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Siendo muy joven había interrumpido los estudios que comenzó en la universidad de Pavia, para dedicarse a la carrera de marino, y en breve se hizo notable por su pericia y valor en el mar, así como por sus conoci mientos en geometría, astronomia y cosmografía. Capitaneó naves genovesas y napolitanas; acogia con ánimo ansioso las narraciones, las congeturas y los delirios de los navegantes, y todo servía de alimento a sus deseos y proyectos de extender los descubrimientos en una esfera mucho mayor que aquella en que hasta entonces se habian verificado.

Pero estando desprovisto de recursos ¿cómo había de realizar sus sueños? Procuraba apoyarlos en la opinión de los sabios antiguos y no procedía al acaso, sino que preguntaba el camino que había de seguir a los cálculos, a las estrellas y al mar.

Sabia las teorias de la antigua escuela respecto a la esfericidad del mundo, que había sido proscrita, y si Colón no fué el autor de esta verdad científica, fué su restaurador en el hecho, y a él cabe la gloria de haber tenido más fe que nadie en la ciencia, y de haber emprendido, guiado por esa fe inquebrantable, el viaje más audaz que jamás hayan hecho los hombres.

«¿No hay, se preguntaba muchas veces a si mismo, otro camino para ir a la India menos largo que el que buscan los portugueses al rededor del África? Si partiendo de Europa se caminase vía recta al oeste al través del océano Atlántico ¿no se llegaría a una tierra que fuese la India o por lo menos confinase con élla? Si la tierra es redonda, como yo creo, es de presumir que el otro hemisferio ha sido creado por Dios para otros hombres y otras criaturas. No, yo no puedo creer que el mar cubra enteramente con sus olas este hemisferio; mi razón rechaza esta idea; estoy convencido, por el contrario, de que la India es mucho más vasta de lo que se piensa, y probablemente se extiende muy lejos al este de Europa. Que una embarcación guie constantemente al oeste y llegará a la India.»>

Fijo e incontrastable fué el pensamiento de Colón de descubrir un nuevo mundo; pero ¿cómo obtener los medios de llevarle a cabo? Principió a pedir la protección de las cortes europeas, ante las que se presentaba con sus demostraciones científicas, y era despedido de unas como un loco, de otras como un visionario y soñador.

Sin desengañararse nunca de su pensamiento, y sin desalentarse de su propósito de acometer su audaz empresa, se dirigió por fin a España, y a pie y con su hijo Diego llegó y pidió pan y abrigo en el monasterio de Santa María de la Rábida. El prior fray Juan Pérez aplaudió su pensamiento y le recomendó a fray Fernando Talavera, confesor de la reina Isabel, quien no creyó el momento oportuno de presentar a un estranjero pobremente vestido y autor de un proyecto que él creía una quimeDebió pues Colón abrirse camino por si mismo, y habló a algunos que le escucharon, hasta conseguir ser presentado al arzobispo Mendoza, el cardenal a quien llamaban el tercer rey de España.

ra.

Las aserciones de Colón causaban recelos a los teólogos, por el mero hecho de indicar la existencia de otros hombres no designados en el génesis; pero monseñor Geraldi, nuncio apostólico, demostró que en nada contradecían ni a San Agustín ni a Nicolás de Lira, que no eran cosmógrafos ni navegantes. Separados así los escrúpulos religiosos, el cardenal prestó oidos a Colón y lo presentó al rey. Se nombró una comisión que examinara sus pro posiciones.

La conferencia tuvo lugar en los dominios de Salamanca, con asistencia de los profesores de ciencias y de teología, y después de oir a Colón muchos declararon que era más que un soñador.

No desanimó a Colón la necedad y orgullo de tales jueces; lejos de eso, no dejó traslucir su despecho y su cólera contra sus objeciones, que tenían a veces visos de insultantes: llevó su reserva y moderación hasta el punto de discutirlas. ¿Quién lo creeria, si el testimonio irrecusable de la historia no probase la infatigable perseverancia de Colón? Pasó cinco años en estas interminables discusiones, y en el momento en que esperaba al fin lograr el objeto de sus desvelos, supo que habían dado al rey informes desfavorables, y la corte de España le declaró que mientras durase la guerra contra los moros, no podia ocuparse en empresas de esta especie.

Ocupaba entonces el trono de España Fernando llamado el Católico, a quien su circunspecta politica y su carácter retraían de las empresas aventuradas.

La guerra absorbía todas las atenciones, y Colón iba detrás de la corte demostrando su valor y sosteniéndose de algún socorro que recibía, «limosna que mortificaba al

que se creía capaz de enriquecer a los más poderosos mo

narcas».

Las noticias recibidas de Tierra Santa que el sultán iba a vengar en los cristianos que había en ella a los mahometanos que sucumbieron en la guerra con España, afirmaron a Colón en su idea de llegar a ser el exterminador del islamismo, reuniendo en el descubrimiento que proyectaba, las riquezas necesarias para tan magna empresa. Después de la guerra de Málaga, Sevilla fué también tomada por el poder español, y la corte concentró entonces todas sus fuerzas en los aprestos para la guerra contra Granada, donde tenía su residencia el últitumo rey de los

moros.

Entre tanto Colón seguía esperando, confiado en Dios. Tenía ya 50 años y ¡que lucha para un alma como la suya! ¡Qué sentimiento pudiera sostenerle sino la fe en aquel Dios que reconocía en su inspiración y con cuyo único apoyo contaba para llevarla a cabo!

Volvió al lado de sus frailes de la Rábida, y lo que el rey y la corte le negaban, lo encontró en ellos: un concienzudo examen de su proyecto, las simpatias que requieren las grandes empresas y una nueva recomendación a la reina Isabel, quien oyó al padre Pérez y a Colón, que le suplicaron que aceptase el don de un nuevo mun

do.

Cuando parecía otra vez despedido el inspirado ge novés por el orgullo español y por la corte que no comprendia la gradeza de esa alma, se despertaron los màs generosos sentimientos en la reina Isabel, que ofreció sus propias joyas para completar la suma que se requería para la atrevida empresa, si es que el ministro no podia proporcionarla.

La conquista de Granada por los españoles salvó el gran proyecto de Colón.

Esta victoria de Fernando y de Isabel había destruido el imperio de los moros en España, y un acontecimiento tan dichoso, presentó la ocasión más propicia para recordar a la reina la proyectada empresa del navegante genovés.

La prosperidad prepara el corazón humano a los nobles pensamientos y le anima a la ejecución de actos grandiosos. La presencia de Colón ante los reyes Fernando e Isabel, fué un triunfo: les presentó las condiciones de la expedición que iba a intentar, y fueron inmediatamente aceptadas.

Al fin tenia ya Colón en sus manos el acta, o más bien el tratado autorizado por las augustas firmas de Fernando y de Isabel, confiriéndole el virreinato de todas las comarcas que llegara a descubrir, garantizándole la trasmisión de esta dignidad a sus descendientes y asegurándole además, un décimo del producto anual de las tierras descubiertas.

Fijadas las condiciones, se aprestaron en el puerto de Palos las carabelas Santa Maria, Pinta y Niña, pequeñas y de ligera construcción y montadas con gente forzada. Colón, después de haber confesado y comulgado, se dió a la vela el 3 de agosto de 1492, alejándose entre estrepitosas aclamaciones de una inmensa muchedumbre que le sigue con vista y le acompaña con sus esperanzas, o en medio de la compasión y de la burla de los ciudadanos.

Desde aquel momento comenzó a redactar su diario, admirable revelación de sus padecimientos y de la grandeza de alma de este hombre incomparable

Después de mil contrariedades y peripecias que narran los historiadores; después del desaliento y de la insurrección constante de los tripulantes, que insultan y ultrajan y amenazan con la muerte al incontrastable Colón, que vence todo con la firmeza de su carácter, con su fe y por fin con su palabra profética, el sol del 12 de octubre de 1492 alumbró una de las islas más bellas de las Lucayas, que se llama Huanahani, y Colón desembarcó con el estandarte real en la mano, postróse en tierra para dar gracias a Dios, y tomó posesión del país, dándole el nombre de San Salvador, por que debía a él su salvación; pero no ha conservado este nombre que debía perpetuar un recuerdo tan grande y piadoso.

Quedó descubierto el nuevo mundo. Volvió Colón a España y entró en el puerto de Palos, de donde había partido, el 15 de marzo de 1493, después de un viaje que había durado siete meses y once días. La corte se hallaba entonces en Barcelona, y allá se dirigió Colón a presentarse a Fernando e Isabel, que le esperaban con impaciencia, y le recibieron con los honores de un grande de España.

Pasadas las fiestas y manifestaciones con que fué recibido Colón, tan devoto éste en la prosperidad como en la humillación, fué a cumplir sus promesas a los santuarios, e hizo un voto nuevo, que con las riquezas que adquiriese en siete años alistaría cuatro mil caballos y

cinco mil peones, y otros tantos en los cinco años sucesivos para rescatar el Santo Sepulcro. Por toda venganza contra los incrédulos y sus contrarios escribía: «Bendito sea Dios que dá la victoria y el triunfo al que sigue sus caminos. Esto lo ha probado maravillosamente en mi favor. Yo emprendí un viaje contra el parecer de tantas personas respetables, y todos tachaban mi intento de quimérico. Confío en el Señor que el resultado dará gran honor a la cristiandad.»

«Colón se eleva como un gigante en los límites de la edad media y de las edades modernas», ha dicho Cantú, y «pudiera haber añadido que fué el coloso que apoyó sus pies en dos mundos para enlazarlos,» agrega monseñor Taborga.

No podemos seguir a Cristóbal Colón en sus cuatro viajes a las Indias, en sus descubrimientos en cada uno de ellos, en sus padecimientos, en su actitud siempre heróica, inspirada por su ardiente fe religiosa, en las infames persecuciones de que fué victima, en la ingratitud más negra con que fué correspondido su maravilloso descubrimiento. Todo esto daria material para una historia en varios volúmenes, y basta a nuestro propósito señalar el grande acontecimiento del descubrimiento del nuevo mundo.

Lo cierto es que, en el empeño de hallar paso a las Indias, de hallar rumbo por el occidente, al fin se reconoció que la América forma un grande continente, y se operó el más portentoso descubrimiento que registra la historia.

El descubrimiento del nuevo mundo salvó la civilización del viejo mundo y afianzó el imperio y la propagación del cristianismo.-La situación del mundo, en el momento que se operaban los portentosos descubrimientos de Colón y de los demás atrevidos navegantes y exploradores que le siguieron y se aprovecharon del camino que él ya les había trazado, era de expectativa y de transición. El único poder compacto y formidable por sus masas y por el dominio de todos los mercados y de todos los canales del comercio y de la riqueza era el turco, y el descubrimiento de América salvó la civilización y abrió nuevos e inmensos horizontes a la propagación del cristianismo.

El milagro de la unificación de España por Fernando e Isabel lo hizo Colón: solo el descubrimiento de Amé

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