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CAPÍTULO XX

JESUÍTAS ESPAÑOLES EN PORTUGAL. – CAUSA DEL P. SIMÓN RODRÍGUEZ. PROMULGACIÓN DE LAS CONSTITUCIONES

1553

SUMARIO: 1. Vuelve á Portugal el P. Simón Rodríguez.-2. Examínanse dos cartas de San Ignacio sobre este punto. - 3. Los PP. Torres y Mirón prohiben al P, Simón el entrar en nuestras casas. 4. El P. Villanueva, llegado á Portugal para examinar aquellos negocios, exhorta al P. Simón á ir á Roma. - 5. Mándale lo mismo San Ignacio, y envía las dimisorias para el caso de que no quiera obedecer.-6. Va á Roma el P. Simón, y allí es juzgado por cuatro Padres. — 7. Entran en Portugal el P. Nadal y San Francisco de Borja.-8. Promúlganse las Constituciones, y queda todo perfectamente tranquilo á fines de 1553. FUENTES CONTEMPORÁNEAS: Las mismas del capítulo anterior.

1. La complicación verdaderamente peligrosa que sobrevino, fué la vuelta del P. Simón Rodríguez á Portugal. ¿Qué causas le traían á su antigua provincia? Por el mes de Agosto de 1552 había salido, como ya dijimos, de su país. Habiéndose detenido un poco en Medina del Campo y diez ó doce días en Zaragoza, llegó á Barcelona el 22 de Setiembre. El mismo día escribió á San Ignacio una carta muy animada y discreta. «Llegué á Barcelona, dice, á 22 de Setiembre, y cierto fuí muy consolado con ver estos Hermanos, y con haIlar al buen Maestro Jerónimo [Doménech] y su santa compañía; y aunque yo sea malo, como V. R. sabe, todavía me huelgo mucho con ver los de la Compañía, y más éstos, que cierto son unos benditos Hermanos.» Luego prosigue informando al santo fundador acerca de lo que ha visto en los colegios de Medina, Zaragoza y Barcelona, y lo expone todo con el interés de un superior que se aplica seriamente á la dirección y gobierno de sus súbditos. Después de explicar los negocios ajenos, termina el P. Simón la carta con estas expresiones acerca de sí mismo: «De mí no tengo que decir sino que estoy muy contento en estas tierras. Si me hallare bien, tengo

de pedir á V. R. que me tenga por acá siempre..... V. R. no deje de me avisar de lo que cumple, porque aunque yo sea mal hijo, todavía soy hijo» (1).

Con este buen ánimo se hallaba el P. Simón Rodríguez el día que llegó á Barcelona. Pero pasa un mes, y hete aquí el hombre abatido hasta la tierra. Escribiendo á San Ignacio el 26 de Octubre, laméntase del estado deplorable de su salud. Está mal de opresión, le carga la fiebre, el clima de Barcelona le es contrario, los comeres son diferentes, hasta el hablar le cansa, sólo sirve para estar en una enfermería. «Tengo harto recelo, prosigue, de desedificar estos Hermanos, porque mi comer ha de ser diferente, y no me siento para ningún trabajo, ni hago nada, sino hacerme peor que en Portugal..... V. P. mándeme volver á mi natura [á mi país]..... porque, gracias a Dios, no he conversado de manera que juzgue que me haga mal á la conciencia, y ha de ser sin cargo ninguno, sino para sanar y me encomendar á Dios » (2). Cuando faltaran otras pruebas, estas dos cartas, escritas en el intervalo de un mes, bastarían para demostrarnos la inconstancia de carácter de que adolecía el Padre Simón.

Pocos días después, el 2 de Noviembre, salió para Valencia, donde entró el día 9 (3). Un mes largo se detuvo en esta ciudad, en el cual tiempo hizo una breve excursión al colegio de Gandía (4). Aunque en todas partes era recibido con mucha veneración, como uno de los diez primeros Padres de la Compañía, y aunque todos mostraban gusto en oirle y obedecerle, no tomaba con mucho brío el oficio de provincial. Las saudades de Portugal le embargaban el corazón.

2. Mientras él estaba en Valencia, nuestro santo Padre, habiendo recibido las cartas escritas en Barcelona, le dirigió otras dos, que merecen detenido examen. La primera, escrita el 9 de Diciembre, empieza así: <<Dos cartas vuestras desde Barcelona, del 22 de Setiembre y 26 de Octubre, he recibido, antes de las cuales ninguna otra de buen tiempo acá, aunque la habéis escrito, dando alguna razón de la salida de Portugal. Tampoco de aquel reino tengo aviso ninguno de esto, que en parte será por la dificultad que hay de enviar acá letras»> (5). Tras este exordio manifiesta Ignacio haber entendido

(1) Epistolae Roderici, Bobadillae, Natalis et Polanci, f. 1.
(2) Ibid., f. 7.

(3) Litterae quadrimestres, t. 11, p. 80.
(4) Polanco, Historia S. J., t. II, p. 657.
(5) Cartas de San Ignacio, t. III, p. 149.

las razones propuestas por el P. Simón, y en vista de las indisposiciones habituales que éste padece, deseando, como buen Padre, complacerle en todo lo posible, permítele volver á Portugal, y le recomienda retirarse á la residencia de San Fins, donde la salubridad de los aires y la quietud de la casa contribuirán, sin duda, al restablecimiento de la salud. Además, él escribirá al P. Provincial de Portugal, para que asista con toda caridad á todo lo que necesitare el P. Simón.

De seguro no esperaban nuestros lectores que escribiese Ignacio semejante carta. Ella reponía en Portugal y en San Fins la primera y más grave dificultad, que de Portugal y de San Fins había querido remover el P. Torres al empezar la visita, esto es, la presencia del P. Simón Rodríguez. ¿Cómo explicar este acto tan opuesto á la prudencia habitual de nuestro santo Padre? Dos causas intervinieron, que lo aclaran todo. La primera fué la ignorancia absoluta en que estaba Ignacio de lo ocurrido en Portugal. Nótese lo que dice el santo en las palabras copiadas más arriba, que no tenía aviso ninguno de aquel reino, y que hasta recibir las cartas de Barcelona, ni siquiera sabía si el P. Simón había salido de su país. El 9 de Diciembre ignoraba Ignacio por completo el tremendo trastorno ocurrido en Portugal. Por otro lado, le constaba al santo patriarca el grande amor que Juan III profesaba al P. Simón Rodríguez. Por eso no pudo salir éste para Roma el año 1545, como lo vimos en el capítulo anterior. Reconocía, es verdad, el prudente soberano, que el Padre Simón no gobernaba bien la provincia, pero le amaba de veras, y hubiera deseado que, reducido al buen camino, perseverase en aquel país. Así lo escribía el P. Cámara á San Ignacio. «El rey, dice, estaba muy puesto en contraria opinión de lo que convenía, y determinaba pagar la amistad que siempre tuvo á Simón con reducirle» (1). Además, como tanto instaban el duque de Aveiro, y otros cortesanos, para que se llamase al P. Simón, posible es que por medio del embajador en Roma, ó por otra vía, se manifestasen á nuestro santo Padre los deseos del monarca. De todos modos, el conocer la voluntad de Juan III y el ignorar completamente el estado de los Nuestros en Portugal, determinaron, sin duda, al santo fundador á dar la licencia que se le pedía.

Algunos días después de despachar esta carta, llegan á Roma la relación del P. Miguel de Torres y otras letras de Portugal, en que

(1) Epistolae mixtae, t. III, P. 37.

se explica el estado de la provincia (1). Al ver la tremenda catástrofe ocurrida en aquel reino, abre Ignacio los ojos, y descubre el gran desacierto cometido en permitir la vuelta del P. Simón. ¿Cómo remediarlo? Ya que no era posible impedir el efecto de la carta anterior, mandó otra al P. Rodríguez, ordenándole estar en todo á la obediencia del P. Mirón. He aquí el texto de esta carta: «Estos días respondí á las vuestras de 22 de Setiembre y 26 de Octubre, que me escrevistes de Barcelona, dándoos la licencia que pedíades de tornar á Portugal, y sin cargo, para poder atender á vos mesmo y ayudar en la oración la Compañía, que habéis ayudado en la administración exterior muchos años, y señalábaos la residencia de San Fins, por parecerme lugar de todas partes conveniente para lo que mostrábades pretender, y á mí parece muy bien, de recogeros y atender á las cosas espirituales con desocupación de las temporales. Después he habido diversas letras de Portugal, donde el doctor Torres me avisa del estado de las cosas de allá, y entendidas éstas, vengo á pensar que podría parecer conveniente, para más servicio divino, que se mudase la residencia, que yo señalaba, en otra, y así yo me remito á lo que el Provincial con otros tres ó cuatro determinare; y vos en todo procurad de quietaros á su determinación, y le obedeced como si yo mesmo la hiciese. Y espero en la Divina Bondad que hallaréis paz y contentamiento, si le buscáis de veras, en lo que se determinare, agora sea residir en algún colegio, agora en alguna casa de la Compañía, agora en algún otro lugar que se juzgue en el Señor Nuestro convenir fuera della» (2).

Nótense las últimas palabras de la carta. En ellas insinúa Ignacio que tal vez convenga en el Señor nuestro, que el P. Rodríguez resida en algún lugar fuera de la Compañía. Adivinaba el santo que convendría hacer lo que luego hicieron Torres y Mirón.

Entretanto, el P. Simón, sin esperar respuesta de Roma, salió de Valencia para Portugal el mismo día en que San Ignacio escribía la segunda carta, el 17 de Diciembre de 1552 (3). Pasó las Navidades en el colegio de Alcalá, y como entonces se le agravasen sus indisposiciones, hubo de detenerse allí casi un mes para curarse (4). Resta

(1) Como ya lo hemos dicho, no se conserva ninguna de estas cartas.

(2) Cartas de San Ignacio, t. III, p. 153.

(3) Litterae quadrimestres, t. 11, p. 80.

(4) Epistolae mixtae, t. 111, p. 86. Es importante esta carta para saber cómo el P. Simón Rodríguez pintaba su causa,

blecida su salud, continuó su viaje, y á principios de Febrero de 1553 entraba en Portugal.

3. Fuerte inquietud experimentaron los PP. Torres y Mirón cuando supieron que tenían dentro de la provincia al P. Simón Rodríguez, y más aún cuando entendieron poco después que, por medio de amigos suyos, había empezado á negociar secretamente en la corte, y que andaba buscando pareceres de médicos y letrados para legitimar su vuelta á Portugal (1). Juzgaron que en trance tan crítico y apurado era preciso usar de la mayor energía y jugar el todo por el todo. Cuando se acercaba, pues, á Lisboa el P. Simón Rodríguez, enviáronle á decir que no se presentase en ninguna casa de la Compañía en Portugal; más aún: le amenazaron con las censuras eclesiásticas si lo hacía. Severa pudo parecer esta providencia, pero las circunstancias la imponían. Si estando el P. Rodríguez retirado en San Fins, ó ausente en Barcelona, andaban tan inquietas y turbadas nuestras comunidades en Portugal, ¿qué hubiera sucedido si él pudiera vivir y obrar libremente dentro de ellas? Además, por este medio se intentaba alejarle de los reyes, precaución necesaria para que no se repitieran las turbaciones ocasionadas por el P. Miguel Gómez.

Harto entendieron los PP. Torres y Mirón la grave odiosidad que les podría resultar, si no se entendía bien aquel acto ruidoso de no admitir en casa al P. Simón Rodríguez. Por eso creyeron conveniente explicar el motivo que les había determinado á obrar de aquel modo. Mandóse, pues, á Roma y á otras partes un breve escrito, firmado por el P. Mirón, que decía así:

«Para nuestro Padre M. Ignacio. Causas por qué no he recibido á M. Simón en casa. Primeramente, por el grande deseo que tiene de quedar en Portugal, teníamos miedo de en ninguna manera poderle echar de casa con ningunos poderes, fingiéndose mucho enfermo.

>>Por haber estado más de veinte días secretamente negociando con los reyes y príncipes contra nosotros y consultando con letrados, entre los cuales consultó á Navarro, si por causa de la enfermedad podía venir acá, y supimos que respondió en nuestro favor, y mandó al infante [D. Luis] el duque de Aveiro y un letrado y uno de los salidos, que se llama Belchior Luis, que conocía al infante, y según nos escriben de Castilla, él lo trujo por compañero, y hízole tanto

(1) Véase el documento que luego copiamos de Mirón.

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