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bertad y formado concepto del poder de la América con la expulsión de las invasiones inglesas de Buenos Aires en 1806 y 1807, andando desde ese momento a la mira de una coyuntura propicia.

La guerra de la independencia que tuvo su cuna en el Alto Perú, fué cruenta para nosotros, por su duración de quince años mortales, por que cuando las demás secciones de América ya se habian emancipado, la guerra sigió para nosotros con ensañamiento, con recursos superiores que se habían concentrado de los dos virreinatos, de Lima y de Buenos Aires.

Chuquisaca dió la señal de la insurrección, «con aquel famoso grito de libertad, cuando en Mayo 25 de 1809 América entera dormía el sueño profundo de la servidumbre». Días después «respondió temerariamente La Paz, con la guerra y los martirios primeros de la independencia continental». I un año después se produjo la revolución organizada y proclamada por los estadistas de Buenos Aires, acentuando la independencia de los pueblos. de América.

Si es evidente que los primeros gritos de libertad se dieron en el Alto Perú, acaso ella hubiese sido ahogada en su cuna, si la gloriosa Buenos Aires no hubiese lanzado sus huestes libertadoras a lo largo de estas provincias, hasta alcanzar los bordes del Desaguadero, quebrantando su fuerza en Vilcapugio y Ayohuma, y quedando destrozada su intervención de armas en la batalla de Sipesipe.

Se concentró el poder argentino en los lindes del Tucumán, con el ilustre Belgrano, mientras San Martin trasmontaba los Andes, en protección de Chile, para aniquilar el dominio español en Chacabuco y Maipu.

Pero la guerra siguió para nosotros: de nuestra propia cuenta, sin auxilio exterior, sostuvimos la guerra autonóma, la guerra de las comunas y de los cabildos altoperuanos. Después que la recorrida triunfal de los ejércitos auxiliares argentinos fué rechazada por el poder español, principió para nosotros la guerra popular llamada de las republiquetas, la conflagración general de todos los pueblos con sus caudillos, sin que ni un solo día se dejara de pelear, de morir y de matar; es la guerra cruenta, que señaló una causa profunda y llegó a detener a ejércitos poderosos y triunfantes y a perturbar la estrategia de los viejos generales españoles.

Y al fin de tantos esfuerzos titánicos, ejércitos colombianos, con Bolívar y Sucre, formaron la base de los

que finalizaron la guerra de los quince años, en las jornadas de Junín y Ayacucho.

Después de la legendaria batalla de Ayacucho, todavía nos estrechaba por el norte el virrey La Serna, con un poderoso ejército, y en el sud se defendía, en sus últimos contrafuertes, con porfíado tesón, el obstinado y fanático realista general Olañeta. Solo después de Ayacucho y Tumusla, las dos últimas acciones de armas en que fué para siempre aniquilado el poder español, es que nació Bolivia.

Esta época de nuestra historia está tratada, bajo su aspecto militar, por muchos escritores y generales españoles y americanos, actores en la grandiosa epopeya; pero sus escritos necesitan atento estudio y prolija confrontación.

La quinta época, hemos dicho, que comprende los fastos de la República, desde su fundación hasta nuestros días. Este es el punto más dificil de nuestra historia patria: es imposible narrar sucesos contemporáneos, en medio de las pasiones y odios que dejan las luchas políticas. Basta decir que, de todos los gobiernos que se han sucedido durante 90 años, sólo la figura del general Sucre está excenta de pasiones, y orlada con la gratitud y el respeto de todos los pueblos, sin que haya una sola voz que haya interrumpido el concierto general que aclama su grandeza. Todos los demás gobernantes y hombres. públicos que los acompañaron y sirvieron su política, están todavía discutidos.

«En nuestra política militante solo cabe una distinción positiva: el hecho y la reacción contra el hecho; hecho proveniente del mal endémico que ha trabajado a las repúblicas españolas, el caudillaje; reacción para asentar el régimen legal contra el pronunciamiento.

«El caudillaje no ha planteado la arbitrariedad como programa; la ha ejercido provisoriamente esforzándose, después de cada escándalo, por revestirse de apariencias legales.

«La reacción legal ha sido perseguida; muchas veces ha podido hacerse de fuerza material para combatir y por intervalos ha llegado a ser gobierno».

VII

Aquí hay que afrontar la cuestión de la imparcialidad, que es el primer deber del historiador político, para no

convertirse en polemista y órgano apasionado de un partido o facción. Para no caer en la tacha de parciales, los historiadores contemporáneos han discurrido establecer la distinción entre la indiferencia y la imparcialidad: «ésta es una obligación del historiador, aquella un crímen», dice Cortés. Y el historiador argentino, Vicente F. López, se expresa con vehemencia en estos términos: «Si se entiende por imparcialidad el indiferentismo para con uno y otro lado de estos debates y de estas luchas, que son la materia fur damental de la historia política; si se exige la falta de pasiones propias en la contienda de los principios, la imparcialidad del criterio moral en el choque de los intereses, y la ambigüedad del juicio moral entre el crímen y la virtud, entre los grandes patriotas y los egoistas y los criminales que hayan conculcado, en aquellas Inchas, las leyes del honor, del deber, de la libertad y del patriotismo, declaramos desde luego que no somos imparciales».

El gran maestro é historiador universal, César Cantú, cuya palabra es siempre una lección, dice: «No se dedique a escribir la historia quien no haya sentido aumentarse los latidos del corazón ante un hecho grande, quien no haya compadecido la maltratada virtud, y experimentado aquella indignación contra el mal, sin la cual no hay amor al bien; quien haya escarnecido leales intenciones, o hablado ligeramente de lo que es más sagrado al hombre, la familia, la patria, las creencias».

El historiador debe tener profundo sentimiento de la verdad, valor para sacrificar el amor propio y el deseo de adquirir fama; debe ser prudente no frío; constante en las indagaciones y justo para fallar.

«He prescindido, dice Cantú en otra parte, del fastuoso vicio de llenar la mitad de las páginas con citas. Las mías se refieren más frecuentemente a los hechos o al orden general; me confieso deudor de las reflexiones que pudiera haber tomado de uno o de otro; pero habiendo creido deber mio aprovecharme de lo que han dicho cuantos me precedieron, paréceme haber adquirido dominio sobre lo que he sabido asimilar a mi objeto».

Dejamos copiadas estas palabras del gran historiador y filósofo, como explicación anticipada de nuestro trabajo, para el que nos hemos de servir de cuantos escritos se hayan producido sobre nuestra historia patria, comprobando su verdad, discutiéndolos o rectificándolos cuando haya lugar a ello.

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Tiempo es ya de allegar los elementos dispersos en tantos campos de trabajo, sobre la historia de Bolivia, y esta es la empresa que vamos a acometer, sin medir nuestras fuerzas, hasta donde ellas pueden acompañarnos, pidiendo las luces y la protección de Dios

Sucre, Abril 15 de 1915.

PRIMERA ÉPOCA

LOS ORÍGENES

CAPÍTULO PRIMERO

El descubrimiento de América.-El descubrimiento del Nuevo Mundo salvó la civilización del viejo mundo y afianzó el imperio y la propagación del cristianismo.-La línea imaginaria trazada por el Papa entre las posesiones españolas y portuguesas.— Otros descubrimientos.-Modifícase por acuerdo de los reyes de España y Portugal la línea trazada por el Papa.-Viaje al rededor del mundo. La inspiración de Colón realizada.

El descubrimiento de América.-El siglo XV, tan fecundo en grandes y trascendentales acontecimientos, que marca la época más notable de la historia. de la humanidad, de inmensa renovación científica aplicada a los progresos de la geografía, y que ha merecido el glorioso nombre de siglo de los descubrimientos, fué coronado con el más portentoso suceso que llenó al mundo de admiración: todo un hemisferio hasta entonces desconocido, surgió del seno del océano; un mundo nuevo entraba en la comunidad humana a impulsos del genio de un intrépido genovés, superior a su siglo y de alma incontrastable ante todas las contradicciones: este hombre memorable, que ha merecido por excelencia el renombre de grande, y cuya gloria durará tanto como el universo, es Cristóbal Colón, que adivinó y encontró un nuevo

mundo.

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