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«Cuando la conquista por los castellanos era la tierra »><dividida en dos Reinos y doce Capitanes: el mayor Señorío »era el de Taoro y su Rey llamado Bencomo de cási ó más >>de 70 años: gobernaba un su hermano Tinguaro, la Reina »Sañagua y dos hijas, una Dacil y otra Ramagua, y un hijo »Deriman. En Teno, era Guantacora: en Adeje, Pelinor; en »Daute, Rumen; en Icod, Belicar; en Tacoronte, Jaineto; en »Naga, Raito y una hija Guacimara; en Güimar, Añaterve »y su hijo Guaiton. Muchos hubo señalados en fuerzas y »>valor, como Ancor, Tigaiga, Guionna, Teguico, Lescoldo, »Zañugo, Baidace, Tauco, Arazo, Ajar que fué gran lucha»>dor, compañeros Calucha, Rucaden, Arico y Godoto.

«Cada Rey tenia seis Capitanes llamados Cigoñe y cua>>tro Guañames ó Consejeros; eran á modo de brujos que »barruntaban futuros contingentcs ó cosas apartadas: el >>Rey es llamado Quevey: los Guanches son medianos de >>cuerpo; los de Taoro, que es hácia la parte del Norte, son >>blancos y rubios de cabello; los de Adeje, á la del Sur, son >>prietos y cabello negro y liso, enjutos y buen discurrir, de »gran valor y fuerzas, como los demás de las otras Islas».

Por último Viera y Clavijo (1), sin saberse en que se funda, pues no cita documento alguno, nos hace una relacion de los Reinos de Taoro, de Güimar ó Goimar, de Abona, de Adeje, de Daute, de Icod ó Benicoden, de Tacoronte, de Tegueste, de Naga ó Anaga y del Señorío del Hidalgo pobre, con los límites de cada uno de estos Estados, la sucesion de sus Reyes, el carácter de cada uno, y aún más, pone en boca de Bencomo, rey de Taoro, un discurso académico al presentarse en la cueva de Zebensui ó del Hidalgo pobre reprendiéndole por sus robos de ganado.

A vista de tales diferencias y en la necesidad de decidirme por alguno de los historiadores que han tratado esta cuestion, me adhiero sin vacilar á Espinosa, no sólo por parecerme el más autorizado, sino porque, aún cuando Nuñez de la Peña cita el texto de la escritura que celebró Her

(1) Viera y Clavijo, op. cit., T. I, lib. II, § XXIII, pág. 189.

nando de Párraga, Escribano de Lanzarote, cuando Diego de Herrera pasó á Tenerife el 21 de Junio de 1464, no llama por su nombre á cada uno de los nueve Reyes que concurrieron á aquel acto. Así, pues, mientras otros documentos de más valia no vengan á esclarecer este punto, creo y segui ré creyendo, que si es eso muy poético, como lo hicieron Viana y Viera y Clavijo, la verdad histórica es antes que todo.

La coronacion de los Reyes se celebraba con suma sencillez, Espinosa refiere (1), que en cada Reino se conservaba un hueso del más antiguo Rey de aquel linaje, envuelto en finos pellejos. Llegado el dia de la coronacion, se reunian los ancianos en el Tagoror (lugar de junta y consulta) y daban á besar aquel hueso al elegido: despues lo ponian sobre su cabeza, y cada uno de los Consejeros le iba colocando sobre su hombro, y decian Agoñe, Yacoron, Iñaltzahaña, Macoñanaet, «Juro por el hueso, de aquel dia en que te hiciste grande». Terminada esta ceremonia, presentaban el nuevo Soberano al pueblo, el que lo reconocia, dando principio despues las grandes fiestas con que se celebraban tales acontecimientos. Todos los historiadores describen la coronacion en los mismos términos.

La autoridad que ejercian estos soberanos sobre sus súbditos no era absoluta, sino que se hallaba moderada por los seis Cigoñes ó Capitanes y los cuatro Guañanes ó Consejeros de que nos habla Marin y Cubas.

Los habitantes estaban divididos en clases, como lo escribe Espinosa diciendo (2): «Habia entre ellos hidalgos, es>>cuderos y villanos, y cada cual era tenido segun la calidad >>de su persona. Los hidalgos se llamaban Achimencey, los >>escudros Cichiciquitzo, y los villanos Achicaxna. El Rey >>se llamaba Mencey y de aqui los hidalgos, como descen>>dientes de Reyes, se llamaban Achimencey, porque Quebe>>hi era como decir Alteza. Tenian los naturales para sí, que >>Dios los habia criado del agua y de la tierra, tanto hom>>bres como mujeres y dádoles ganados para su sustento:

(1) Espinosa, op. cit., lib. I, cap. VIII, pág. 13. Id., ibid., pág. 14.

(2)

»>y despues crió más hombres, y como no les dió ganados pi>>diéndoselos á Dios les dijo: Servid á esotros y daros han >>de comer; y de allí vinieron los villanos que sirven y se >>llaman Achicaxna». Este pasaje del autor citado ha sido glosado por los demás escritores, hasta el punto de que en algunos de ellos se halla por completo desfigurado.

La cuestion de clases sociales, segun antes he indicado, estaba perfectamente deslindada entre los Cuanches de Tenerife. El Rey era tan distinguido que cuando mudaba de habitacion, pues el verano lo pasaba en las cuevas de las tierras altas, y el invierno en las de las playas, marchaba siempre acompañado de los ancianos ó consejeros, precediendo á todos una especie de Porta-estandarte que llevaba el Banot ó Añepe, distintivo de la persona real. Cuando en su tránsito le encontraba alguno por el camino se postraba en tierra, y con la punta del tamarco le limpiaba los piés y se los besaba luego.

Á

A pesar de estas extraordinarias distinciones no se conocia entre ellos la esclavitud, y llegaba á tanto el respeto que profesaban á la libertad del hombre, que ni aún hacian esclavos á los prisioneros de guerra. Poseian un código tradicional al que siempre se sujetaban, y como dice Espinosa, (1) «llegaban á la razon: como es en tener superior y cono»cer vasallaje; en contraer matrimonio, y diferenciar los hi»jos legítimos de los bastardos». No obstante, y cuando las circunstancias así lo exigian, formaban leyes, que eran puntualmente obedecidas.

Este autor nada nos dice acerca de las penas que se impusiesen á los delincuentes, y es preciso llegar al Bachiller Antonio de Viana para encontrar los castigos que se aplicaban á los reos segun el delito por ellos cometido. Veamos como se expresa (2):

Era el hijo obediente preferido

Aunque en muy poca parte, por más honra,
Porque mejoras no se permitian,

(1) Espinosa, op. cit., lib. I, cap. V, pág. 9.

(2) Viana, op. cit., Cant. I, pág. 33.

TOMO II.-6.

Sin causa que á los otros excluyese;
Que á los inobedientes por castigo,
Era ley, que muriesen crudamente.
Y lo más ordinario apedreados,

Y al homicidio muerte, al hurto azotes;
La doncella atrevida y descompuesta
Pagaba el yerro con perpétua cárcel,
Pero quedaba sin ofensa libre,
Viniendo su ofensor á desposarse;
Al adulterio tanto aborrecian
Que á los culpados enterraban vivos,
Y á los escandalosos de República
Que suelen ser autores de cizañas
Daban diversos modos de castigos;
Las deudas se pagaban por justicia,
Dándole á cada cual lo que era suyo,
Aunque dellos contínuo reservaron
Á las mujeres sin hacienda pobres;
Si en los caminos, ó en desierta parte,
Con hembras los varones se encontraban,

Era precisa ley, que se apartasen

Por diferentes sendas cada uno,

Sin que palabra alguna se dijesen,

Con pena de la vida lo contrario.

Al ocuparse Abreu Galindo de esta cuestion refiere algunos hechos de importancia. Segun este autor (1) «La ma»nera y órden que tenian en juzgar era: que el rey se ponia >>en un llano donde estaba hecho un asiento en que estaba >>puesta una piedra alta cuadrada, y luego á los lados otras >>piedras más bajas, puestas por su órden donde se senta>>ban los más principales segun su antigüedad, y allí se sen>>taba el rey el dia que le parecia y hacia audiencia, y á este »lugar llamaban Tagoror, como lugar de cabildo, audien»>cia, ó ayuntamiento, y oia á todos los que venian. Y si >>castigaba algun delincuente de alguna travesura, mandá

(1) Abreu Galindo, op. cit., lib. III, cap. XIII, pág. 196.

>>balo el rey tender en el suelo allí delante de todos y con el >>palo ó baston que el rey traia siempre como cetro, manda>>ba que le diesen tantos palos cuantos á él le parecian, y >>>despues de bien apaleado lo mandaba sajar. No mataban »por justicia á ninguno, porque decian que sólo al que es>>taba en lo alto pertenecia aquel castigo. Si alguno mataba »á otro mandaba el rey traer los ganados del matador, y »>daba la parte de ellos que le parecia á la mujer del muer»to, si la tenia, ó hijos, ó padres, ó parientes, y desterrábalo >>de su reino, y guardábase el matador de los parientes del >>>muerto».

Por muy bella que sea esta teoría de Abreu Galindo, que no sabemos donde la habia aprendido, me merece más crédito lo que sobre el particular dijo el estudioso y erudito Nuñez de la Peña; y aún cuando desde luego podia haber hecho caso omiso de lo anteriormente trascrito, insertando en su lugar lo que el último de los autores citados escribió, atendiendo á la naturaleza de estos Estudios, me veo en la necesidad de exponerlo todo, por muy contradictorios que sean los juicios de los autores y opuestas las noticias que adquirieron.

Y en efecto, tratándose de Reinos de alguna importancia como los de Tenerife; teniendo en consideracion la moralidad que siempre procuraron los gobernantes, y sobre todo la vindicta pública que no consentia largas demoras en el castigo de los culpables, mucho más cuando sus códigos eran tan cortos, no puede entrar en mis cálculos, como no entrará en los de ninguno de los que atentamente estudien el carácter de los indígenas Canarios, que esos principios filosóficos, de acuerdo en un todo con las doctrinas de los autores modernos que sobre materia penal han escrito, reinasen en unos pueblos que ni llegaron, ni podian llegar á la altura en que hoy se encuentran nuestras doctrinas filosóficas. Dice así Nuñez de la Peña (1): «Los padres doctri»>naban á sus hijos y les decian, que habia un Dios que

(1) Nuñez de la Peña, op. cit., lib. I, cap. III, pág. 26.

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