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á la fusión en ecléctica armonía, de las apreciaciones varias en que la opinión científica se disocia.

En oposición á las radicales soluciones del absolutismo pcsitivista de Ferri, el examen de la teoría desarrollada por el docto Catedrático de la Universidad Central, Sr. Valdés, á propósito del debatido punto, nos las ofrece en aserciones de tan marcado sabor clasicista, como las de que (1) «por la educación en los primeros años de la existencia cambia el carácter», que, como primera de las influencias modificativas de la voluntad humana» y rasgo moral cualificativo, condiciona la razón y la conciencia en el funcionalismo de las actividades del alma.

La doctrina del eximio Profesor de Medicina legal de la University College», de Londres (2), informada de un espíritu de independencia, que distanciando el juicio de apasionamientos de escuela, lo inclina, en nuestro sentir, como en la de Valdés, á la solución más racional de la cuestión discutida; establece con amplitud de criterio, digna de encomio, que (3) <la educación influye tan poderosamente en el desenvolvimiento del hombre, que sin contradicción, es el modo, mediante el cual, llega á conseguir una gran influencia en su desarrollo intelectual y en la formación de su carácter», y que «por grande que sea su poder no deja de ser, sin embargo, una fuerza rigurosamente limitada... por la capacidad inherente á la naturaleza del individuo ni puede obrar, sino en el círculo más o menos restringido, de una necesidad preexistente.>

Aun cuando confundidas en borrosa conjunción de líneas, las que distinguen en el estudio de Ferri, con cuidadoso empeño, las diversas especies, en que desengloba el concepto general de la educación; no puede, sin embargo, negársele al que de Maudsley antecede, una positiva utilidad, traducida en la

(1) Programa razonado de un curso de Derecho penal, por D. José Valdés Rubio, pág. 241, tít. 1.o

(2) H. Maudsley.

(3) Página 25, El crimen y la locura, por H. Maudsley.

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afirmación de la existencia de límites, que reducen la esfera de su dominio.

Menos restrictivo que en las conclusiones de Valdés, el criterio que preside en el tratadista inglés, á la emisión de las ideas apuntadas, nos revela un espíritu investigador de tal modo sensible á la percepción de la verdad, que asocia en lo que de cierto contienen las opiniones expuestas, á lo efectivo del imperio moralizador del elemento estudiado, la exactitud de la determinación de su virtud potencial.

CAPÍTULO V

Excusanos de la necesidad de justificar la conveniencia del estudio efectuado, el perfecto acuerdo conque nos unimos al criterio de lord Rosebery, expresado por el exclarecido estadista inglés, en las frases de que, «las circunstancias, la época, el medio ambiente, la educación y la tentación, deben tenerse en cuenta, si se quiere formular un juicio, sobre las virtudes humanas...» (3) cuyo concepto, vertido entre los que con profundidad de minucioso analista, biografían la moral del vencido de Waterloo, durante la cautividad de Santa Elena; avalora el prestigio científico de leader del partido liberal británico.

El hombre nace, crece, se desarrolla y muere en el mundo físico, nutre su existencia corporal de los elementos que el Cósmos le facilita, y en comunicación constante con el ambiente en que vive, por medio de los sentidos, modifica su estructura material y las condiciones de au espíritu.

La comunidad de las naciones en el camino del progreso, borra las fronteras naturales que las separan, salva las distantancias, destruye el obstáculo del tiempo y sepultando en el olvido del pasado las rancias tradiciones de suicida alejamiento de otros pueblos, funde como precioso metal en el crisol de la ciencia el laborioso fruto del estudio particular, universa

(3) Lord Rosebery, Napoleon The Last Phase.

lizando las conquistas del individuo, en cuanto contribuyen al acrecentamiento del patrimonio del saber humano.

Pero el ser moral no se convierte por transiciones momentáneas, que arrastren al influjo de lo nuevo, las ideas y los prejuicios bajo los que abrimos al mundo nuestra razón, sino que, obra del tiempo y legado de generaciones anteriores, nos llegan como venerandas reliquias de los que fueron, y sólo cuando por las evoluciones del progreso se nos muestran anticuadas, las juzgamos desechables; ¿cómo de otro modo se concibe la estabilidad de un régimen político ó la subsistencia del error social ó el religioso, si no se expica por el apego que hacia lo nuestro sentimos?

A robustecer las consideraciones expuestas, viene, con los timbres de autoridad del saber y la experiencia, la palabra elocuente de pensador tan esclarecido y profundo investigador, como el Dr. Rubio, que compendiando con pericia indiscuti ble en el reducido espacio de unas líneas, el desarrollo del importante problema de las influencias, debatido con preferente empeño por la moderna ciencia sociológica, proclama como deducciones de reflexiva observación, «que el modo de vivir, troquela al hombre de tal suerte y manera, que no puede sustraerse á su influencia... si el simple oficio induce cambios anatómicos, prontos y visibles, ¿qué no harán los medios sociales?... Estos obligan á un régimen forzoso de existencia, y este modo de existir á una modificación étnica profunda. El estudio de dichas modificaciones, paralelamente al de la determinación embriogénica, da combinaciones tan multiples y varias como curiosas é instructivas» (1).

CAPÍTULO VI

A través del precedente análisis, llegamos á término en que se impone, al auxilio de los datos aportados y á imperio de

(1) Dr. D. Federico Rubio. Apuntes de su obra inédita Anatomia Social, Lunes de El Imparcial del 5 de Noviembre de 1900.

exigencias requeridas, por el orden metódico del desarrollo de materias, la solución del problema que planteábamos acerca de la posibilidad de situaciones morales, en que se anule ó debilite el influjo de la libertad en las acciones humanas.

La patología mental, en la variedad de especies en que ofrece clasificadas, las afecciones que alteran la normalidad funcional de las facultades anímicas, responde á la enunciada cuestión, afirmando, por boca de sus más ilustres intérpretes, la existencia de perturbaciones cerebrales, en que, à consecuencia de vicios de constitución, de propensiones determinadas por la herencia ó de abusos orgánicos, se originan desórdenes, que, atacando á la integridad de la razón ó destruyendo el sentido moral, producen la anulación del dominio de la voluntad ó debilitaciones de su poder enfrenador, traducidas en irresistibles impulsiones hacia el objeto definido por la tendencia enfermiza.

La introspección de nuestro ser, apoyada en las especulaciones de la ciencia filosófica, con el carácter de experimental de que reviste á la observación su comprobada realidad, evidencia como indudable, que, en el orden regular de la génesis del acto, se registra cual factor de esencia, en su producción, el ejercicio de una libertad condicionada (en el espacio moral, que le limita el combinado juego de las potencias del espíritu) por el juicio previo de la razón y la conciencia, en el aspecto vario de verdadero y bueno bajo el que se ofrece à la voluntad, lo que a estímulos de la percibida sen-ación nos solicita.

Conocida la naturaleza humana, estudiados sus atributos, analizados sus medios de relación, se nos revelan, en el concepto de su arbitrio, limitaciones que, originadas en el vínculo de inmediata dependencia, con que se ligan las diversas facultades psíquicas, constituyen el punto de sostén en que apoyarse, para proclamar la afirmación de la relatividad de su dominio.

Atendamos, en efecto, à la estrecha subordinación con que se desenvuelven en el espíritu, las operaciones que presiden á

la exteriorización de la idea; y fácil nos será observar que si potencialmente, el absoluto imperio de la libertad se nos acusa innegable, su actualización en el individuo exige, como abonado campo en que desarrollar la suma de los elementos de su poder, una base de cultura sobre que cimentar el conocimiento racional, de toda regla de conducta que à principios morales ge conforme.

La experiencia, en auxilio de la razón, ilustrada en el conocimiento de los fundamentales dogmas de las ciencias, que tienen por objeto de su estudio el hombre; nos enseña que, en el orden físico, á toda desintegración de los elementos que constituyen la normalidad orgánica de los aparatos externos del sentido, á todo desequilibrio nervioso que interrumpa en el sistema la transmisión de las sensaciones, responde, unas veces, el aislamiento absoluto, y en otras, la imperfecta y perezosa actividad, que, dificultando el armónico ejercicio de las facultades del espíritu ó reduciendo el espacio de su acción moral, limitan el influjo de la libertad á la elección de los motivos que se le ofrecen, como círculo en el que operar sus aptitudes.

De todo lo expuesto se desprende, como deducción de rigurosa lógica, la de que en el hombre normal, dotado de la plenitud de sus elementos de vida, aparece la libertad condicionada por el desarrollo de sus facultades; ¿á quién se oculta que la ausencia de nociones de un objeto excluye todo deseo, cuando la filosofía clásica, en los esenciales principios que la informan, atestigua su exactitud?

<Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensü (1). Nihil volitum quid precognitum» (2). Tales son los fundamentales axiomas de que reciben su luz, como al foco central, responde, en la periferia de su nimbo luminoso, la proyección

(1) «Nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en el sentido.>>

(2) «Nada es querido sin ser antes conocido.>>

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