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nas, dándoles su primitiva forma latina, contra la opinion más sensata de Bembo, sostenida en la obra que escribió sobre la lengua vulgar, segun la cual debian respetarse las modificaciones, que el uso habia introducido en el idioma italiano. Estas opiniones y doctrinas no pueden ménos de subordinarse á una máxima, en que con razon hace gran hincapié el autor de El Cortesano; máxima que consiste en huir siempre el vicio de la afectacion, tan contrario á todas las calidades que deben brillar en un hombre bien educado, y muy especialmente en su lenguaje, para el cual hay una regla suprema á que nunca puede faltarse, que es la claridad, pues siendo el objeto de la palabra dar á entender á los demas lo que sentimos y pensamos, lo primero y principal que debemos procurar es que se cumpla este fin, y despues estará bien que en el lenguaje brille la hermosura que le dan la armonía y sonoridad de las voces ó su energía y fuerza, cosas que tanto contribuyen á aquel primero y principal objeto. Por lo que á los neologismos se refiere, parece que no pueden ser admitidos los innecesarios en las lenguas ya formadas, las cuales nunca deben corromperse con el uso de giros sintácticos, que sean impropios de su índole.

Mucho enlace tiene con esta materia la de los dichos agudos y graciosos que trata Castellon muy por extenso, tomando sus doctrinas y hasta

sus ejemplos de los libros de Oratore de Ciceron. En las notas señalo, aunque no todas, várias de las expresiones y frases que Castellon ha imitado ó meramente traducido del orador romano, á quien el autor del libro que me ocupa sigue en esta materia tan de cerca ; siendo ademas probable que el pensamiento general de la obra fuese inspirado por la del gran escritor latino, de un modo inmediato y directo, si bien influiria mucho en el ánimo de Castellon el ejemplo de los autores griegos (especialmente Platon y Xenofonte, modelos en la forma y en la esencia que tuvo presentes Ciceron), para escribir en diálogo El Cortesano, pues estaba tan empapado como todos sus contemporáneos en el espíritu de la antigüedad, y era gran admirador de las formas clásicas.

Más ancho campo tenía Castellon, para tratar de los dichos y modos de hablar graciosos, que Ciceron, porque en la oratoria, cualquiera que sea su género, pero especialmente en la del foro y la tribuna, no cabe la libertad que es propia de la conversacion, aunque ésta pase entre circunspectos y pulidos cortesanos. Sin embargo, como ya conoció con su admirable gusto Garcilaso, en esta parte es donde hay en el libro de Castellon cosas de ménos valer, pues no todos los chistes y gracias que contiene lo son realmente, sin que valga en su defensa la disculpa que alega nuestro poeta. Es más, dichos hay y frases, en este fragmen

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to de la obra, que no se concibe cómo podian tenerse por lícitos en las córtes de Italia, pues llegaron en esta parte á tan extremada delicadeza, por más que en materias amorosas reinára siempre en ellas una libertad, que hoy no es tolerable, y en virtud de ella fuera cosa corriente que anduviesen en manos de las damas los libros de Bocaccio y del Aretino.

Tambien se propone el autor de El Cortesano formar una perfecta dama de córte, encargo que cumple por mandato de la Duquesa de Urbino el magnífico Julian de Médicis, gran defensor de las mujeres; por lo cual Castellon pone con gran oportunidad y acierto en sus labios el panegírico de la más bella mitad del género humano. Pero con la fina malicia, que tanto atractivo da á su obra, opone Castellon al Magnífco contradictores como Frigio, por cuyo medio aduce, exagerándolos, cuantos defectos se atribuyen á la mujer, si bien, como caballero y galante, traza el atildado y pulcro diplomático las cosas de modo que el defensor de las mujeres alcance sobre sus contrarios la más señalada victoria, trayendo á este fin muchas pruebas históricas y otras, que sin tener este carácter contribuyen en gran manera á dar amenidad al ingenioso alegato de Médicis. No haria mencion especial de esta parte de El Cortesano si no fuese porque en ella se contiene un elogio tan brillante como justo de la in

mortal Doña Isabel la Católica, testimonio dado por un extranjero de las grandes cualidades que adornaban á esta ilustre reina, creadora de nuestra unidad nacional, y cuyo levantado espíritu dió á la civilizacion nuevo y más grandioso teatro con el descubrimiento del continenté, en que sin duda esperán á la humanidad más brillantes destinos y mayores glorias que las que ha conquistado en el antiguo mundo.

Al leer este pasaje, ocurre la idea de que debió ser añadido por el autor durante su permanencia en España; porque no parece posible que tales apreciaciones y noticias las hubiese adquirido sino persona que las recogiera de la tradicion; y cuando Castellon vino á España, en 1525, conoció y trató sin duda á muchos sujetos que habian alcanzado el glorioso reinado de Doña Isabel, de los cuales sabria que fué tan grande la autoridad moral que adquirió esta gran Reina, que bastaba á determinar las acciones de sus súbditos, no ya sus preceptos, sino el considerar que si fueran de ella conocidas habia de aprobarlas ó condenarlas. Confirma esta opinion la noticia que da Serassi del primer manuscrito de El Cortesano, pues no obstante lo que asegura el autor en la carta escrita desde Búrgos á la Marquesa de Peschara, que arriba se inserta, dice el citado Serassi (1) que en

(1) Tomo 1 de las Cartas de Castellon, publicadas por Pierantonio Serassi, pág. 159.

ese manuscrito, conservado en la biblioteca Valenci, se ven las correcciones y adiciones que Castellon fué haciendo en su obra, la cual por su índole se prestaba tanto á ellas.

Claro está que, tratándose de damas, el amor habia de entrar por mucho en lo que respecto á ellas se dijese ; y en efecto, Castellon emplea largo espacio para determinar la manera como en este asunto habia de proceder la perfecta dama, estando sus consejos llenos de moralidad y pureza, no obstante las insinuaciones picantes y poco escrupulosas que sobre este particular hacen los contradictores del Magnífico; pero, como luégo verémos, esta materia del amor se trata por un estilo mucho más elevado y sublime en el final de la obra.

En el cuarto libro el Sr. Octavian Fregosso, queriendo añadir cualidades á El Cortesano, no le considera ya meramente como un hombre agradable y cual lujoso ornamento del palacio de los príncipes, sino que le convierte en verdadero hombre político, encomendándole la direccion moral del señor á quien sirviere.

Partiendo de esta base, en el capítulo tercero se examinan las diversas clases de gobierno, en lo cual, así como en la corrupcion de las formas, primitivas de las organizaciones políticas, sigue Castellon las doctrinas aristotélicas, aceptadas y desenvueltas con modificaciones más ó ménos importan

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