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PRIM.-Pues entonces ¿qué os proponeis?
OLÓZAGA.-Nada mas que dejar el trono vacío.
PRIM.-Si esto no es la república, yo no sé lo que es.
OLÓZAGA.-Se vacía el trono para llenarlo despues.
PRIM. Y quién os responde de que podrémos hacerlo.
OLÓZAGA. — El sentimiento monárquico del país.

PRIM.¿Y con qué lo llenarémos? ¿Con Espartero tal vez? Es hombre que apenas si sabe llevar el sombrero de general, mal, pues, le vendria la corona de monarca. Hasta para rey de teatro, Espartero es de un género demasiado bufo. OLÓZAGA. PRIM.

migo.

Tengo yo mi combinacion.

En este punto desconfio de todo. No conteis con

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PRIM. Imponernos á la Reina á la fuerza.

OLÓZAGA. Hoy podrá ceder si no tiene mas recurso; pero a las puertas del palacio estarán esperando los neocatólicos, y vuestros sucesores no serán ya los de la union liberal, serán los absolutistas.

PRIM. Es que no cederémos el poder á nadie. Con nosotros caeria la libertad, y entonces, antes que la libertad, harémos caer la dinastía; y habiéndola derribado, nosotros, solo nosotros, nos aprovecharémos de la situacion.

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OLÓZAGA. — Está bien. Vamos à un fin por distintos caminos. Yo quiero vaciar el trono, vos quereis anular la dinastía. Instituciones de esta clase para vivir necesitan ser libres; vos encadenando la dinastía la matais. Adelante.

PRIM.- Pongámonos de acuerdo. Qué es lo que haréis

VOS.

OLÓZAGA.- Insignificante ha de ser mi papel. Partid del principio de que no hay que contar con las masas. Es elemento muy difícil de organizar. Tienen que tocarse muchos resortes, y con esa gente es imposible salvar el misterio en que debemos envolvernos. Por otra parte las masas no tienen armas, no tienen disciplina.

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PRIM. Quereis decir que la batalla debe darla un ge-

-

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PRIM. Está bien; yo la daré, y la daré pronto;, os digo

mas: el triunfo es seguro.

¿Con qué elementos contaba Prim para asegurar el éxito?

El general Prim contaba con D. Baltasar Hidalgo, capi-

tan del cuerpo de artillería. Este, para obrar con mas liber-

tad, empezó por pedir su licencia absoluta; de esta suerte,

sin compromisos, pudo disponer el movimiento insurreccio-

nal de la guarnicion de Madrid de que estaba encargado, en

lo que trabajó con el celo propio de su enérgico y activo ca-

rácter. Mas adelante tendrémos que ocuparnos del Sr. Hi-

dalgo, que no deja de ser en la época revolucionaria un per-

sonaje histórico de mucha importancia, pues la situacion

en que estuvo colocado respecto al cuerpo de artillería, à

consecuencia de los acontecimientos que venimos reseñan-

do, ha influido grandemente en la marcha y desenlace de la

Revolucion.

Contábase tambien con otro progresista muy conocido, y

en quien el general Prim manifestaba entera confianza: era
Moriones, elemento por cierto nada despreciable para el
golpe que se venia preparando, ya que à Moriones no pue-
den negársele cualidades de valor y arrojo. Las exigencias
del plan concertado con muchos y poderosos recursos im-
pidieron la permanencia en Madrid del coronel Moriones.
Una junta, que trabajaba con asiduidad, y que procuraba
proveer á todo, aunque tenia que realizar sus trabajos en el
misterio, pensó en, reemplazar á este con el general Pier-
rad, que habia sido primero conservador y hombre de hábi-
tos monàrquicos y de educacion aristocrática; pero que se
hizo despues progresista, y acabó por llegar hasta los con-
fines del campo revolucionario. Mas para que Pierrad se pu-
siese en inteligencia con Prim mediaba un inconveniente no
pequeño. Siendo segundo cabo de la capitanía general de
Madrid manifestó mucho celo en perseguir y prender å

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Prim, y esto el jefe progresista no se lo perdonaba. Pero mediaron algunos amigos; se echó un velo sobre pasadas rencillas, y desde entonces Pierrad fue el alma de la conspiracion. Veíasele andar de uno á otro sitio, presentarse ora à un club, ora à una reunion, ora á un personaje que se creyere habia de prestar algun servicio. Hizo mas: el general Pierrad traspasaba los límites del celo; la conspiracion acabó por ser en él una manía, y tan léjos le llevaba esta manía que llegó á considerar la sublevacion como una campaña, y Madrid como un campo de batalla; así es que se le veia en su despacho consultando tratados de estratégia, estudiando mapas topográficos de la capital de la nacion, pensativo, haciendo y deshaciendo planes de campaña. Tan pagado estaba de poder ser el Molke de la Revolucion que llegaron momentos en que se temió que su intemperancia llegase à perderlo todo: los iniciados en el plan creyeron deber aconsejarle que se escondiese, y ya disfrazado de campesino, ya de cura le hacian andar de un lugar para otro. Bastante llegó á hacer, sin embargo, conforme puede colegirse por la siguiente conversacion:

á

PIERRAD.-Todo lo tenemos ya preparado D. Juan; falta solo que señaleis el dia.

PRIM. Ya lo està: el 22 de junio. Contamos con Moriones, con Hidalgo, con vos; no faltan jefes superiores para dirigir el movimiento.

PIERRAD.-Esto dejadlo para mí. El plan es infalible, todo está previsto; y además la gente trabajará muy bien. PRIM.-¿Contais tambien con jefes inferiores?

-

PIERRAD. Estos se muestran bastante reácios. Los unos no quieren comprometerse, los otros son adictos al Gobierno, y los que se comprometerian dicen que necesitan de su paga para vivir, y que si no sale bien no quieren, privados de sus grados, verse en la precision de ir à Portugal ó á Francia á trabajar de peones camineros. Es la única contrariedad.

PRIM.-Pero es una contrariedad bastante pequeña si en

su lugar contamos con sargentos. Ellos, atendida la actual organizacion militar, están mas en contacto con el soldado, le conocen mejor y pueden reducirle mas fácilmente. PIERRAD.-Sargentos no faltan, D. Juan.

PRIM.-Lo supongo. Con darles à entender que ascenderån á tenientes, y excitar su rivalidad natural con los oficiales, se hacen nuestros.

Para redondear el plan, á las nueve de la noche del 20 de junio se presentó Hidalgo en una casa de la calle de San Ignacio, donde se reunian los militares y paisanos que entraban en la conspiracion, à quienes manifestó que lo tenia ya todo perfectamente dispuesto. De allí pasó á verse con los del comité, y por último con el general Pierrad para que à la hora nada faltase.

Jamás sedicion alguna tuvo en su favor tantos y tan bien dispuestos elementos; pues se manifestaban resueltos à llevar a cabo la insurreccion el quinto regimiento de artillería de á pié, el segundo batallon del sexto regimiento de á caballo, el primer regimiento montado, el regimiento de infanteria del Príncipe, el regimiento de infantería de Asturias, el regimiento de infantería de Búrgos, cuatro compañías del batallon cazadores de Figueras, otras cuatro del batallon de Ciudad Rodrigo y algunas compañías del regimiento de Isabel II que un capitan comprometido ofreció traer de Leganés.

Las fuerzas que no habian podido ganarse se reducian tan solo á unos mil hombres del cuerpo de ingenieros, el primer tercio de la Guardia civil y la caballería; y aun la accion de esta habia de quedar imposibilitada, porque el batalion cazadores de Figueras, que se hallaba en el cuartel llamado del Conde Duque, habia prometido aprovecharse de su situacion para entorpecer la salida de los caballos.

Llega la noche del 22 de junio. Era una noche oscura y tempestuosa. Gruesas gotas de agua que caian de vez en cuando hacian que las gentes que no entraban en el plan, se retirasen de las calles algo antes de lo que se acostumbra

en Madrid. La noche, pues, era la mas á propósito para una sublevacion. Hasta el cielo parecia manifestarse favorable. De parte del Gobierno nadie vigilaba, porque nadie sospechaba lo que iba á suceder. Al amanecer habia de estar tomado el palacio, y en Madrid, y despues en toda la Península, la sublevacion triunfante. Hasta se creia disponer de la guardia situada en el ministerio de la Gobernacion, lo que daria lugar à que, apoderándose los sublevados del telégrafo, pudiesen desde las primeras horas anunciar á las provincias la victoria de los revolucionarios. El gobernador militar, general Cervino, se habia acostado desde muy temprano. O'Donnell recibió un anónimo concebido en los siguientes términos. «Esta noche la Revolucion os dará la batalla y saldréis «vencido;» pero O'Donnell leyó el papel con la mayor sangre fria, y si sospechó que tal vez pudiese verificarse la lucha, no abrigó la menor duda acerca el triunfo, porque O'Donnell era hombre que, teniendo como tenia gran fe en su destino, acostumbraba á despreciar todos los peligros. Hasta los bal cones del palacio del duque de Sexto, al través de los cuales se divisaba otras noches la luz de algunas habitaciones, en testimonio de que el gobernador de Madrid vigilaba, permanecian completamente cerrados. Todo estaba en tinieblas.

Á las tres de la madrugada, las calles de Anton-Martin, de Fuencarral, del Desengaño, de la Luna, ofrecian un aspecto algo fantástico. En medio de la oscuridad, protegidos por aquella soledad y aquel silencio veíanse en las esquinas unos grupos misteriosos, hombres que iban y venian manifestando cierta inquietud,'una agitacion visible, sombras que aparecian para desaparecer inmediatamente. Todo eran cuchicheos. Lo que al principio no era mas que impaciencia empezaba á convertirse en zozobra. Á pesar de la oscuridad de la noche, el crepúsculo se anunciaba con sus primeros albores. Habia llegado la hora en que debia haberse hecho todo; y sin embargo, aun no se habia hecho nada. Á esperar á que amaneciese, el plan quedaba frustrado. Se

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TOMO I.

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