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De este modo procedió en sus estudios nuestro santo fundador, en medio de tantas contradicciones que le atajaban el paso. Á estas dificultades se deben añadir las penosas molestias ocasionadas por sus dolores de estómago y por otros achaques, los cuales se acrecentaron, como nota Ribadeneira, por la grande y perpetua cuenta que traía consigo para irse en todas las cosas á la mano (1). Asombra verdaderamente la firmeza inquebrantable de aquel hombre que, ya entrado en edad, viviendo de limosna, agobiado de enfermedades, obligado á mudar de domicilio por las persecuciones, tropezando por doquiera con denuncias, procesos, golpes, cárceles y cadenas. tiene sin embargo valor y constancia para continuar sus estudios por espacio de once años seguidos. ¡Y si tuviera gusto en el estudiar. Pero como él mismo lo confesó más adelante, ya entonces le daban en rostro los libros. Y se lo creemos sin dificultad. Tomad á un hombre mundano, de esos que reparten su vida entre el teatro, la plaza de toros y el hipódromo, encerradle en un aposento y obligadle á aprender á los treinta años los géneros y pretéritos de Nebrija. Ya veis el gusto que en ello podrá sentir. Pues tal es el caso de Ignacio, que, pasada la juventud en la corte y en los ejércitos, en las justas y torneos, empieza á los treinta y tres años la gramática y la repite en París á los treinta y ocho. Añádase el talento y carácter del santo, que, como eminentemente práctico, se inclinaba más á los asuntos de la vida que á las especulaciones de la doctrina. Finalmente, recojamos esta observación juiciosa de Ribadeneira: hasta los dones de Dios que ya había recibido Ignacio, le estorbaban en el estudio, pues habiendo gustado en Manresa las dulzuras de la contemplación, y sintiendo tanta devoción sensible en los ejercicios espirituales, se le tornaban más desabridas las arideces de los libros.

Pero la gloria de Dios lo quería, y entrando de por medio esta razón, no había imposibles para Ignacio; y así, contra viento y marea, contra la pobreza y las enfermedades, contra las cárceles y persecuciones, contra la inclinación natural y el gusto espiritual, contra el cielo y la tierra, si así puede decirse, llevó adelante durante once. años su carrera eclesiástica. ¡Heroísmo sublime, que, á falta de otras pruebas, nos mostraría por sí solo en San Ignacio una de las voluntades más firmes y constantes que se han visto en el mundo!

(1) Vida del P. Ign., t. 11, c. 1.

CAPITULO V

PRINCIPIOS DE LA COMPAÑÍA HASTA EL VOTO DE MONTMARTRE

1524-1534

SUMARIO: 1. Primera tentativa de reunir compañeros, empezada en Barcelona (1524) y deshecha en Salamanca (1528).-2. Segundo ensayo, deshecho luego de comenzado en París (1529).—3. Tercer esfuerzo, coronado con feliz suceso (1530-1534).— 4. Breves noticias biográficas sobre Fabro, Javier, Laínez, Salmerón, Rodríguez y Bobadilla.-5. Voto de Montmartre, el 15 de Agosto de 1534.-6. Tres compañeros más. Cómo se conservaban todos durante sus estudios.

FUENTES CONTEMPORÁNEAS: 1. Laínez. Carta á Polanco. — 2. Cámara, Vida del P. Ignacio, c. V. VI y VII. Memorial. .-3. Polanco, Vita P. Ign., c. v y VII.-4. Fabro, Memoriale.— 5. Simón Rodríguez, De origine et prog., S. J.-6. Vocationes nostrorum.--7. Nadal, Efemérides.-8. Ribadeneira, Vida del P. Ign., 1. 1, c. XIV; y II, c. I y IV.-9. Proceso de Alcalá.— 10. Universidad de Alcalá, Libro de actos y grados.

1. Paralelamente al negocio de sus estudios conducía Ignacio el otro más importante de fundar la Compañía de Jesús. Cuando, vuelto de Jerusalén, empezó á estudiar en Barcelona, trató de allegar compañeros que siguiesen su modo de vivir. El primero que se le juntó fué Calixto de Sa, natural de Segovia (1), quien por consejo del santo, hizo una peregrinación á Jerusalén, y después vivió siempre al lado de Ignacio, hasta que éste partió de Salamanca para París. Después se le unieron Juan de Arteaga, á quien hacen algunos natural de Estepa, y Lope de Cáceres (2), segoviano, como Calixto, y criado del

(1) Ni Cámara ni Ribadeneira explican cuándo ó cómo se le juntaron estos cuatro compañeros. Solamente advierte el primero que ya tenía algunos cuando pasó de Barcelona á Alcalá, y luego los nombra de repente á todos (c. v), sin decir cuándo ó cómo se le juntaron. El P. Polanco, De Vita P. Ign., p. 33, es el que explica con más precisión la reunión de los cuatro.

(2) Llamamos la atención del lector sobre el nombre de pila de esta persona, que consta en el proceso de Alcalá, Boletin de la Acad. de la Hist., t. xxxIII, p. 440, porque sirve para demostrar lo que dos veces advierte Polanco (c. v y VII): que este Cáceres de Alcalá es distinto del otro Cáceres que se juntó con Ignacio en París. El

virrey de Cataluña. Á éstos se añadió en Alcalá un jovencito francés, llamado Juan de Reinalde (ó Juanico, como dice el P. Cámara, tal vez por la poca edad del muchacho). Era paje del virrey de Navarra D. Martín de Córdoba, y recibiendo una herida en Alcalá, le llevaron á curar al hospital de Antezana. Allí le conoció Ignacio, y asistiéndole, sin duda, con la caridad que el santo prodigaba á los enfermos, le ganó el corazón y le atrajo á imitar su género de vida (1).

Estos cuatro aprovecharon bastante en la virtud bajo la dirección de San Ignacio. Como él, vestían pobre sayal, vivían de limosna, edificaban con santas conversaciones al prójimo, y lo que es más, participaban con cristiana resignación de las cárceles y persecuciones de su maestro. Fué admirable, sobre todo, el ejemplo de virtud que dieron una vez Arteaga y Cáceres en Salamanca. Mientras Ignacio. Calixto estaban aherrojados en el aposento de que hablamos en el capítulo anterior, fueron detenidos Arteaga y Cáceres, y encerrados en la habitación común de los demás presos. Hallaron éstos modo de abrir la puerta un día, y todos se fugaron; pero Arteaga y Cáceres permanecieron en la cárcel, sin querer aprovecharse de la ocasión para huir (2). A pesar de, tan buenos principios, esta sociedad, como parto primerizo, según la llama el P. Polanco, no prosperó (3). Cuando Ignacio se fué á París, dejó á sus compañeros en Salamanca, encomendados á la generosidad de algunos amigos suyos, hasta que pudiera llamarlos á Francia, si allí encontraba algún arbitrio para mantenerlos. No pudo verificarse este plan, pues como vimos, harto trabajo tenía á los principios nuestro santo Padre en mantenerse á sí mismo, sin que le fuera posible sustentar á otros. Entretanto sus discípulos, resfriados con la ausencia del maestro, se fueron cada uno por su lado. Calixto paró en comerciante, y habiendo hecho dos viajes á las Indias, volvió de allá muy rico en bienes temporales. Establecióse en España (algunos dicen que en Salamanca), y vivió cómodamente, no sin alguna extrañeza y burla de los que le habían visto

de Alcalá se llamaba Lope; el de París, Diego. Otra prueba evidente de que son dos, nos la suministra una carta del P. Doménech (Epist. mixtae, t. 1, p. 66), escrita en 1541, en la que dice: «Maestro Cáceres, Mirón é yo oímos todos Durando». Es decir, que el año 1541 este Cáceres estudiaba teologia en París. Ahora bien, el Cáceres de Alcalá ya era estudiante quince años antes, en 1526, y, por consiguiente, tendría acabados de sobra todos sus estudios el año 1541.

(1) Estas circunstancias de la reunión de Juanico las tomamos del proceso de Alcalá (Boletín ya citado, p. 439), aunque el P. Polanco parece colocar la reunión de Juanico en Barcelona.

(2) Cámara, Vida del P. Ign., c. VI.— -(3) Sumario de la vida del P. Ign.

antes profesar con tanto brío la pobreza evangélica. Arteaga siguió el camino de las dignidades eclesiásticas, y llegó á obtener un obispado en las Indias, al tiempo que en Roma se estaba fundando nuestra Orden. Escribió entonces por dos veces á San Ignacio, ofreciéndole su mitra para alguno de la Compañía; pero rehusándola nuestro santo Padre, se partió para su diócesis, y al llegar á Méjico, murió de una manera bien triste; pues habiendo caído enfermo, y queriendo tomar una noche cierta medicina que le recetaron, tomó por equivocación otro vaso que estaba en la misma mesa con solimán, y luego expiró (1). Cáceres volvió á Segovia, su patria, sin que sepamos cuál fué su suerte en adelante. El mejor librado de todos fué Juanico, que entró en una Orden religiosa, y en ella perseveró loablemente hasta morir (2).

2. Mientras de esta suerte se disolvía el grupo de Salamanca, ensayaba Ignacio reunir otro en París. Unos quince meses después de llegar á esta ciudad, es decir, por Mayo ó Junio de 1529, dió los Ejercicios á tres españoles, muy distinguidos por su nobleza y talento. El primero se llamaba Juan de Castro, era de Toledo y habitaba en la Sorbona; el segundo se decía Peralta, y el tercero Amador, que moraba en el colegio de Santa Bárbara. Estos tres, resueltos á renunciar al mundo y seguir, como Ignacio, la pobreza evangélica, vendieron cuanto poseían, lo repartieron á los pobres y fueron á hospedarse de limosna en el hospital de Santiago, de donde salían á mendigar por las calles. Fué increíble el enojo que concibieron todos sus parientes, amigos y conocidos al ver tan extraordinaria transformación. Llamábanlos la deshonra de sus familias, y déjase pensar cómo pondrían las lenguas maldicientes al hombre que les había inspirado aquel pensamiento. No pudiendo tolerar aquellas locuras, como ellos las nombraban, hicieron todas las diligencias posibles para retraer á los jóvenes de aquel santo propósito. Como no bastasen palabras y razones, acudieron á mano armada al hospital de

(1) Según Gams, Series episcoporum, ocurrió la muerte de Arteaga en Méjico el 8 de Octubre de 1540.

(2) El paradero de estos cuatro compañeros de Ignacio lo tomamos de Cámara. Vida del P. Ign., c. vi y vii. El P. Ribadeneira en los Diálogos manuscritos sobre la suerte de los salidos de la Compañía, refiere brevemente algunas extrañas aventuras y desventuras de Cáceres, que pueden verse copiadas en el P. Alcázar. (Cronohistoria de la provincia de Toledo, libro preliminar, c. IV, § 2.o) Como demostramos en otra nota, son dos los compañeros de Ignacio llamados Cáceres, y los hechos referidos por Ribadeneira pertenecen á Diego de Cáceres, el de Paris; no á Lope de Cáceres, el de Alcalá.

Santiago, sacaron de allí á los tres estudiantes y los obligaron á vivir conforme á su estado, mientras duraban sus estudios. Hubieron de ceder á la fuerza los jóvenes; pero, lo que fué peor, se olvidaron poco á poco de sus fervores y se vinieron á apartar de Ignacio, aunque siempre conservaron mucha estima de la santidad de su maestro. Castro ejercitó la predicación algún tiempo en Burgos, y vino á entrar cartujo en Valencia, donde habló con San Ignacio, cuando éste vino á España en 1535. Perseveró con gran ejemplo en la nueva vida. Peralta fué después canónigo en Toledo. Ignoramos cuál fué el paradero del último (1).

Segunda vez se deshacían como el humo las trazas de Ignacio. Admiremos los adorables designios de la Providencia, que si bien gobierna suavemente todas las acciones de los santos, pero no los conduce á su fines sin ejercitarlos mucho en la paciencia y longanimidad. Más de seis años se le pasaron á nuestro santo Padre en hacer pruebas y tentar caminos de fundación, sin obtener resultado ninguno. Así como Dios, después de hacer su primera promesa al patriarca Abrahan, queriendo probar su fe, le hizo esperar tantos años el nacimiento de Isaac, así también después de revelar á Ignacio, como veremos, la fundación de la Compañía, le probó fuertemente, permitiendo se frustrasen las primeras tentativas que ensayó para llegar á tal término. Pero si Dios hace esperar al justo, es para cumplirle después más colmadamente sus deseos. Por eso, cuando llegó la hora de las misericordias divinas, ¡qué hombres vió Ignacio agruparse en torno suyo!

3. El primero que se le juntó para nunca desampararle fué el B. Pedro Fabro, saboyano. Había nacido este santo varón en Villareto, pequeño pueblo de la diócesis de Ginebra, perteneciente al actual departamento francés de Haute-Savoie el año 1506 (2). Sus padres eran pobres, y por eso durante algún tiempo hubo de hacer Pedro en su niñez el oficio de pastor. Desde que llegó el uso de la razón empezó á sentir suaves impulsos de servir mucho á Dios Nuestro Señor,

(1) Cámara, Vida del P. Ign., c. 7. Polanco, Vita P. Ign., 45. No indica el P. Cámara cuándo sucedió esto. El P. Polanco pone el dato de que fué quince meses después de llegar Ignacio á París. Sobre Peralta, véanse algunas noticias en Epist. P. Nadal, t. 1, p. 233.

(2) Todas las noticias biográficas del B. Pedro Fabro que presentamos aquí estin tomadas del Memoriale Beati Petri Fabri, impreso por el P. Bouix en 1873. Véase esta preciosa memoria, escrita por el mismo Beato, p. 3-10. Añadimos alguna pequeña circunstancia que nos suministra Polanco.

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