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mo en otro tiempo Alcides, de los monstruos que la infestaban. Habianse visto ya algunos ensayos de semejante institucion en el reinado de Don Alonso el XI, cuando el desconcierto y turbuléncias de su menor edad no permitian vivir con seguridad fuera de lugares murados, cuando el pasagero veía ya sin extrañeza yacer en los caminos los cadáveres insepultos, y las leyes enmudecidas no se atrevian á clamar por venganza. Renovados los males en tiempo de Enrique IV, los pueblos volvieron á establecer de nuevo las hermandades: pero las contradijo y finalmente las destruyó el Rei, gobernado siempre por los autores de los daños que querian corregirse.

La hermandad de Dueñas nacia bajo auspícios muy diferentes. El bien general era el norte de todas las operaciones de Isabel, y la hermandad fué protegida, alentada y autorizada. En vano los Grandes y Prelados juntos en Cobeña, entre reverentes y quejosos, representaron contra un establecimiento que acercaba los pueblos al trono; que reuniéndolos les daba á conocer su fuerza é importáncia; y que formando con el Gobierno una santa liga, le prestaba médios para reprimir los excesos de una oligarquia inquieta y ambiciosa que posponia la felicidad y lustre de la nacion á la triste glória de mandar en sus ruinas. La respuesta vigorosa de Isabel les hizo entender que ya no reinaba el débil Enrique, y que en adelante coligadas la autoridad y la fuerza limitarian sus pretensiones á los términos de la razon, imponiéndoles la saludable necesidad de ser moderados y justos.

Luego que la paz permitió dar á las ocupaciones silenciosas del gabinete el tiempo y los cuidados que hasta allí habia distraido el estrépito de las armas, pudo Isabel atender ya desembarazadamente á la cura de las profundas llagas del cuerpo político y á la extirpacion de los abusos que se oponian á su prosperidad y esplendor. Á este fin mandó convocar las cortes de Toledo del año 1480; cortes memorables por la gravedad de los asuntos que en ellas se ventilaron, y por la influència que tuvieron sus decisiones en el estado ulterior de la monarquia.

El daño que por su mayor bulto llamaba la primera atencion de las cortes, era la pobreza del erário. Los pueblos pagaban con

tribuciones considerables y mas que suficientes para cubrir los gastos de administracion y demas urgéncias del bien comun en paz y en guerra; pero no llegaban á su natural destino, al fondo que el Gobierno necesita para asegurar el orden interior contra los criminales y la independéncia nacional contra los extraños. Lejos de llenar estos objetos, los únicos á que el cultivador y el artesano sacrifican gustosos parte del fruto de sus sudores, el património público repartido entre manos rapaces y ambiciosas les daba facilidad y ocasion para traer amenazada de contínuo y perturbada la quietud del réino. Los Ricoshombres de Castilla, aquella raza valerosa que habia concurrido á cimentar el Estado con su sangre y con sus proezas, no se contentaban con la consideracion y el honor, moneda en que solo pudieran recompensarse dignamente sus méritos; y aprovechándose de la flojedad de los Reyes, sirviéndoles unas veces, desirviéndoles otras, arrancaban los tesoros en prémio ó en précio de su fidelidad. Enrique IV, olvidando que los Príncipes son mas bien administradores que dueños de los caudales del erário, dejó llegar á su colmo el desorden; y las mercedes exorbitantes en juros y vasallos, los privilégios de batir moneda, los albalaes y firmas en blanco acompañaron á la contínua enagenacion de pueblos y fincas de la corona, llegándose á decir que no era Rei de otra cosa que de los caminos. Los pueblos, oprimidos con las cargas generales que se repartian cada dia entre menos contribuyentes, murmuraban de la funesta liberalidad de Enrique. Las cortes de Ocaña se lo representaron en 1469; las de Santa Maria de Nieva de 1473 alzaron el grito, y consiguieron en fin que anulase solemnemente todas las enagenaciones y grácias hechas en los diez años precedentes. Pero fuese el influjo de los poseedores ó la natural inaccion del Rei ó su muerte que siguió á poco, no tuvo lugar reforma tan necesária. En los príncípios del reinado de Isabel, la guerra de Portugal hizo resaltar los inconvenientes, obligando á recurrir á la plata de las iglésias y á empréstitos gravosos para resistir á los invasores. La nacion que habia tocado y sufrido los males, anhelaba y con razon por el remédio. Sus Procuradores lo reclamaron en Toledo; y todo parecia autorizar al Gobierno para cortar de una vez en su origen abusos tan notó

rios. Solo la delicadeza de Isabel no está aun satisfecha: no contenta con que se efectue la reforma, quiere tambien que sea á gusto de los mismos que han de experimentarla: quiere que la persuasion y el convencimiento hagan llevadero lo que la justícia y las circunstancias hacen necesário. Convoca extraordinariamente á los Grandes y á los Prelados, y espera de su lealtad que sacrificarán al bien público sus pretensiones é intereses particulares. El éxito fué el que merecian esperanzas tan honoríficas á la Réina y á sus vasallos: y en pocos meses, sin violéncia, sin amargura y sin reclamaciones, recobró su riqueza y opuléncia la corona. ¡Que es lo que no puede conseguir la razon con las armas irresistibles de la dulzura!

El primer uso que hizo nuestra Princesa de los nuevos aumentos del erário, fué indemnizar de los perjuicios de la guerra, y socorrer con generosidad á los hijos y viudas de los defensores de la pátria muertos en su servicio. Entretanto se arreglaban de acuerdo con las cortes la forma y atributos de los tribunales supremos; se derogaban ó aclaraban las leyes antíguas; se hacian otras nuevas; se tiraban las primeras líneas para la grande obra de una legislacion armónica, de una legislacion comun á todos los domínios de Castilla; se empezaba á tratar de las reformas á que lo calamitoso de los tiempos obligaba en el clero secular y regular; se ponian las bases del concordato con la corte de Roma, de que tantas ventajas resultaron á la Religion y al Estado; en suma, se promovian todos los ramos de la felicidad pública, y se buscaban los médios de establecerla sobre fundamentos sólidos y permanentes.

Nuevo espíritu, vigor nuevo discurre por las venas y miembros, yertos hasta entonces, de la monarquia castellana: reúnense sus fuerzas, antes enflaquecidas por la division y la discórdia, y el Gobierno adquiere la robustez necesária para asegurar el orden y bien general. Todavia está fresca la memória del tiempo en que Isabel tenia á cada paso que capitular con los próceres, y en que el Arzobispo de Toledo le negaba una conferéncia que la moderacion de la Réina le pedia con instáncia; pero ya ha desaparecido aquella época de languidez y de oprobio. El Estado, poco ha debil y sin

autoridad para sostener las leyes y refrenar la osadia de un vasaIlo, recobra rápidamente su natural energia, tiene ya la bastante para hacerse respetar de propios y extraños. Triste del que se atreva á interrumpir su tranquilidad y provocar su cólera: la desolacion, el estrago y la ruina serán el castigo de su loca presuncion y

atrevimiento.

Esto fue lo que experimentó el réino de Granada. Habia largos tiempos que los Reyes de Castilla no hacian progresos notables en la antígua empresa de reconquistar el pais ocupado por los moros, y las fronteras eran casi las mismas que á la muerte del santo Rei Don Fernando. Poco ó nada adelantaron sus inmediatos sucesores. La jornada de Tarifa fue mas gloriosa que útil: la muerte lastimera del héroe que la venció cortó los vuelos en lo mejor de sus años á sus victórias y hazañas. Lejos de imitarlas su hijo Don Pedro y de entrar en la gloriosa carrera que le mostraban los ejemplos de sus predecesores, hizo alianza con los infieles y aun se valió alguna vez de sus armas en las ominosas contiendas que mantuvo siempre con sus hermanos y vasallos, y que al cabo le costaron el cetro y la vida. En los reinados siguientes, los distúrbios civiles, las tutorias, la indoléncia de los Reyes y las guerras con otros Príncipes de la península habian puesto en olvido la de los mahometanos, ó reducídola á algunas entradas y talas sin plan ni consecuéncias. Los moros se habian acostumbrado á despreciar al leon que dormia. Durante la guerra con Portugal en los primeros años del gobierno de Isabel, los infieles habian penetrado en términos de Castilla, llevándolo todo á sangre y fuego. Hubo que disimular este insulto igualmente que

la arrogáncia con que se negaron á pagar las párias que solian al mismo tiempo que solicitaban la continuacion de la trégua, y contemporizar prudentemente hasta que ajustada la paz con los portugueses, se ofreciera ocasion oportuna para la venganza.

Proporcionóla en la sorpresa de Zahara la infidelidad granadina. Esta infraccion escandalosa de los tratados tuvo su desquite en la sorpresa de Alhama por Itroas pas de Sevilla casi á vista de la capital Granada. El empeño de los moros en recobrarla y el de los cristianos en mantenerla, formalizó una guerra que debia fenecer la

que duraba entre unos y otros cerca habia ya de ochocientos años. La empresa en que se entraba de la conquista del réino de Granada, presentaba dificultades considerables. Habian pasado, es cierto, los tiempos de Tarec y Almanzor, los tiempos en que Valdejunquera y Alarcos recibian su triste celebridad de nuestras desgrácias: pero un território favorecido liberalmente por la naturaleza y de una poblacion que por lo extraordinária suponia un estado floreciente de agricultura y de indústria, cimiento y medida del verdadero poder de las naciones, abundaba en recursos y médios de ofensa y de defensa: y no siendo ni aun la décima parte de la península, solia poner en pié formidables ejércitos, superiores alguna vez en número y no siempre inferiores en valor á los cristianos. El pais fragoso, cortado de montañas y erizado de castillos y fortalezas, era poco favorable á los agresores. El entusiasmo religioso de los habitantes y la inveterada ojeriza entre ambas naciones, no dejando médio entre la victoria, la esclavitud ó la muerte era otra arma y no la menor en manos del mas debil. Tal vez y en los mismos princípios de la guerra, la fortuna miró con semblante risueño á los moros: las lomas de la Ajarquia de Málaga presenciaron la pérdida de la flor de Andalucia, pasada á cuchillo ó reducida á cautivério: levantóse en desorden y con poca honra el cerco de Loja, mandado en persona por el Rei Don Fernando. Quizás en otro reinado hubieran aflojado con esto los aprestos militares y los cristianos se contentaran, como en lo pasado, con unas tréguas poco estables que dejaban pendiente el empeño, ó cuando mas con unas párias que habian de negarse á la primera coyuntura favorable. Pero Isabel, enemiga de partidos pusilánimes, decreta la conservacion de Alhama contra la tímida prudéncia de los consejeros del Rei su esposo, recorre la frontera, infunde en los pechos el fuego sagrado del amor de la glória, y resuelve arrancar del suelo de España el império de la média-luna.

Entonces fue cuando Europa miró atónita á una muger ocuparse en la formacion de planes de campaña, votar entre los viejos y experimentados capitanes, y presidir á los preparativos marciales con una inteligéncia á que no habian llegado los guerreros de

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