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La visita de la policía no tuvo afortunadamente el objeto que se temia. Encargados aquellos agentes de adquirir noticias para comprobar los estados de estadística, solo preguntaron al Sr. Vazquez, uno de los emigrados que apareció con la cara medio tiznada y desplumando una gallina dando à entender que era el cocinero, por el número de personas que se albergaban en la casa; á lo cual contestó Vazquez, que la quinta se hallaba alquilada por varios capitanes de buques mercantes, y que por consiguiente el número de sus moradores variaba segun la combinacion de sus viajes. Hoy hay cinco durmiendo la siesta, añadió el improvisado cocinero.

Los de policía hicieron sus asientos, y se alejaron, terminando así un incidente que demostró una vez mas la superioridad de ánimo que caracteriza al conde de Reus, y lo bien que sabe medir la estension del peligro, preséntese bajo la forma que se quiera.

Comprendido el general PRIM en la amnistía decretada en el año 1817, regresó á España desembarcando al efecto en Cádiz, desde cuyo punto tuvo al poco tiempo que volverse á Francia, para evitar los disgustos que le hubiera ocasionado el incesante espionaje de que era objeto.

Una feliz circunstancia le sacó sin embargo de tan angustiosa situacion.

Al encargarse del ministerio de la guerra el general D. Fernando Fernandez de Córdova, nombró á PRIM capitan general de PuertoRico (20 de octubre de 1847), creyendo que separando a su amigo por este medio de la política militante, que tantas persecuciones le costaba, podria al mismo tiempo ser útil á la patria.

El Conde de Reus aceptó el destino que su particular amigo tuvo á bien ofrecerle, tanto mas cuanto que no tenia roce alguno con la situacion que entonces dominaba, y embarcado en Cádiz á bordo de la corbela de guerra Villa de Bilbao, llegó á Puerto-Rico el 8 de diciembre del mismo año.

Parece que el Conde de Mirasol, á cuyo general fué PRIM á relevar, no tenia formado muy buen concepto de su sucesor, y esta creencia tomó mas crédito entre la poblacion al ver que ni siquiera se dignó salir á recibirle.

Cuéntase que al desembarcar PRIM, se presentaron á rendirle ho

menaje todas las autoridades, segun es costumbre verificarlo con todos los nuevos capitanes generales, y que el segundo cabo, señor Labastida, dijo al Conde de Reus:

-Tengo el honor de entregar á V. E. las llaves de la ciudad en nombre de S. M. y del general Conde de Mirasol.

-Las recibo solo en nombre de S. M. la reina, contestó PRIM secamente.

Los puertorriqueños comentaron mucho lo ocurrido en aquel acto, y desde luego formaron una opinion altamente favorable sobre el carácter de la nueva autoridad. Hasta el mismo Conde de Mirasol se convenció de su error con respecto á la idea que tenia del general catalan, despues que por necesidad tuvieron ambos que visitarse para cumplir con las reglas de la etiqueta. No encontró al patuleo, sin modales y sin instruccion, como quizá esperaba; encontró á un cumplido caballero, á un digno sucesor.

La administracion del Conde de Reus en Puerto-Rico fué muy bien aceptada por el país, cuyos habitantes conservarán por mucho tiempo el recuerdo de un general, que procuró siempre su bienestar y tranquilidad. Uno de sus principales cuidados consistió en restablecer una buena disciplina entre los negros, y cortar abusos inveterados que destruian la propiedad de los blancos, y con este objeto redactó un código conocido por Código negro. Dió este muy buenos resultados; aunque fué bastante combatido por el interés que los magistrados tenian en que continuaran las cosas como estaban; pues de este modo y con sus elernos trámites y procedimientos, hacian su negocio en las infinitas causas que les proporcionaban los pequeños delitos que cometian los negros. Bastó, pues, este código para enemistar al Conde de Reus con los magistrados, que despues hicieron lo posible por perjudicarle en el juicio de residencia, tomando por pretesto la ejecucion del Aguila.

Era conocido bajo este nombre en Puerto-Rico, un famoso criminal que tenia en contínua alarma al pais con sus fechorías. Si recibia un rico colono una invitacion del Aguila, para remitirle à un lugar señalado en la misma, cierta cantidad de pesos fuertes, bien podia apresurarse á ejecutar lo que se le prevenia, so pena de ver aquella misma noche arder el mejor de sus cañaverales, porque el Aguila era hombre

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de palabra y nunca prometia hacer un daño que no lo cumpliese. Cundia por los campos la alarma, armaban los propietarios á sus negros con carabinas, poníanlos en acecho, todo era inútil; el Aguila paseaba su mano incendiaria por donde mejor le parecia, y en aquellos ricos campos quedaban marcadas las señales de su infame venganza, sin que nadie lo pudiera impedir. Lo peor del caso era, que cuando el Aguila caia en las garras de la justicia, y parecia que iba a pagar de una vez todas las que habia hecho, sucedia todo lo contrario. El Aguila era en efecto procesado, amontonábanse piezas sobre piezas y alegatos sobre alegatos, y el incendiario tenia que ir soltando el fruto de sus crímenes; pero una vez que ya no le quedaba nada, el Aguila desplumada volaba, sin saber cómo, de la jaula en que le guardaba la justicia, y volvia á su vida habitual con mayor ferocidad. Esto se habia repetido ya varias veces, cuando bajo el mando del general PRIM fué cogido de nuevo.

Era tal la fama de aquel criminal, que el Conde de Reus fué á verle á su misma prision, y encontrando á un hombre de fisonomía simpática y espresiva, quiso probar si podia traerle al buen camino, y le dirigió palabras dignas y sentidas, prometiéndole el perdon en nombre de S. M., si pasado cierto tiempo de castigo correccional, bajo la vigilancia de las leyes, manifestaba haber entrado sinceramente por la senda del arrepentimiento: el Aguila, conmovido al parecer, al oir un lenguaje que, segun dijo, nunca habia tenido ocasion de escuchar, prometió no escaparse y hacer cuanto estuviera de su parte para llegar á ser todo un hombre de bien.

Pasó de este modo algun tiempo, y todos empezaban á creer en la conversion del Aguila, cuando de repente desapareció. El Conde de Reus, justamente indignado entonces por esta conducta, y viendo que aquel criminal era incorregible, resolvió libertar al país de semejante azote, y levantando un somaten general, como se acostumbra verificar en Cataluña, el Aguila fué preso, juzgado por una comision militar, y sentenciado y ejecutado en el breve plazo que previenen las leyes militares.

El general PRIM se ocupaba sin cesar en introducir las reformas necesarias en la administracion de aquella rica Antilla, cuando el 6 de julio de 1848 recibió un oficio del gobernador dinamarqués de la

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