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Estos fueron los seis compañeros que, juntamente con San Ignacio, hicieron el célebre voto de Montmartre. En el modo de atraerlos, debemos observar la prudencia que iba adquiriendo el santo patriarca con el tiempo y los reveses pasados. Al juntar los compañeros estables usó una táctica enteramente distinta de la que siguió con los anteriores. ¿Qué vemos en los compañeros que no perseveraron? Una conversión estrepitosa, un vestirse de sayal, andar descalzos, mendigar de puerta en puerta; en una palabra, empezaban de golpe con las exterioridades de una penitencia extraordinaria; pero al poco tiempo se cansaban de aquel modo de vida que San Ignacio pudo practicar en Manresa, pero que era insostenible sin un esfuerzo heroico para estudiantes que habían de vivir en grandes poblaciones. Venían luego las dificultades extrínsecas de los amigos y parientes, levantábanse persecuciones, y los que habían emprendido con tanto brío la senda de Ignacio, desfallecían miserablemente y le volvían las espaldas.

Con los nuevos compañeros se hubo el santo de otro modo. Nada de exterioridades extremadas, nada de estampidos. Todos, después de unirse á Ignacio, seguían como antes en las tareas de sus estudios; pero al mismo tiempo el maestro los iba formando en el espíritu, les hacía frecuentar los sacramentos, los ilustraba en los exámenes de conciencia, y, finalmente, les daba los Ejercicios. Cuando al cabo de meses, y aun años, mediante esta educación lenta, los tuvo formados y robustos en la virtud, entonces hizo con ellos el voto de Montmartre, y cuando terminaron sus estudios, pudieron todos emprender, no la vida que había hecho San Ignacio en Manresa, sino la que había de hacer la futura Compañía de Jesús.

5. Cuando Ignacio tuvo reunidos á estos seis jóvenes, empezó á deliberar con ellos sobre el modo de poner en planta la vida que deseaba establecer (1). Todos estaban resueltos á peregrinar á Tierra Santa

tus, audiendo theologiam sub doctore Benedicto et Magistro De Ori, viris doctissimis apud S. Dominicum, et apud franciscanos Magistrum De Cornibus, non satis laudatum apud omnes theologos; audivit etiam actus publicos theologorum licentiandorum, et domi legebat sanctos Doctores, ut habetur in catalogo librorum suorum, et tandem scripsit ibi super omnes epistolas Pauli et quattuor evangelistas, et fragmenta quaedam super libros Veteris et Novi Testamenti, quia non credebat se posse amplius studere, quia fecerat exercitia spiritualia cum M. Ignatio de Loyola et voverat se iturum in paupertate ad sanctum Sepulchrum Hierosolimitanum, etc.

(1) Todo lo que sigue lo tomamos principalmente de Fabro (Memoriale, p. 13) y de Simón Rodríguez (De origine et progr., S. J., p. 13). Véanse también Ribadeneira

y á entregarse, terminada esta romería, á los ministerios apostólicos. Como esta segunda y principal parte de su plan exigía el auxilio de los estudios sagrados, decidieron continuar en París tres años sin hacer en lo exterior ninguna mudanza de vida, hasta que todos hubiesen terminado la teología. Finalmente, para prevenirse contra las tentaciones del enemigo y contra la inconstancia de la humana fragilidad, juzgaron conveniente asegurar estos buenos propósitos con el sagrado vínculo de un voto. Pero antes era preciso determinar bien el objeto de esta promesa, pues no se trataba de votos usados en alguna orden religiosa, sino de un voto especial y nuevo, cuyo alcance ellos mismos debían de antemano definir. Examinado maduramente el negocio, convinieron todos en que el voto contendría tres cosas: 1.3, pobreza; 2.a, castidad; 3.a, ir á Jerusalén y emplearse después en procurar la salvación de las almas. En cuanto á la pobreza, advirtieron que mientras durasen los estudios, no entendían despojarse de la facultad de poseer, pues parecía necesaria para continuarlos; pero que después no recibirían estipendio por misas y otros ministerios sagrados. El voto de castidad no pedía interpretación. Á la promesa de ir á Jerusalén, añadieron una limitación, y fué que, llegados á Venecia, esperarían un año embarcación, y si en este tiempo no la encontraban, acudirían á Roma, y, puestos á los pies del Sumo Pontífice, se ofrecerían á su obediencia, para que los emplease donde fuese servido en provecho de las almas.

Determinada así la naturaleza y alcance del voto, escogieron para emitirlo el día de la Asunción, 15 de Agosto de 1534, día feliz, en que algunos colocan el nacimiento de la Compañía, si bien acostumbramos, y con razón, fijar el principio de nuestra Orden en el año 1540, cuando fué aprobada con bula por la Santa Sede. Al amanecer de este día, Ignacio y sus seis compañeros se dirigieron silenciosamente á la capilla de San Dionisio, sita en la colina de Montmartre (1). Estaban los siete enteramente solos. El B. Fabro, que era el único sacerdote, dijo la misa. Al llegar á la comunión, volvióse á sus compañe

Vida de S. Ign., 1, 11, c. IV, y Polanco, Vita P. Ign., p. 5). Laínez en su carta menciona el hecho, pero no escribe relación de él.

(1) La capilla en que hicieron este voto nuestros Padres ha desaparecido por completo en las grandes transformaciones topográficas que ha sufrido la ciudad de París, aunque el sitio era poco más ó menos el mismo que ocupa la bonita capilla de San Dionisio, construída recientemente en la rue Antoinette. Quien desee más pormenores sobre este punto puede consultar al P. Carlos Clair, La vie de S. Ignace de Loyola d'aprés Pierre Ribadeneira, p. 165 y siguientes.

ros, teniendo en las manos el santísimo Sacramento. Arrodillados los seis en torno del altar, fueron pronunciando uno en pos de otro, en voz alta su voto, y recibiendo la sagrada comunión. El último de todos, el celebrante, volviéndose al altar, emitió en voz alta su voto como todos los demás. Terminada la santa misa, y dadas á Dios las gracias por tan inmenso beneficio, bajaron al pie de la colina, y en torno de una fuentecilla tomaron una refección harto frugal, pues se redujo á pan y agua. Allí pasaron lo restante del día en conversación animadísima, magna animorum laetitia et exultatione, como dice el P. Simón, desahogando cada cual los afectos encendidos que el Espíritu Santo le inspiraba, y columbrando los sacrificios, las empresas, las hazañas que habían de hacer en servicio de Dios y bien de las almas. Por fin, á la caída de la tarde, volvieron todos á sus casas alabando y bendiciendo á Dios (1). Acto feliz el voto de Montmartre, que, como todos los inspirados por el divino Espíritu, llevaba eminentemente el sello de la humildad y de la caridad. Nadie advirtió en París lo que hacían aquellos siete pobres estudiantes encerrados en una capillita, y, sin embargo, ¡cuán fecundo en bienes espirituales había de ser aquel holocausto que allí se ofrecía al Señor!

6. Este voto lo renovaron los dos años siguientes, el mismo día, en el mismo sitio y con las mismas circunstancias. No asistió á estas dos renovaciones Ignacio, porque, como veremos, hubo de venir á España; pero, en cambio, acrecentóse la alegría de todos con la agre

(1) En la narración del voto de Montmartre hemos seguido las dos relaciones que poseemos de dos de aquellos Padres, el B. Fabro (Memoriale B. P. Fabri, p. 12) y el P. Simón Rodríguez (De origine et progressu, S. J., p. 14). Este segundo tiene en su relación una frase que á primera vista desconcierta al lector. Dice que San Ignacio no se halló presente á este voto. At voto huic quod duobus consequentibus annis, eadem ipsa die, eodem loco et sacello Divi Dionysii, eadem coeremonia confirmarunt, certis quibusdam de causis Pater Ignatius non interfuit; omnia tamen ex ejus consilio et judicio fiebant. Ibid. En cambio el B. Fabro afirma terminantemente lo contrario. Eramus autem, qui hac prima die convenimus, Ignatius, magister Franciscus, ego Faber, magister Bobadilla, magister Lainez, magister Salmeron, magister Simon. Memoriale, p. 13. En caso de incompatibilidad entre estos dos testimonios, más debiéramos fiarnos del B. Fabro, que escribia pocos años después, como que murió en 1546, que del P. Simón, que redactó su relación cuarenta y tantos años más adelante en el generalato del P. Mercurian. Además, con el B. Fabro convienen todos los historiadores que hablan de este voto, sin que aparezca disonancia en ninguno. Podemos, pues, explicar el texto embarazoso del P. Simón diciendo que la ausencia de San Ignacio allí indicada se refiere á la renovación del voto que se hizo los dos años siguientes. Así lo hace el P. Clair (La vie de S. Ignace, p. 439). ¿Quién sabe si aquel quod del P. Simón es un quando en abreviatura, ó un quum, con lo cual todo quedaría en claro?

gación de otros tres compañeros, que, por lo menos, ya estaban reunidos en la renovación de 1536. Llamábase el primero Claudio Jayo, y era saboyano; el segundo Pascasio Broet, francés, nacido en Bretancourt, cerca de Amiens, y el tercero, Juan Coduri, provenzal, natural de Seyne, actual departamento de Basses-Alpes (1). Otros varios se movieron con la conversación de Ignacio á seguir la perfección evangélica y á entrar en religión. Algunos sintieron vehementes impulsos de abrazar su género de vida, entre los cuales cuenta Polanco á un Cáceres, distinto del otro compañero de Ignacio en Alcalá y Salamanca; pero, como sucede en estas cosas de espíritu y perfección, muchos fueron los llamados y sólo nueve los escogidos (2) Una vez reunidos sus compañeros, procuró Ignacio con toda diligencia conservarlos en aquel fervor de espíritu que había sabido inspirarles, encargándoles para esto la frecuencia de sacramentos y los ejercicios de la piedad cristiana. «Íbanse criando, dice Ribadeneira, con esto en sus corazones unos ardientes é inflamados deseos de dedicarse todos á Dios. Y el voto que tenían hecho (el cual renovaban cada año) de perpetua pobreza, el verse y conversarse cada día familiarmente, el conservarse en una suavísima paz, concordia y amor y comunicación de todas sus cosas y corazones, los entretenía y animaba para ir adelante en sus buenos propósitos. Y aun acostumbraban, á imitación de los Santos Padres antiguos, convidarse, según su pobreza, los unos á los otros, y tomar esto por ocasión para tratar entre sí de cosas espirituales, exhortándose al desprecio del siglo y al deseo de las cosas celestiales. Las cuales ocupaciones fueron tan eficaces, que en todo aquel tiempo, que para concluir sus estudios se detuvieron en París, no solamente no se entibió ni disminuyó aquel su fervoroso deseo de la perfección, más antes con señalado aumento iba creciendo de día en día» (3).

(1) No estará de sobra advertir que los editores le colgaron al P. Simón Rodriguez un grave yerro acerca de la patria del P. Coduri. El P. Simón escribió bien (como se ve en el manuscrito que conservamos) que era el P. Coduri ex Provincia oriundus. Los editores no debieron recordar que Provincia significa Provenza, y para dar algun sentido á la frase, añadieron un pronombre é imprimieron así: «ex eadem provincia oriundus». De origine et prog., S. J., p. 11. Con esto hicieron al P. Coduri natural de la misma provincia que el P. Broet, nombrado anteriormente. Conste que el yerro es de los editores, no del P. Simón.

(2) Polanco, Vita Ign., ibid.

(3) Vida de S. Ign., 1. 11, c. Iv.

CAPÍTULO VI

DESDE EL VOTO DE MONTMARTRE HASTA LA CONFIRMACIÓN

DE LA COMPAÑÍA

1534-1540.

SUMARIO: 1. Viaje de Ignacio á España en 1535.-2. Sus compañeros van á Venecia á fines de 1536.-3. Resuelven esperar embarcación para Jerusalén todo el año 1537.-4. Quedándose Ignacio en Venecia, van á Roma los demás, y son favorecidos por Paulo III.-5. Vueltos á Venecia, se ordenan de presbiteros los que no lo eran (Junio 1537).-6. Empiezan á predicar, y viendo que se pasa el año, determinan ir á Roma. Nombre de Compañía de Jesús.-7. Llegan á Roma Ignacio, Fabro y Laínez á fines de 1537.-8. Persecución que padecen todos en 1538.9. Deliberaciones para el establecimiento de la Compañía (1539).— 10. Aprobación pontificia, primero verbal en 1539, y después con bula en 1540.

FUENTES CONTEMPORÁNEAS: 1. Constitutiones Soc. Jesu latinae et hispanicae.-2. Institutum S. J.-3. Cartas de San Ignacio.-4. Fabro, Memoriale.-5. Simón Rodríguez, De origine et progressu S. J.-6. Epistolae mixtae.-7. Proceso de Azpeitia.-8. Cámara, Vida del P. Ign., c. VIII- -9. Laínez, Carta al P. Polanco. 10. Polanco, Vita P. Ign. c. VIII.

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11. Ribadeneira, Vida de S. Ign., 1. 11.-12. Nadal, Miscellanea de Instituto S. J.

1. Mientras así formaba Ignacio los corazones de sus discípulos y trazaba las primeras líneas de la Compañía de Jesús, las enfermedades que le debilitaban, y principalmente los dolores agudísimos de estómago le obligaron á interrumpir el curso de sus estudios, y restituirse por algún tiempo á su tierra. El descanso y los aires natales fueron el único remedio que hallaron los médicos á un sujeto tan gastado por el estudio y la penitencia. Otro motivo concurrió á resolver este viaje, y fué el tener los compañeros de Ignacio algunos negocios pendientes con sus familias, y ser necesario terminarlos. para poder entregarse á Dios en la práctica de la pobreza evangélica. Creyeron todos, y con razón, que nadie como Ignacio podría componer bien aquellos negocios. Finalmente, parece que también se inclinaba el santo á venir, por la esperanza de tropezar en España con sus antiguos compañeros, y de atraerlos otra vez á sus ideas.

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