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Las tropas constitucionales continuaron su marcha triunfal hasta San Juan de las Abadesas en cuyos alrededores solo encontraron los vestigios del sitio; pues Urbiztondo, que ignoraba el paradero de las dispersas huestes, habia marchado apresuradamente en busca de ellas para rehacerlas é informarse de las causas que habian motivado tan desordenada fuga. No paró el jefe carlista hasta Ripoll, en donde sus subalternos se escusaron unos con otros acerca de la derrota que habian sufrido en las ventajosas posiciones que ocupaban en Capsa-Costa. El resultado de las averiguaciones demostró mas y mas á Urbiztondo que no podia confiar en manera alguna de los cabecillas calalanes en punto à subordinacion y disciplina, y calculando que el écsito de cuantas operaciones emprendiese en lo sucesivo dependia precisamente del ecsacto cumplimiento de las órdenes que él comunicase, se dirigió acto continuo à Berga para organizar aquellas masas informes, creyendo que sus proyectos serian apoyados por la Junta que acababa de instalarse con el fin de proveer á todas las necesidades de la guerra. Formó un batallon de 800 hombres escogidos de entre los pasados, que puso á las órdenes de D. José María Villalonga, para que formára brigada con el de los navarros al mando de D. Rafael Togores; y dispuso igualmente, que Real se encargase de formar un regimiento de caballería que sirviera de base á la creacion de un arma de que los carlistas carecian enteramente.

Un incidente de mucha trascendencia vino á entorpecer por un momento la actividad de Urbiztondo.

Convenia à sus miras el evitar el contacto con los demás cuerpos de un batallon compuesto de catalanes, y en su consecuencia mandó que se acuartelára en el convento de San Francisco ocupado solo por catorce frailes. El obispo de Mondoñedo, que por lo visto no gustaba de tales reformas, se opuso á esta disposicion, fundado en que D. Carlos ni siquiera se atrevió á deshacer los órganos de las iglesias para fabricar balas, pues no queria que se dispusiese de nada de los templos sin autorizacion del subdelegado del Sumo Pontifice. Cuando Urbiztondo se vió contrariado tan bruscamente en sus deseos, le dijo al de Mondoñedo: «Pues bien: si como dice Su Ilustrísima en sus escritos, la religion se defiende, defendiendo al pretendiente, cuando á este le falta un elemento de guerra no debe negársele; y si yo me encontra

se en lugar de D. Carlos, cogeria, si lo necesitase, el metal de todos los templos sin la pretendida indispensable autorizacion, y hasta dejaria descalzo á Su Santidad por mas que se opusiera, si sus chinelas fueran de plomo. » Tan atrevido lenguaje dejó desconcertado al obispo, quien no creia ciertamente que el general carlista se espresára en términos que solo podian salir de la fogosa mente del mas hereje de los negros. Urbiztondo reflecsionó sin embargo sobre la imprudencia que acababa de cometer, y anuló cuanto habia ordenado acerca del en mal hora concebido proyecto de acuartelamiento. Su conducta no cayó sin embargo en saco roto, como suele decirse, y el Sr. Obispo la tuvo presente para contribuir en su dia à la desgracia que se le preparaba.

Despues de haber luchado Urbiztondo con infinidad de obstáculos que consideramos inútil enumerar, resolvió continuar su plan de operaciones marchando de nuevo à poner sitio à San Juan de las Abadesas; la dominacion de aquel punto le era indispensable para la toma de Camprodon, y porque aislando el fuerte de Puigcerdà podia establecer su línea de columnas, sobre el mismo camino real. Provisto de dos piezas de artillería dirigióse hácia dicha villa á cuyas inmediaciones llegó el dia 21 de agosto, habiendo sabido antes por Boquica que la guarnicion seguia tan obstinada en defenderse como siempre. El 22 empezó el fuego de cañon, pero bien pronto pudieron convencerse los sitiadores de la inutilidad de los disparos; á Urbiztondo le sucedia en San Juan lo mismo que á Cabrera en Gandesa, y por consiguiente se hallaba resuelto à satisfacer su amor propio, herido á la vista de su pequeño ejército. El dia 24 ordenó pues el asalto, reconociendo que la defensa de los sitiados no dejaba esperanza legítima á recursos menos estremos, siendo designadas al efecto cuatro compañías que debian ser protegidas por las fuerzas de Zorrilla. A las diez de la noche, el estruendo de la fusilería y la algazara del soldado anunciaron á la guarnicion que era llegado el momento de hacer un esfuerzo heróico: los bizarros defensores, que tenian una ilimitada confianza en la serenidad de su denodado jefe, acudieron al llamamiento contestando con vigor á los fuegos de los sitiadores; un arrabal perdieron, sin embargo, aquella noche, arrabal que conservaron los carlistas hasta la tarde del dia siguiente, en que noticioso

Urbiztondo de la llegada á Olot del baron de Meer, tuvo de nuevo que abandonar el sitio.

Un suceso inesperado vino á reanimar el abatido espíritu de la soldadesca carlista. Cuando el gobernador de Camprodon tuvo conocimiento de que la faccion se habia fraccionado, resolvió marchar á San Juan con el fin de llevarse las familias mas comprometidas y de reponer algun tanto las provisiones de boca y guerra. A su regreso se dirigió por el camino de Ridaura obstruido por encañadas peligrosas, en lugar de ir por el que le hubiera conducido al encuentro del Baron, y saliéndole por los flancos Zorrilla y Boquica, le acosaron de tal manera que le hicieron sufrir una pérdida de unos cien hombres entre muertos y heridos, cayendo además en poder de dichos cabecillas cuarenta y nueve prisioneros y la mayor parte de las familias que habian salido huyendo del pueblo de San Juan.

Urbiztondo continuaba entre tanto en Ripoll celebrando este triunfo y preparando nuevos recursos para emprender por tercera vez las operaciones contra el pueblo cuyo valor le tenia tan inquieto, cuando recibió la infausta noticia de la derrota que las tropas de la reina habian causado á la gente de Zorrilla, al marchar el baron de Meer hácia San Juan. El jefe carlista salió inmediatamente en busca de sus segundos, encontrando en el camino multitud de dispersos que le demostraban la desordenada fuga de sus huestes. -Tales vaivenes de fortuna, inclinados siempre en perjuicio de un regular plan de campaña, ponian á Urbiztondo fuera del estado normal. Sin fuerzas, sin jefes, sin disciplina y sin materiales, la posicion era harto crítica para que ni siquiera intentara una mediana defensa ante un enemigo á la vista, superior bajo todos conceptos. Así es que se vió impulsado á tomar una resolucion estrema por mas que repugnára á su honor militar y á sus humanos sentimientos, disponiendo que todas las brigadas carlistas marcháran á sus antiguos distritos y que operáran y vivieran sobre el país, como lo verificaban antes. En seguida se dirigió á la Junta de Berga esponiendo el estado á que le habia reducido la falta de recursos, y como á su llegada á Ripoll supiera que ecsistia un complot para asesinar á todos los jefes carlistas estraños á Cataluña, creyó tambien que debia estender dos alocuciones para su ejército, recordándole sus antiguas glorias, y previniéndole contra los malva

dos que trataban de introducir la zizaña entre los defensores de una misma causa. Urbiztondo mandó el original de aquellos documentos á la Junta para que se imprimiesen cinco mil ejemplares, y hé aquí lo que contestó aquella corporacion: «Las proclamas se están imprimiendo ya; pero habiendo observado que por que por distraccion seguramente de la pluma, mas en ninguna manera del corazon, no se mentaba á Dios ni á su adorable providencia, y teniendo presente cuan gra to es este lenguaje al rey N. S., á su religioso ejército, á V. E. y á todo el pueblo catalan, ha creido que faltaria á V. E. y á la mútua confianza si despues de advertido no lo remediaba como así lo ha hecho en el lugar y modo que V. E. verá; quitando al propio tiempo las palabras derechos sagrados y sociales, porque además de ser muy ambiguas en sí mismas, se han hecho odiosas por repetirlas hasta el fastidio los periódicos revolucionarios nacionales y estranjeros, y porque afirmados el altar y el trono, sin pretenderlo, sale arreglada la sociedad y lo que se llaman sus derechos. » Urbiztondo reconoció mas y mas en tan original contestacion el antagonismo que ya habia observado en otras cuestiones, y se acordó tambien de uno de los miembros de la Junta; del Obispo de Mondoñedo.

Mientras al caudillo carlista le preocupaba sériamente su situacion, el baron de Meer entraba un convoy en San Juan de las Abadesas, reforzaba la guarnicion, protegia los pueblos inmediatos y espiaba los movimientos del enemigo para caer al momento sobre el punto en donde su presencia fuera mas necesaria, pero no perdiendo nunca de vista el plan que se habia propuesto de inutilizar los esfuerzos de la imaginacion de Urbiztondo, considerado como el eje á cuyo alrededor giraban las masas mas autorizadas de la rebelion carlista.

El general de la reina emprendió el 17 de agosto un movimiento que debia darle por resultado la reconquista de Prats de Llusanés y de otros pueblos lindantes con el territorio de Berga, sin descuidar por eso de seguir la pista á Urbiztondo que se dirigia hacia el Ebro con el fin de facilitar la evacuacion del Principado de las fuerzas que habian quedado en Cataluña como rastros de la espedicion de D. Carlos. El baron de Meer salió al encuentro de los carlistas entre la Guardia y Santa Coloma, despues de haber conseguido el principal objeto de sus operaciones, pero Urbiztondo pudo eludir la batalla contra

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marchando en direccion al pueblo de Forés en donde descansó un poco bajo la vigilancia del batallon del Griset que vagaba por aquella comarca. Bien pronto supo sin embargo que las tropas constitucionales se acercaban á dicho punto apresuradamente, y entonces tomó las inaccesibles posiciones de Santa Perpétua para evitar la derrota que le esperaba en el llano; allí tuvo noticia que el baron de Meer ocupaba á Pont de Armentera, Villarrodona y puntos inmediatos con el decidido empeño de cortarles el paso, y en esta situacion no le quedó otro recurso que simular un movimiento retrógrado para distraer á su tenaz perseguidor. Dirigióse pues à Castellfollit, y pasando despues á Querol y á la Llacuna, pudo á marchas forzadas llegar á la orilla del Ebro el 28, en cuyo dia protegió el paso de los espedicionarios por la Granadella.

Mientras el baron de Meer recorria el campo de Tarragona, tenia lugar una accion reñidísima cerca de la villa de Manlleu entre el brigadier D. Jaime Carbó y las facciones reunidas de Tristany, Zorrilla, Mallorca y otros cabecillas que formaban un total de cinco mil hombres. La division de Carbó no constaba mas que de dos mil seiscientos y cien caballos, pero esta inferioridad numérica no impidió que el bizarro jefe de la reina atacára intrépidamente al enemigo. Apoderado Carbó del puente que los carlistas ocupaban, trataron estos de hacerse fuertes en las sierras inmediatas; allí se defendieron con gran ardor, mas fueron arrojados de sus posiciones, cargándolos á la bayoneta y siendo acuchillados por la caballería, que les persiguió á larga distancia. La faccion dejó mas de doscientos muertos sobre el campo, ciento diez y nueve prisioneros, entre ellos muchos oficiales y varios frailes, y multitud de pertrechos de guerra. Las tropas de la reina no sufrieron mas pérdida que cuatro muertos y seis heridos; las Córtes declararon beneméritos de la patria al brigadier Carbó y á sus soldados por tan brillante hecho de armas.

Al ver Urbiztondo que en la provincia de Tarragona habia mas recursos que en la alta montaña, cambió su plan de operaciones tratando de llamar sobre sí la atencion del general enemigo, mientras que Tristany, libre de la persecucion del baron de Meer, podia encaminarse hácia el Ampurdan con el objeto de adquirir prosélitos y fondos.

Informado el jefe carlista de los medios de que se valian los cabe

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