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o hay libro tan útil á la humanidad como la historia; pero al mismo tiempo es tambien el más difícil de escribir. Las aprecia– ciones y los juicios que necesariamente ha de emitir el historiador para que su relato sea historia constituyen el fondo de doctrina que en la historia aprende el pueblo; y por lo general se ofrecen grandes dificultades para que esas apreciaciones y esos juicios estén siempre dictados por la justicia, madurados por la prudencia y emitidos con la imparcialidad de una conciencia libre de las pasiones bastardas que engendran las exigencias de las ambiciones de partido.

A pesar de esas dificultades que se presentan en la ejecucion de los trabajos de la índole de este que hemos emprendido, tenemos tal confianza en la imparcialidad de nuestros juicios, que no hemos temido afrontarlo, en la seguridad de que podremos llevar á feliz término la realizacion de nuestro pensamiento. Y abrigamos fundadamente esta confianza, porque ajenos á las luchas apasionadas de nuestros partidos políticos, hemos presenciado siempre los acontecimientos desde la altura en que debe colocarse el crítico para poder apreciar y juzgar sin odio, sin prevencion y sin apasionamiento.

Se advierte en general, en la historia de todos los pueblos, que hay épocas en las cuales algunas ideas nuevas arrancan del árbol social las instituciones envejecidas ó las preocupaciones perjudiciales; así como los vientos de otoño hacen caer de los árboles las hojas que han secado los últimos calores del estío. En España se presentó una de esas épocas al principio de este siglo. El genio arrogante y aventurero que nos habia distinguido en tiempo de Cárlos V se habia enervado con la confianza de un poder que perdimos sin advertirlo; y habiamos llegado despues del extremo de nuestra lozanía al extremo de la debilidad. Sin embargo, puede asegurarse que sólo estábamos abatidos, pero no pervertidos, y que, por lo tanto, el árbol de nuestras instituciones no necesitaba mas que las nuevas hojas que habian de nacer en la primavera. Más que una revolucion, el pueblo español necesitaba una modificacion, y la obtuvo á pesar de ser esta mucho más difícil que aquella.

Esta modificacion se ha realizado durante la época de que vamos á ocuparnos. Por eso, aun cuando en el título anunciamos sólo la historia de un hombre, la vida de un importante personaje militar y político, lo que verdaderamente vamos á escribir es la historia completa de una época, que en lo porvenir ha de servir por muchos siglos de punto de partida al desarrollo intelectual, moral, material y político de la nacion española. En nuestro concepto el ilustre patricio de quien vamos á ocuparnos, como otros muchos de otros siglos y de otros países, es un héroe colectivo, por decirlo así, que se ha modelado sobre su época y ha encarnado en sí mismo toda la individualidad de la nacion.

Desde que su nombre resonó en aquellos campos de batalla donde luchaban las nuevas ideas contra las antiguas preocupaciones, D. Baldomero Espartero ha sido la representacion activa del

carácter y aspiraciones del pueblo español. Sin saberlo, sin conocerlo quizá y sólo adivinándolo, ha sido por espacio de muchos años el verdadero, el genuino representante de la opinion pública. La revolucion á que ha servido y que ha dirigido no la inició ni la inventó él, pero la manifestó; fue el instrumento elegido por la Providencia para la regeneracion de España, que sin él no hubiera podido pasar entónces de propósito ó de tendencia. Su actitud, su conducta y sus opiniones siempre han tenido un orígen muy elevado; jamás han mostrado ese sentimiento de codicia ó de odio que nace de las pasiones ruines que afligen al corazon humano.

Espartero, como todos los que llegan á la posicion que él ha ocupado, ha sido más de una vez acusado, combatido, injuriado y calumniado; pero siempre le ha rehabilitado espontáneamente la opinion pública, el juicio de la nacion, sin que jamás haya tenido necesidad de variar, y ni aun siquiera de modificar su actitud, su carácter ni su conducta. De todas las luchas que las pasiones políticas han sostenido para desconceptuarle ha salido constantemente victorioso y con más popularidad cada vez. ¿En qué consiste este fenómeno? En que D. Baldomero Espartero no ha llegado á los altos puestos de la nacion por llenar los deseos de una ambicion personal, ni por codicia, ni por satisfacer las exigencias de ninguna agrupacion de hombres que le mantuviesen un prestigio ficticio. No: Espartero ha tenido una mision mucho más elevada; si llegó á colocarse á tan inmensa altura fue para satisfacer las exigencias de la opinion pública, para representar desde allí al pueblo que le trasmitió todos sus derechos y todos sus poderes, en una palabra, PARA CUMPLIR LA VOLUNTAD NACIONAL. Ni Espartero podia renunciar á aquella representacion, ni tampoco pudo tener otras aspiraciones ni realizar otros designios; porque en aquellos altos puestos estaba simbolizado en él el pueblo, la nacion entera, que no pedia más, ni queria más, ni ambicionaba otra cosa. Y nos detenemos en estas consideraciones para que sirvan de contestacion á los que han lamentado la falta de ambicion del general Espartero, señalando esa falta de ambicion como la causa de la lentitud en el desenvolvimiento de ciertas ideas.

Puede afirmarse que los más esenciales y distintivos elementos del carácter de nuestro pueblo son la fe religiosa y monárquica y un profundo sentimiento de independencia y libertad. A pesar

de que algunos de estos elementos parece como que se rechazan entre sí, la verdad es que están unidos en concentrada proporcion y han engendrado en todos tiempos la grandeza de nuestra historia patria. Siendo el general Espartero, como nosotros creemos que ha sido, el representante genuino del pueblo español en la época de su regeneracion política, necesariamente habia de tener ese mismo carácter cuyos elementos hemos indicado, y por lo tanto no podia prescindir de ellos sin variar sus condiciones.

que

Los han censurado la conducta impulsada por los rasgos de este carácter lo han hecho sin duda en la creencia de que se trataba de un soldado de fortuna, criado en los campamentos, alimentado con el humo de la pólvora y desvanecido con la ambicion de las conquistas. Cuando Espartero llegó á ser señalado como el soldado de la nacion, ya era un oficial general del ejér– cito, y habia llegado á esa alta clase, á pesar de su modesto orígen, bajo un régimen y un sistema muy diferentes de aquel que en España se inauguró en el año de 1833. El defensor del trono constitucional de Doña Isabel II y de las instituciones liberales de España no era, pues, un soldado advenedizo que salia de la fermentacion revolucionaria del momento, sino un soldado de carrera que habia llegado ya á una alta graduacion, y que iba á imprimir á las nuevas y legítimas aspiraciones del pueblo español el sello de la legalidad y del órden.

que

Otros han cambiado la forma de la acusacion y han dicho el general Espartero, abusando de su prestigio militar, habia empleado la fuerza de las bayonetas para conseguir escalar los altos puestos políticos de la nacion. Tampoco esto es cierto. El prestigio de que tan justamente gozara en el ejército jamás lo empleó para la consecucion de ningun medro personal ni de partido. Todos los triunfos políticos en que se ha proclamado el nombre de Espartero se han obtenido por el pueblo sin el concurso de la tropa, y hasta en 1840, en que parecia ser impulsado el movimiento por el jefe superior del ejército, se observó que ni un solo soldado apoyó la actitud en que se colocaron los ayuntamientos todos de la Península. El general Espartero sólo ha usado de su prestigio con los soldados cuando en servicio de la patria ha necesitado conducirlos al combate, y en estos casos, todos, amigos y adversarios políticos, se han entusiasmado al eco de su voz, y no han visto en él mas que al jefe que en representacion del pueblo los habia de conducir á la victoria.

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