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Los hombres turbulentos de España, ora siguiesen una bandera, ora militasen en otra, todos tocaron al arma con la noticia de los acontecimientos de Julio. En Cádiz y en otros puntos celebráronlos con fiestas y motines, mientras en Orihuela y en Sigüenza, desencadenándose el espíritu realista, levantó la cabeza creyendo llegada la hora de arrojar la mascarilla. Las autoridades de provincia, y los milicianos voluntarios del reino entero, felicitaron á los madrideños que con las armas en la mamo habian sostenido el código constitucional, y justamente pusieron en las nubes su valor y su heroismo. Los destierros no se concretaron á los personages ya citados; la misma suerte sufrió el general Saint-March, á quien una avanzada de nacionales habia prendido en la madrugada del 7, Julio de 1822. cuando se dirigia á palacio en compañía de un alabardero. Don Gabriel de Mendizabal, don Gregorio Laguna, don Pedro Grimaset y otros muchos corifeos del despotisino, temerosos de salir complicados en el proceso abierto, se espatriaron y fueron exonerados de sus destinos: removióse de sus sillas á los oficiales del ministerio, á infinitos empleados de todas clases, y se separó de los regimientos á varios gefes que no inspiraban confianzą á los nuevos secretarios del despacho. Obtuvo el mando de gefe político de Madrid don Juan Palarea, y la comandancia general de Castilla la Nueva Copons, reemplazado despues por don Demetrio O-Daly: Quiroga partió á la Coruña, y Mina obtuvo el mando en gefe del ejército de Cataluña.

En Santander anduvo arremolinada la gente bulliciosa contra los llamados serviles; pero donde mas suelta y ensangrentada se paseaba la anarquía era en Valencia despues de la insensata rebelion del dia de San Fernando. Los artilleros subian al

Elio.

cadalso condenados por el rigor de las leyes; y su muerte no satisfacia á los vencedores, que ansiaban beber en otra víctima una venganza largo tiempo deseada.

Yacía desde 1820 en un calabozo de la ciudadela, como anunciamos en el libro nono, el general don Francisco Javier Elío, á quien se formaron dos procesos, el uno por las ocurrencias de 1814, cuando infiel á sus juramentos habia prestado á Fernando el apoyo de sus bayonetas para derrocar Procesos de el sistema representativo; y el otro por los llamados apremios ó tormentos que en los seis años dió á los presos en el castillo de Sagunto, hollando las leyes que ordenaban lo contrario. Por el primero habia sido sentenciado á muerte, y se habia consultado el fallo al tribunal supremo de guerra, como estaba mandado: alli entorpecian su vista las intrigas de la Corte, las recomendaciones del monarca, y tambien las dudas de los consejeros de guerra, que no reputaban claro el asunto, ni encontraban una ley terminante y apropiada al caso de que se trataba. El segundo proceso de los apremios seguia una marcha lenta y tortuosa, porque en él no se habia mezclado ni puesto en evidencia el enorme delito cometido por Elío de mandar quitar la vida á varios individuos, unas veces sin proceso ni defensa y bajo el título de ladrones, dando la orden en un simple oficio ó papel suelto; y otras atropellando los trámites legales, y privando á los presuntos reos de los medios que las leyes del reino les concedian para demostrar su inocencia. Alon-so II en su respuesta á la peticion veinte y ocho de las Cortes de 1325, "juró de non mandar matar, nin lisiar, nin despachar, nin tomar á ninguno cosa de lo suyo sin ser antes llamado é oido, é vencido por fuero é por derecho, é otro sí de non mandar prender á ninguno sin guardar su fuero é

su derecho á cada uno." Esta y otras leyes fundamentales de la monarquía constituían el antiguo código de nuestros derechos, y no se vieron alteradas en los reinados anteriores: en la larga serie de los monarcas de España no encontramos sentencias pronunciadas sin preceder formacion de causa. Asi es que don Francisco Javier Elío cometió asesinatos jurídicos mas horrorosos que el homicio comun; y su arbitrariedad sobrepujó y dejó atrás el despotismo mas atroz de los reyes. Si el general hubiese subido al patíbulo por este crimen legalmente probado, su ejemplo hubiera contenido á sus sucesores en el mando de las provincias, y hubiéranse puesto los cimientos al respeto de las leyes, holladas por todos los partidos.

Mas mientras las dos causas formadas á Elío seguian su curso, sobrevino la impolítica rebelion de los artilleros en 30 de Mayo, quienes invitaron al preso á que se pusiera á su cabeza. Negóse abiertamente el general, como lo declararon los dos albañiles que trabajaban aquel dia en su calabozo, únicos testigos libres de pasiones políticas y sin tachas legales; y los artilleros sucumbieron en su descabellada empresa á las armas de los amigos de la Constitucion. Rendidos los primeros, y escalada la ciudadela, debió Elío la vida al oro, como apuntamos en su lugar: su brillo detuvo el brazo pronto á descargar el golpe. Formóse un consejo militar compuesto de oficiales de la milicia que habian rendido á los conspiradores, para que breve y sumariamante los juzgasen con arreglo á las leyes escepcionales que regian en los casos de alarma; y complicaron en el suceso al general Elío, sirviendo de fundamento una carta encontrada y escrita á una hermana, no obstante que el preso no tenia ninguna, y las declaraciones de algunos artilleros que por salvar la vida se prestaron á todo. No es del caso ni propio de nuestro

Sentencia.

objeto discutir si Elío tuvo ó no parte en la rebelion del dia de San Fernando; para nosotros basta que no estuviese el delito probado plenamente en la causa plagada de ilegalidades y de miserias, hijas del espíritu de partido. Las pasiones políticas dominaban el corazon de los enemigos de Elío; se queria la víctima sin pararse en los medios, sin acordarse de que el riego de sangre seca las raices de la libertad, corroe y marchita su verdura, y acaba por matar el arbol.

Sentenciado Elío á garrote faltaba la aprobacion del comandante general de la provincia: cien puñales amenazaban la existencia del gefe que tuviese la firmeza de negar su firma, y el que mandaba las armas de Valencia presentó su renuncia. El mando recayó sucesivamente por ordenanza en los mariscales de campo, brigadieres y coroneles que alli habia, y ninguno quiso manchar sus manos con una sangre que en el proceso no resultaba culpable, hasta que habiendo llegado á un teniente coronel llamado don Vicente Vallterra, aceptó el mando, y ofició al brigadier don Juan Espino, comandante general de Murcia, para que corriese á encargarse del baston que interinamente empuñaba. Espino apeló á la tardanza, y como las dilaciones irritan á los sedientos, los que lo estaban de la vida de Elío, atumultuáronse en la plaza de la Constitucion pidiendo á gritos la ejecucion de la sentencia: el ayuntamiento hizo responsable á Vallterra de los males que se seguian sino mandaba el cumplimiento del fallo, y Vallterra, débil ó tal vez culpable, se cubrió de oprobio estampando su firma. El déspota de 1814, digno de que la ley hubiese castigado ejemplarmente los delitos que hemos enumerado, inocente ahora á los ojos del pueblo, escitó la compasion de los honrados ciudadanos. Tenía Elío cincuenta y seis años; y aquel

*

hombre tan orgulloso y arbitrario escuchó la sentencia arrodillado, besó las manos á los centinelas, y arrancó las lágrimas de cuantos presenciaron sus últimos momentos, como las arrancará siempre la carta que en la capilla escribió á su esposa (*), llena de ternura y de sentimientos religiosos. Para encrudecer sus agonías, y mas claramente manifestar la venganza, levantaron un tablado en el llano del Real junto á las verjas del jardin que habia plantado y construido el reo. Elío, durante el acto de la degradacion, conservó una serenidad admirable, y espiró el 4 de Setiembre en medio de un concurso numeroso, y de todo el aparato guerrero desplegado para su suplicio. Habíanse aglomerado alli los hombres mas exagerados de toda la provincia, y al dia siguiente entró don Asensio Nebot con algunos madrideños, á quienes los de Valencia ciñeron coronas de laurel en premios de sus hazañas de 7 de Julio.

(*Ap. lib. 10. núm. 7.)

1822.

Su suplicio.

La situacion interior y esterior de la Península al espirar el mes de Julio presentábase sombría y en estremo funesta; la guerra civil se enseñoreaba en todos sus ángulos, y devastaba provincias enteras, tales como Cataluña y Navarra. La sangre corria con abundancia, siendo estériles tantos choques parciales en que la pérdida del vencedor igualaba las mas veces la del vencido: los facciosos dispersados volvian á reunirse: batidos se levantaban una y otra vez, nunca acobardados: y disminuidos brotaban de nuevo escitados por el fanatismo, que con su antorcha en la mano inflamaba los ánimos sencillos. El general Eguía, Ma- reino. taflorida, Morejon, autorizados por el monarca, como hemos manifestado, tenian en su mano el hilo céntrico de todas las facciones que se derramaban por la tierra patria, y mantenian activa correspondencia con los gefes de aquellos.

Estado del

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