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niente exponer en la precedente introducción-que bien pudiera, también, llamarse resumen de una manera somera, la generalidad de las cuestiones sobre que Bentham fijó su potente inteligencia, y, consagrar el resto de este modesto trabajo, a estudiar con mayor detenimiento aquellos puntos doctrinales que, por su importancia, podemos considerar como los ejes de las doctrinas utilitarias y a biografiar con alguna minuciosidad la relevante personalidad científica de D. Toribio Núñez valiéndonos para ello de importantes datos y documentos existentes en poder de un biznieto de Núñez y tío nuestro.

(Continuará.)

JUAN SÁNCHEZ-Rivera de la Lastra.

ALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DE LA PLUS-VALÍA

I

En la vida política del mundo, es Lenine la figura más culminante. Y Lenine, en realidad, no es otra cosa que la viviente representación de un libro de Marx: El Capital. Se ha repetido hasta la saciedad, que sobre la mesa de trabajo del revolucionario ruso está la obra archiconocida-o por lo menos archicitada del padre del socialismo sistematizado y científico.

Es, por tanto, grave pecado de ignorancia supina no conocer en su propio arranque la corriente ideal de más transcendente importancia desde que el mundo es mundo. Otras revoluciones señalaron un nuevo aspecto en la gesta del pensamiento o transformaron simplemente en actuación sangrienta una vieja y conocida idea; pero esta revolución es, en su materialidad y en su contenido ideal, de una gravedad estupenda y formidable.

Tal vez por la fuerza de esta gravedad hemos vuelto sobre las páginas del Capital. Lástima no poder sentirlo en su propio idioma, ya que en la traducción-en la torpe traducción de la editorial Sempere-pierden los conceptos, en sí mismo y en su método de exposición, su gracia primitiva y fresca.

Hace algunos años-cuando en nuestra alma se había trazado el vértice en donde confluye el ocaso adolescente y la aurora plenamente juvenil-sufrimos o gozamos el peligro de la dialéctica de hierro de Marx; ahora, hemos querido recordar aquellas páginas, y entonces, igual que ahora, como resultante de nuestra generosa avidez intelectual, nos quedó la duda y la indecisión.

En los libros de los filósofos, como en las partituras de los músicos, hay siempre un motivo en derredor del cual gira el conjunto. En El Capital hay también una idea motor: la plus-valía. ¡Y qué vaga, qué inconcreta, es la plus-valia!

Por no tener límites matemáticamente apreciables, será tal vez eternamente insoluble la cuestión social, el grave y terrible conflicto de la repartición de beneficios. Aun las conciencias más plenariamente burguesas tienen la certeza, o por lo menos presienten la injusticia que preside la retribución del obrero. Nosotros admitimos de muy buen grado en el capitalista una generosa orientación que aumentase la participación del obrero. Y no es sólo obstáculo para ello la necesidad de que la medida fuese general, para no luchar con desventaja en la batalla de los beneficios, con aquellos otros capitalistas o empresarios que no abundasen en tales generosas orientaciones. Pero es que además se ofrece la perspectiva de no coincidir nunca las que hoy son voluntades opuestas, por faltar la medida-árbitro que sirva de conciliadora entre los egoísmos que se oponen.

El manjar que se disputan obrero y patrono es, según Marx, la plus-valía. Tiene ésta una existencia indudable. Lo arduo de averiguar es dónde comienza y dónde termina.

En el valor del producto elaborado entran varios factores: 1.° Materiales que se consumen al ser aprovechados. 2. Interés del capital que se adelante de la producción. 3.o Amortización de dicho capital.

4. Retribución a la iniciativa del empresario (de ésta apenas si se ocupa Marx, por lo menos en la traducción española). 5.° Plus-valía.

Quien adquiere el producto elaborado, ha de reintegrar el valor de lo consumido, de los materiales perdidos por el capitalista; ha de abonar el interés proporcional del capital colocado en la empresa, el tanto de quiebra o desgaste de los instrumentos, la justa retribución al trabajo intelectual de iniciativa, y ha de suplementar todo esto con un exceso que, hasta ahora, ha sido la prodigiosa fuente de los dividendos...

Según Marx, este suplemento al valor del producto-plusvalia-es un auténtico robo que el capitalista comete, es la energía del obrero, su fuerza de trabajo, que descaradamente se mete en el bolsillo.

II

Para demostrarlo hace este razonamiento, ¿de dónde puede surgir ese valor por más, esa plus-valia? Los materiales invertidos, el capital que se adelanta, tienen una realidad infecunda; no es posible suponer a esos elementos capaces de engendrar un nuevo valor. No cabe otra solución que ver su origen en la fuerza del trabajo, mejor dicho, en la capacidad del obrero que se vende al patrono.

Y si esto es así, ¿la plus-valía no es el legítimo precio de las energías humanas?

Carlos Marx hace una distinción entre la capacidad de trabajo y el trabajo mismo.

De no haberse hecho jamás en la economía burguesa dicha necesaria distinción, subsiste el feudalismo del precio.

Cuando un obrero llega a la fábrica a ofrecer el concurso de sus brazos no vende sólo su trabajo, sino su capacidad absoluta.

«Si sólo se estudia superficialmente la sociedad burguesa parece que en ella el salario del trabajador es la remuneración del trabajo, esto es, que una cantidad determinada de trabajo se paga con una cantidad de dinero. El trabajo se considera como una mercancía cuyos precios corrientes oscilan en su valor.»

«¿Qué es el valor? El valor significa el trabajo social invertido en la producción de una mercancía. ¿Y cómo se mide la cantidad de valor de una mercancía? Por la cantidad de trabajo que encierra. ¿Cómo se determinará, pues, el valor de un trabajo de doce horas? Por las doce horas de trabajo que contiene, lo cual carece de sentido, sin duda alguna.»

<En todo caso, el trabajo para ser llevado y vendido en el

mercado como mercancía, debería existir de antemano. Mas si el trabajador pudiera darle una existencia material, separada de su persona, vendería mercancía y no trabajo.

Quien se presenta en el mercado directamente al capitalista es el trabajador y no el trabajo. Lo que aquél vende es su propio individuo.

Estas son las conclusiones marxistas, un poco metafísicas, un poco abstractas, un poco anti-empíricas. No es muy fácil distinguir la capacidad del trabajo, del trabajo mismo, frente a la producción. ¿Qué más da que yo venda mis energías para producir durante dos horas, o el trabajo mismo de dos horas desintegrado de mi capacidad de producir-si esto fuera posible? ¿Qué diferencia puede haber entre la venta de mi potencia para determinada fuerza, a la venta de la fuerza misma? Parece un juego imbécil de distingos escolásticos.

Y, no obstante, en la economía socialista, marxista, anti-liberal, tiene este distingo una importancia extraordinaria.

¡Como que a la confusión entre la energía realizada y la capacidad de trabajo, atribuye Marx todos los errores y todas las concupiscencias del régimen capitalista!

«Lo mismo para el trabajo-dice él-que para toda otra mercancía, este juicio no puede ser más que su valor enunciado en dinero; este valor lo fijó la economía política por el valor de los elementos necesarios para la subsistencia y reproducción del trabajador. De este modo sustituyó el objeto aparente de sus investigaciones, el valor del trabajo, por el valor de la fuerza de trabajo, fuerza que sólo radica en la persona del trabajador y se diferencia de su función, el trabajo, como una máquina, se diferencia de las operaciones que ejecuta.»>

Con tales principios básicos, la vieja economía, al llegar a la operación cumbre en toda empresa de repartir los beneficios, sólo aspiró a reintegrar la fuerza consumida, y la empresa nunca se consideró deudora del mayor valor de la mercancía procurado por aquella fuerza.

En la vieja economía adquiere este instante de la produc

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