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tante restrictivas de los derechos de autores y editores españoles sobre sus obras. Ellas, como antes hemos dicho, afectan á las ya conocidas, pero no á las que en adelante vean la luz.

Con lo expuesto, damos por terminado el estudio que nos propusimos hacer de la extensión, modalidades y límites de la protección de las obras de literatura, de arte y de fotografía de los autores austriacos en España y de las obras de la misma naturaleza de los autores españoles en Austria, según las respectivas declaraciones concordadas de reciprocidad.

JOSÉ PEDREROL Y RUBÍ,

Abogado en Barcelona, Corresponsal en España de La Propriété Industrielle de Berna.

EL DERECHO PROTECTOR DE LOS CRIMINALES

(Líneas generales de una construcción penal.)

(Continuación.)

IX

De la delincuencia nata y de su base estructural.

He aquí ahora una indeclinable consecuencia de lo dicho. Si no se dan hechos que por su indefectible y ontológica naturaleza (por su esencia propia) sean delitos, y si, en lo tanto, tampoco se dan individuos, sujetos de tales actos, á quienes podamos llamar criminales por naturaleza-por propensión natural, por instinto, inclinación, etc.-, claro parece que la existencia real del delincuente llamado «nato» y la del corres pondiente stipo criminal, quedan desvanecidas. Se trata de unos puros conceptos, formales como todos los conceptos, y, como todos también, relativos y subjetivos. Hay, si, delincuentes natos y tipos de delincuentes; pero su existencia no es sino conceptual, mental, construida por el mismo sujeto que al calificar los actos de buenos ó malos, de justos ó injustos, crea la justicia y la bondad que después atribuye á ellos, como si les fuera inherente.

Unas cuantas palabras respecto del particular.

Que el hacer se halla ligado á la estructura corporal, no parece dudoso, para mí al menos. Es, diría, la ley fundamental de las naturalezas. Cada ser tiene la suya, incluso el hombre, á la cual se deben todos, y de donde se deriva, como de fondo inagotable, la actividad entera de los mismos (operari sequitur томо 121

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esse). Pero la naturaleza de los seres no consiste, al cabo, en otra cosa sino en un fenómeno de combinación, es decir, de estructura ó disposición de partes. Los mismos principios ele. mentales ó básicos, los mismos componentes químicos (oxígeno, hidrógeno, nitrógeno, carbono, etc.), dan origen á la gran variedad de los seres orgánicos que conocemos, desde los organismos monocelulares hasta los más complicados; y la distinta disposición-cuantitativa y cualitativa-química, histológica, anatómica, que funda la diferencia de especies, es también la causa del sello particular y privativo que cada individuo tiene, inconfundible con ningún otro, y á lo cual llamamos su idiosincrasia, su temperamento, su carácter, su temple, su indole, su natural ó naturaleza, según los casos.

La determinación concreta y clara de estos efectos estructurales está todavía muy lejos de hallarse realizada, y probablemente seguirá siendo una empresa inasequible durante mucho tiempo. Pero aquí es donde parece estar el único camino para conocer «el alma de las cosas» y penetrar en los recónditos escondrijos que apellidamos propiedades, atributos, tendencias, instintos, apetencias, gustos y sentimientos de ellas. Y sin necesidad de obtener tal conocimiento seguro y terminante, lo general es que nos comportemos como si estuviéramos en posesión de él, valiéndonos de las conjeturas y ensayos que ocupan su lugar. Siempre que pretendemos obtener un resultado, andamos à la busca de los individuos que, por sus aptitudes propias y sus propias propensiones (nativas, que solemos decir, ó adquiridas y hechas habituales), juzgamos que nos prestarán naturalmente, espontáneamente, sin preci-.. sión de violentar su naturaleza, sino de acuerdo con ella, el servicio anhelado; y si no tenemos individuos que muestren por sí tales disposiciones, tratamos de inspirárselas por medios que representan cambios de estructura, primeramente orgánica, y luego, tras ella, funcional y psíquica (interna, voluntaria). La misión de la educación no es otra, como no lo es tampoco la de la domesticación, la tutela, el gobierno, las po

das, los riegos, los ingertos, las curas medicinales ó higiénicas, y en general, la de toda acción humana que pretenda sustituir un modo de actividad orgánica por otro modo de actividad orgánica. En todos estos casos se quiere sustituir más ó menos radicalmente una naturaleza, la nativa ó primitiva, que empu. ja hacia determinadas formas del obrar, por otra naturaleza, por una naturaleza adquirida, que empuje la actividad del renova. do ser por otros carriles. Lo que se persigue siempre es la formación de hábitos, y el hábito, que requiere y á la vez produce ́un soporte estructural, es, como se dice á cada momento, una segunda naturaleza, lo que presupone una primera.

Esta última no parece que jamás puede ser del todo bo rrada por la otra. Quod natura non dat Salmantica non praestat, decían ya nuestros antiguos escolares, para significar lo mismo que el vulgo expresaba y sigue expresando cuando afirma que cel olmo no puede dar peras», por más que se haga. Si las enfermedades que vienen «derechas» no las cura ningún médico-quienes confian muchas veces, más que en los recursos terapéuticos, en la «buena naturaleza del enfermo y en la llamada vis medicatrix naturae, y aseguran frecuentemente que las enfermedades se curan ó no se curan «con medicinas, sin medicinas y á pesar de las medicinas, tampoco hay quien destruya, cure ó modifique, sobre todo cuando tienen fuerte arraigo, ciertas ó todas las anomalías, las excentricidades, las incapacidades para tal ó cual género de ejercicios ó actos, ó el demasiado gusto por otros, todas ellas nativas y todas dependientes de los llamados «vicios orgánicos ó funcionales», que son vicios de conformación anatómica ó histológica normal, ó alteraciones en el metabolismo químico ó el cambio nutritivo, con sus consiguientes efectos debilitantes, tóxicos de la sangre ó el sistema nervioso... ¿Por qué otra consideración, si no por ésta, son tantos los escépticos-cuyo número quizá pueda decirse que aumenta de vez en vez-tocante á la eficacia de la acción educadora, y muy singularmente respecto á la de la instrucción exclusivamente intelectualista ó mental, que ni

modifica el carácter del alumno, ni tampoco se lo propone? ¿Por qué, en cambio, se va poniendo de día en día más con fianza en la educación física, no solamente gimnástica, 'sino también ejercitada por procedimientos quirúrgicos, bromatológicos, terapeuticos...?

Si no debe caber duda de que en los hombres-como regu larmente en cualesquiera seres de inteligencia y mundo inte rior-están, uno al lado del otro, el ser y el conocer, lo que yo suelo llamar el «yo soy» y el «yo conozco»; de que el primero de ellos es una realidad positiva y, por decirlo así, tangible, mientras que el segundo, en cambio, carece de ella y es una potencialidad vacía, creadora de productos imaginarios ó mentales (proyectos, ideales, planes, aspiraciones...); de que al orden del yo soy», el cual forma mi naturaleza, parte de la Naturaleza, y no al orden del «yo conozco», pertenecen los afectos, los sentimientos, los instintos, los gustos, las tendencias y propensiones, las cualidades, la indole, el carácter, pues están dados en mí y no son creaciones mías, ni se cambian ó desaparecen á mi placer, sino que subsisten y me dominan (dominan á mi «yo conozco»), aun á pesar mio (á pesar de las contrarias aspiraciones de este «yo conozco»); y de que la conducta humana obedece, como cualquier otra, más á la determinación afectiva, emocional é instintiva, que á la dirección mental, como muchos repiten ya hoy, teniéndolo, digámoslo así, por un truismo psicológico, habremos de venir à la conclusión de que la mentada conducta humana está vinculada à la naturaleza individual del respectivo agente, nativa, primitiva, y diremos también más o menos irreformable, y constituída por una multitud de elementos, no sólo psíquicos, sino también, y ante todo acaso, físicos y orgánicos, de cuya particular disposición resultan las pre-disposiciones innatas-é invencibles, como se reconoce a veces-para obrar de tal determinada manera, con preferencia á tal otra que al sujeto (al <yo soy) le repugna, aun cuando, mirada por el prisma mental (por el del yo conozco»), aparezca mejor-«más razonable>

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