La gloria de Don Ramiro: una vida en tiempos de Felipe SegundoSuárez, 1908 - 446 páginas |
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... mirada , soñaba en la dicha de poseer como dueño absoluto aquella de- liciosa existencia . Beatriz era para él la mies lograda y suya , á salvo de todo peligro . Sin embargo , cierto día la preguntó : -¿Os holgara ser aina mi esposa ...
... mirada , soñaba en la dicha de poseer como dueño absoluto aquella de- liciosa existencia . Beatriz era para él la mies lograda y suya , á salvo de todo peligro . Sin embargo , cierto día la preguntó : -¿Os holgara ser aina mi esposa ...
Página 67
... mirada hacia los infolios vió que todos ellos llevaban el mismo título : Summa Theologica , en gordas letras antiguas . -Esta obra , este monumento , este tabernáculo - prosiguió el canónigo — resume también , probado y La gloria de don ...
... mirada hacia los infolios vió que todos ellos llevaban el mismo título : Summa Theologica , en gordas letras antiguas . -Esta obra , este monumento , este tabernáculo - prosiguió el canónigo — resume también , probado y La gloria de don ...
Página 69
... mirada filosófica precisa y penetrante , si no era capaz de esos aleta- zos del espíritu que sacuden la telaraña de la rutina , su concepto teologal tenía la solidez de un peñasco . ¿ Quiénes eran los constructores de la doctrina que él ...
... mirada filosófica precisa y penetrante , si no era capaz de esos aleta- zos del espíritu que sacuden la telaraña de la rutina , su concepto teologal tenía la solidez de un peñasco . ¿ Quiénes eran los constructores de la doctrina que él ...
Página 84
... mirada abs- traída . Su negro ropaje andrajoso estremecíase en el céfiiro como un libro quemado . Caminaba lenta- mente golpeando en el suelo con el bastón . A pesar de aquel aspecto de miseria , llevaba ambos brazos ornados de ...
... mirada abs- traída . Su negro ropaje andrajoso estremecíase en el céfiiro como un libro quemado . Caminaba lenta- mente golpeando en el suelo con el bastón . A pesar de aquel aspecto de miseria , llevaba ambos brazos ornados de ...
Página 98
... mirada . -¡Ah , señor ! - prosiguió el segundón- la postre no os sabrá tan dulce como esperáis . ¡ No ! ¡ No ! -gritó bruscamente , golpeando con el tacón en el suelo y dando dos alaridos que resonaron de trágica manera , semejantes á ...
... mirada . -¡Ah , señor ! - prosiguió el segundón- la postre no os sabrá tan dulce como esperáis . ¡ No ! ¡ No ! -gritó bruscamente , golpeando con el tacón en el suelo y dando dos alaridos que resonaron de trágica manera , semejantes á ...
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La gloria de Don Ramiro: (una vida en tiempos de Felipe II). Enrique Larreta Vista de fragmentos - 1946 |
Términos y frases comunes
acababa Adaja agora ahora Aixa alma Alonso amor anciano antiguo arrabal asomar Avila avileses Beatriz Blázquez boca Bracamonte brasero brazos caballero cabeza calle camino canónigo Cantan de Roldán Casilda Cebreros cielo ciudad comenzó criada cruz cuadra daga dejaba Demonio dijo doncella doña Alvarez doña Guiomar entonces eran escuchaba escudero espada estaba estancia exclamó Flandes gesto Gonzalo gregüescos hablar harto hidalgo hijo honra hora hubiera Iglesia instante Iñigo jubón labios lacayo largo lectoral levantaba libros de caballerías llegar llevaba Luego madre mancebo mano mañana Medrano mente mirada misteriosa morir moriscos muerte mujer mundo muralla muro Navamorcuende negro niño noche obscuridad ojos olor Pablillos paje palabras parecía parecíale pasar pecho penitencia pensar perfume pronto puerta pupilas Ramiro religioso rostro rumor sangre Santa Santo Oficio sarracena Segovia semblante sentido silla sintió sombra soñar tarde terciopelo Valle de Amblés veces ventana vestido Vicente volver vuesamerced
Pasajes populares
Página 440 - Su primer aliento difundió en su morada un hálito del paraíso. Es la azucena conventual, bendecida por Dios en la tierra y en la simiente. Diríase que los ángeles mueven y aderezan todo lo que ella pone bajo su intento.
Página 445 - El Caballero Trágico quiso ponerse en su lugar, y disfrazado de salvaje pasaba todos los días más de cinco horas en las entrañas de la tierra. Contrajo, de esta suerte, una fiebre tan brava que en menos de una semana le privó de todo movimiento. Yo no hallé cosa mejor que cargarle sobre una muía y...
Página 235 - Una cascada de sol, traspasando los vidrios, entraba de sesgo en la estancia. El don rutilante y divino chispeaba en los objetos de plata, en el nácar y el metal de las incrustaciones, en el galón de las colgaduras, cayendo sobre el tapiz como una lluvia de oro de la mitología.
Página 10 - La ventana de una casa frontera acababa de alumbrarse, y veíase ir y venir, por delante de la luz, la sombra de un hidalgo que rezaba sus horas.
Página 8 - Todas miraban con respetuosa ternura al párvulo triste y hermoso, que no había cumplido aún doce años y parecía llevar en la frente el surco de misterioso pesar. Todas rivalizaban en complacerle, en agasajarle. Durante el trabajo, entre el zumbo de las ruecas, hablábase de cosas fáciles que él comprendía y, casi siempre, al anochecer, se contaban historias. Añejas historias, sin tiempo ni comarca. Unas sombrías, otras milagreras y fascinadoras.
Página 25 - Sirva de ejemplo cierto memorabilísimo rasgo de La gloria de Don Ramiro: ese aparatoso caldo de torrezno, que se servía en una sopera con candado para defenderlo de la voracidad de los pajes, tan insinuativo de la miseria decente, de la retahila de criados, del caserón lleno de escaleras y vueltas y de distintas luces.
Página 432 - ¿Sería verdad? ¿Sería, en efecto, hijo de moro? ¡Ah! Más le valiera entonces romperse las venas y dejar que toda su sangre se derramase sobre el lodo de la ignorada caverna. Su razón cayó en espantosa vorágine. Las ideas parecían ulular y remolinear como los vientos en una noche de vendaval.
Página 133 - Cuando Ramiro hallóse de nuevo en su casa, entre los objetos familiares de su aposento, y, desceñida la espada, quitado el capotillo, desajustado el jubón, se arrojó sobre la cama, parecióle que su existencia se internaba en el enredo de una historia novelesca (I, 15).
Página 67 - Era de aventajada estatura. Los ojos grandes y algo salientes. Los cañones de la barba, casi siempre a medio rapar, daban un tinte azul a toda la parte baja del rostro. Los demás canónigos le envidiaban, entre otras cosas, sus hermosos ademanes en el pulpito y aquella bizarría con que manejaba el manteo, aquellos sus diversos estilos de arrebozarse con él y de derribarlo de súbito, a modo de capa soldadesca, como quien va a desnudar varonilmente la espada.
Página 382 - Hoy día, ¡voto a Cristo!, no hay escudo que defienda como el que suena en la bolsa, atambor que haga marchar mejor que los doblones, reales más lucidos que los de plata. Antaño se arriesgaba la vida por la gloria del rey, hogaño por su rostro acuñado en Segovia. Gánanse los ducados con ducados, las plazas de Francia con sus propias pistolas, ¡y juro por San Andrés!, que antes que hacer cuartos a los herejes holgárame hacer cuartos de mis ochavos.