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impunemente se atropelle y quebrante. Cesará tambien toda sospecha de disipacion de las rentas del estado, separando la tesorería de lo que se asignare para los gastos que exijan el decoro de mi real persona y familia, y el de la nacion á quien tengo la gloria de mandar, de la de las rentas que con acuerdo del reino se impongan y asignen para la conservacion del estado en todos los ramos de su administracion; y las leyes que en lo sucesivo hayan de servir de norma para las acciones de mis súbditos, serán establecidas con acuerdo de las Cortes. Por manera que estas bases pueden servir de seguro anuncio de mis reales intenciones en el gobierno de que me voy á encargar, y harán conocer á todos, no un déspota ni un tirano, sino un rey y un padre de sus vasallos.

Y nas adelante.

"Declaro que mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder á dicha Constitucion, ni á decreto alguno de las Cortes generales y estraordinarias, y de las ordinarias actualmente abiertas, á saber: los que sean depresivos de los derechos y prerogativas de mi soberanía establecidas por la Constitucion y las leyes, en que de largo tiempo la nacion ha vivido, sino el declarar aquella Constitucion y decretos nulos, y de ningun valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamas tales actos, y se quitasen de en medio del tiempo, y sin obligacion en mis pueblos y súbditos, de cualquiera clase y condicion, á Ap. lib. 7. cumplirlos ni guardarlos.” (*)

núm. 19.)

Si este decreto no saliera á luz al crujido de los cerrojos y al son de las cadenas, hubiera seReflexiones ducido con sus promesas tan solemnemente prosobre el mismo. nunciadas á los hombres de todos los partidos que bendiciendo la imparcialidad y prevision del trono, se hubieran apiñado á su rededor. Pero sepul

tar en los calabazos á los representantes de la nacion contra el espíritu y la letra de la ley 5.3, tít. 8.o, lib. 3.o de la Novísima Recopilacion, que dice: “Los procuradores de Cortes no puedan ser reconvenidos en juicio durante su procuracion;" y ofrecer congregar nuevos estamentos, es añadir el escarnio á la crueldad. Jura Fernando odio al despotismo, y huella no las leyes sancionadas por la asamblea que llama ilegítima, sino las promulgadas por esos reyes sus predecesores tantas veces invocados: promete asegurar sobre sólidos cimientos la libertad individual, y sin miramiento á tantas proezas y á tantos talentos, hunde en cárceles fétidas y mezquinas á los ciudadanos de todas clases, sin mas delito ni prueba judicial que su opinion política. El manifiesto del rey, examinado sin atender á sus obras, debia ser el primer acto de un ministerio sabio que sobreponiéndose á los bandos que dividian el pais, quisiese fundar una monarquía moderada sobre bases duraderas y superiores á las pasiones: sobre aquella primera piedra podia levantarse, ó el templo de la verdadera libertad, ó el panteon de la tiranía. Mas las palabras y los juramentos de un rey, en otro tiempo tan sagrados para honor de la corona, convertíanse en desprecio y inofa al verle con la hoz de los déspotas segando las espigas mas doradas y enhiestas que descollaban en el campo mismo que queria cultivar con tanto esmero y llenar de ricos frutos, y hacer la envidia de los reinos estraños. Sus consejeros en la exaltacion de su frenesí no se contentaron con acabar con los hombres, y pretendieron acabar con las ideas ordenando quitar de en medio del tiempo los decretos de las Cortes, como si alcanzara el poder humano á que no haya sido lo que una vez fue, ó cupiera en lo posible arcabucear á la ilustracion como se arcabucea á sus generosos propagadores.

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Paralelo entre Luis XVIII

VII.

Dos reyes habian vuelto á empuñar el cetro en Fernando aquellos dias: Luis XVIII y Fernando VII. Proscrito el primero por los franceses, y habiendo visto espirar en un cadalso á su augusto hermano y á su esposa, heridos por el hacha del pueblo, corrió un velo á los crímenes pasados, y llevando en una mano la oliva cual símbolo del olvido de sus propios padecimientos, presentó en la otra el libro de los derechos nacionales, y apellidó libertad en Francia reconciliando y mandando abrazar á los hombres de todas las opiniones. Levantado el segundo al solio por los españoles en un tumulto popular, salvado del destierro y de la oscuridad por el inaudito heroismo de los ciudadanos que compraron la vuelta de su rey con la ruina de la patria desgarrada con guerra tan atroz, encendió en retorno la tea de la discordia, ahogó entre sus propios brazos la libertad naciente; y sacudiendo en su diestra el dogal del verdugo y en la izquierda las cadenas, proscribió á los mismos que le libertaron del cautiverio, y el carcelero apretó los hierros sobre las cicatrices de las heridas abiertas en defensa de un monarca á quien nunca llamaremos bastantes veces el ingrato.

1814.

trada triunfal de Fernando en Madrid.

El dia 13 de Mayo verificó Fernando en MaSegunda en- drid una de aquellas entradas triunfales que parecian augurar largos años de un reinado tranquilo y venturoso. Habíale precedido la division de Wittingham, quedándose en Aranjuez la del segundo ejército, que le habia acompañado desde Valencia. Entró el rey por la puerta de Atocha, cruzando el Prado y las calles de Alcalá y de Carretas, hasta el convento de Santo Tomas, donde se apeó á adorar, segun costumbre de sus antepasados, la imagen alli depositada de nuestra Señora de Atocha. Pasando en seguida por la plaza Mayor y las Platerías, imprimió las huellas en el

palacio de sus padres despues de seis años de ausencia, y se ciñó la diadema y la espada, como dice un historiador francés (*), sin condicion alguna, sin reserva, sin que algun presentimiento sobre el tiempo futuro empañara el esplendor de su triunfo. Hermoseaban la carrera magníficos arcos y vistosos adornos, levantados en el puente de Toledo y otros puntos; y la alegría y el entusiasmo del pueblo Madrideño, tirando del coche del monarca y victoreando su nombre, fueron tales, que faltan voces para describirlos. El general Eguía entregó á S. M. las llaves de las puertas de la capital de la monarquía. Pero mientras el corazon del príncipe gozaba los dulces trasportes y deliciosos éxtasis de tanta felicidad, lloraban lágrimas de sangre en sus encierros los que tanto habian contribuido á libertarle de las garras del águila francesa, sin que sus ojos pudiesen en los oscuros subterráneos donde yacían percibir una sola ráfaga de luz de aquel sol tan brillante para todos sus compañeros.

(*Ap. lib. 7. núm. 11.)

El 24 del mismo mes celebró tambien con gran Mayo de 1814. aparato su entrada pública en la corte lord Wellington, duque de Ciudad-Rodrigo, á quien el público prodigó los honores debidos á sus inmortales hechos de armas. Pensaron los proscritos que habiendo el duque mantenido amistosa correspondencia con muchos de ellos, y aun recibido honores del gobierno derrocado, influiria con su presencia en el ánimo del rey, y apagaria la tea de las proscripciones derramadas ya por el reino entero. No fue asi: contentóse el inglés con entregar á su partida una esposicion á don Miguel de Alava para que la pusiese en manos de San Carlos, en la que daba consejos de templanza y moderacion; y corrió á recibir en su patria el premio de sus laureles, recompensados no con gri

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Consejos de Wellington.

Ilos y reacciones, sino con galardon desacostumbrado y digno de una nacion poderosa.

El dia mismo en que el rey rubricó el maniFormacion fiesto de Valencia, habia igualmente formado el del ministerio. ministerio, que reorganizado despues en 31 de Mayo, se compuso del duque de San Carlos para Estado, de don Pedro Macanáz para Gracia y Justicia, de don Francisco Eguía para Guerra, de don Cristóbal Góngora para Hacienda, y de don Luis de Salazar para Marina. Cabeza de este ministerio el duque de San Carlos, el hombre de los tumultos de Aranjuez y el consejero íntimo de Valencey, que tanto impulso habia dado á la má quina política para que volviera al escabroso camino de donde la sacaron las revoluciones, habia de seguir el comenzado rumbo con el apoyo del brazo de hierro de Eguía, el encarcelador de los representantes del pueblo. Siguieron al manifiesto varios decretos concediendo el tratamiento de excelencia al ayuntamiento de Madrid, y privando hasta del menor respiro á la prensa: pero lo que principalmente admiraba en el segundo decreto, era llamar intruso por vez primera al príncipe José Bonaparte, levantando asi la gasa á otra serie de proscripciones no reveladas todavía.

El monarca que habia adulado á Napoleon, celebrado con festines sus victorias, iluminado el alcázar para mostrar su alegría por las bodas imperiales, mendigado mandos para su hermano, y solicitado una distincion creada por José, no podia condenar á los servidores del príncipe francés sin condenarse á sí propio, sin cubrirse del oprobio á que los destinaba. Y sin embargo el 30 de Mayo, dia de San Fernando, en que muchos proscritos, confiados en las promesas del rey al pasar por Tolosa, en las palabras que de los reales labios se habian escapado, y sobre todo en el con

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