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CAPITULO I.

Oriundez.-Educacion y Estudios.-Su entrada en el mundo.-Consideraciones sobre el estado de la opinion en dicha época.-Colocacion de Argüelles en la secretaría de la interpretacion de lenguas.-En la de la consolidacion de Vales.-Su viage á Inglaterra.

NACIÓ D. Agustin Argüelles en Rivadesella, pequeño puerto

de mar de la provincia de Oviedo (antiguo principado de Asturias) en 28 de Agosto de 1776. Fueron sus padres D. José Argüelles y Doña Teresa Alvarez Gonzalez, ambos de familia distinguida. Hijo segundo y de segundo matrimonio, no tenia mas perspectiva, como casi todos los jóvenes de su clase en aquel tiempo, que la carrera de las armas, ó las letras. Abrazó D. Agustin la última que fue la vocacion de toda su existencia. Estudió latinidad en el pueblo de su nacimiento, y á los doce años de edad, pasó á estudios mayores en la universidad de Oviedo.

De los pormenores de su niñez y primera juventud, tenemos poquísimas noticias: tampoco pueden ser de interés, ni propias de un escrito de esta clase, que no será de largas dimensiones, dedicado mas á los asuntos de la vida pública que de la privada. Se sabe que fué de ingenio precoz, y que su padre se aplicó á cultivar esta disposicion, dándole una educacion muy esmerada. Que fué aprovechado en su curso de latinidad, lo acredita la circunstancia de haber sido buen latino, y mostrado siempre grande aficion á los clásicos en esta lengua. En la universidad de

Oviedo se distinguió por su aplicacion y su despejo, pudiendo decirse que fué uno de los estudiantes mas lucidos de aquel cuerpo literario, donde desempeñó con felicidad y brillantez diversos ejercicios. Muy pronto se dió á conocer por su instruccion, aun en materias que no se enseñaban en las aulas, por la facilidad y gracia en el decir, que iban á hacer con el tiempo sus grandes titulos de fama. En 1790 despues de concluido el curso de filosofía, pasó al estudio de las leyes en cuya facultad recibió el grado de bachiller, como en la de cánones. En la universidad donde dió fin á su carrera literaria, contrajo estrechas relaciones con varios de sus individuos que habian introducido el gusto de los buenos estudios, contándose entre ellos á D. Andres Angel de la Vega que en las córtes generales de Cádiz fué su compañero.

A mediados de 1798, fué nombrado secretario de D. Pedro Diaz Valdés, Obispo de Barcelona, natural de Asturias, que acababa de ser promovido á dicha Sede. Partió Argüelles para su destino; mas tardó poco en conocer que no convenian aquellas ocupaciones á un hombre de sus hábitos. Renunció pues á ellas y á principios de 1800 se trasladó á Madrid, á donde acudian tantos jóvenes que entonces como ahora aspiraban á brillar y hacer fortuna. Mas antes de dar mas pasos en la vida de Don Agustin, no estará de mas que hagamos algunas observaciones sobre el estado de la Sociedad, sobre el de las ideas y opiniones de la época de su entrada en el gran mundo.

Se habia verificado en el último tercio, y aun podemos decir la última mitad del siglo XVIII en España y en Madrid mas que en parte alguna, una revolucion moral é intelectual que si hacía poco ruido por razones que son obvias, no dejaba de transpirar en producciones literarias, en conversaciones y hasta en el seno de las mismas universidades. Comenzaba la generalidad de los hombres á examinar con alguna detencion los absurdos de que adolecia nuestro edificio político y social, que llevaba tantos siglos de existencia. No es decir esto que tales ideas y sentimientos hubiesen dejado de fermentar en tiempos anteriores; mas no estaban desenvueltos hasta el punto de considerarse como do

minantes. Eran muchas las trabas que ponian á toda mejora los gobiernos celosos de su origen divino; demasiada la vigilancia del Santo Oficio contra cualquiera cosa que podia tener visos de innovacion en materia religiosa; demasiado arraigados los hábitos de la educacion, para no plegarse al yugo de las ideas dominantes. Habian espirado las ideas de libertad é independencia politica en los campos de Villalar, y desde aquella época se puede decir que bajo el imperio de la casa de Austria no hubo, con pocas escepciones, sobre ciertas materias, mas que un modo de pensar en toda España. Se consagraba la literatura de órden grave á sancionar en gran parte estas ideas. La amena era ingeniosa en toda la estension de la palabra; mas si esplotaba hábilmente el campo de la imaginacion; si retrataba con fidelidad las costumbres de la época, no hacía ni podia hacer aunque quisiera, esclusiones en el del pensamiento, contraido á las materias ya indicadas. Cambió algo el semblante de las cosas el advenimiento de la casa de Borbon, y si bien sus principes estaban educados en las mismas doctrinas acerca de su origen divino que distinguian á sus predecesores, prepararon algun tanto el campo, con la proteccion que dieron al saber y buenas letras. Nadie ignora lo celoso que se mostró entre ellos Carlos III por difundir la instruccion en todos ramos, y los monumentos que de su amor á las ciencias y á las artes se deben á su munificencia. Es histórico, que espantado este Monarca en sus últimos años de los síntomas de convulsion que ofrecia la nacion vecina, se arrepintió de haber ido acaso mas lejos de lo que pensaba; mas dado ya el impulso, no estaba en sus manos ni en las de su sucesor refrenar el vuelo de las luces que se estaban difundiendo. Ni para el gobierno, ni para la misma Inquisicion era posible contrarrestar la ley eterna del progreso y movimiento, mas o menos lento, pero constante, y no mas visible en el mundo material que en el campo de la inteligencia. Circulaban por nuestra estudiosa juventud ausiosa de cosas nuevas, cuantos libros en legislacion, en política, en ciencia administrativa, en todos géneros de literatura salian á luz entre nosotros, ó adquirido gran reputacion en paises extrangeros, sin que el sello de reprobacion que pesa

ba sobre algunos, produjese otro efecto que dar nuevo aliciente á su lectura.

Vino la revolucion de Francia á dar nuevo impulso á ideas ya tan avanzadas. Es un hecho histórico que aquel gran movimiento fue saludado con sentimientos de mucha simpatía por cuantos se tenian por ilustrados en las demás naciones de la Europa. Las escenas de horror y sangre con que se manchaba la revolucion, no destruyeron del todo el prestigio de los grandes principios, de los heróicos sentimientos que allí se proclamaban. Si horrorizaban los cadalsos y demás rasgos de ferocidad, no podian menos de tributarse homenages de la admiracion mas viva, á las victorias, á los brillantes laureles de que se cubria la república. Llamó singularmente la atencion universal, la aparicion de Bonaparte en escena tan grandiosa. Todavia recordamos la gran curiosidad con que se le seguia en sus campañas en Italia, en Egipto, y el entusiasmo con que se sabian sus victorias. Si la usurpacion del 18 de brumario hizo bajar algun tanto la ilusion á muchos, se achacó aquí como en Francia á la ley de la necesidad; tambien se cubria á los ojos de los españoles la pérdida de la libertad francesa con el prestigio de la grandeza y de la gloria. La subida mas tarde al trono imperial, fué nuevo motivo de fascinacion, y si la victoria de Marengo escitó tanto arrebato, no se dieron menos aplausos á las de Austerlitz y Jena. Los militares, sobre todo los que se preciaban de alguna inteligencia en la ciencia de la guerra, estaban ébrios de admiracion hácia el esclarecido capitan que con tanta brillantez la practicaba.

Tal era sobre poco mas o menos el estado de las ideas y opiniones, cuando se crió, cuando se educó y se formó D. Agustin Argüelles, cuando hizo su entrada en el mundo, cuando se presentó por primera vez en Madrid, donde sin duda se hallaban mas desarrolladas que en los pueblos de provincia. Las teorías estaban en pugna con las prácticas. Ya no se apoyaba el sistema político dominante en la opinion de los que habian recibido un impulso intelectual, y trataban á su vez de trasmitirle. Se deseaban cambios en política, en todos los ramos de

administracion que contribuyen á desarrollarla. No estaba calculada una corte como la de Cárlos IV para conservar en toda su pureza el respeto proverbial que los españoles profesaron en todos tiempos al trono de sus reyes. Si se adoraba, al menos en apariencia, el ídolo entonces del favor, y á tributarle incienso se apresuraban cuantos corrian en pos de la fortuna, se murmuraba casi públicamente de su administracion, y se hablaba de él como de un hombre sin capacidad, llevado á la cumbre del poder en alas del capricho.

No habiendo tenido entonces relaciones con D. Agustin Argüelles, no podemos decir á punto fijo cuales eran sus ideas en política, con qué ojos miraba las cosas de su pais y las estrañas, si pertenecia á la clase de los deseosos de innovaciones y reformas; pero debemos suponerlo asi, porque tal era el color de la juventud de aquel tiempo que aspiraba al nombre de ilustrada. En Madrid entabló relaciones con los hombres de esta clase, con los principales literatos. Los mas no existen ya, para dar testimonio de estas conexiones. Sin duda debia de ser bien recibido en todos estos circulos un mozo instruido, de regular presencia, de buenos y cultos modales, que con tanta soltura y gracia se espresaba. Aunque relacionado con tantos hombres eminentes y de instruccion en aquella época, no sabemos que hubiese entonces escrito ó al menos publicado nada. Mas Argüelles no habia ido precisamente á Madrid con objeto de instruirse y proporcionarse relaciones agradables. Era preciso una colocacion, para un hombre que como él, habia nacido sin fortuna.

Entró por aquellos años en la secretaría de la interpretacion de lenguas, que tenia entonces mas importancia, ó á lo menos mas lustre que en el dia. La verdadera fecha se ignora, ni aun consta de los papeles del archivo del ministerio de Estado que hubiese obtenido plaza de oficial en dicha dependencia. Es probable que hubiese pertenecido á ella en calidad de temporero, ocupándose en traducciones de órden privado, por encargo y bajo la inmediata direccion del secretario de entonces D. Leandro Moratin, que se hallaba en el apogeo de su renombre literario.

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