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Apuntamos con verdadera fruicion estos rasgos de independencia de criterio para demostrar que hasta en aquellas épocas en las cuales aparece más generalizado el contagio de la supersticion se oyeron algunas protestas aisladas, pero enérgicas, con las cuales reivindicaba la humanidad su derecho á pensar y á no ser engañada. Otra razon nos induce á citar algunos de estos consoladores ejemplos y es la de que este Ensayo fuera en demasía monótono si nos ciñésemos á coleccionar los rasgos mas notables de la supersticion humana, sin tener en cuenta que el vigor del colorido depende ante todo del contraste bien empleado entre la luz y Jas sombras.

En el siglo V encontramos á Pericleș, el famoso jefe del estado ateniense, el amigo de Fidias, el amante de Aspasia, el espléndido y afortunado protector de las Bellas Artes, ligado por íntima amistad con Anaxágoras, á quien debió la elevacion y grandeza de su ánimo, su severa elocuencia y su dignidad incomparable. Este Anaxagoras, fué por cierto el primer filósofo griego que designó la Inteligencia pura como Autor del mundo, idea que Platon debia desenvolver más adelante con su perspicuo ingenio.

Plutarco dice, que Pericles debió á este gran pensador el beneficio incomparable de hacer su ánimo superior á los temores supersticiosos que inspira la vista de los fenómenos celestes á aqueHos que ignoran sus causas y que por efecto de esta ignorancia viven en contínua agitacion y como poseidos de un terror inmotivado, mientras que el hombre ilustrado por el estudio de las leyes de la naturaleza, siente por la Divinidad una veneracion Hena de seguridad y de esperanza y no una devocion supersticiosa y siempre alarmada.

Un dia, trajeronle del campo á Pericles una cabeza de carnero que no tenia sino un cuerno. El adivino Lampon observó que este cuerno partia del centro de la frente y que era fuerte y lleno y dijo:

-Dos hombres dirigen hoy los asuntos del Estado: Tucídides y Pericles, pero todo el poder se encontrará muy pronto reunido en las manos de aquel en cuya tierra nació este prodigio.

Anaxagoras, que no era adivino ni adulador, cogió la cabeza, la abrió y mostró á los circunstantes que el cerebro no llenaba la cavidad destinada á contenerle y que separado de las paredes del cráneo se habia estrechado y prolongado en forma de huevo hacia el punto en el cual penetraba la raiz del cuerno. Todos los que se hallaron presentes admiraron la sabiduría de Anaxágoras, pero luego celebraron tambien á Lampon porque habiendo sido derribado el partido de Tucídides, Perícles empuñó solo las riendas del gobierno.

En la vida de este grande hombre encontramos otro rasgo que pinta muy al vivo la despreocupacion y la entereza de su carácter. Combatíanle con grande saña sus enemigos y habiéndose declarado la peste en Atenas dieron en decir que él tenia la culpa de la aparicion de este azote por haber aglomerado en la ciudad á una multitud de campesinos para llevarlos á la guerra. Pericles apeló entonces para salvarse al más vulgar y más socorrido de los expedientes: dió extraordinario impulso á las hostilidades á fin de distraer los ánimos de las intrigas de la política interior. Aparejó una flota formidable y hallábase ya en su galera á punto de dar la señal para levar anclas, cuando de improviso sobrevino un eclipse de sol. El terror de los soldados y los marineros fué imponderable, pues todos vieron en aquel fenómeno un terrible presagio. Viendo Pericles que el piloto de su nave estaba trastornado por el espanto y no sabia lo que se hacia, quitóse el manto y se lo echó á la cabeza preguntándole:

-¿Te parece siniestro presagio la oscuridad que te rodea?
-No, respondió el piloto.

-¿Pues entonces qué te asusta? ¿Acaso hay más diferencia entre esta oscuridad y la otra que la de ser mayor que mi manto, la causa que oscurece el cielo? Ea, empuña el timon y á la vela, que es tarde.

En el mismo siglo hallamos otro rasgo de despreocupacion muy parecido á éste en la vida de Timoleon. Subia éste por una colina desde cuya cumbre debia descubrir el campamento enemigo, cuando encontró á unos aldeanos que llevaban unos mulos cargados de apio silvestre. Los soldados consideraron este encuentro como un funesto presagio, porque habia entonces la costumbre de coronar las tumbas con esta planta y notándolo Timoleon detuvo al ejército y le dijo:

-Mirad, vienen á ofreceros la corona aún antes de haber conseguido la victoria.

La ocurrencia no podia ser más ingeniosa, pues en los juegos Istmicos se premiaba á los vencedores con una corona de apio silvestre. Timoleon se coronó á sí mismo con esta planta que tanto habia amedrentado á su ejército y todos imitaron su ejemplo.

Por supuesto que esos rasgos de ilustracion y de grandeza de ánimo superiores á la época en que se produjeron y en cierto modo á la misma humanidad, siempre esclava de su medrosa imaginacion, no se han reproducido con tal frecuencia que hayan podido eximirse de los terrores supersticiosos todos los hombres dotados de sobresaliente ingenio. El mismo Plutarco refiere una tradicion, segun la cual haIlándose Pausanias en Bizancio, envió á buscar con criminales propósitos, á una jóven perteneciente à una muy calificada familia, la cual no se atrevió á desagradarle oponiéndose á sus depravados designios. Habia rogado la doncella que se apagara la luz antes que penetrara

en el aposento. Pausanias dormia profundamente y la jóven al entrar hizo caer una lámpara. Despertó el general, y creyendo habérselas con un asesino, tiró de un puñal que tenia escondido en su lecho y mató á la infeliz doncella. Desde aquel momento todas las noches se le apareció el espectro de su víctima de un modo tan pertinaz y amenazador que Pausanias, aterrado, huyó á refugiarse en Heraclea, en el templo en donde evocaban las almas de los muertos. Una vez allí evocó ta de su víctima conjurándole que aplacase su cólera. La sombra de la doncella le ordenó que volviera á Esparta en donde veria el fin de sus males. Todos interpretaron este oráculo como un anuncio de la próxima muerte de Pausanias.

Muy parecido fué à este el oráculo que los antiguos nos cuentan en la vida de Cimon. Habia éste preparado una grande armada contra Egipto y Chipre cuando tuvo un extraño sueño. Parecióle ver una perra que le embestia ladrando furiosamente y que en medio de sus ladridos pronunciaba con voz humana estas palabras:

-Ven, que nos darás gusto á mí y á mis hijos.

Un adivino, amigo de Cimon, declaró que este sueño anunciaba una muerte próxima, diciendo que el perro es el enemigo del hombre, al cual ladra y que el mayor gusto que se puede dar al enemigo es morirse. En cuanto á la mezcla de la voz humana con los ladridos designaba un enemigo medo, pues el ejército de los medos estaba compuesto de griegos y de bárbaros.

Como si este presagio no bastara todavía, hallándose más adelante con su flota en torno de la isla de Chipre, envió unos mensajeros al templo de Ammon para consultarle acerca de algunas cosas secretas; pero el dios no pronunció el oráculo que se le pedia, sino que en cuanto les vió entrar en el templo les ordenó que se volvieran diciéndoles:

-Cimon está ya á mi lado.

Obedecieron los mensajeros y al llegar al campo de los griegos supieron que el general habia muerto. Compararon entonces el dia de su fallecimiento con aquel en que el dios les habia hablado y vieron que el oráculo al decirles que Cimon estaba ya con los dioses habia anunciado enigmáticamente su fin.

De Nicias, el general ateniense que en la guerra del Peloponeso alcanzó tan señalados triunfos sobre los espartanos, cuenta el mismo historiador que no solo veneraba profundamente á los dioses, sino que era muy dado á la supersticion y que tenia en su casa un adivino-como en tiempos posteriores tuvieron los reyes á los astrólogos con achaque de consultarle acerca de los negocios públicos, mas en realidad le preguntaba casi siempre sobre sus asuntos privados y en particular relativamente á sus minas de plata de Laurium, eu las cuales trabajaban muchos esclavos con harto peligro de sus vidas.

Más adelante, relatando el ataque de Siracusa por el ejército de ese mismo general, menciona un suceso que nosotros pasaríamos por alto, en razon á haber citado otros análogos en anteriores capítulos, si no fuese por las curiosas observaciones que ha sugerido á su ingenioso narrador. Dice que hallándose en guerra los atenienses con los siracusanos, estos habian recibido refuerzos al mismo tiempo que por una cruel fatalidad la peste hacia estragos en el campo de los invasores. En tan apretada coyuntura, hasta el mismo Nicias opinó que no tenian más remedio que desistir de su empeño y mandó aparejar la flota para la partida. Todo estaba ya preparado y el enemigo bien ajeno de sospechar tan repentina determinacion, cuando de improviso hubo un eclipse de luna. Ora fuese por ignorancia ó por supersticion, ello es que todo el ejército, incluso el mismo Nicias, se sintió poseido de profundísimo terror á la vista de tan inesperado fenómeno, considerándolo como un signo precursor de grandes calamidades que la misma Divinidad les enviaba.

Plutarco hace notar que el primero que trató por escrito y con más claridad y osadía de las faces de luz y de sombra que se observan en la luna, fué Anaxágoras, cuyo tratado solo habian visto contadas personas, leyéndolo con prevencion y desconfianza. Por otra parte se miraba con general animadversion á los físicos, á quienes se designaba con depresivos epítetos, acusándoles de que empequeñecian á la Divinidad, reduciéndola á causas sin razon, á fuerzas imprevisoras y á pasiones necesarias. Por esta razon fué desterrado Protágoras y fué Anaxagoras encarcelado, no debiendo su salvacion sino al valimiento de Perícles, que se vió en grave aprieto para conseguir su libertad y fué Sócrates condenado á muerte por sus ideas filosóficas. Platon, sometiendo las causas físicas necesarias á principios divinos y soberanos puso término á las calumniosas imputaciones con que se atacaba á la filosofía y puso á la moda el estudio de las matemáticas. Por esto su amigo Dion, á pesar de haber visto eclipsarse la luna cuando estaba próximo á zarpar del puerto de Zacynto para atacar á Dionisio, no dejó por esto de levar anclas y hacer rumbo á Siracusa, en donde muy pronto destronó al tirano.

Más adelante volverémos á hablar de ese Protágoras á quien cita aqui Plutarco de soslayo.

Contemporáneo de Nicias fué el famoso Alcibiades, el ilustre calavera que tuvo por tutor á Pericles, por amigo á Sócrates y por manceba á Timea, esposa del Rey Agis. Sus brillantes pren das y sus enormes defectos, las larguezas que empleaba para desJumbrar al pueblo, fasciuándolo á fuerza de dádivas y espectáculos, la gloria que habia heredado de sus mayores, el arrojo de su áni

mo, la magia de su elocuencia y la hermosura y elegancia de su persona hacian de él un tipo excesivamente peligroso para las públicas libertades. Tenia todas las dotes del tirano, toda la astucia, flexibilidad y disimulo de carácter con los cuales se alucina á los pueblos confiscando sus derechos en beneficio de un hipócrita cesarismo.

Habia conseguido que los atenienses resolviesen enviar una expedicion á la isla de Sicilia, cuya conquista consideraba él como la base de ulteriores y más importantes empresas y estaba ya todo aparejado para la partida de la flota, cuando vino á aguarlo todo la aparicion de siniestros presagios. Primeramente dió la fatal casuali dad de caer en aquellos dias las lúgubres fiestas de Adónis; luego, casi todos los Hermes de los mojones de las calles y encrucijadas aparecieron en una noche mutilados en el rostro, suceso que llegó á impresionar hasta á los ménos sensibles á esta clase de presagios. Atribuyóse esta profanacion á los corintios, que como adictos á su colonia de Siracusa podian tener interés en suscitar un terror religioso en el ánimo de los atenienses para que desisliesen de su proyectada expedicion. El pueblo, sin embargo, no quiso dar oidos á esta interpretacion, ni á los argumentos que se le hacian para demostrarle que este presagio no tenia nada de espantoso, pues en suma se reducia á una insolente calaverada propia de gente moza y ébria que ejecuta con impremeditada ligereza las mayores locuras. La cólera y el temor le hacian considerar esta impiedad como una conjuracion audazmente tramada y en la cual se revelaban infames designios, y tanto se alborotaron los ánimos que el senado y el pueblo se reunieron con este motivo muchas veces en pocos dias á fin de averiguar quiénes habian sido los autores del crí

men.

Así estaban las cosas cuando el demagogo Androcles presentó algunos esclavos y extranjeros domiciliados en Atenas que acusaron á Alcibiades y á sus amigos de haber mutilado ya otra vez estatuas consagradas y de haber parodiado indecentemente los Misterios en una orgía.

Terrible fué entonces el estallido de la indignacion popular contra Alcibiades y sus impíos compañeros. El bien probó de sincerarse antes de su partida; mas no se lo permitieron y los procedimientos continuaron en su ausencia bajo el impulso de los muchos enemigos que la política y aun más su insolente prosperidad le habian suscitado. Estos supieron manejarse con tanta industria que, á pesar de todo el valimiento de Alcibiades, de su ilustre alcurnia y sus grandes servicios, fué condenado á muerte. El acta de acusacion estaba concebida en estos términos:

"

Tesalo, hijo de Cimon, del demo Laciada, ha acusado á Alcibia

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