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carencia de todo raciocinio originan la mayor de las ignorancias, eslabonando sucesivos errores.

«Dentro de estos sistemas engendrados por el principio de simpatía y antipatía-dice Bentham- el amor propio quiere hacer triunfar los sentimientos individuales sin compararlos con los de los demás. De ello resulta que el hombre, aun cuando albergue las más puras intenciones, se atormenta a sí mismo y llega a ser el azote de los otros; si es de un temperamento bilioso, declama furiosamente contra todos los que no piensan como él y llega a ser uno de aquellos exaltados perseguidores que hacen el mal pensando que obran santamente, que atizan el fuego del fanatismo con la actividad que produce el convencimiento de que con ello llenan un deber y que maltratan descaradamente con palabras perversas a los que no adoptan opiniones que tienen por irrefragables; si es de un temperamento melancólico, se forma un carácter taciturno y llora amargamente por la locura o depravación de los hombres, y, si es de un natural sanguíneo y vigoroso todo lo ve a través del prisma de su buen humor, de todo ríe, su libertad no tiene límites, su moral es corrompida como su corazón, ensancha cuanto puede las barreras que circunscriben el deber, o tal vez, las atropella hasta el punto de desconocer al Criador y al principio fundamental de su ley y de toda la moral, el cual es el amor a nuestros semejantes» (1).

Claro es, que muchas veces el principio de simpatía y antipatía coincide con el principio de utilidad, porque tener afecto a lo que nos aprovecha y aversión a lo que nos daña, es innato en el corazón humano, pero, esas simpatías y antipatías fundadas exclusivamente en impresiones emotivas, en afectos y en odios sin fundamento, no son guías seguros para llegar hasta el principio de utilidad. Este, siempre debe ser producto del razonamiento y del cálculo, de medir y pesar el pro y la contra de cada acción, no pudiendo basarse, por tanto, en impresiones

(1) NÚÑEZ: Principios de la Ciencia social, pág. 18.

agradables o dolorosas. Muchas veces la utilidad lleva consigo sensaciones desagradables, tanto en lo físico como en lo moral; la amputación de un miembro, que salva la vida de un individuo, lleva consigo intensos dolores, a pesar de su manifiesta utilidad; el estudio, que muchas veces es enojoso y desagradable, influye también beneficiosamente en la vida de los individuos y de los pueblos. Véase, pues, como la simpatía y la antipatía, aun cuando algunas veces obren de acuerdo con el principio de utilidad, conducen casi siempre al error y al mal a los que obedecen ciegamente sus impulsos. La única base segura de una conducta justa y benéfica es la que se funda en la utilidad general, pues, aunque muchas veces se hace el bien por otros motivos, constantemente, no puede hacerse más que apoyándose en este principio, al cual deben someterse la simpatía y la antipatía si no quieren despeñarse en los abismos del error, del mal y de la injusticia.

Después de las consideraciones generales que hace Jeremías Bentham sobre el principio de simpatía y antipatía, enumera las principales causas de antipatía. Son las siguientes: 1.a Repugnancia de los sentidos; 2.a Orgullo ofendido; 3.a Poder contrariado; 4. Confianza; 5.a Deseo de la unanimidad engañada, y 6.a Envidia.

Basta meditar un poco sobre esas causas de antipatía estudiadas por Bentham para convencerse de lo exactas y adecuadas a la realidad que son. Lamentamos que los estrechos limites en que deben encerrarse los trabajos de este linaje, no nos permita hacer algunos comentarios acerca de las citadas causas de antipatía. Quien desee encontrar esas causas con todo lujo de detalles, debe consultar las magistrales obras que sobre las doctrinas benthamistas realizó nuestro ilustre compatriota, el sabio bibliotecario de la Universidad de Salamanca, D. Toribio Núñez.

Bástenos saber cuáles son las principales causas de antipatia y tengamos siempre presente que si las dejamos obrar a su antojo, la violencia que alcanzarán, será tal, que hará imposible la

armonía entre los hombres; que si nos entregamos a su pernicioso influjo, siempre irá este en aumento y estrechará, cada vez más, el círculo de nuestros amigos y de nuestros placeres más gratos, haciendo insufrible nuestra vida social. Para combatirlas, debemos alejar de nuestro pensamiento todo lo que pudiera acuciarlas y enardecerlas, prescindiendo de los objetos que las excitan y tolerando con dulzura las incomodidades que nos causen. El que no se encuentra dispuesto a esta clase de sacrificios, es que no tiene todavía idea de la virtud, puesto que, ésta no es sino el sacrificio que hace cada uno de sus comodidades, de sus gustos, de sus bienes, de sus derechos, de sus honores, y, en ciertos casos de su vida, en favor de los demás.

Acerca de la dificultad que entraña el combatir al principio de antipatía, dice Bentham: «Los autores de moral y de política podrían dividirse muy cómodamente por la diferencia de sus principios en dos clases: una, la de los que procuran exterminar las plantas venenosas que producen la antipatía y otra la de los que la siembran, la cultivan y la propagan. Los primeros, se exponen a la animadversión pública, mientras que, los segundos, se concilian el afecto de la multitud, porque adulan bajo una forma especiosa a la venganza y a la envidia. Los libros que han alcanzado más celebridad son los que ha dictado el principio de antipatía, como los libelos, las obras exaltadas, las patéticas, las satíricas, etc.» (1).

Los defensores y adalides del principio de simpatía y antipatía tienen a su disposición los poderosos medios de combate que suministran las pasiones. Halagando estas pasiones les es fácil atraerse numerosos adeptos y propagar rápidamente sus doctrinas. Los que defienden el principio de utilidad, claro es, que se hallan desprovistos de todas esas falsas armas que esgrimen sus contrarios; éstos, subyugan con facilidad a las masas; aquéllos, no pueden dogmatizar, deslumbrar ni sorprender, pues se hallan obligados a establecer sus doctrinas, basándose en ra

(1) NUÑEZ: Principios de la Ciencia social, tomo I, pág. 27.

zonamientos lógicos; no poseen más armas que el análisis y el razonamiento, a pesar de lo cual, puede afirmarse, que esta marcha analítica y lenta, es la única que conduce con seguridad a buen término, y el camino que debe seguirse para descubrir de una manera cierta lo que conviene a los individuos y a los pueblos.

(Continuará.)

JUAN SÁNCHEZ-RIVERA DE LA LASTRA.

VALOR DE LA LEGISLACION INDUSTRIAL

«Entre le fort et le faible, en. tre le riche et le pauvre, c'est la liberté que tue, c'est la loi qui affranchit.

LACORDAIRE.

Si el hombre no fuera un ser egoísta, tendiendo siempre a satisfacer todas sus necesidades, grandes o pequeñas, aun a costa del sacrificio de las más perentorias de los demás hombres, el Estado como poder coactivo, la ley como norma obligatoria e impuesta forzosamente, no tendrían razón de ser. Pero el Derecho de la naturaleza humana-la Justicia-frecuentemente es incumplido en las relaciones de la vida social y no se da a cada uno lo que debe dársele, porque le pertenece. Repetidamente el sentimiento y la noción de lo justo sucumben ante un egoísmo triunfante, humano, muy humano, pero injusto. La injusticia es veneno para la armónica vida social, y la sociedad la repele en la medida de sus fuerzas. El instrumento con que la sociedad cuenta para impedir y reprimir la injusticia, que brota del egoísmo, es la ley. La ley, intérprete y manifestación del espíritu y conciencia justos dc la sociedad, siempre, y de la costumbre justa cuando exista, de manera previsora, coactiva y sancionadora, coordina las acciones de todos los miembros sociales, determina inapelablemente lo suyo de cada uno en las múltiples y variadísimas relaciones jurídicas, fuerza a dárselo al que a ello se vea obligado por virtud de la relación, y, en fin, impide terminantemente que el egoísmo de cada uno logre invadir la esfe

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