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ca, pasó á Padua, donde continuó por algunos años la carrera de sus estudios, con muestras de aventajado ingenio y de mucha virtud religiosa. En 1546 San Ignacio escribía al buen Dr. Ortiz: «Pedro de Ribadeneira está en Padua, dando mucho buen olor de sí, así en costumbres como en el estudio, y persuadiéndome, si vive, será para mucho, y vero siervo del Señor nuestro» (1).

Dos años y medio pasó en Sicilia Ribadeneira ocupado en enseñar retórica, ayudando en lo que podía á los otros ministerios de la Compañía, pues aun no estaba ordenado de sacerdote. Cuando en Roma se trató de abrir el colegio germánico por el otoño de 1552, fué llamado Ribadeneira para enseñar en aquel colegio, y él fué quien pronunció el discurso inaugural con mucho aplauso de los circunstantes (2). En 1553 recibió las sagradas órdenes, y desde entonces sirvió á la Compañía, como adelante veremos, en los cargos más importantes de gobierno durante unos veinte años.

9. Con Ribadeneira estudiaba en Padua el P. Juan de Polanco, el cual acabó su carrera el año 1546, y ordenado de sacerdote, dió fervoroso principio á sus ministerios apostólicos, primero en Pistoya y después en Prato y Florencia. En la primera ciudad aprovechó notablemente al pueblo con sus sermones, pero el principal fruto que recogió fué el enfervorizar con los Ejercicios al señor obispo, el cual, desde entonces, empezó á predicar y desempeñar con suma diligencia todos los oficios pastorales. En Prato y Florencia consiguió también Polanco felices resultados con su fervorosa predicación. No obstante, su mismo fervor y la inexperiencia juvenil le hicieron cometer algunas indiscreciones.

10. La principal fué que, apenas llegó á Florencia, animado, sin duda, del favor que dispensaban á la Compañía los duques, empezó á exhortar á éstos á la virtud, y aun á darles por escrito reglas para bien vivir y gobernar sus estados. Este arrojo de un joven que reción llegado se ponía á darles consejos con tanta autoridad, produjo en los duques un movimiento contrario de desvío é indignación. Noticioso San Ignacio de lo ocurrido, dirigió á Polanco una buena reprensión, encargándole ser más mirado en lo que hacía, sobre todo tratando con gente tan alta. « Á unos semejantes señores, le dice, y de tan buen ejemplo, y con mucha razón estando en continua vigilia [observación] de los que les son favorables ó contrarios, darles pre

(1) Cartas de San Ignacio, t. 1, p. 236. Cf. Prat. Histoire du P. Ribadeneira, l. 1. (2) Vide Steinhuber, Geschichte des Collegium Germanicum Hungaricum, t. 1, p. 15.

ceptos ó avisos por cédulas para la reformación de sus conciencias ó estado, sin haber primero alcanzado el debido amor, crédito y autoridad con ellos, es más para todo desbaratar, que para salir con lo que se pretendía» (1). Después de la reprensión le exhorta Ignacio á no desanimarse, y muestra esperanza de que, advertido por la experiencia, podrá en adelante, con las buenas dotes que posee, promover mucho la gloria de Dios. No salió fallido el pronóstico del santo, pues como adelante veremos, Polanco fué un prodigio de actividad y un modelo de prudencia. Pocos días después de dirigirle esta carta, le escogió San Ignacio para secretario suyo, oficio que Polanco desempeñó, no sólo en vida de San Ignacio, sino de sus dos sucesores, hasta la muerte de San Francisco de Borja.

11. Algo pudiéramos añadir acerca de otros Padres españoles que ya en vida de San Ignacio trabajaron fuera de España, pero es necesario limitarse. Sólo añadiremos dos palabras sobre lo que hicieron los Padres españoles en el colegio romano. Según la idea de San Ignacio, debía ser este colegio como un modelo de todos los colegios de la Compañía. Edificado en el centro del orbe católico y ante los ojos del Sumo Pontífice, había de recibir en su seno á los jesuítas de todas las naciones, los cuales aprenderían allí la más pura doctrina católica, se adiestrarían en los métodos pedagógicos de la Compaňía, y luego difundirían en sus respectivos países las sabias enseñanzas recibidas en Roma (2).

Si al genio de San Ignacio se debió la idea del colegio romano, la ejecución de esta idea fué obra principalmente de la generosidad de San Francisco de Borja. Cuando en Octubre de 1550 entró, como vimos, con aparato de duque en la Ciudad Eterna, puso en manos de San Ignacio una suma de cinco ó seis mil ducados que había llevado consigo (3). Al recibir este dinero el santo patriarca, juzgó que era llegada la hora de poner en planta la idea del colegio romano. Hizo que la suma se depositase en manos de un procurador seglar, para que ni un céntimo de aquel capital pasase á la casa profesa (4). Tres

(1) Cartas de San Ignacio, t. 1, p. 327.

(2) «Voluit P. Ignatius delectum haberi auctorum et doctrinae a Nostris audiendae in omnibus facultatibus, et romanum hoc collegium velut formam quamdam aliis, ubicumque disciplinae Nostris traderentur, pro forma et exemplo esse volebat, et hic, in oculis Sedis Apostolicae et orbis christiani, hoc institutum collegiorum sui specimen praebere cupiebat.» Polanco, Hist. S. J., t. III, p. 9.

(3) Polanco, Hist. S. J., t. 11, p. 13.

(4) Idem, ibid., p. 165.

meses después, el 18 de Febrero de 1551, catorce jóvenes religiosos de la Compañía, bajo la dirección del P. Juan Pelletier, francés, se alojaban en una modesta casa de la Vía Capitolina, y daban principio al célebre colegio que tan inmensos bienes había de difundir en la Compañía y en toda la Iglesia. Á los pocos meses sucedió al Padre Pelletier el P. Bernardo Oliverio, y fué necesario cambiar de casa por ser muchos los Nuestros llamados á estudiar en Roma, y por ir creciendo cada día el número de jóvenes seglares que frecuentaban nuestras aulas. Como es de suponer, no se abrieron desde luego todas las clases que después se habían de desempeñar. Contentáronse los Nuestros en 1551 con enseñar las letras humanas (1). Á los dos años y medio, en Octubre de 1553, habiendo recibido en su seno la Compañía algunos maestros insignes, determinó San Ignacio acometer la enseñanza de las facultades mayores. Para dar principio á esta obra se dieron al público tres actos solemnes, uno de teología, otro de filosofía y el tercero de retórica, según la forma acostumbrada en las antiguas universidades.

Tres españoles hicieron el gasto principal en esta solemnidad literaria. El P. Martín de Olave defendió sin presidente el acto de teología. Él disertó y él satisfizo á todos los argumentos, dando gallarda muestra, no menos de ciencia sólida que de fácil y elocuente expresión. El acto de filosofía lo defendió como alumno el P. Teodorico Gerardi, y lo presidió como maestro el Dr. Baltasar de Torres, médico español recién admitido en la Compañía (2). Por fin, el acto de retórica lo desempeñó el joven valenciano Benito Pereira, bajo la presidencia del P. Fulvio Cárdulo. De este modo empezó el colegio más célebre de la Compañía, ideado por un español, fundado con el dinero de otro español, y alentado con la ciencia de maestros españoles.

(1) Polanco, Hist. S. J., t. 11, p. 166.

(2) Véase su vocación en Polanco, Hist. S. J., t. îì, p. 204, y lo relativo á estos actos, en el mismo tomo, p. 8.

CAPITULO XIX

JESUÍTAS ESPAÑOLES EN PORTUGAL. VISITA DEL P. MIGUEL DE TORRES

1552

SUMARIO: 1. Estado de la provincia de Portugal en 1552.-2. Tentativas para sacar de ella al P. Simón Rodríguez.-3. Va éste á Roma en 1551, y vuelve luego á Portugal.-4. El P. Mirón es enviado á Coimbra en 1551.-5. Á principios de 1552 nombra San Ignacio Provincial de Portugal al P. Mirón, y visitador al P. Miguel de Torres, mandando que acompañe á éste en la visita San Francisco de Borja.-6. No entran en Portugal Torres y Borja.-7. Mudanza de Provinciales ejecutada el 3 de Mayo de 1552.-8. Graves turbaciones ocasionadas por la presencia del P. Simón Rodríguez.-9. El P. Mirón emprende la reforma de la provincia con poco tino y mucha precipitación.-10. Los Padres portugueses llaman al P. Torres.-11. Éste envía al P. Simón Rodríguez á la provincia de Aragón, y arreglando á medias la provincia de Portugal, vuélvese á Salamanca por Setiembre de 1552.— 12. Siguen las turbaciones y defecciones.-13. Calumnias horribles contra San Ignacio.-14. Refútanlas los PP. Francisco Enríquez y Luis González de Cámara.-15. Llaman de nuevo al P. Torres, el cual llega por Noviembre de 1552.16. Hace la visita en toda regla y el expurgo general de la provincia.-17. Nú. mero de los salidos de la Compañía.-18. Carta de San Ignacio, en la que se aprueba lo hecho por el P. Torres.

FUENTES CONTEMPORÁNEAS: 1. Cartas de San Ignacio de Loyola.-2. Constitutiones S. J. latinae et hispanicae.-3. Causa P. Simonis Rodriguez.-4. Cartas y otros escritos del B. Pedro Fabro.-5. Epistolae P. Lainez.-6. Epistolae P. Nadal.-7. Epistolae mixtae.-8. Litterae quadrimestres.-9. Polanco, Historia S. J.-10. Ribadeneira, Persecuciones de la Compañía.— 11. Biblioteca de Évora,

C VIII
2-1

1. En ningún país prestaron los Padres españoles á la Compañía un servicio tan singular y al mismo tiempo tan importante, como en el reino de Portugal (1). En otras regiones vemos á nuestros

(1) Al leer este capítulo y el siguiente se sorprenderán quizá algunos de nuestros lectores, viendo cuánto difiere nuestra narración de la que escribieron sobre los mismos sucesos otros autores, principalmente el P. Baltasar Téllez (Chronica da Companhia de Jesus na Provincia de Portugal, t. 1, p. 572), y el P. Bartolomé Al

compatriotas asentar los fundamentos de la Compañía, y dar el primer impulso á los ministerios apostólicos. En Portugal, por el contrario, intervienen los Padres españoles para moderar el movimiento y para encauzar la vida religiosa, algo trastornada por el súbito y no bien ordenado crecimiento de la Provincia. Para entender bien la acción de los PP. Diego Mirón, Miguel de Torres, Francisco de Villanueva, Jerónimo Nadal y Francisco de Borja, en Portugal, habremos de tomar el agua de más arriba y explicar algún tanto la vida de la Compañía en el vecino reino.

Desde que en 1540 se presentaron en Lisboa el P. Simón Rodríguez y San Francisco Javier, todo había sucedido en Portugal á la Compaňía con suma prosperidad. La abnegación y celo apostólico de que dieron gallarda muestra los dos Padres, les atrajeron muy pronto la veneración, así del rey y de la corte como del estado eclesiástico y del pueblo. El piadoso Juan III, que no sin dificultad dejó partir para la India á San Francisco Javier, trató de asentar sólidamente la Compañía en sus estados, y para esto fundó el hermoso colegio de Coimbra. Unos pocos jesuítas, parte admitidos en el país, parte enviados de otras regiones por San Ignacio, dieron principio á este célebre colegio, el año 1541, bajo la dirección del joven valenciano Diego Mirón, que todavía no era sacerdote (1). Algunos años después, el cardenal infante D. Enrique, hermano del rey, nos fundó el colegio de Évora. Brotaron tan numerosas las vocaciones á la Compañía, que á principios de 1552 llegaron á contarse trescientos diez y ocho portugueses que habían vestido nuestra sotana (2).

Entre ellos se distinguían individuos de la primera nobleza, y otros que por sus virtudes y talentos habían de prestar importantes servicios á la Compañía. Ya en 1543 habían entrado D. Rodrigo de Meneses, hijo del gobernador de Lisboa; D. Gonzalo de Silveira, nacido en Almeirín de los condes de Sortelha, el que, después de una vida

cázar (Cronohistoria de la Provincia de Toledo, t. 1, p. 243). Para entender esta diferencia téngase presente, que estos autores escribieron en nuestra península, el primero un siglo, y el segundo siglo y medio después de los acontecimientos. Como no conocían los documentos primitivos depositados en nuestro archivo, no tenían medios para apreciar debidamente el carácter de los sucesos. Publicados ahora estos documentos en Monumenta historica S. J., ha sido necesario rehacer desde sus cimientos la historia de los hechos que van á ser objeto de estos dos capítulos.

(1) Puede verse la relación circunstanciada de los principios de este colegio y las liberalidades que con él usó Juan III, en el P. Baltasar Téllez, Chronica da Companhia de Jesus....., t. 1, p. 94.

(2) Epistolae mixtae, t. III, p. 25.

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