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PRIMER LIBRO DEL CORTESANO,

DEL CONDE BALTASAR CASTELLON,

Á MICER ALFONSO ARIOSTO;

Traducido de italiano en castellano.

PRÓLOGO

UCHO tiempo he dudado cuál de dos cosas sería ·para mí más difícil, ó negaros aquello que tan abincadamente me habeis pedido muchas veces, ó disponerme á bacello como mejor pudiese. Por una parte me parecia muy áspero negar yo cosa alguna, en especial buena, á persona á quien en estremo amo y de quien en estremo me siento ser amado, y por otra juzgaba por cosa desconvinible, á quien teme las justas reprehensiones cuanto temer se deben, emprender lo que no esperase poderse llegar al cabo. En fin, despues de muchos debates be determinado probar cuánto en esto pueda ayudar á mi diligencia la aficion y el deseo grande de servir, con el cual en las otras cosas tanto suele ser acrescentada la in

dustria de los hombres. Así que, señor, vos me mandais que yo escriba cuál sea (á mi parecer) la forma de cortesanía más convenible á un gentil cortesano que ande en una córte para que pueda y sepa perfetamente servir á un príncipe en toda cosa puesta en razon, de tal manera que sea dél favorecido y de los otros loado, y que, en fin, merezca ser llamado perfeto cortesano así que cosa ninguna no le falte. Por eso, considerando yo tal mandamiento, digo que si á mí no me pareciera mayor mal ser de vos tenido por poco amigo que de los otros por poco sabio, sin duda yo me escusára de esta fatiga, temiendo no me juzgasen por loco todos aquellos que conocen cuán recia cosa sea entre tanta diversidad de costumbres como se usan por las cortes de los reyes cristianos escoger la más perfeta forma y casi la flor de esta cortesanía. Porque la costumbre hace que muchas veces una misma cosa agora nos parezca bien y agora mal; por do suele acontecer que los usos, las costumbres, las cerimonias y los modos que en un tiempo estuvieron en mucha estima vengan á ser despreciados, y por el contrario, los despreciados vengan á ser tenidos en muy gran precio. Por esto se vee claramente que el uso tiene mayor fuerza que la razon para introducir en nosotros cosas nuevas y destruir las viejas, de las cuales el que quiere juzgar la perficion hartas veces se engaña. Así que, conociendo yo esta dificultad y muchas otras en la materia que agora he de tratar, soy forzado a dar algunas desculpas, y protestar que este error (si con todo se pudiere decir error) sea de entrambos; por manera que si de esto reprehension alguna se me recreciere, tambien os quepa á vos parte de ella, que no menor culpa será la vuestra en haberme dado cargo desigual á mis fuerzas que la mia en babelle acetado.

Vengamos ya, pues, á dar principio á lo que agora nos es propuesto, y si posible fuere, formemos un cortesano tal que el príncipe que mereciere ser dél servido, aunque alcance pequeño estado, pueda llamarse muy gran señor. Yo en este libro no seguiré una cierta órden ó regla de precetos, la cual los que enseñan cualquier cosa suelen seguir comunmente; mas (segun la costumbre de muchos antiguos) renovando una agradable memoria recitaré algunas pláticas que entre algunos singulares hombres sobre semejante propósito verdaderamente pasaron, en las cuales, aunque yo no haya sido presente (por hallarme entonces cuando esto pasó en Inglaterra), trabajaré agora, cuan puntualmente la memoria me sufriere, de acordallas segun poco despues que fui vuelto las supe de persona que muy fielmente me las contó, y con esto veréis lo que creyeron y juzgaron en esta materia hombres ecelentes y de muy gran fama, á cuyo juicio en toda cosa se puede dar mucha fe. Hará tambien á nuestro propósito, por llegar ordenadamente al fin do nuestra habla se endereza, contar la causa por donde estas pláticas se levantaron.

CAPÍTULO PRIMERO

En que se da noticia de la nobleza de la casa y córte del Duque de Urbino, y cuán noble y valeroso señor fué el duque Federico, cuya nobleza y virtudes heredó el hijo llamado Guidubaldo, en cuya casa y córte pasaron todas las pláticas y materias que se tratan en este libro entre los cortesanos y damas de su palacio, y pone las causas dello.

ASI en medio de Italia, á un lado de las montañas llamadas el Apennino, hácia el golfo de Venecia, está puesta (como todos saben) la pequeña ciudad de Urbino, la cual aunque esté entre sierras, y no tan aplacibles como por ventura son otras que vemos en muchas partes, ha alcanzado la influencia del cielo tan favorable que toda su tierra al derredor es fertilísima y llena de muchos frutos. De manera que demas de tener el aire muy sano, se halla abundantísima de toda cosa que sea menester para el vivir humano. Pero entre sus mayores bienaventuranzas tengo yo por la más principal que de mucho tiempo acá siempre ha sido señoreada de muy buenos y valerosos señores. No embargante que en los universales daños de las guerras de Italia se haya visto tambien esta ciudad, como las otras, por algun tiempo sin este bien. Mas no volviendo muy atras, podemos probar

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esta bienaventuranza suya con la gloriosa memoria del duque Federico, el cual en sus dias ennobleció y honró á toda Italia, y entre los que agora viven no faltan verdaderos y ecelentes testigos de su prudencia, de su humanidad, de su justicia, de su liberalidad, de su ánimo nunca vencido, y de su saber y arte en la guerra, de la cual en especial hacen fe sus tantas vitorias, su tomar de lugares inespunables, su presteza en las empresas, y el haber muchas veces con muy poca gente desbaratado grandes y poderosos exércitos y nunca jamas haber perdido batalla. De suerte que podemos con mucha razon igualalle á muchos de los antiguos famosos. Este señor, demas de otras muchas cosas que hizo dinas de ser loadas, edificó en el áspero asiento de Urbino una casa (segun opinion de muchos), la más hermosa que en toda Italia se hallase, y así la forneció de toda cosa oportuna, que no casa, mas ciudad parecia, y no solamente de aquello que ordinariamente se usa, como de vaxillas de plata, de aderezos de cámara, de tapicería muy rica, y de otras semejantes cosas la proveyó; mas por mayor ornamento la ennobleció de infinitos bultos de los antiguos de mármol y de bronzo, de pinturas singularísimas y de todas maneras de instrumentos de música, y en todo ello no se pudiera hallar cosa comun, sino escogida y muy es celente.

Tras esto, con mucha costa y diligencia juntó un gran número de muy singulares y nuevos libros griegos, latinos y hebraicos, y guarneciólos todos de oro y de plata, considerando que ésta era la mayor escelencia de todo su palacio. Al cabo, siguiendo su

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