Hasta entonces el pueblo no habia considerado el levantamiento de la guardia real sino como un pique contra los fraguadores de alborotos: mas cuando vió ensangrentado el lindar del alcázar del rey y vilmente asesinado á un oficial por sus subordinados, conoció la inminencia del peligro, y subió por grados el termómetro de las pasiones. La milicia voluntaria empuñó acto contínuo las armas y se posesionó de las plazas de la Constitucion y de la Villa, derramando á lo lejos sus avanzadas hasta la vista del enemigo. En cortos momentos Madrid presentó el aspecto de un campamento bélico con dos ejércitos contrarios á punto de venir á las manos, y de encender la guerra civil para disputarse el dominio de la moribunda monarquía. La diputacion permanente de Cortes, presidida por el ex-ministro don Cayetano Valdés, la de provincia, el ayuntamiento y el Consejo de Estado se reunieron sin perder instante y comenzaron sus deliberaciones.

Mas habiendo logrado que los batallones de la guardia se retirasen á los cuarteles, dejando únicamente dos compañías para custodia del palacio, calmáronse un tanto los ánimos, y la milicia se restituyó á sus hogares. La ansiedad dominaba los espíritus el 1.° de Julio, mas no turbaron el orden público sucesos aciagos, ni los ojos que miraban por la parte esterior la fachada del real alcázar podian penetrar el horrible nublado que amagaba una próxima tempestad. En aquel dia Morillo, que mandaba las armas en Castilla, fue nombrado coronel de guardias, cuyo cargo admitió con la confianza de que los partidos llegarian al acomodamiento que todos deseaban. Vino por fin la noche á oscurecer el cielo, y oscureciéronse aun mas los negocios, porque los batallones de la guardia empuñando las armas dirigiéronse dos á guarnecer el

Calma mo

mentánea.

1822.

Morillo nom

brado coronel de guardias.

regio alcázar, y los cuatro restantes, ó por mandato del monarca, como se deduce del curso de los acontecimientos, ó por impulso propio, salieron de Madrid por la puerta de Hierro con direccion al Pardo. El conde de Cartagena corrió precipitadamente para detenerlos en el camino; y habiéndolos alcanzado y exhortado á la vuelta, obtuvo por Sublevacion respuesta que habiendo sido insultados tenian rede los batallo- suelto vengar los agravios recibidos, sin que les sanes deguardias. tisfaciese la palabra que empeñaba el general de

palacio.

que castigaria á los promovedores de motines. Si-
guieron el comenzado rumbo, y llegaron á su des-
tino tan desordenadamente que los primeros se
tirotearon con los últimos que venian. El señor
Fernandez de Córdoba, en testimonio de sus in-
tenciones, afirma en la Memoria
ya citada que
se opuso en el Pardo á la destruccion de la lápi-
da constitucional, y que colocó junto á ella un pi-
quete para su custodia. Muchos oficiales abandona-
ron á los soldados á la salida de la villa, y pre-
sentándose á las autoridades liberales organizaron
una especie de cuerpo provisional en defensa del
código de 1812, poniéndose en los morriones una
cinta verde y un pañuelo blanco para distinguirse
de los rebeldes.

La cámara real presentaba la imagen de una Interior de fragua ardiendo, donde todas las pasiones querian elaborar sus proyectos; y sin probarlos en el crisol de la conveniencia pública para separar el oro de los otros metales, deslumbrábanse con su momentáneo esplendor. Asi puestas en el yunque de la esperiencia piedras falsas en vez de diamantes, rompiéronse á los primeros golpes del martillo, y quebrantáronse con ellas las esperanzas de los buenos ciudadanos. Los embajadores de las altas potencias habian volado al alcázar á rodear al príncipe, y á cubrirle con sus pabellones: dis

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