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ARAVILLADO me he muchas veces considerando de dónde proceda un error, el cual, por verse comunmente en los viejos, podemos bien decir que

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es proprio y natural; y es que casi todos ellos alaban los tiempos pasados y reprehenden los presentes, vituperando nuestros hechos y costumbres y todo lo que ellos en su mocedad no bacian; y verdaderamente parece maravilla y una cosa muy fuera de razon, que la edad ya madura, la cual con la larga esperiencia suele hacer en las otras cosas perfetos los juicios de los hombres, en sola ésta los estrague y dañe tanto que no entiendan que, si el mundo empeorára siempre y fueran los hijos generalmente peores que los padres, mucho há ya que hubiéramos llegado al cabo del mal, y no tuviéramos adonde pasar más adelante.

Pero vemos que no solamente en nuestros dias, mas en los pasados reino siempre esta dolencia en los viejos, segun claramente se puede alcanzar por lo que los autores más antiguos han escrito, en especial los cómicos, los cuales más naturalmente que los otros pintan la imágen de nuestra vida. La causa de esta falsa opinion pienso que sea porque los años, buyendo, se llevan tras sí muchos de nuestros bienes, y entre los otros nos quitan de la sangre gran parte de los espíritus vitales, y así nuestra complision se muda y el órgano se enflaquece, por el cual obran las potencias de nuestra alma; por eso en la edad ya vieja, como en el otoño vemos caer de los árboles las hojas, así de nuestros corazones caen las flores del contentamiento, y en lugar de los serenos y claros pensamientos entra la nublosa y turbia tristeza acompañada de mil malas venturas, de manera que el cuerpo y el alma entrambos juntamente están enfermos, y de los pasados placeres ninguna otra cosa nos queda sino una memoria muy bonda y una imágen de aquel dulce tiempo de nuestra mocedad, la cual, cada vez que se nos representa, nos hace parecer que el cielo y la tiertodas las otras cosas hacen fiesta y se andan riendo al derredor de nuestros ojos, y entonces se nos antoja que en nuestro pensamiento, como en un deleitoso jardin, florece la primavera del alegría. Por cierto sería muy mejor, cuando vemos ya declinar los dias y sentimos que nuestros placeres con la edad se acaban, pues los perdemos, perder tambien dellos la memoria, y hallar, como decia Themistocles, una arte para olvidar. Porque tan engañosos son los sentidos de nuestro cuerpo, que suelen muchas veces engañar el juicio de nuestra alma; y así los viejos me parecen como los que partiéndose de algun puerto, si miran la

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tierra, se les antoja que se mueve, y que es ella la que se parte y ellos los que se quedan; siendo muy reves, que el puerto, que es el tiempo y los placeres, está siempre quedo en su estado y nosotros con la nave, que es nuestra vida mortal, buyendo corremos los vnos tras los otros, pasando de una en cien mil tormentas por aquel bravo mar que toda cosa traga y consume, y nunca nos es posible tomar tierra, antes combatidos de mil vientos contrarios al cabo damos al traves, donde quedamos perdidos para siempre.

Asi que el corazon de los viejos, por ser un sujeto desproporcionado á muchos placeres, no puede bien gustallos, y acontéceles á éstos como á los que padecen calentura, los cuales tienen el gusto tan dañado, que cualquier vino, por bueno que sea, les amarga; así ellos por su indisposicion, aunque á ratos tambien tengan sus deseos, no ballan savor en los placeres, ántes los tienen por frios y por muy diferentes de aquellos que se acuerdan en su tiempo baber gustado, aunque en la verdad sean los mismos. Por esto hallándose dellos desposeidos, se duelen reciamente y condenan los tiempos presentes, no considerando que la mudanza que ellos sienten no viene del tiempo, sino de sí mismos, y, por otra parte, acordándose de los deleites pasados se acuerdan tambien del tiempo en que los sintieron, y así le alaban le sospiran diciendo que aquél era bueno, porque todavía le ballan un cierto olor de aquello que en él sentian cuando era presente.

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Esto no puede ser ménos, pues nuestros corazones naturalmente se aborrecen con todas las cosas que fueron en algunos dias compañeras de nuestros enojos, y aman las que hicieron compañía á nuestros placeres. Y así acaece que un hombre enamorado huelga de ver la ventana donde

alguna vez vió á su amiga, aunque la vea cerrada; y todos generalmente holgamos con una sortija, con una carta, y en fin, con toda cosa que en algun tiempo nos haya traido mucha alegría, asimismo nos alegramos con un buerto ó con otro lugar cualquier que sea donde hayamos recebido algun placer muy grande; y por el contrario, nos entristecemos con un aposento, por bueno que nos parezca, si hemos estado en él alguna vez presos, ó padecido algun trabajo ó enojo recio, y be conocido yo hartos hombres que en ninguna manera bebieran en vaso que se pareciese á otro en que hubiesen tomado algun xarabe siendo enfermos; porque así como aquella ventana ó sortija ó carta al uno representa una memoria que mucho le deleita, acordándole que cualquiera destas cosas fué casi como una parte de sus placeres, así al otro el aposento ó el vaso parece que traiga juntamente con la memoria la prision ó la enfermedad.

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Esta causa creo yo que haga á los viejos decir bien del tiempo pasado y mal del presente, y por eso se quexan hablan mil sinrazones de todo lo del mundo, en especial de las cortes de los príncipes, y andan diciendo que las que ellos vieron en su tiempo fueron sin comparacion mejores, y más llenas de singulares hombres; y que no se puede creer la ventaja que llevaban á estas que agora se ven. Y todas las veces que se ofrece hablar sobre esto, comienzan á poner en el cielo con grandes esclamaciones los cortesanos del duque Philipo y tambien del duque Borso, y recitan dichos de Nicolo Picinino, y dicen con un gran hervor y con lástima que en aquellos tiempos muy pocas veces se usaba matar hombres, y que no habia pelear ni asechanzas ni engaños, sino que todo era bondad y fe y amor y

paz con todos, , y que entonces solamente valian las buenas costumbres y la honestidad; y que los cortesanos no eran más que unos religiosos, y que guay de aquel que hubiese dicho entonces una mala palabra á otro, ó hecho un gesto ó un ademan poco honesto á una mujer. Afirman más, que agora todo es al reves desto, y que ya en los cortesanos no se balla aquella caridadó amor fraternal, que este término usan ellos, ó aquel vivir medido de aquellos tiempos, y que en las cortes de los reyes ya no hay sino invidias y enemistades y malas crianzas, y una muy suelta vida en todo linaje de vicios; las mujeres desenvueltas deshonestamente y desvergonzadas; los hombres regalados y enternecidos, caidos y enflaquecidos todos en cosas mujeriles. Condenan tambien los vestidos por deshonestos y demasiadamente blandos; en fin, reprehenden infinitas cosas, muchas de las cuales merecen por cierto reprehension, porque realmente no se puede negar que entre nosotros no haya muchos bellacos y malos hombres, y que estos nuestros tiempos no sean barto más llenos de vicios y maldades que aquellos suyos. Mas no embargante que ellos en parte digan verdad y tengan razon, paréceme todavía que no saben bien entender la causa desta diferencia, y por decilla en una palabra, que son necios, pues querrian que en el mundo fuesen todos los bienes sin ningunos males, lo cual es imposible; porque siendo el mal contrario del bien y el bien del mal, es casi necesario que por un proceso y órden natural de contrarios y por un cierto contrapeso, el uno sostenga y fortifique al otro, y menguando ó creciendo el uno, mengüe tambien ó crezca el otro, pues ningun contrario se halla sin otro su contrario. ¿Quién no sabe que en el mundo no habria justicia si no hubiese injurias, ni mananimidad si no hubiese flaquezas

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