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por lo que fue muy prolongada su agonía. El Segre tiene tres puentes del primero, segun una antigua leyenda, los condes de Barcelona, estando en guerra con los de Castilla, arrojaron al abismo algunos espías que intentaron penetrar en el país, por cuya razon le llaman Puente de los Espías. Dista una legua del segundo, conocido con el nombre de Puente del Diablo, el cual se compone de dos puentes sobrepuestos. El inferior es peligroso y mal construido, y el de encima espacioso y sólido, por lo que se dice que el diablo construyó el primero para precipitar á los cristianos que se atreven á pasarlo, y que un santo ermitaño alcanzó de la Virgen de Montserrat que construyese el segundo inaccesible al poder de los siglos. El tercer puente no es mas que un monton de ruinas; fue destruido cuando la guerra de sucesion junto con el castillo que lo defendia. Todos estos puentes fueron indicados al conde de España uno tras otro como puntos en que debia sufrir la muerte. ¿Qué otro castigo le hubiera dado, si hubiese podido resucitar, el desventurado Ortega, á quien España hizo arrodillar tres veces en distintos puntos antes de dar al piquete que le fusiló la voz de fuego? En aquellos últimos momentos sin duda le parecia al sanguinario conde que el infortunado ex-gobernador de Monjui dirigia el pensamiento y el brazo de sus verdugos.

«Al llegar al Puente de los Espías, que es el último que pasaron, Bep del Oli arrancó al conde de su asno, le hundió un puñal en la espalda, y mutilándole el rostro para que nadie le pudiese reconocer, le cogió por la cabeza mientras Ferrer le asia de los piés, y ambos. le tuvieron un instante suspendido sobre el abismo. La víctima ensangrentada pedia perdon, y sin encontrar en sus verdugos más compasion de la que en él habian hallado los infinitos mártires que habia lanzado á la eternidad, fue precipitado en el abismo. La ensangrentada corriente del Segre llevó el cadáver á las inmediaciones de Ager, donde habia un destacamento de tropa constitucional. El centinela, viendo sobrenadar el cuerpo de un hombre, avisó al oficial de la guardia, quien no tardó en reconocer el cadáver del ex-capitan general de Cataluña, conde de España. Participó á Barcelona esta noticia que fue recibida con inexplicable placer, no porque creyesen los constitucionales que del conde de España dependia el triunfo de D. Cárlos, sino porque vieron purgada la tierra de un mónstruo inícuo, cuyos hechos quedaban escritos con lágrimas y sangre en el seno de muchas familias. >>

Tal fue la muerte del conde de España en cuanto á la parte ejecutiva; respecto de las causas que la motivaron, fueron debidas estas á

la mala voluntad que se profesaban el general-cabecilla y la junta facciosa catalana. A diferencia de la establecida en Aragon y Valencia, que se hallaba supeditada enteramente al cabecilla Cabrera, la junta catalana reasumia en si facultades tan omnimodas, que los generales, más bien que jefes superiores, venian á ser unos simples mandatarios de ella. Acostumbrado el conde de España á servir al gobierno de Fernando VII y á ser el objeto de sus consideraciones, no podia resignarse de buen grado á la subordinacion que le exigia la junta, á cuyos individuos juzgaba respecto de él muy inferiores, siéndole por otra parte muy humillante á su amor propio que un general de la laya de Cabrera estuviese revestido de grandes atribuciones, y tuviera más libertad de accion que la que á él se le concedia. Así fue que desde su advenimiento al mando se estableció entre el conde y la junta facciosa una lucha intestina, que acabó como hemos visto con la destruccion de una de las partes contendientes. Muerto el conde, la junta consiguió su propósito, que era el de ser árbitra suprema del ejército; pues ni Segarra, que sustituyó á aquel en el mando, ni los demas jetes militares la contradecian lo más mínimo, acatando sumisos y obedientes cuantas disposiciones emanaban de aquella. Pero, segun hemos indicado y tendremos ocasion de ver más adelante, el desastroso fin del conde de España fue un acontecimiento de funestas consecuencias para la causa carlista, no sólo por la falta de su cooperacion, tan necesaria en circunstancias las más críticas para la guerra, sino por las defecciones á que dió lugar y las negociaciones que Segarra y otros jefes entablaron despues con los constitucionales, huyendo de Cabrera que se proponia vengar el asesinato del conde.

Pasaremos á tratar ahora de un suceso de grandisima significacion é importancia, por cuanto se relaciona íntimamente con la posicion independiente y digna, que aun en medio de tantos disturbios politicos, habia conservado siempre el general Espartero. Ántes sin embargo será preciso que nos ocupemos, si bien lo más breve posible, de la política que siguió el gobierno despues de la memorable sesion de los abrazos, porque de este modo se comprenderá mejor la inmensa gravedad y trascendencia del manifiesto de Mas de las Matas, que es el acontecimiento á que nos referimos.

En vano se habia esperado que el ministerio, en virtud de la leccion que habia recibido en el Congreso el dia 7 de octubre, la aprovecharía para resignar el poder en la mayoría de aquellas Cortes, ó bien, si no queria retirarse, para modificar en un sentido más conforme al espíritu de la constitucion los proyectos de ley sobre ayunta

mientos, milicia nacional y libertad de imprenta, que por su inconstitucionalidad y marcado retroceso habian sido tan mal recibidos así en la tribuna como en la prensa. El gobierno, que tenia sus planes, no creyó conveniente alimentar siquiera por algun tiempo las esperanzas que muchos concibieran acerca de una época de reconciliacion y de ventura, y se decidió por lo tanto á no ceder un solo palmo de su terreno, desdeñando utilizar en bien de la nacion la generosidad de sus adversarios, que en vista de la conducta exclusivista y anticonciliadora del ministerio, se convencieron al fin de lo impracticable de la fusion, y tuvieron que ocupar de nuevo, como contendientes otra vez, sus respectivos puestos. Si en la cuestion de fueros el gobierno habia cedido mal de su grado, quedábanle otras muchas cuestiones en que incitar á la oposicion progresista contra sus designios reaccionarios, y por consiguiente un recurso siempre á mano para la realizacion de sus fines, que no eran otros que disolver las Cortes y seguir gobernando el país sin obstáculo alguno que le impidiese falsear todos los principios constitucionales.

La ocasion que el gobierno deseaba no tardó mucho en presentarse en la contestacion al discurso de la corona. Fue tan reñido el debate, tan terrible la oposicion que encontró el ministerio y tan graves los cargos que le dirigieron los representantes de la nacion, que sin perjuicio de llevar á cabo muy pronto la disolucion de las Cortes, creyó el gobierno que debia acallar los ánimos sacrificando á la opinion pública una parte de aquel gabinete tan combatido por ella. Al efecto salieron de él por decretos del 21 de octubre los ministros de Gobernacion y de Marina; mas como la modificacion se limitase á las dos personas que ménos influian en la marcha del gabinete, lo que en otra ocasion habria sido un medio de satisfacer la opinion pública, fue recibido entónces como una burla irritante, como un insulto hecho al país y un nuevo reto á sus representantes. Estos lo aceptaron, como debian, y entonces pudo verse cuán alto rayaban el respeto á las prácticas parlamentarias y la consecuencia política de aquellos hombres, que á muy poco de haber disuelto unas Cortes moderadas iban á disolver otras progresistas. Como entre aquellos ministros sólo habia uno capaz de gobernar constitucionalmente, y este era el de la Guerra D. Isidro Alaix, el respetable general se decidió á abandonar su cartera, así que se convenció de cuáles eran las intenciones de sus demas colegas de gabinete, y presentó su dimision el 30 del mismo octubre, que le fue admitida. La salida de Alaix puso al ministerio en la necesidad de buscar otro hombre más flexible, que á falta

de otros méritos y circunstancias se prestara á ser instrumento dócil para ejecutar sus planes, y sobre todo que fuese capaz de subir á la tribuna á leer el decreto de la suspension de las Cortes, que era lo que' más preocupaba al ministerio. No tardó en encontrar este la persona que necesitaba, siendo el agraciado un tal D. Francisco Narvaez, mariscal de campo, á quien el gobierno, presintiendo sin duda el gran servicio que estaba llamado á prestarle, habia conferido poco ántes la capitanía general de Castilla la Nueva, y recientemente le habia ascendido como recompensa anticipada al empleo de teniente general.

El gobierno se habia propuesto no descuidar tan arduo negocio, y abierta el dia siguiente 31 la sesion del Cougreso, se dió cuenta de los reales decretos de S. M. admitiendo á Alaix la dimision de las carteras de Guerra y Marina, y nombrando para reemplazarle en dichos cargos á D. Francisco Narvaez. No dudando ya los diputados acerca de la suerte que les estaba reservada, diéronse prisa á redactar y firmar una proposicion, que á la vez que envolvia un voto de censura al ministerio, era un legado precioso á los pueblos para hacer entrar al gobierno en las vias constitucionales. La proposicion decia así:

«Considerando que la principal garantía que los pueblos tienen para conservar y defender su libertad y los derechos que la constitucion declara, consiste en que no pueden exigirse ni cobrarse las contribuciones que no sean votadas ó autorizadas por las Cortes:

«Considerando que los ministros han infringido ya el artículo de la constitucion que consigna expresamente este derecho; y que es probable, atendida su actual conducta, persistan en este sistema de arbitrariedad y despotismo:

«Considerando que los representantes de la nacion no cumplirian con el más importante y sagrado de los deberes que su noble encargo les impone, si no se opusieran por todos los medios legales que están á su alcance á la violacion de la ley fundamental; y si no advirtieran con tiempo á los pueblos del peligro que corren sus libertades por demasías del poder:

«Considerando, en fin, que para llenar este imprescindible deber, es necesario adoptar en las presentes críticas circunstancias disposiciones enérgicas y eficaces para evitar ó contener los males que á la libertad y á la patria inminentemente amenazan :

« Pedimos al Congreso se sirva acordar :

«El Congreso de diputados declara que los españoles no están obligados á pagar contribuciones, arbitrios ni otra especie de impuestos,

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