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1822.

Madrid.

En la corte celebráronse el 15 de Setiembre Exequias de magníficas exequias por los que habian perecido el 7 de Julio con las armas en la mano defendiendo la libertad. Dirigióse la comitiva á la iglesia al son de los tambores, que batian marcha lúgubre: seguian los comisionados de todos los cuerpos de la guarnicion, desde soldados hasta generales, y en medio del ayuntamiento descubríanse siete mugeres viudas ó parientes de los muertos, vestidas de luto y con pañuelos blancos en la mano, despertando la compasion de la muchedumbre. Durante la misa saludaron los manes de las víctimas con repetidas descargas; y despues los regimientos de infantería y la artillería desfilaron por delante de la lápida constitucional.

del Prado.

Habiendo cumplido asi primero con el agradecimiento debido á los que valerosamente se sacrificaron en las aras de la patria, entregáronse el 24 á una fiesta cívica nueva en los anales de nuestra Fiesta civica historia. Entoldaron el espacioso salon del Prado, y colocaron bajo el toldo dos mil ciento y diez varas de mesa, ó sean setecientas cincuenta mesas de á doce cubiertos, para que cupiesen en ellas nueve mil convidados, que eran los individuos que componian la guarnicion de la corte el 7 de Julio. Presentóse el ayuntamiento acompañado de los heridos y de los parientes de las víctimas, que se sentaron en las cuatro mesas de preferencia, de cincuenta cubiertos cada una, dispuestas para las autoridades: la tropa, dejadas las armas en pabellones, ocupó sus asientos, confundido con el coronel el soldado. Entre tanto que servian la comida, los himnos patriótiticos y la dulcísima armonía de las músicas aumentaban la algazara del convite; concluido el cual, diéronse al regocijo los soldados hasta las cuatro y media de la tarde. Aquella noche apareció iluminada la corte, y las músicas vagaron por

las calles tocando marchas é himnos alusivos al triunfo de la libertad. Ni el mas ligero insulto, ni una sola sombra empañó el límpido cielo de aquella reunion tan numerosa, que consagrada al regocijo, olvidó por un momento los amargos dias de luto y horfandad que seguirian á aquel breve crepúsculo de ventura. Pero no todos se contentaban con honrar la memoria de sus hazañas: los nenos generosos respiraban tambien el fétido aliento de la venganza: la ley inexorable derramaba la sangre de los guardias en castigo de su rebelion. El odio de los jóvenes mas ardientes recaía principalmente sobre don Teodoro Goiffieux, francés, hombre fanático y ciego partidario del absolutismo, pero que habia permanecido en palacio con los dos batallones que lo guarnecian, y se hallaba por consiguiente comprendido en la capitulacion. Temiendo sin embargo el furor de los partidos, quiso espatriarse, autorizado con el debido pasaporte: prendióle en Buitrago un destacamento de caballería, vestido de paisano, y le envió á la corte. Formóse el proceso, é interpretando violentamente el hecho, le sentenciaron á la pena capital, aprobando el fallo el general Copons, no obstante que algunos dias despues declaró la incompetencia del tribunal al tratarse de otros reos. El embajador de Francia tocó cuantos resortes podian imaginarse para salvar la vida de Goiffieux: el monarca hubiera firmado el indulto, pues el ministro de la Guerra se sentia inclinado á este rasgo de clemencia; mas apenas se traslució el intento agrupáronse los que creían que la sangre derramada salva los estados moribundos, y amenazaron á las autoridades, que no osaron luchar contra tan poderoso elemento.

FIN DEL TOMO SEGUNDO.

Ejecucion de Goiffieux.

Documentos justificativos.

APÉNDICES

CORRESPONDIENTES AL TOMO SEGUNDO.

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