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tantos regidores. Reuniéronse todos en la casa llamada de la Panadería, como punto céntrico defendido por las armas nacionales, y reasumiendo en sí los poderes del Estado, tomaron el timon de la naufragante nave. Cuando el conde de Cartagena recibió el parlamento que le presentó el ayudante de Ballesteros, enviólos á palacio para que dijesen al rey que delegase facultades á su comisionado para tratar de la capitulacion de los sediciosos. Presentáronse pues á la junta el marques de Casa Sarria, y los comandantes de los rebeldes Heron y Salcedo, autorizados por el príncipe para ajustar la paz, y espusieron de su parte "que S. M. queria que cesase el derramamiento de sangre, y que no parecia decoroso al esplendor del cetro el que se obligase á la guardia del rey á deponer las armas." Despues de una animada controversia, convinieron ambos partidos en que los cuatro batallones que habian atacado la villa rendirian los fusiles dándose á discrecion, y que los dos restantes que habian permanecido en el alcázar saldrian armados á situarse en los pueblos de Vicálvaro y Leganés, despues de haber entregado á los asesinos de Landaburu.

A media tarde, y en el instante en que debia verificarse el desarme ajustado, los cuatro batallones agresores, haciendo una descarga á la milicia que habia de presenciar la rendicion, emprendieron la fuga por la escalera de piedra que desde la plaza principal del regio domicilio baja al Campo del Moro, y por la puerta de la Vega tomaron el camino de Alcorcon. Acto contínuo el general Morillo, renovada la lucha, destacó con dos piezas de artillería á Copons por la puerta de San Vicente para que cargase á los fugitivos. Ballesteros, despues de haber acuchillado con la caballería á los grupos de paisanos que en el barrio de

las Vistillas aclamaban el absolutismo, partió tambien tras los guardias, y lo mismo verificó por otro lado el brigadier Palarea. Con la fuga de los sediciosos el palacio habia quedado desguarnecido y sin defensa; pero el pueblo respetó la morada del monarca, que no recibió insulto alguno hasta que el conde de Cartagena se dirigió al alcázar con el regimiento del infante don Carlos. Al llegar Morillo á las reales puertas, Fernando se asomó al balcon y le mandó perseguir á los batallones de su guardia hasta esterminarlos, repitiendo dos veces: ¡ á ellos! ¡á ellos! ¡Rasgo de cobardía y de ba- Rasgo de Ferjeza indigno de un pecho honrado, y que

infama

al que caudillo primero de la insurreccion, la entrega ahora á sus enemigos, y aun los estimula contra ella! Séanos permitido comparar esta conducta innoble con el heróico sufrimiento del pueblo español, que vencedor de las tramas reales y viendo al príncipe solo é indefenso, ni un insulto le prodigó, ni traspasó el lindar de su alcázar patente á todos. La historia de las revoluciones no ofrece un ejemplo de moderacion y de generosidad como el que presenta nuestra dulce patria, calumniada por los hombres mismos que solo pueden en casos iguales enseñarnos páginas de luto y de sangre.

nando.

El cuerpo diplomático pasó la siguiente nota al ministro de Estado.-"Despues de los deplora- Nota del euerbles acontecimientos que acaban de pasar en la po diplomático. capital, los que abajo firman, agitados de las mas vivas inquietudes, tanto por la horrible situacion actual de S. M. C. y de su familia, como por los peligros que amenazan á sus augustas personas, se dirigen de nuevo á S. E. el señor Martinez de la Rosa, para reiterar con toda la solemnidad que requieren tan inmensos intereses las declaraciones verbales que ayer tuvieron el honor de dirigirle reunidos.

Respuesta de

Rosa.

"La suerte de España y de la Europa entera depende hoy de la seguridad y de la inviolabilidad de S. M. C. y de su familia. Este depósito precioso está en manos del gobierno del rey, y los que abajo firman se complacen en renovar la protesta de que no puede estar confiado á ministros mas llenos de honor y mas dignos de confianza.

» Los que abajo firman, enteramente satisfechos de las esplicaciones llenas de nobleza, lealtad y fidelidad á S. M. C. que recibieron ayer de la boca de S. E. el señor Martinez de la Rosa, no por eso dejarian de hacer traicion á sus mas sagrados deberes sino reiterasen en este momento, á nombre de sus respectivos soberanos, y de la manera mas formal, la declaracion de que de la conducta que se observe respecto de S. M. C. van á depender las relaciones de España con la Europa entera, y que el mas leve ultraje á la magestad real sumergirá á la Península en un abismo de calamidades.

"Los que abajo firman se aprovechan de esta ocasion para renovar á S. E. el señor Martinez de la Rosa las veras de su muy alta consideracion.

"Madrid 7 de Julio de 1822.-J. V., arzobispo de Tiro.-El conde de Brunetti.-El conde de Lagarde. - Biederman.-De Schepeler.El conde Bulgari. - De Sarubuy.- El conde de Dornath. Aldevier. - De Castro."

El señor Martinez de la Rosa contestó al dia siguiente en estos términos.

"Son notorios los acontecimientos desagradaMartinez de la bles de estos últimos dias, desde que una fuerza respetable, destinada especialmente á la custodia de la sagrada persona de S. M., salió sin orden ninguna de sus cuarteles, abandonó la capital y se situó en el real Sitio del Pardo, á dos leguas

de ella. Este inesperado incidente colocó al gobierno en una posicion tan dificil como singular: la fuerza destinada á ejecutar las leyes sacudió el freno de la subordinacion y la obediencia, y militares destinados á conservar el depósito de la sagrada persona del rey no solo le abandonaron, sino que atrajeron la espectacion pública hácia el palacio de S. M., por estar custodiado por sus compañeros de armas. En tales circunstancias conoció el gobierno que debia dirigir todos sus esfuerzos hácia dos puntos capitales: primero conservar á toda costa el orden público de la capital, sin perinitir que el estado de alarma y la irritacion de las pasiones diesen lugar á insultos ni desórdenes de ninguna clase: segundo, tentar todos los medios de paz y de conciliacion para atraer á su deber á la fuerza estraviada, sin tener que acudir á medios de coaccion, ni llegar al doloroso estremo de verter sangre española. Respecto del primer objeto han sido tan eficaces las providencias del gobierno, que el estado público de la capital en unos dias tan críticos ha ofrecido un ejemplo tan singular de la moderacion y cordura del pueblo español, que ni han ocurrido aquellos pequeños desórdenes que acontecen en todas las capitales en tiempos comunes y tranquilos. Respecto del segundo objeto no han tenido tan buen éxito las gestiones practicadas por el gobierno, por la pertinaz obstinacion de las tropas seducidas: se han empleado en vano todas las medidas conciliatorias que han podido dictar la prudencia y el mas ardiente deseo de evitar consecuencias desagradables; se han agotado todos los medios para disipar los motivos de alarma y de desconfianza que pudieran servir de motivo ó pretesto á la tropa insubordinada; se la destinó á dos puntos, repitiéndoles el gobierno por tres veces y en tres di

versas ocasiones la orden de ejecutarlo; se pusieron en práctica cuantas medidas de conciliacion sugirió al gobierno el Consejo de Estado, consultado tres veces con este motivo, y el ministerio llevó hasta tal grado su condescendencia, que ofreció á las tropas del Pardo que enviasen los gefes ú oficiales que quisieran, á fin de que oyesen de los mismos labios de S. M. cuál era su voluntad y cuáles sus deseos, cuyo acto se verificó efectivamente, aunque sin producir el efecto que se anhelaba.

"A pesar de todo, y sin perjuicio de haber adoptado las precauciones convenientes, todavía fueron tales los sentimientos moderados del gobierno, que no solo no empleó contra los insubordinados las tropas existentes en la capital, sino que para alejar todo aparato hostil no desplegó otros medios que estaban á su disposicion, y de que pudo legítimamente valerse, desde el momento en que sus órdenes no fueron obedecidas, como debian; pero tantos miramientos por parte del gobierno, en vez de hacer desistir de su propósito á los batallones estraviados, no sirvieron sino para que, alentados en su culpable designio, intentasen llevarlo á efecto por medio de una sorpresa sobre la capital. Pública ha sido su entrada hostil en ella; públicos sus impotentes esfuerzos para soprender y batir á las valientes tropas de la guarnicion y de la milicia nacional; y público, en fin, el éxito que tuvo su temerario arrojo. En medio de esta crisis, y de la agitacion que debió producir en los ánimos una agresion de esta clase, se ha visto el singular espectáculo de conservar la tropa y milicia la mas severa disciplina, sin abusar del triunfo, ni olvidar en medio del resentimiento que eran españoles los que tan fatal acontecimiento habian provocado. Despues de sucedido, no era prudente

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