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¿Y qué podían hacer cuatro hombres de poca posibilidad, cuatro barrenderos, como decía el P. Navarro? Sin embargo, ya por la fama de lo mucho que se hacía en Córdoba, ya por la humildad y modestia con que el P. Navarro y sus compañeros trabajaban cuanto podían, es lo cierto que en la ciudad crecía cada vez más el deseo de tener colegio formal de la Compañía. «No sabría decir, escribía á San Ignacio el P. Navarro, cuánto sea el deseo que tienen los de esta ciudad de que vengan aquí Padres muchos. Pregúntanme doquiera que voy cuándo vienen los Padres, mostrando bien en ello la devoción que tienen á la Compañía, no habiéndose hecho en ella [en Granada] lo que en las otras partes ha causado la opinión y crédito que de ella han tomado; pues no hay aquí sino cuatro barrenderos, de los cuales, pues se edifican y algunos se aprovechan, de creer es que cuando haya quien los despierte y hombres que los levanten, se han de edificar mucho y aprovechar en el servicio del Señor»> (1).

Esto se escribía el 31 de Mayo de 1555. En la misma carta avisa el P. Navarro que hay en Granada nueve pretendientes de la Compañía. Entendiendo el P. Torres la buena mies que se preparaba en esta ciudad, envió á ella al P. Alonso Ruiz. Con esto, y con ordenarse de sacerdote uno de los Hermanos que habían ido al principio y estudiaba teología, fueron tres los operarios que pudieron trabajar, principalmente en dar Ejercicios y en oir confesiones. Por Julio de aquel mismo año acudió á Granada el P. Torres, llevando consigo al fervoroso P. Basilio, y apenas empezó á tratar con las gentes, quedó sorprendido al ver la gran veneración con que todos miraban á la Compañía, siendo tan poco lo que ésta había hecho hasta entonces en Granada. Distinguíase en la estima de los Nuestros el ilustre arzobispo Pedro Guerrero, quien habiendo conocido en Trento á los PP. Laínez y Salmerón, y apreciando por ellos á la Compañía, exclamaba: «Castra Dei sunt ista; éstos son los reales de Dios con que en estos tiempos se ha servido Su Majestad hacer guerra al mundo, demonio y carne» (2). Dada esta buena disposición, no es maravilla que el P. Basilio arrastrase las muchedumbres con su predicación fervorosa y consiguiese estupendas conversiones.

En vista de fruto tan copioso trató seriamente el P. Provincial de

(1) Litterae quadrimestres, t. III, p. 500.

(2) Estas palabras las conserva Ribadeneira, Hist. de la Asistencia de España, 1. 11, c. VIII.

asentar bien la fundación de Granada. Nombró al P. Basilio rector del colegio, y envió algunos sujetos más. El P. Bustamante, que luego sucedió al P. Torres en el provincialato de Andalucía, visitó la casa de Granada aquel mismo año 1555 (1), y trató de llevar adelante la obra de su predecesor. Observando la estrechez de la casa que ocupaban en la calle de Abenamar, buscó habitación más capaz; y aunque por entonces no pudo comprar casa buena, alquiló dos pares de casas junto al convento de la Encarnación. El alquiler fué pagado por el arzobispo, quien ofreció para esto y para otros gastos una suma de tres mil ducados (2). Aviadas prontamente las nuevas casas, trasladóse á ellas la comunidad por Pascua de Resurrección de 1556. Acrecentóse entonces considerablemente el número de los Nuestros, porque el P. Bustamante trasladó á Granada el primer noviciado de la provincia de Andalucía, que algunos meses antes se había empezado en Córdoba. Tal era el estado del colegio de Granada á la muerte de N. P. S. Ignacio (3).

12. Entre tantas fundaciones como simultáneamente se estaban haciendo, merece alguna mención la del noviciado de Simancas. Al arreglar las cosas de la Compañía en España, el P. Nadal dejó muy encargado que cada provincia tuviese una casa de noviciado distinta de los colegios. Á los pocos meses ofrecieron á San Francisco de Borja una casa en Simancas, la cual el santo varón aceptó para establecer allí el noviciado de la provincia de Castilla. Ofrecíala D. Juan de Mosquera, caballero muy conocido en Valladolid, y hasta entonces enemigo acérrimo de la Compañía. ¿Quién le había mudado tan extraordinariamente el corazón? No fueron ciertamente los sermones de los Nuestros, pues no quería oirlos; no fué la conversación de ningún jesuíta, pues de todos cuidadosamente se apartaba; no fué la persuasión de ningún amigo nuestro. Lo que obró tal conversión fué únicamente el ejemplo de San Francisco de Borja. Años atrás habíale visto Mosquera en Valladolid rodeado de toda la ostentación de su humana grandeza. Vióle ahora pobre y humilde, acompañado solamente de un Hermano coadjutor, y sirviendo algunas veces á este

(1) Polanco, Historia S. J., t. vi, p. 677.

(2) Polanco, ibid., p. 687.

(3) No siéndonos posible descender á más pormenores sobre esta fundación, pueden consultarse Polanco, Historia S. J., t. v, p. 506, y t. vi, p. 677; Ribadeneira, Hist. de la Asistencia de España, 1. 11, c. vIII; Roa, Hist. de la Prov. de Andalucia, 1. I, c. XIV, y la Hist, manuscrita anónima del colegio de Granada.

mismo Hermano, y esto bastó al discreto caballero para admirar á la Compañía y ofrecerse á servirla con sus bienes (1).

Tenía una pequeña casa y algunas heredades en Simancas, y todo lo puso á disposición del santo Comisario. Éste determinó abrir en aquel sitio el noviciado de la provincia de Castilla. Á fines de 1554 envió desde Plasencia á su compañero el P. Bustamante, nombrándole maestro de novicios. Para formar la comunidad de la nueva casa, lleváronse tres novicios de Plasencia, cuatro de Salamanca y otros cuatro admitidos en Valladolid, todos los cuales, reunidos en la casita de Simancas, empezaron á hacer vida de ángeles bajo la dirección del P. Bustamante. No tenían para subsistir otros subsidios más que la liberalidad del Sr. Mosquera y las limosnas que recogían pidiendo de puerta en puerta los sábados por el pueblo. La presencia de San Francisco de Borja, que se recogía á menudo entre sus queridos novicios, atrajo, como era de suponer, á muchos caballeros que favorecían á la casa. Á principios de 1555 la honró con una visita la princesa D.a Juana, hermana de Felipe II, y gobernadora entonces en su nombre de estos reinos (2).

13. Otras tres fundaciones se hicieron antes de la muerte de San Ignacio: la de Sanlúcar de Barrameda, empezada en 1554, pero que cesó dos años después; la del colegio de Murcia, empezada el año 1555 por la generosidad de D. Esteban de Almeida, obispo de Cartagena y Murcia, y, por fin, la de Monterey en Galicia, que empezó meses antes de morir nuestro santo Padre, y se debió al ilustre caballero Alonso de Fonseca y Acevedo, conde de Monterey. No cansaremos al lector describiendo por menudo todos los pormenores de estas fundaciones, pues sería repetir lo que ya hemos dicho acerca de otros colegios. Puede consultarse sobre ellos la Historia de Polanco. Sólo merece capítulo aparte el colegio de Zaragoza, por la tempestad verdaderamente revolucionaria que allí se levantó contra la Compañía el año 1555.

(1) Litterae quadrimestres, t. 111, p. 63.

(2) Véanse éstos y otros muchos edificantes pormenores en las dos cartas del P. Portillo, escritas el 4 de Mayo y el 26 de Julio de 1555. Cartas de S. Ignacio, t. v, p. 432, y Litterae quadrimestres, t. III, p. 531.

CAPÍTULO XIII

COLEGIO DE ZARAGOZA

(1555)

SUMARIO: 1. Diligencias practicadas de 1547 á 1554 para abrir colegio en Zaragoza.— 2. La ciudad y los caballeros se resuelven á einpezar el colegio en 1554, animados por el P. Estrada.-3. Dificultades para hallar sitio.-4. Comprada una casa, se adereza una capilla, que se abre al público el 17 de Abril de 1555.—5. El mismo día sale un edicto del vicario del arzobispo contra los Nuestros.-6. Los agustinos con otros regulares, y el arzobispo con algunas parroquias, se declaran contra la Compañía. Motivos de esta guerra.-7. El guardián de San Francisco es elegido juez conservador de los agustinos, y el obispo de Huesca de los jesuítas.8. Ambas partes acuden al Justicia de Aragón.-9. Demostraciones de los agusti nos contra la Compañía.-10. Alborótase el pueblo contra los jesuítas.-11. La princesa D. Juana emprende la defensa de la Compañía. Sus primeras cartas de 25 de Junio de 1555.-12. Salen los Nuestros de Zaragoza el 1.o de Agosto.13. Nuevas y más apremiantes cartas de la princesa. - 14. Va cediendo la parte contraria, hasta que el 8 de Setiembre se publica la revocación del edicto de 17 de Abril, y se declaran nulas cuantas censuras se habían lanzado contra la Compañía.-15. Vuelta triunfal de los Padres á Zaragoza.-16. Carta de San Ignacio.

FUENTES CONTEMPORÁNEAS: 1. Cartas de San Ignacio.—2. Regestum litter. S. Ignatii.— 3. Epistolae mixtae.-4. Litterae quadrimestres.-5. Epistolae S. Francisci Borgiae.-6. Epistolae P. Nadal.-7. Polanco, Historia S. J.-8. Ribadeneira, Historia de la Asistencia de España.-9. Álvarez, Historia de la Provincia de Aragón.-10. Maestro Espés, Libro de la Iglesia metropolitana de Zaragoza.-11. Archivo de Simancas, Estado, leg. 318.

1. El primer pensamiento de establecer colegio de la Compañía en Zaragoza parece haber nacido de San Francisco de Borja. Apenas entró religioso en el otoño de 1546, concibió fervorosos deseos de abrir casas á nuestra Orden en las más ilustres ciudades de España. Puso los ojos desde luego en Sevilla, Toledo y Zaragoza, y por eso en Noviembre de aquel mismo año, aprovechando el viaje del Dr. Miguel de Torres, que después de visitarle en Gandía, pensaba pasar á Zaragoza, envió por mano de éste varias cartas á los personajes más ilustres de aquella ciudad, proponiéndoles la fundación de un colegio,

para cuyo principio ofrecía él una casa y alguna renta que allí tenía (1).

El P. Torres, al proponer este negocio, halló muy buena acogida en el virrey de Aragón Pedro Martínez de Luna, conde de Morata, pero mucha frialdad de parte del arzobispo D. Hernando de Aragón, frialdad tanto menos esperada, cuanto que D. Hernando era pariente cercano de San Francisco de Borja (2). Con todo eso no se desanimaron los Nuestros, y en el verano siguiente de 1547, cuando estuvieron en Zaragoza los PP. Araoz y Torres, determinaron dejar en la ciudad algunos sujetos que, trabajando en bien de los prójimos, diesen á conocer la Compañía y preparasen el camino para el futuro colegio. Fueron destinados á esta empresa, como ya lo dijimos más arriba, los PP. Francisco de Rojas, español, y Hércules Bucceri, italiano (3).

Desde luego encontraron algunos buenos amigos, que prestaron generosamente favor á las cosas de la Compañía. Distinguiéronse entre éstos Fr. Tomás de Esquivel, prior del convento de los dominicos; micer Jaime Agustín, Mateo Sebastián Morranos, y más aún el anciano caballero mosén Juan González de Villasimplez, conservador del real patrimonio en Aragón. Este buen señor, habiendo enviudado algún tiempo antes, y ordenádose de sacerdote, destinó una casa que tenía en Zaragoza, con alguna hacienda, á la erección de un colegio de doncellas. Como no tuviese próspero suceso esta fundación, mosén Juan González la deshizo con autoridad apostólica, y ofreció aquella casa y hacienda á los Nuestros, para establecer un colegio de la Compañía. También se concedió á los Nuestros una pequeña iglesia, que se había aplicado antes al colegio de las doncellas. Aceptóse la oferta en el verano de 1547 (4). Á principios de 1548 murió mosén Juan González (5), y su hijo Juan Luis movió pleito á la Compañía y puso embargo en la fundación, alegando que su padre no había hecho la donación con el debido derecho, pues no le tenía para dar al colegio ciertos bienes raíces que le dió y él pretendía ser suyos. Resistíale su hermana D.a Aldonza González, que amaba sinceramente á la Compañía, y deseaba llevar adelante los buenos de

(1) Epistolae mixtae, t. 1, p. 328.—(2) Ibid., p. 339.—(3) Ibid., pp. 389 y 392. (4) Véase la carta en que agradece San Ignacio esta donación, en Cartas de San Ignacio, t. II, p. 37.

(5) No sabemos el día preciso, pero debió ser por Marzo ó Abril, pues el 27 de Mayo ordenaba San Ignacio desde Roma que se le hiciesen los sufragios como á fundador del colegio. Vide Regest. litt. S. Ignat., t. 1, p. 147.

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