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en las preces de una salve los afectos encendidos de su enamorado corazón!

5. Cuando al cabo de algunos meses hubo recobrado Ignacio razonable salud, trató de poner en planta su nueva vida. Para esto necesitaba alejarse de su casa y parientes, y buscando algún pretexto con que ejecutarlo sin ruido, ofreciósele hacer una salida á Navarrete, donde entonces residía el duque de Nájera, para agradecer á este ilustre magnate las visitas que de cuando en cuando le había enviado mientras se curaba en Loyola. El hermano mayor de Ignacio, Martín García de Loyola, que había observado atentamente lo que pasaba por el enfermo, adivinó lo que significaba aquella salida. El ver á Ignacio tan ajeno á los pasatiempos antiguos, el verle pasar largas horas leyendo vidas de santos y escribir en su curioso libro, la seriedad de las palabras y la concentración de ánimo en que se encontraba, indicaban á Martín García que su hermano menor pensaba mudar de vida.

Con este presentimiento llamó á su hermano, y, encerrándose con él en un aposento, empezó á rogarle ahincadamente que no se perdiese, ni frustrase las buenas esperanzas que en él había fundado la familia. Ignacio, sin manifestarle todos sus designios ni entrar en largas explicaciones, le aseguró que no haría nada por donde viniese á perderse y á desdorar el lustre de su casa (1).

Con esto se despidió de su hermano mayor, y seguido de dos criados dirigióse primero (2) á Nuestra Señora de Aránzazu, devotísimo santuario que está cerca de Oñate, y era entonces, como ahora, muy frecuentado por la piedad de los guipuzcoanos. De allí continuó su camino á Navarrete, donde visitó al duque de Nájera. Como le debían en casa del duque algunos ducados, los pidió entonces al tesorero, y habiéndolos recibido, pagó con ellos algunas deudas que tenía, y lo que sobró del dinero lo dedicó á restaurar y adornar una imagen de Nuestra Señora que encontró en mal estado (3).

(1) Cámara, ibid., c. 1.—(2) No podemos precisar cuándo salió Ignacio de su casa. El primer dato cronológico que presenta Cámara es el de la vela de las armas, acto que ejecutó Ignacio la noche del 24 al 25 de Marzo de 1522. Antes de esto hay que colocar los tres días que gastó en la confesión general, los que empleó en el camino de Navarrete á Monserrat, los que se detendría en Navarrete visitando al duque de Nájera y pagando sus deudas, y, finalmente, los que transcurrirían desde Loyola hasta Navarrete. Aplicando á esto un cálculo prudencial, no será aventurado suponer que Ignacio salió de su casa á fines de Febrero de 1522, habiendo gastado unos nueve meses en la curación de sus heridas.-(3) Cámara, ibid., c. II.

Habiendo cumplido con todos los deberes de la cortesía y amistad, despidió á los dos criados que le venían acompañando desde Loyola, y ya solo, montado en una mula, tomó el camino de Monserrat. En este camino hizo voto de castidad, según nos refiere el P. Laínez en el pasaje citado en el capítulo anterior, aunque ignoramos el día y el sitio en que hizo este voto. El P. Ribadeneira (1) parece insinuar que lo hizo al llegar á Monserrat. También tomó por costumbre Ignacio, desde que salió de su casa, disciplinarse todos los días. Iba muy alegre su camino adelante, meditando las penitencias que había de hacer, aunque ya no le movía tanto el deseo de satisfacer por sus culpas, como el de agradar mucho á Dios con su nueva vida (2).

6. Llegado á Monserrat, hizo una confesión general de toda su vida con un prudente religioso benedictino, llamado Fr. Juan Chanones ó Chacones, francés de nación. Empleó tres días en esta confesión, y para más puntual exactitud, quiso hacerla por escrito. Descubrió después al confesor el propósito que tenía formado de emprender nueva vida, y habiendo tomado su consejo, regaló al monasterio la mula en que había venido, y colgó en el altar de María Santísima la espada y la daga. Hecho esto, dispúsose á mostrarse al mundo cual deseaba ser en adelante, esto es, hombre crucificado á todos los deleites y gustos de la tierra.

7. Era la víspera de la Anunciación, 24 de Marzo de 1522 (3), y habiendo esperado á que anocheciera, llamó á un pobre andrajoso, y desnudándose de los vestidos preciosos que traía puestos, hasta de la camisa, se los dió todos, y él se vistió un traje vilísimo que había comprado poco antes. Consistía éste en una túnica talar ó saco de cáñamo, tosco y grosero, un pedazo de cuerda para ceñirlo al cuerpo, un zapato, ó, como dice Ribadeneira, alpargate de esparto para el pie derecho, pues aun necesitaba llevar fajada la pierna de la herida, que fácilmente se le hinchaba; finalmente, un bordón de peregrino, con su correspondiente calabacita. Como en la Edad Media los que se armaban caballeros solían velar sus armas una noche, quiso él hacer otro tanto con las armas de su nueva milicia, y acudiendo al altar de María Santísima, pasó todas la noche en oración, ya de pie, ya de rodillas, ofreciéndose generosamente al divino servi

(1) Ibid., c. 111.

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(2) En este camino de Monserrat ocurrió el curioso episodio del encuentro con el moro, cuya relación puede verse en Cámara y Ribadenei a, locis cit.-(3) Cámara, ibid., c. 11.

cio é implorando el favor de la Reina de los cielos. Con este acto empezó públicamente la vida santa de Ignacio.

En la serie de todos estos sucesos habrá notado el lector la continua intervención de María Santísima en la santificación de Ignacio, y la mutua correspondencia de amor y beneficios que se establece entre la Madre de Dios y nuestro santo Padre. La conversión de Ignacio se determina una noche delante de un cuadro de María; poco después la Reina de los cielos se aparece á Ignacio y le confirma en sus propósitos. Cuando puede salir de casa Ignacio, va á rezar una salve á la vista de Nuestra Señora de Olaz. Al despedirse de su casa, los primeros pasos de Ignacio se enderezan á Nuestra Señora de Aránzazu; el primer dinero de que puede disponer en Navarrete lo emplea Ignacio en adornar una imagen de María; en el camino de Monserrat defiende la pureza de María contra las blasfemias de un moro; en ese mismo camino hace voto de castidad, ofreciéndolo al Señor por mano de María, y ahora, deseando armarse caballero de Cristo, vela sus armas ante el altar de María. ¡Cuán claro aparece que la mano de María Santísima andaba en este negocio, y que, después de Dios, á nadie se debe tanto la santificación de Ignacio y la fundación de la Compañía de Jesús, como al corazón maternal de la Santísima Virgen!

CAPÍTULO III

SAN IGNACIO EN MANRESA

SUMARIO: 1. Sitios en que vivió Ignacio.-2. Su género de vida.-3. Personas que le trataron.-4. Tentaciones manifiestas. - 5. Escrúpulos.-6. Favores extraordinarios de Dios.-7. El rapto de ocho días.-8. Escribe los Ejercicios.-9. Peregrina á Jerusalén.

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FUENTES CONTEMPORÁNEAS: 1. Cámara, c. II y III. 2. Polanco, c. II y II.-3. Laínez, Ubi supra. -4. Nadal, Ubi supra.· 5. Ribadeneira, c. V, VI, VII, VIII y IX.-6. P. Francisco Vázquez, Carta original.—7. Procesos de beatificación.-8. Juan Pascual, Relación.

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1. Apenas amaneció el día de la Anunciación del año 1522, Ignacio, vestido ya de peregrino y armado caballero de Cristo, oyó misa y comulgó devotísimamente en Monserrat. Cuando hubo dado gracias á Dios por este beneficio, salió del santo monasterio y empezó á bajar la cuesta del monte. Al poco tiempo encontróse con Inés Pascual, viuda piadosa y bien acomodada, que residía por entonces en Manresa, la cual, en compañía de su hijo Juan y de otras personas, había ido á visitar á Nuestra Señora de Monserrat, y cumplida esta devoción, se volvía á Manresa. Acercándose al grupo nuestro caminante, preguntó si habría en aquellos contornos algún hospital donde pudiera recogerse. Sorprendió á todos el extraño aspecto de aquel hombre, vestido de jerga, descalzo de un pie y con bordón en la mano, sobre todo cuando repararon que los rubios y elegantes cabellos y la delicadeza de las facciones no hacían buen juego con lo astroso y desharrapado del traje. La discreta Inés Pascual, que presintió algo de lo que aquel hombre podía ser, respondió á la pregunta, diciendo que el hospital más cercano estaba en Manresa, y que si él quería seguirla, ella le conduciría hasta las puertas del hospital. Aceptó el peregrino tan cristiano ofrecimiento, y cojeando penosamente siguió al grupo de caminantes (1).

(1) Nos cuenta este encuentro el mismo Juan Pascual, en su relación.

No habrían andado una legua, cuando se oyeron llamar á la espalda por un hombre que á toda prisa los seguía. Esperáronle, y el recién venido, encarándose con Ignacio, le preguntó si era verdad que él había dado unos vestidos preciosos á cierto mendigo á quien la justicia había puesto en la cárcel, por creer que los había hurtado. Confesó Ignacio la verdad, y considerando la tribulación que había ocasionado al inocente mendigo, no pudo contener las lágrimas (1). Despertada con esto la curiosidad, preguntóle aquel hombre quién era, de dónde venía, cómo se llamaba; pero á nada de esto quiso responder Ignacio, porque vió que no era menester para librar al pobre encarcelado. Con este incidente confirmóse Inés Pascual en la idea que había concebido, de que no era persona vulgar aquel pobre cojo que la seguía. Cuando llegaron á Manresa, ella misma le condujo al hospital, le recomendó á la hospitalera Jerónima Claver, y aquella misma tarde le envió de limosna la cena que halló preparada para sí, y consistía en una taza de caldo y una gallina (2).

La estancia de San Ignacio en Manresa es un episodio importantísimo de su vida, pues ya entonces plantó Dios en el alma de nuestro santo todas las virtudes que después había de ejercitar, y ya en aquellos meses ejecutó San Ignacio en pequeño, lo que después hahía de hacer en mayor escala en todas las regiones donde vivió.

Al tratar de San Ignacio en Manresa, lo primero que desea saber la curiosidad es el sitio en que vivió. Los PP. Cámara y Ribadeneira dicen únicamente que Ignacio dirigió sus pasos desde Monserrat al hospital de Manresa. Ni Laínez, ni Polanco, ni Nadal hablan palabra sobre la vivienda de Ignacio, lo cual no debe maravillarnos mucho. Aquellos hombres espirituales se aplicaron ante todo y sobre todo á estudiar el estado psicológico y el progreso espiritual de nuestro santo Padre, y prescindieron de estas materialidades topográficas, á que nosotros damos hoy tal vez excesiva importancia. En los procesos apostólicos para la beatificación, hechos en Barcelona en 1606, el testigo Onofre Pablo Cellers, deán de aquella ciudad, de setenta años, precisa de este modo la serie de domicilios en que moró San Ignacio. Según este testigo, nuestro santo Padre, después de vestirse del saco, se retiró á hacer penitencia á una cueva de Monserrat, de donde venía á pedir limosna á las puertas del monasterio y á confesarse con el P. Chanones. Mas como observase

(1) Cámara, Vida del P. Ignacio, c. 11.— (2) Juan Pascual, Relación.

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