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POR HIJOS DE VALENCIA DE ALCÁNTARA, Y POR AUTORES QUE SIN SER
EXTREMEÑOS SE HAN OCUPADO DE NUESTRA VILLA EN SUS LIBROS
Y PRODUCCIONES

ELOGIO EN VERSO DE VALENCIA DE ALCANTARA

<Licenciado D. Ferdinando Carrillo Chumacero Regio Consiliario in Foro Regio Vallesoletano Didacus Lopez salutem pluriman, vi tanque exoptat. » (16 páginas en 4,° sin foliatura ni registro.-Colofón.-Excudebat Joannes á Mongaston, Najeræ anno 1617.)

TRADUCCIÓN:

DEDICATORIA.-Al licenciado D. Fernando Carrillo Chumacero, del Consejo de S. M. en la Real Chancillería de Valladolid, Diego López, desea mucha salud y vida.

Yo, que ayer te ofrecí versos incultos,
esos, que espero leas, hoy te envío.
Tache, Carrillo, á tu placer la pluma,
ó sé Aristarco, y échalos al fuego.
A una voz los coetáneos te subliman
comparándote á Tulio y á Virgilio,

que vales mucho en verso y mucho en prosa,
y tu talento á tu elocuencia iguala.
Tú, como alcón, por el espacio vuelas,
y yo ganso me arrastro por el suelo.
Estos versos dictó Minerva ruda:
mas si tú los aceptas, cual los otros,
en algo los tendré, y verás en ellos
de tu patria y linaje los loores.

Carta de Diego López al licenciado D. Fernando Carrillo Chumacero, del Consejo de S. M. en la Real Chancillería de Valladolid, en alabanza de Valencia de la Orden de Alcántara.

Mientras pesas las leyes, joh Carrillo!
con fiel balanza das lo suyo á todos,
y por igual esclavo del derecho
prestas oído al noble y al villano,
esos versos compuse, que te envío.
Si Helicón y las musas los reniegan,
para darles valor, basta tu nombre.
No ensalzan ellos la ciudad de Palas,
báquica Tebas, tesalino Tempe,

no. Los rayos de Marte canten otros;
canten los Escipiones, los Tarquinos
de su trono arrojados y de Roma,
y la muerte cruel, que el primer cónsul
mandó á sus hijos dar por el verdugo
de patria libertad en holocausto;
canten á los Fabricios, los Camilos,
los Escauros y Decios otros canten,
víctimas nobles del amor de patria,
que yo sólo cantar quiero á la mía.

El viejo Romo con su arado á ésta
asiento le trazó, lindes y muros,
y Bruto, al arrasarlos, sus feraces
campiñas repartió entre los soldados
que de Hesperia al pastor seguido habían.
Si no cortan su aliento las traidoras
parcas, los hados siéndonos crueles,
aquí el imperio se alza de Suburra,
que harto asustó á las águilas romanas
y á la ciudad de las invictas togas
el ibero pastor, bañando en sangre
del Lacio nuestros campos, y con huesos
latinos elevando nuestros montes,
de suerte que crecidos nuestros ríos
iban al mar con armas y cadáveres.

Aquí, á soplos del céfiro, no hay nubes
ni apenas si hay invierno. Los ganados
el establo rehusan, porque triscan
día y noche por montes y cañadas.
Nunca el campo blanquea con el hielo,
ni el grillo se refugia en el arroyo,
ni el arbol cruje al peso de la nieve.
Febo de día á su placer nos baña,
y su hermana y los astros por la noche,
sin que nos niegue la esplendente Venus
con su coro de gracias sus visitas,
que en vecindad de los Elíseos Campos
vivimos como cuentan las historias.

Varones además entre ncsotros nacen, que á la alta fama son empleo, ¿Quién Albas, quién Ceballos, quién Corajos Dezas y Maldonados y Leones,

quién desconoce vuestro nombre insigne?
Sin éstos, otros cien que yo diría
Carrillo, si tuviese tu elocuencia,
dignos de la pretexta y el anillo
de oro, y de poner sobre sus puertas
escudos, y la luna, y en su veste
la fibula dorada, cual Cecrope
el tenaz diente de cigarra puso.

Graves nuestras matronas, aseadas,
prudentes y joviales y hacendosas,
fecundas cuanto amantes del marido.
y en vida y en costumbres intachables
como en gracejo y en virtud, superan
á Elena en hermosura, y en valía

más que el doblón de oro al doblón falso.
Ella, infiel á su esposo y á su reino
por el amor de Paris, puso á Troya
á los pies de la Grecia, y en ruina
tras diez años de horrores y matanza
que no dejaron piedra sobre piedra.
Ni tampoco la madre de los Gracos
á las nuestras eclipsa, jactanciosa
de haber vencido á Aníbal, como Fabio
con calma y artificio le venciera.

¿La gloria contaré de los insignes
varones de tn noubre, hermanos tuyos
y amigos de mi alma? Resplandece
á través de los siglos, cual ninguna.
Llenó el mundo la fama de tu padre,
que tú con tus hermanos perpetúas.
De buen consejo, sabio, justo, próvido,
centinela del trono vigilante,

en tiempos floreció de aquel Felipe
cuyo par no conocen las historias,
que es segundo en la nuestra sin segundo.
Fiaba en su consejo el Rey prudente
los negocios más árduos, de las manos
puras y diestras de tu noble padre.
Por eso, por tener manos tan puras,
jarra y plato adornaron su lucillo.

Como el manzano es honra de los huertos

y las grandes cosechas del terruño,

tus hermanos y tú de nuestra patria
así lo sóis, que con orgullo os mira.
Salamanca, á los tres y el mundo entero
os aclamó, las frentes laureadas
con las eternas flores de Minerva,

que entre vítores mil los estudiantes á Chumacero en hombros pasearon; y lo mismo á Carrillo; plazas, templos, calles, tugurios, hinchen de ambos nombres y hasta los cielos, gritos de entusiasmo. Sale de la capilla temerosa

la primera señal, que el claustro inunda, y llega al rio que los muros besa

de la Atenas moderna enamorado.

¿Qué mucho? ¿vive el hombre de pan sólo? ¿quizá sin corazón el cuerpo vive? ¿No son hombres también estos hermanos? Tales no vió, Carrillo, Salamanca, y ni á vosotros ni á mi patria adulo, que la pura verdad llena mi boca.

Duros, audaces, son nuestros paisanos, aptos para la guerra, sufridores

de hambre, de sed, de soles y fatigas,
que endurecen sus miembros y los templan.
Cuando el lagarto en el zarzal se esconde,
y la cigarra extrema su chirrido,

y el sol canicular las mieses dora,
por llanos y por sierras marchan ellos
cantando alegres, la cabeza al aire.
Jamás los afeminan los jardines,
que el trabajo más duro es el que aman;
impasibles su piel miran curtida,
y toman en la noche un corto sueño
por higiene más bien que por descanso.
Si abre Jano las puertas de la guerra
al enemigo audaz que los provoca,
un punto es empuñar espada y lanza
y el partir y el lidiar. ¡Cuál los enciende
el choque de las armas, el alzado
estandarte, el clarín de voz aguda!
Lánzanse al enemigo; con sus dardos
le cubren; ya peones, ya ginetes,
caen sobre él de rostro, ó por la espalda
párticas flechas hacia atrás le envían,
despreciando la muerte por la gloria.
Ni al propio Marte temen, que si osara,
retarlos, lucharían contra Marte.

No es esto de admirar, pues cuando niños, el pueril andador soltado apenas, olvidan ya los juegos de las nueces por ruar en caballos, que á la escoba despojaron del mango, con espada de caña, de papel casco lucido, y escudo ora de lata ora de corcho. Así al mediar los astros su carrera cuando el sueño á natura sobrecoge

y los mares se duermen y los campos,
que de la noche el manto tenebroso
todo en silencio y en pavor lo envuelve,
el valiente escuadrón la ciudad ronda
con espada desnuda, como aquellos
que la temida obscuridad desprecian
y entre las sombras buscan los peligros.
¿cómo serán después malos soldados?

Céres también en nuestros campos reina. Cuando Iris derrama en los solsticios las aguas de las fuentes con sus cuernos para que otoño plácido suceda, como el oro se ponen los sembrados, con los granos revientan las espigas, y la campiña Gárgara eclipsada queda, y la de Larisa y Lidio fértiles. Del beduño de Baco predilecto las cepas son que nuestras uvas rinden y el vino al de Falerno comparable según los pies y lenguas entorpece. ¿Cómo no, si granizo y niebla y hielo enemigos del campo, de aquí huyen? ¡Cuántas otoño delicadas frutas

en variedad innúmera nos presta! Pomona misma cuida estos jardines, creyendo que de aquí robara Venus, más ligera que Atlanta, las naranjas, de oro que después diera á Hipomene. Cuando á su hogar los labradores tornan, más castas sus mujeres que Sabinas la mesa ya les tienen preparada y ardiendo los tizones, si hace frío, con el mayor amor, y allí, á la lumbre, meriendan en familia, sin que falten peras, higos y nueces y castañas para postre, que es rica la despensa. Charlando pasan la primera noche de sobremesa, y como apriete el frio, medio corral de leña el fuego aviva, sin que el silbo del cierzo les importe más que al lobo los gritos, más que al rio el murmurar del arroyuelo. Ociosa no está entretanto la mujer parlera, si no hilando sus copos á la lumbre,

ó de aquí para allá, en los menesteres

de la casa y la prole, que es su encanto, ó suspensa á los labios del marido

si trabajos ó planes la consulta.

Para el coreel los llanos de Valencia son tan hervosos y fecundos, que Argos para criar los suyos los envidia.

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