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cio en la hora del despido, cuyo acto tuvo lugar en la mañana del dia 13 de aquel febrero. Abandonaron los duques el real palacio acompañados del Sr. Búrgos, jefe del cuarto militar del Rey, de los ayudantes Sres. Portilla, Tejeiro y Villacampa, del Sr. Almirante, secretario del cuarto militar, de los Sres. Pirala y Tassara, del Sr. Diaz Benito y conde de Rius.

La guardia real les hizo los últimos honores situada en el patio del régio alcázar.

Al pié de la escalera aguardaba el coche, al que la reina D. María Victoria fue conducida en una litera, pues la natural debilidad de su estado de recien parida, agravada por la zozobra y los sobresaltos de los acontecimientos, privábanle el vigor necesario para andar por sí misma los primeros pasos hacia la expatriacion.

Cuando llegó la litera al carruaje, D. Amadeo cogió á su esposa en sus brazos, y la colocó con cariñoso cuidado en su asiento. Rivero tendió al Duque la mano, recibiendo de este el encargo de proteger á los servidores de su casa, y dejarles como recuerdo los uniformes de servicio.

D. Victoria dió la señal de partida, y á las seis y diez minutos salian por la puerta del Príncipe cuatro carruajes con los ilustres viajeros y personas que les acompañaban dirigiéndose á la estacion del Norte, donde les esperaba un tren especial compuesto de un coche de segunda, donde iba alguna fuerza de guardia civil, un coche de primera donde iba colocada la cama para D.' Victoria en un departamento, y algunos furgones. Á las seis y media próximamente el tren partió por el ramal del campo del Moro à tomar la línea del Mediterráneo.

Poco previsor estuvo el Gobierno de la república en proveer á las necesidades de la ilustre enferma, pues ni siquiera en la estacion del sitio real de Aranjuez encontró una taza de caldo para levantar sus postradas fuerzas, ni un vaso de agua cristalina pudo servírsele en otra estacion para apagar el ardor de su sed. Los pocos españoles que acom

pañaban á los fugitivos representantes de la monarquía, hubieron de sufrir cruelmente viendo desatendida à una dama extranjera y delicada, que al fin no dejaba en el país otra huella que la de su noble y misericordioso corazon. Porque la reina D.' María Victoria, emparentada con uno de los mas ilustres personajes de la corte pontificia, fue modelo acabado de piedad, de fe, de edificacion; y solo Dios es capaz de medir toda la estension de sus sufrimientos, y la intensidad de su martirio al ver constantemente combatida la religion, à la que está firmemente adherida. Esposa de un rey legitimo, reinando en tranquilos tiempos, hubiera sido dechado de reinas; pues á irreconciliables adversarios de su dinastía hemos oido atestiguar la sinceridad de sus virtudes, y la admirable elevacion de su alma. Ella fue la que inclinó el ánimo de su esposo à admitir la corona española, confiando-¡ilusion escusable en una mujer inexperta !que con fuerza y rectitud de voluntad encauzaria desde el Olimpo de la soberanía el curso de la laberíntica Revolucion. María Victoria fue el punto negro aparecido en el horizonte dinástico, á los ojos del partido irreligioso, pues sus prácticas de devocion eran calificadas de resábios abominables del antiguo fanatismo.

Llegaron los Duques à la frontera de Portugal, donde fueron despedidos por los pocos comisionados que cumplieron la mision con que los honró la Asamblea. Algunos dias despues partieron para la Italia; Turin les acogió con alborozo; el Gobierno les repuso en el disfrute de su sueldo nacional, y el Senado volvió á escribir en la lista de sus miembros al ex-rey de España.

Amadeo resolvió no ocuparse jamás de los asuntos de España. Sábio acuerdo que viene cumpliendo con varonil escrupulosidad.

Si la historia formula un dia en una frase el juicio de don Amadeo, dirá: Vino à España con la ilusion de salvarla, y se fué de ella para ahorrarse el remordimiento de perderla.

LIBRO TERCERO.

LA REPÚBLICA.

CAPITULO XLI.

Republicanos viejos, y resellados.

Del absurdo maridaje entre monárquicos como Serrano y Topete, y republicanos como Rivero y Becerra, hubo de resultar un engendro estraño, una institucion mitad monarquía y mitad república, es decir, un mónstruo.

Y le sucedió á esa monstruosidad moral lo que sucede á las monstruosidades físicas; tuvo una vida raquítica, infeliz; murió á los dos años; esta es la historia de la monarquía democrática.

Vamos á ver lo que viene tras de ella.

De unas Cortes monárquicas, de una Constitucion monárquica tambien, de un gobierno monàrquico y en un país monárquico por sus tradiciones, por sus costumbres y por su historia, nace à los piés de un trono que acaba de quedar vacío una cosa estraña que le llamaron república.

¿Por qué se llamó república á lo que salió de la sesion del 11 de febrero? Dificil hubiera sido la respuesta á los que

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