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ladas las esperanzas de los Yucatecos que opinaban por la union á Méjico mediante las bases de claros y esplicitos tratados, y dejando así confirmadas las sospechas que algunos concibieron, de que en la negociacion abierta, el gobierno general no procedia con aquella buena fé que debe ser inseparable de los procedimientos de todo gobierno. Sin embargo, Yucatan, siempre alentado, sin desmayar, y llevando al cabo sus miras, conforme al voto del Senado, de conservar ó restablecer la union nacional, conociendo la injusticia con que el gobierno de Méjico habia desaprobado aquellos tratados, y creyendo que examinades y tenidos en justa consideracion por el Congreso general, que entonces se hallaba reunido con el alto carácter de constituyente, obtendria la justicia que le negaba, le elevó (12 de Julio de 1842) una exposicion motivada, solicitando y pidiendo que con vista de ella fijase la suerte de la Península, conciliando sus verdaderos intereses con los generales de la república. Aquel Congreso no hizo mérito alguno de esta exposicion, de lo que resultó que el supremo poder ejecutivo redoblase todos sus esfuerzos y emplease sus recursos contra el Es

tado. Las críticas y comprometidas circuns→ tancias en que así se encontraba la Península amagada con los preparativos de una invasion, y la necesidad de prevenir la defensa consiguiente y de conservar el órden público en toda su vasta extension, impulsaron al Congreso del Estado á conferir las facultades extraordinarias que el ejecutivo del mismo requeria para su oportuna y expedita accion. El primer hecho ó declaracion de guerra, fué el acto de apoderarse furtivamente las fuerzas mejicanas del bergantin de guerra El Yucateco en la bahía de Campeche y que fué conducido á Veracruz, al mismo tiempo que una fuerza respetable se habia apoderado por sorpresa de la indefensa Isla yucateca del Cármen (29 de Agosto de 1842). No fué sin embargo una novedad para los Yucatecos la expedicion invasora que de la manera dicha se presentaba en la Isla del Cármen y en la bahía de Campeche, ni tampoco lo fué que la corta guarnicion de la mencionada Isla hubiese tenido en breve que capitular con las fuerzas enemigas que en tan superior número habian acometido su territorio. Pero sí lo fué y bien triste por cierto para todo Yucateco, que hubiese sucumbido

el resto de la escuadra del Estado, enviada allí con objeto de disputar algun tanto el paso al invasor. Alentado éste con aquel triunfo, aceleró su invasion sobre el continente de la Península, considerando acaso que no habia ninguua fuerza marítima qué oponerle; mas la Providencia Divina, siempre inexcrutable en sus designios, permitió mas adelante que aquella escuadra adquirida por el enemigo de la manera referida, y aumentada, entre otros, con tres buques de vapor de considerable potencia, fuese detenida por ocho mesess á la vista de la escuadrilla sutil improvisada despues de la que capituló en el Cármen.

Aun así hostilizado el Estado de Yucatan y en actitud de defensa, volvió por se gunda vez su gobierno á ocurrir á la representacion nacional (8 de Setiembre de 1842) exponiéndole las violencias cometidas por el supremo gobierno, protestándolas, y pidiendo que la misma representacion nacional fallase en la causa que sostenia el pueblo yucateco; que hiciese uso de su poder para dar un término á las desgracias que sufria, previniendo con tiempo el peligro que corria de perderse para sí tal vez y para la república. Yu

catan queria evidentemente evitar la guerra hasta el extremo de que ya sufriendo ésta pedia la paz. Pero ¿quién creeria que el Congreso general, desatendiendo por segunda vez las justas reclamaciones del Estado, relegó al desprecio la nueva exposicion de sus sentidas quejas abandonándolo á los funestos extragos de la guerra? El gobierno mejicano se la tenia declarada á muerte consultando ciego solo sus deseos de dominacion.

Entonces fué cuando el poder ejecutivo de Yucatan legalmente revestido de amplias facultades, concibiendo la inmensa responsabilidad que sobre él pesaba de la salvacion del . Estado y de sus mas caros intereses, amenazados irremisiblemente por una gran expedicion que se preparaba en Veracruz, se ocupó seriamente de la defensa de ellos aprestándose para el combate, que por tantos caminos habia procurado evitar.

Era á fines de Octubre cuando aparecieron sobre las costas yucatecas de Occidente los buques conductores de la expedicion que distinta de la division que ocupaba la Isla del Cármen, venia desde Veracruz á verificar su desembarco sobre Seiba-playa en número de tres mil hombres al mando del General Mi

ñon. Unida luego á esta fuerza la mayor parte de la del Cármen, que bajó por Champoton, emprendió su ruta hácia la plaza de Campeche, que estaba ya fortificada y defendida por la mas escogida division del ejército yucateco, compuesto en su mayor parte de los valientes hijos del centro y de las regiones del Oriente y Sur de la Península. Una lluvia de bombas y proyectiles de todo género hizo el enemigo que cayera de intento sobre los edificios de la poblacion. mientras que el horroroso incendio de una porcion de casas del arrabal de San Roman alumbraba con sus llamas tan fatídica y triste escena. Pero si mas se aumentaba el odio y rencor de los encarnizados enemigos, mas y mas se avivaba el entuciasmo con que resistian los invictos defensores de aquella heróica y memorable plaza. Su constancia y lealtad eran sin límites, su valor y sufrimiento á toda prueba. Ni las arterías, ni las amenazas, ni las realidades destructoras por una parte, ni los perjuicios, ni las privasiones, ni las penosas fatigas de una dura y prolongada campaña por otra, fueron bastantes jamas á entibiar su patriotismo. Allí cada pecho era un muro de bronce, y en cada Yucateco se encon

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