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Y mientras unos exclamaban: Esto será muy largo, y otros: Este es el expediente de los débiles, de los cobardes; una voz dominadora impuso silencio à la gritería que se empezaba à levantar exclamando:

-Basta de hablar. Manos á la obra. A repartirnos inmediatamente los papeles.

-Empiezo yo por anunciaros, dijo el presidente, que me encargo de la opinion pública. Empezaré por publicar ciertas historias de palacio, ciertos misterios que muy pocos conocen. Pronto leereis todo esto en mi periódico.

Todos ofrecieron hacer otro tanto, segun sus tendencias y su posicion respectiva.

Acababa de diseñarse el plan de la obra revolucionaria. ¿Quién era el presidente de los carbonarios de la calle de Jacometrezo? D. Luis Gonzalez Brabo. Este, por aquella época, publicaba el célebre periódico que se titulaba El Guirigay; yá él se atribuyó, no sabemos si con razon ó sin ella, un libelo denominado: Casamiento de D. Maria Cristina de Borbon con D. Fernando Muñoz.

Este mismo Gonzalez Brabo creyó mas tarde que debia consagrarse con todas sus fuerzas á combatir la obra revolucionaria. Pero no anticipemos los hechos.

Presenciemos otra escena bastante distinta. No pasa en una lógia, sino en un despacho ricamente amueblado; no es una reunion de varios hombres, no es un club ni una parodia de asamblea: es un diálogo entre dos personajes. Tenia lugar bastantes años despues; en marzo de 1866. En el club de los carbonarios se habia dicho: «Nada de accion, todo propaganda;» aquí estos dos personajes, sentados en sus lujosos sillones, con la calma propia de la alta posicion que ocupaban, decian: « Nada de propaganda, todo accion.» ¿Quién lo acertaba? La obra de propaganda no habia en veinte y cinco años producido su efecto; el plan de los carbonarios de la calle de Jacometrezo, muchos de los cuales pertenecieron despues à campos contrarios à la Revolucion, se declaraba infecundo. ¿Es que realmente lo era, ó que era

aun demasiado pronto para que pudiese producir sus resultados la obra iniciada desde tan larga fecha? Pronto vamos á verlo.

Los dos personajes eran, el uno de estatura regular, de anchos hombros, de pecho bien formado, de ordenadas facciones; á su rostro de color amarillento servíale de contorno una barba ni rara ni tampoco poblada, y dibujábase en sus descoloridos labios una sonrisa fria que, añadida á la expresion de su mirar siempre triste, era la revelacion de su carácter melancólico. El otro era un hombre alto, robusto, de ancho pecho, de facciones abultadas pero bellas: sus labios delgados, su cuello corto, su mejilla rosada, su poblada barba, su aspecto gallardo y majestuoso, hacia de él una de las figuras mas interesantes de nuestra galería política. Estos dos personajes se llamaban D. Juan Prim y D. Salustiano Olózaga.

Escuchemos este diálogo que tanta trascendencia habia de ejercer en los destinos de España.

OLÓZAGA. - Creo que aprobais el plan que acabo de exponer, y que estais resuelto á secundarlo.

PRIM.-No, D. Salustiano. Me llaman á mí calavera; pero es esta una calaverada que no trato de intentarla. Quiero librar al país de la tiranía de O'Donnell; pero no puedo seguiros à donde tratais de llevarme.

OLÓZAGA.-Creeis que os voy á conducir hasta la república, y os equivocais.

PRIM.-Yo hasta la república no consiento en ir. Vos y yo somos demasiado viejos ya para tomar en política un nuevo punto de partida. ¿Creeis que yo he de trabajar para que mañana tenga que ir á ponerme à las órdenes de Pí y Margall, ó para que Castelar con redondeada frase se procure los frenéticos aplausos del pueblo echándole mi casaca con mis dos entorchados, á los gritos de Ya no hay ejército?

OLÓZAGA.-¿Y creeis que yo he de querer la república para arrodillarme ante D. Nicolás María Rivero y recitar el credo republicano á los piés del pontífice de la nueva iglesia?

PRIM.-Pues entonces ¿qué os proponeis?
OLÓZAGA.-Nada mas que dejar el trono vacío.
PRIM.-Si esto no es la república, yo no sé lo que es.
OLÓZAGA.-Se vacía el trono para llenarlo despues.
PRIM.-Y quién os responde de que podrémos hacerlo.
OLÓZAGA.-El sentimiento monàrquico del país.

PRIM.¿Y con qué lo llenarémos? ¿Con Espartero tal vez? Es hombre que apenas si sabe llevar el sombrero de general, mal, pues, le vendria la corona de monarca. Hasta para rey de teatro, Espartero es de un género demasiado bufo.

OLÓZAGA.-Tengo yo mi combinacion.

PRIM.

migo.

- En este punto desconfio de todo. No conteis con

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PRIM.-Imponernos à la Reina á la fuerza.

OLÓZAGA. Hoy podrá ceder si no tiene mas recurso; pero a las puertas del palacio estarán esperando los neocatólicos, y vuestros sucesores no serán ya los de la union liberal, serán los absolutistas.

PRIM. Es que no cederémos el poder á nadie. Con nosotros caeria la libertad, y entonces, antes que la libertad, harémos caer la dinastía; y habiéndola derribado, nosotros, solo nosotros, nos aprovecharémos de la situacion.

OLÓZAGA.

Está bien. Vamos à un fin por distintos caminos. Yo quiero vaciar el trono, vos quereis anular la dinastía. Instituciones de esta clase para vivir necesitan ser libres; vos encadenando la dinastía la matais. Adelante. PRIM.-Pongámonos de acuerdo. Qué es lo que haréis

VOS.

OLÓZAGA. — Insignificante ha de ser mi papel. Partid del principio de que no hay que contar con las masas. Es elemento muy difícil de organizar. Tienen que tocarse muchos resortes, y con esa gente es imposible salvar el misterio en que debemos envolvernos. Por otra parte las masas no tienen armas, no tienen disciplina.

PRIM.Quereis decir que la batalla debe darla un ge-

neral.

OLÓZAGA. Y este sois vos.

-

PRIM. Está bien; yo la daré, y la daré pronto; os digo
mas: el triunfo es seguro.

¿Con qué elementos contaba Prim para asegurar el éxito?
El general Prim contaba con D. Baltasar Hidalgo, capi-

tan del cuerpo de artillería. Este, para obrar con mas liber-

tad, empezó por pedir su licencia absoluta; de esta suerte,

sin compromisos, pudo disponer el movimiento insurreccio-

nal de la guarnicion de Madrid de que estaba encargado, en

lo que trabajó con el celo propio de su enérgico y activo ca-

rácter. Mas adelante tendrémos que ocuparnos del Sr. Hi-

dalgo, que no deja de ser en la época revolucionaria un per-

sonaje histórico de mucha importancia, pues la situacion

en que estuvo colocado respecto al cuerpo de artillería, á

consecuencia de los acontecimientos que venimos reseñan-

do, ha influido grandemente en la marcha y desenlace de la

Revolucion.

. Contábase tambien con otro progresista muy conocido, y

en quien el general Prim manifestaba entera confianza: era
Moriones, elemento por cierto nada despreciable para el
golpe que se venia preparando, ya que à Moriones no pue-
den negársele cualidades de valor y arrojo. Las exigencias
del plan concertado con muchos y poderosos recursos im-
pidieron la permanencia en Madrid del coronel Moriones.
Una junta, que trabajaba con asiduidad, y que procuraba
proveer á todo, aunque tenia que realizar sus trabajos en el
misterio, pensó en reemplazar á este con el general Pier-
rad, que habia sido primero conservador y hombre de hábi-
tos monàrquicos y de educacion aristocrática; pero que se
hizo despues progresista, y acabó por llegar hasta los con-
fines del campo revolucionario. Mas para que Pierrad se pu-
siese en inteligencia con Prim mediaba un inconveniente no
pequeño. Siendo segundo cabo de la capitanía general de
Madrid manifestó mucho celo en perseguir y prender à

Prim, y esto el jefe progresista no se lo perdonaba. Pero mediaron algunos amigos; se echó un velo sobre pasadas rencillas, y desde entonces Pierrad fue el alma de la conspiracion. Veíasele andar de uno á otro sitio, presentarse ora á un club, ora á una reunion, ora à un personaje que se creyere habia de prestar algun servicio. Hizo mas: el general Pierrad traspasaba los límites del celo; la conspiracion acabó por ser en él una manía, y tan léjos le llevaba esta manía que llegó á considerar la sublevacion como una campaña, y Madrid como un campo de batalla; así es que se le veia en su despacho consultando tratados de estratégia, estudiando mapas topográficos de la capital de la nacion, pensativo, haciendo y deshaciendo planes de campaña. Tan pagado estaba de poder ser el Molke de la Revolucion que llegaron momentos en que se temió que su intemperancia llegase á perderlo todo: los iniciados en el plan creyeron deber aconsejarle que se escondiese, y ya disfrazado de campesino, ya de cura le hacian andar de un lugar para otro. Bastante llegó á hacer, sin embargo, conforme puede colegirse por la siguiente conversacion :

PIERRAD.-Todo lo tenemos ya preparado D. Juan; falta solo que señaleis el dia.

PRIM. Ya lo está: el 22 de junio. Contamos con Moriones, con Hidalgo, con vos; no faltan jefes superiores para dirigir el movimiento.

PIERRAD.-Esto dejadło para mí. El plan es infalible, todo está previsto; y además la gente trabajará muy bien.

PRIM.-Contais tambien con jefes inferiores?

PIERRAD. Estos se muestran bastante reácios. Los unos no quieren comprometerse, los otros son adictos al Gobierno, y los que se comprometerian dicen que necesitan de su paga para vivir, y que si no sale bien no quieren, privados de sus grados, verse en la precision de ir á Portugal ó á Francia á trabajar de peones camineros. Es la única contrariedad..

PRIM.-Pero es una contrariedad bastante pequeña si en

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