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ción científica operada, la segura conquista de imaginaciones soñadoras, halagadas por la seductora perspectiva de su filantrópico ideal de redención. De los entusiastas nacieron bien pronto los exaltados, y de los conceptos fundamentales, que en derivaciones de los principios valorados al temple de la experiencia, pudieron considerarse como postulados del sistema, forjáronse quiméricas ilusiones, que, desvanecidas ante la realidad, llevaron al ánimo del penalista reflexivo la duda de lo que de cierto existiera, en los radicalismos de la doctrina.

Pugnábase por la determinación de caracteres específicos de la anormalidad delictiva, cuya viviente encarnación cons tituyera el ejemplar atípico del criminal, en el orden regular de la biología fisio anímica del hombre; y si la razón no destruyera, con las armas de la lógica, la pretensa posibilidad del éxito de un absurdo, la evidencia del error, se haría patente en la confesión de sus mismos partidarios.

Los Congresos de Roma y de París de los años 1885 y 1889, á la par que por el predominio de la tendencia sociológica ó de la individualista, en el proceso elucubrativo de la antropología penal, establecieron la divisoria que, por sus aspiraciones científicas, cristaliza en las escuelas francesa é italianas la diversificaciones de la teoría; produjeron el efecto de sondar, en la declaración de la comunidad de las particularidades, que se estimaron patrimonio del anormal; la medida de la escasa consistencia de las inducciones de la realidad, preconizadas con exclusivismo radical como axiomáticas verdades.

Depurada por el juicio inflexible de la crítica, de los capitales defectos que oscurecen el brillo de su gloria, la escuela positivista adquiere merecidos títulos à la gratitud de la ciencia jurídica, cuando se considera que á su eficacísima influencia se ha debido, la conversión de la práctica absurda que sujetaba al mecanismo de un patrón preestablecido la punición del delito, en sistema racional, que, individualizando la viola-. ción legal y el agente transgresor, pondera con mayor exacti tud el reato y su sanción. Las legislaciones positivas moder

nas, abren sus preceptos á las saludables corrientes del antropologismo penal en cuanto de admisible encierra, y es innegable que en su seno anidan, los vivíficos gérmenes del Derecho de mañana.

Cumplida en la enunciada exposición de los fundamentos de las teorías que en el Derecho penal estatuyente, se disputan la hegemonia de sus principios, la necesidad de investigar el origen de las dos tendencias, que en la esfera procesal se determinan por la fijación de criterios distintos, en materia de apreciación judicial del valor probatorio del dictamen de peritos; surge, como imperiosa exigencia de lógica ordenación, la de consolidar en la firmeza de arraigadas convicciones, nuestra modesta labor.

En efecto, intangible sobre cuantas conclusiones aporten al campo de la ciencia los secuaces del positivismo, axiomático sobre toda discusión de escuela, el principio de la existencia en el hombre de un elemento director de sus acciones, que de naturaleza moral, actuando como propuleor de su complicado mecanismo, se nos traduce en funcional ejercicio de la potencia activa que al viviente determina; del reconocimiento de su valor absoluto, como científico postulado, depende la solidez del edificio filosófico.

Amalgama inexplicable, rara fusión de sublimes rasgos é inclinaciones groseras, constituyen en el humano el visible contraste de su existencia, en que se aunan cual en consorcio perfecto de su compleja estructura, los diversos componentes de que se integra su sér.

Atenido à la observancia de los rigurosos preceptos de la ley moral que á sus acciones preside, proyectando desde los inexcrutables espacios de la conciencia, cual astro luminoso de la vida los resplandores brillantes de la verdad, cuando por autonómico impulso de su libre voluntad se determina á

cumplirlos; la ecuanimidad más admirable y feliz, es su sanción.

CAPÍTULO Il

Empero, ¿cómo afirmar en las humanas acciones, cual viví. fico aliento que las genera, el decisivo influjo del libre arbitrio?

Desde que en los albores de la naciente civilización helénica, envuelta en las brumosas tintas de su primitiva religión, aparecen los destellos de la radiosa aurora, que, simbolizando los esplendores de la filosofía, enlazará perpetuamente al inmortal nombre de la poética Grecia como á su preclara cuna, las figuras de Aristóteles, Platón y Sócrates, cual las de redentores ilustres del saber humano; destacase en pronunciado relieve de sus creencias la del fatalismo, reflejado en la creación ideológica del Dios, «Destino», á quien consagrado por la fantasía, con la excelsa investidura de Soberano de la Olímpica mansión, nos le ofrece la leyenda como regulador del instante en que, cual árbitro supremo de la vida, á su designio, respon derán las «Parcas» ministros de misteriosa deidad («La Necesidad»), cortando el hilo de la existencia terrena (1).

Prescindamos del ai álisis del notable fenómeno que en la historia del pueblo griego, acusa la concepción abstracta del Dios, «Destino», despojado de cuantos atributos constituyen, como carácter más saliente de su religión, el de la tendencia al antromorfismo, sustituyendo al naturalismo primitivo: omi. tamos asimismo, por impropiedad de lugar, toda indagación científica, que al aventurarnos en el estudio filosófico-social de las civilizaciones antiguas, nos descubra en la cultura helénicoreligiosa, las vicisitudes porque al ritmo de las políticas convulsiones atraviesan las creencias, desde que, vigorizadas por

(1) Historia de los Griegos, por Víctor Duruy, individuo del Instituto, ex Ministro de Instrucción pública de Francia. Tomo 1.o, págs. 117 y 118.

la fecunda inspiración de sus intérpretes (Homero y Hesiodo, según refiere Herodoto), inician su decadente período de senectud con la aparición de las doctrinas socráticas, platónicas y aristotélicas, que al difundir por los ámbitos del mundo pa gano el bien hechor influjo de sus predicaciones, operan el benéfico tránsito del paganismo enervante, que deprime la razón, alas salvadoras máximas del Cristianismo.

Y al observar el entronizamiento del principio de la nega. ción de la humana libertad, como idea que palpitando en el seno de las que informan en la esfera m ral la sociedad que estudiamos, cristaliza en sus religiosas creencias; un hecho cierto, fruto de la emprendida labor, es el del reconocimiento de la filosofía helénica, como à manantial de donde fluyen los origenes de esa pléyade de diferentes escuelas que en la estóica, epicurea, jansenista, luterana, calvinista, fatalista del determinismo, panteista y del positivismo, anulan ó en más ó en menos restringen el poderoso influjo de la más hermosa de cuantas facultades constituyen la nota esencial de la personalidad humana.

Sobre los desvaríos, á que á los pensadores de toda época, ha conducido el error de considerar en las acciones del hombre, la misteriosa intervención de agentes extraños á sus propias voliciones, surje gigantesca, avalorando sus méritos, en la genial clarividencia de su privilegiado talento, la figura eminente del sabio Estagirita, que al declarar «la libertad humana generada en la voluntad de que es modificación, y cuyo primer principio es el libre arbitrio», suministra los fundamentos, sobre que à través del tiempo encuentran su firme apoyo, las especulaciones de los que, tremolando la bandera de la verdadera filosofía, en los irrecusables testimonios de la razón y en los dictados de la conciencia, oponen indestructible broque! á los rudos ataques de la especiosa argumentación de sus adversarios.

No hemos de penetrar en el terreno especutativo de la teoría, para aquilatar en el analítico examen de las expuestas su

respectivo valor; no nos detendremos á combatir en el palenque de la controversia científica, los sofismas de los deificado. res del absurdo en las conclusiones del sistema; porque si á revelar la axiomática evidencia del discutido aserto, no fueran suficientes las afirmaciones de pensadores ilustres, fundamentadas en los sanos principios de la cristiana filosofía; el unánime concierto de la humana especie, en el reconocimiento universal de la necesidad de una sanción de las acciones del hombre, cual expresión elocuente de admirable identidad, nos mostraría la firmeza del sostén en que se apoya.

La Iglesia, inspirando su generosa política de redención del linaje humano, en las sublimes predicaciones del Salvador, como á sus cardinales fundamentos, escribe la página más gloriosa de la historia de la humanidad, al proclamar como verdad de labios del divino mártir emanada, la de la especí-, fica igualdad del hombre en la comunidad de idénticos atributos; y de sus revelaciones à la par que nace la tempestad moral que en sus cimientos socava la institución de la esclavitud, deriva como efluvios brillantes, à modo de fulgurantes destellos de mágico luminar, los hermosos principios en que se condensa cual en su vital ambiente, el credo del demócrata cristiano.

Mas, á qué invocar mayor número de testimonios, cuando como á remate digno, del examen del proceso histórico de lo especie, se nos ofrece demostrada la certeza del principio debatido; jornadas memorables, las conquistas de la civilización, con que al discurrir del tiempo se señalan con imperecederas huellas, los vacilantes pasos de una humanidad, que en generaciones sucesivas y en pueblos y naciones, como impelida por secretas energías, camina en pós de la invisible meta del progreso en el campeonato universal; nada nos explicarían, si constreñida la razón al estrecho horizonte, que el forzoso cumplimiento de leyes naturales le marcara, careciera del poderoso estímulo de su voluntad, libre del fatal é imperioso ordenamiento del destino.

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