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dores de las montañas. Agradóle á Fruela aquel sitio, y mandó construir en él otro templo de mayores dimensiones bajo la advocacion del Redentor. Fuéronse multiplicando las casas, y se dió á la nueva poblacion el nombre de Ovetum, hoy Oviedo (1). Asi casi al mismo tiempo que el árabe Abderrahman embellecia con alcázares y jardines la córte del nuevo imperio musulman, y pensaba levantar en Córdoba la gran mezquita consagrada al culto del Profeta, Fruela el cristiano levantaba en Asturias una basílica consagrada al culto del Salvador de los hombres.

Pero este celo religioso de Fruela no le impidió afear su nombre con la mancha de un fratricidio horrible. Su hermano Vimarano, que por su amabilidad y su dulzura se habia hecho querer del pueblo y de los grandes, llegó sin duda á inspirar recelos y sospechas al irritable monarca, que dejándose llevar de su arrebatado genio le asesinó con su propia mano y dentro de su palacio mismo. Con es te crímen acabó de exasperar á los grandes, á quienes antes se habia he

cho

ya harto aborrecible, y conjurados contra él, hiciéronle sufrir, dice el cronista, la justa pena del talion, asesinándole á su vez en Cangas los mismos suyos (2). Enterráronle en la iglesia de Oviedo que él ha

(4) Risco, España Sagrada, tom. 37.

(2) Talionemjuste accipiens, à

suis interfectus est. Salmant. Chron.l. c.

bia fundado (768). Reinó once años y algunos meses (1). No pasó la corona á su hijo Alfonso, ya por su corta edad, «que no estaba aquel pequeño estado, dice el juicioso Florez, para colocar corona y cetro donde faltaban cabeza y mano,» ya por el odio que los grandes á su padre tenian. Cualquiera de las dos causas hubiera bastado, continuando como continuaba entonces siendo electiva la monarquía. Fué, pues, nombrado en su lugar su primo-hermano Aurelio, hijo del otro Fruela hermano de Alfonso el Católico, su tio. Como una fatalidad puede contarse para el naciente reino cristiano el que le tocára un príncipe de quien solo han podido decir los historiadores que «no hizo cosa en paź ni en guerra que sea digna de memoria.» Parece, no obstante, que se debió á su prudencia el haber podido reprimir una insurreccion de los esclavos contra sus señores que sucedió en su tiempo. Discúrrese que aquellos esclavos serian los cautivos que Alfonso el Católico habia recogido y llevado en sus expediciones por las tierras de los sarraceños. La paz en que Aurelio vivió con estos fué cau

(4) Mariana atribuye á Fruela una hija llamada Jimena, «muy conocida, dice, por ser madre de Bernardo del Carpio y por su poca honestidad.» Mariana refiere mas adelante muy extensamente los romancescos amores de Jimena y el conde de Saldaña, el nacimiento de Bernardo del Carpio y sus celebradas proezas. Convencidas ya de fabulosas las hazañas de este ro

mancesco personage, objeto de los cantos populares de los siglos XII y XIII en que se inventó, no hay para que nos detengamos á refutar fábulas que los mismos ilustradores de Mariana desechan ya. Véanse las notas de Mondejar á Mariana, edicion de Valencia, 1787, y las de Sabau, edicion de Madrid, 1848.

sa de que condescendiera en que algunas doncellas cristianas de linage noble se casáran con musulmanes, lo que acaso dió orígen á la famosa fábula, inventada cerca de cinco siglos despues, del tributo de las cien doncellas (1). Falleció Aurelio de muerte natural en Cangas en 774, despues de seis años de pacífico reinado.

Tambien esta vez fué postergado el hijo de Fruela, y dióse la soberanía del reino á un noble llamado Silo, por hallarse casado con Adosinda, hija de Alfonso I. Fijó Silo su residencia en Pravia, pequeña villa situada á la izquierda del Nalon despues de su confluencia con el Narcea. Príncipe tambien oscuro, solo se sabe de él que debió á la influencia de su madre la paz en que vivió con los árabes (2), sin que de esto nos hagan mas revelaciones las crónicas, y que sujetó y redujo á la obediencia á los gallegos que otra

(4) Mariana, que con una ligereza estraña en su buen juicio acoge de lleno esta fábula, como la de Bernardo del Carpio y tantas otras, dice en tono aseverativo hablando de este rey: «pero la loa "que por esta causa ganó (la de haber sujetado los esclavos) la os«cureció del todo y amancilló con «<un asiento muy feo que hizo con «los moros, en que se obligó á darales cada un año cierto número de "doncellas nobles como por pa<<rias.» Por fortuna la invencion de este supuesto tributo, que otros atribuyen á otro posterior monarca, y que ningun cronista mencionó hasta el siglo XIII., está ya tan desautorizada, que no hay escritor de mediano critério que no la ten

ga por ridícula conseja. Por lo mismo no necesitamos detenernos á vindicar ninguno de nuestros reyes de esta deshonrosa mancha que algunos ligeramente echaron sobre ellos. Otros se han encargado de hacerlo antes que nosotros, y lo que sentimos es tener que hacer mencion todavía de tan desacreditadas tradiciones, y no lo haríamos á no hallarlas estampadas en la historia de España que mas popularidad ha alcanzado entre nosotros. Véase sobre esto á Ambrosio de Morales, á Mondejar, Florez, Ferreras, Masdeu, y a todos los modernos, inclusos los estrangeros.

(2) Ob matris causam..... pacem habuit, dice el Cronicon Albeldense.

vez habian vuelto á sublevarse, batiéndolos en el monte Ciperio, hoy Cebrero. Viéndose sin sucesion, trajo á su lado, á persuasion de la reina Adosinda, y dió participacion en el gobierno del palacio y del reino á su sobrino Alfonso, que desde la muerte de su padre se hallaba retirado en Galicia en el monasterio de Samos. Murió Silo en Pravia al año noveno de su reinado (783).

da

A la muerte de Silo la reina viuda Adosinda en union con los grandes de palacio hizo proclamar rey á su sobrino Alfonso. Mas como todavía muchos nobles guardáran encono á la memoria de su padre Fruela, hácia quien parecia conservar un odio inextinguible, concertáronse para anular la eleccion de Adosiny sus parciales y proclamaron á su vez á Mauregato. Era este Mauregato hijo bastardo del primer Alfonso, á quien habia tenido de una esclava mora de aquellas que él en sus excursiones habia llevado á Asturias. Hay quien añade que puesto Mauregato á la cabeza de los descontentos reclamó el auxilio del emir de Córdoba Abderrahman, el cual le acudió con un ejército musulman para ayudarle á derribar del trono á su sobrino, y que á esto debió apoderarse del reino. Sobre no estar justificado este llamamiento á

(4) A este es á quien han atribuido los mas el vergonzoso tributo de las cien doncellas, á cuyo precio, dicen, compró el auxilio de Abderrahman. El buen Mariana,

sin tener presente que en el c. 6 (lib. VIII. habia aplicado lo del infame tributo al rey Aurelio, no vaciló en aplicársele tambien en el cap. 7 à Mauregato, diciendo: «<hi

y

los árabes, bastaba el recelo de los que habian tenido parte en la muerte de Fruela para que vieran de mal ojo el poder real en manos de su hijo, cuya venganza temian, y para que ayudáran con todas sus fuerzas á Mauregato á arrebatarle el cetro. Lográronlo al fin, Alfonso se vió obligado á buscar un asilo en el pais de Alava entre los parientes de su madre. De esta manera conquistó Mauregato el trono de Asturias que ocupó por seis años, sin que del bastardo príncipe hubiera quedado á la posteridad otra memoria que la de su nombre, á no haberle dado cierta celebridad las fábulas con que en tiempos posteriores exornaron algunos su reinado. En la historia religiosa de España se hace mencion de la heregía que en aquel tiempo difundieron los dos obispos de Urgel y Toledo, Félix y Elipando, cuya doctrina era una especie de nestorianismo disfrazado, contra la cual escribieron luego algunos monjes y otros obispos españoles, y fué anatematizada en los concilios de Narbona y Frankfort, celebrados por Carlo-Magno (").

Todavía despues de la muerte de Mauregato (789), fué por cuarta vez desairado y desatendido el poco

«zo recurso á los moros, pidiéndo«les le auxiliasen, y alcanzólo con asentar de dalles cada un año por «parias cincuenta doncellas nobles y otras tantas del pueblo.» Sobre lo cual le dice su anotador Sabau: "No consta por ningun documento auténtico, ni por ningun escritor de aquellos tiempos que este principe pidiese socorro á los moros,

ni que hiciese el concierto vergonzoso de darles las cien doncellas: y asi debe reputarse por una fábula inventada para denigrar la fama de nuestros reyes, y recibida y propagada inconsideradamente por nuestros historiadores.>> Por nuestra parte nada tenemos que añadir á lo que arriba dejamos dicho.

(4) Florez, Esp. Sagrad. tom. V.

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