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mia; hecho que no me detendria en examinar si los demás historiadores, que sobre ello han escrito, estuviesen conformes con lo que dijeron aquellos dos autores. En este punto, á la verdad, no sé á qué atenerme, pues ante el peso y la autoridad del Padre Espinosa, cuyas investigaciones fueron hechas en fuentes tan legítimas como en el trato que tuvo con los Guanches, me encuentro perplejo á vista de otros historiadores que lo niegan redondamente.

Viana que, como repito, no me merece mucho crédito en su cualidad de poeta, niega la existencia de la poligamia entre aquellos isleños; pero es de advertir que así como dice (1)

Lícito fué á una hembra un varon solo

Y al varon una hembra permitido,

pudo muy bien haber escrito que al varon se le permitian tantas mujeres cuantas queria y podia sustentar.

El caballero Edmundo Scory, que, como inglés, debia poseer el genio observador de sus paisanos; que vivió bastante tiempo en Tenerife, tratando familiarmente con los Guanches, y que de todo se enteró, no dice que entre ellos existiese la poligamia. Abreu Galindo escribe (2): «casaban >>con sola una mujer, sin respetar más de que fuese madre »ó hermana.»-Don Juan Nuñez de la Peña, que casi copia á Fr. Alonso de Espinosa sobre la manera de concertar los matrimonios, no le sigue en la opinion de que fuesen poligamos, y antes por el contrario parece negarlo. He aquí textualmente sus palabras (3): «Cuando á un va»ron agradaba una mujer, él en persona llegaba á pedirla »á su padre para esposa, si lo tenia, ó si nó á ella mis»>ma; y si eran contentos del desposado, sin más ceremo»nia que darse el hombre y la mujer con voluntad las ma>>nos quedaban casados.» El erudito Dr. Marin y Cubas y D. José Viera y Clavijo nada absolutamente hablan sobre este punto.

(1) Viana, op. cit., Cant. I, pág. 31.

(2) Abreu Galindo, op. cit., lib. III, cap. XI, pág. 193. (3) Nuñez de la Peña, op. cit., lib. I. cap. III, pág. 27.

De lo dicho se infiere la existencia del matrimonio, sin otra formalidad que la voluntad de los contrayentes, subsistiendo la duda de que fuesen ó nó poligamos, y en cuanto á la prohibicion de casarse los hijos con la madre ó hermanas, no se extendia á los reyes qne podian hacerlo con las últimas, «por no ensuciar su linaje» segun Espinosa (1).

¿Existia entre los Guanches de Tenerife el repugnante derecho de prelibacion ó de pernada?- Cademosto entre todos los escritores, es el único autor que lo afirma en los términos siguientes: (2) «No se casaban jamás con una »mujer vírgen, sino que antes habia de ser desflorada por >>su Señor, con el que se habia de acostar una noche, te»niendo esto á gran honor.» Por mi parte sé decir que cuantas investigaciones he hecho sobre el particular, no me han dado resultado alguno, y nada de esto he visto tampoco en los autores que, desde Espinosa hasta Mr. S. Berthelot, se han ocupado de los antiguos habitantes de Te

nerife.

La fidelidad conyugal no sólo era estimada sino exigida por las leyes que castigaban rigurosamente á cualquiera de los cónyuges que faltase á ella, y era tal la decencia entre marido y mujer que cada uno dormia en su lecho. El divorcio estaba admitido sin que precediese causa alguna para ello, bastando únicamente que cualquiera de los esposos no quisiese continuar viviendo con el otro. La mujer repudiada podia volverse á casar, y casi siempre se casaba otra vez, pero los hijos habidos en el matrimonio anterior quedaban ilegítimos, teniendo un nombre especial para designarlos: al varon se le llamaba Achicuca, y á la hembra Cucaha.

La prostitucion no estaba en uso: las leyes castigaban á la mujer que á ella se entregaba.

La familia se hallaba constituida con los cónyuges y los hijos, y el parentesco seguia la línea recta y las colate

(1) Espinosa, op. cit., lib. I, cap. VIII, pág. 14.

(2) Cademosto, viajes.

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teniéndose en cuenta esta circunstancia para las

herencias.

Los muertos eran sumamente respetados y los cadáveres se embalsamaban, segun el procedimiento de que nos dá algunos detalles el historiador Espinosa (1).—«Los na>>turales desta Isla, piadosos para con sus difuntos, tenian >>por costumbre que cuando moria alguno dellos, llamaban >>ciertos hombres (si era varon el difunto), ó mujeres (si era »>mujer), que tenian esto por oficio y desto vivian y se sus>>tentaban, los cuales tomando el cuerpo del difunto, des>>pues de lavado, echándole por la boca ciertas confecciones >>hechas de manteca de ganado derretida, polvos de brezo y >>de piedra tosca, cáscara de pino y de otras no sé que yer»bas, y embutíanle con esto cada dia, poniéndolo al sol >>cuando de un lado, cuando de otro, por espacio de quince >>dias, hasta que quedaba seco y mirlado, que llamaban axo. >>En este tiempo tenian lugar sus parientes de llorarle y >>plantearle, que otras obsequias no se usaban, al cabo del »cual término, lo cosian ó envolvian en un cuero de algu>>nas reses de su ganado, que para este efecto tenian señala»>das y guardadas, y asi por la señal y pinta de la piel se >>conocia despues el cuerpo del difunto. Estos cueros los >>adobaban con mucha curiosidad gamuzados, y los teñian »con cáscara de pino, y con mucha sutileza los cosian con >> correas del mismo cuero, que casi no se parecia la costu»ra. En estas pieles adobadas cosian y envolvian el cuerpo >>del difunto, despues de mirlado, poniéndole muchos cueros »>destos encima y algunos ponian en ataud de madera in>>corruptible, como es tea, hecho todo de una pieza, y ca>>vado no sé con qué á la forma del cuerpo: y desta suerte >>lo llevaban á alguna inaccesible cueva, puesta en algun »>risco tajado, donde nadie pudiese llegar, y allí lo ponian »y dejaban, habiéndole hecho en esto el último beneficio y «honra. Mas, los hombres y mujeres que los mirlaban, que »ya eran conocidos, no tenian trato ni conversacion con

(1) Espinosa, op. cit., lib. I. cap. IX, pág. 16.

>>persona alguna, ni nadie osaba llegarse á ellos, porque los >>>tenian por contaminados é inmundos, mas ellos y ellas te>>nian su trato y conversacion, y cuando ellas mirlaban al»guna difunta, los maridos les traian la comida, y por el

>>contrario»>.

Viana (1) se expresa casi en los mismos términos; pero Abreu Galindo difiere de Espinosa en puntos de importancia, en cuanto al embalsamamiento, por lo que no puedo excusarme de copiar lo que dice. «Cuando morian, escribe (2), >>>tenian esta costumbre y órden en sus entierros, que ha>>bia hombres y mujeres que tenian oficio de mirlar los >>cuerpos de los muertos, y á esto ganaban su vida de esta »manera; que si moria hombre lo mirlaba hombre, y la mu»jer del muerto le traia la comida, y servian éstos de guar>>dar el cuerpo difunto no lo comiesen los cuervos y guirres »y perros, y si moria mujer la mirlaba mujer, y el marido »de la difunta le traia la comida. Y la manera de mirlar >>los cuerpos era: que llevaban los cuerpos á una cueva y lo >>tendian sobre lajas, y les vaciaban los vientres, y cada >>dia los lavaban dos veces con agua fria las partes débiles, »>sobacos, tras las orejas, las ingles, entre los dedos, las »>narices, cuello y pulso; y despues de lavados los untaban >>>con manteca de ganado; y echábanles carcoma de pino y >>>de brezo, y polvos que hacian de piedra pómez porque no »se dañasen; y estando el cuerpo enjuto sin ponerle otra co»sa, venian los parientes del muerto, y con cueros de cabras »ó de ovejas sobados los envolvian y los liaban con correas »>muy luengas, y los ponian en las cuevas que tenian dedi>>cadas para ello, cada uno para su entierro, y esto tenian >>los inferiores del Rey, que donde quiera que morian se en»terraban en su cueva que tenian para su sepultura; pero el >>Rey, donde quiera que moria, lo habian de llevar á su se>>pultura, donde tenian sus pasados, á los cuales ponian por »>su órden para que se conociesen, y así los ponian fajados »y sin cubrirles con cosa alguna encima.»>

(1) Viana, op. cit., Cant. I, pág. 34.

(2) Abreu Galindo, op. cit., lib. III, cap. XIII, pág. 195.

Nuñez de la Peña ningun detalle suministra sobre asunto de tanta importancia, conformándose con lo dicho por Espinosa y Galindo (1). El Dr. Marin y Cubas nada añade, y solamente dice (2): «Tenian grandes rumazones de cuer»pos mirlados, tan enjutos que parecian de madera, y for>>rados en pieles: habia mujeres con los niños al pecho, »enjutos, con todas las perfecciones que podian conocerse, y »sin faltarles cabellos, antes los tenian rubios, largos y >>fuertes.>>

Castillo sólo se ocupó de la isla de Gran-Canaria, sin tener en cuenta á las demás, y Viera y Clavijo manifiesta (3) que al tiempo que escribia su obra, unos muchachos descubrieron un panteon en el barranco de Herque, entre Arico y Güimar, el cual contenia más de mil momias y des cribe una, de la que hice mérito al hablar de los embalsamamientos en Gran-Canaria, á fin de exponer mi modo de pensar sobre este punto.

Por lo que á mí hace únicamente puedo decir que en un viaje que hice expresamente á la isla de Tenerife para visitar el museo de antigüedades Canarias de D. Sebastian Casilda, y que por su testamento legó á D. Cárlos Lebrun, ví varias momias perfectamente conservadas y en la misma disposicion que describe el historiador Viera. En la Exposicion universal de Paris de 1878 encontré una en la Seccion Española en muy buen estado y puesta en una magnífica caja, cuyo precioso objeto, sea dicho para vergüenza

(1) Nuñez de la Peña, op. cit., lib. I. cap. IV, pág. 32. (2) Marin y Cubas, lib. II, cap. XX, M. S. cit.

(3) D. José de Viera y Clavijo, presbitero del mismo Obispado. Noticias de la Historia general de las islas de Canaria; contienen la descripcion geográfica de todas. Una idea del origen, carácter, usos y costumbres de sus antiguos habitantes: de los descubrimientos y conquistas que sobre ellas hicieron los Europeos: de su gobierno eclesiástico, político y militar; del establecimiento, y sucesion de su primera nobleza; de sus varones ilustres por dignidades, empleos, armas, letras y santidad: de sus fábricas, producciones naturales y comercio; con los principales sucesos de los últimos siglos. En Madrid: en la imprenta de Blas Roman, Plazuela de Sta. Catalina de los Dorados MDCCLXXII. En Sta. Cruz de Tenerife se hizo una nueva edicion en 1858, con nuevos documentos que dejó manuscritos el erudito arcediano y es sobre de esta última obra que tomo las notas.—Lib. II, § XVII, pág. 161.

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