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medios el armamento general de la nacion, se suprimió en el año de 1497 el cuerpo de tropas de la hermandad. Esta institucion formó el estado interino fué necesário para que organizar convenientemente la fuerza pública, y suprimir la milícia anterior, compuesta de las mesnadas de los Grandes y de los apellidos de las ciudades: pero tenia el vício esencial de pertenecer exclusivamente á una clase del Estado, y solo se debió emplear como un correctivo del excesivo poder de las privilegiadas, mientras se restablecia el equilíbrio y se aseguraba el órden.

En tal estado de cosas, formadas ya las capitanias o es-cuadrones de caballos, y hecho el alistamiento de la gente: capaz de servir á pié, no habia mas de un paso que dar para establecer un cuerpo permanente de infanteria, y tener de esta suerte no solo una milícia pronta á presentarse y obrar en caso de guerra, como llegaron á tenerla los Reyes católicos, sinó tambien un ejército formado aun durante la paz. Algunos años después de la muerte de la Réina católica, el cardenal Jimenez de Cisneros intentó dar este paso, pero en vano. La oposicion de los pueblos frustró sus desígnios, no podemɔɔ decir si por fortuna ó por desgrácia de la nacion pero esto pertenece á la história de tiempos posteriores.

La guerra de Granada, toda de sítios, toda en país de montañas y contra un enemigo astuto que hacia la guerra con emboscadas y sorpresas ó como. decian entonces rebatos; que se aventajaba en las escaramuzas y en lo que ahora se llama guerrilla, obligaba á grandes fatigas y precauciones, y debió formar excelentes tropas ligeras: mas por las propias causas no prestó ocasiones para adelantar en las maniobras generales de los ejércitos, y en el arte de mover y aplicar con rapidez grandes masas que parece ser el punto sublime de la estratégia. La misma calidad de los ejércitos, compuestos de nobleza valiente, pero poco subordinada y de los contingentes tumultuarios de las ciudades, era incompatible con la disciplina, con la perseverancia, con la igualdad de las armas y otros requisitos esenciales para los progresos del arte.

Refiriendo Gonzalo Fernandez de Oviedo en sus diálogos (1) las condiciones necesárias para la exceléncia y perfeccion de un ejército, cuenta entre ellas las siguientes: Gentes de armas de arneses blancos y caballos encubertados. Ginetes ó caballos ligeros. Buena infantería de ordenanza. Buena artilleria menuda y gruesa. Añade Oviedo en el mismo lugar, que el año de 1493 estando olvidado el ejercicio de los hombres darmas, y muy favorecida la gineta á causa de las guerras con los moros de Granada, acabada aquella santa conquista, y barruntando y sospechando los reyes católicos Don Fernando y Doña Isabel que cesada la guerra de los infieles, la habian de tener contra franceses, proveyeron en hacer dos mil y quinientos hombres de armas ordinários de guarda, y crearon capitanes para ellos de cada cien hombres de armas y algunas capitanias de mas número, de señores y capitanes ilustres y tales como convenia. Estos hombres de armas cabalgaban á la guisa ó brida, y formaban la caballeria pesada ó de línea: y para fomentar y extender la inclinacion á este modo de montar, se concedieron algunas distinciones á los que lo practicasen en la pragmática de trages del año 1499 (2).

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Ya hemos hablado de la artilleria, en que por entonces se comprendia tambien el ramo de ingenieros, y de los arsenales de Medina, Madrid y Fuenterrabia. Respecto de las tro.. pas de la hermandad, por un documento que se guarda en el archivo de Simancas, y comprende las deliberaciones de la junta general celebrada en Madrid en setiembre de 1480, se vé que en las compañias de lanzas servian tambien espingarderos ó escopeteros en razon de un espingardero para cada diez lanzas.

En cuanto á la infanteria, empezaban entonces á hacer algun caso de la que llamaban de ordenanza, como si dijéramos reglada Aun no se habia acabado de conocer en España ni en lo general de Europa toda la importáncia de la infanteria, y la fuerza que recibe del orden y uniformidad de sus

(1) Batalla I, quincuagena 3, Diá- (2) Pragmát. de Ramirez fol. 265. logo 16.

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movimientos. En la edad média se apreciaba casi exclusivamente la caballeria, y estaba olvidada la máxima de los antíguos, que ha renovado la ilustracion de estos tiempos, de que la infanteria constituye el nérvio y fuerza esencial de los ejércitos. Este error no nacia solo de la ignoráncia del arte, sinó tambien de otras causas políticas, y sobretodo de la degradacion civil de los que militaban á pié.

Como quiera no pudo menos de dar alguna luz en Castilla y de excitar algunas ideas la preséncia del cuerpo de suizos que sirvió en la guerra de Granada. Es graciosa la descripcion que de ellos hace Pulgar: vinieron, dice al año de 1486, á servir al Rei é á la Réina una gente que se llamaba los suizos, naturales del réino de Suécia que es en la alta Alemánia. Estos s018 homes belicosos, é pelean á pié, é tienen propósito de no volver las espaldas á los enemigos: é por esta causa las armas defensivas ponen en la delantera, é no en otra parte del cuerpo, é con esto son mas ligeros en las batallas. Son gentes que andan á ganar sueldo por las tierras é ayudan en las guerras que entienden que son mas justas. Son devotos é buenos cristianos; tomar cosa por fuerza repútanlo á gran pecado. Los suizos mercenários que habian empezado diez y siete años antes á servir en Fráncia, como cuenta Felipe de Comines en sus Memorias (1), fueron los maestros de Europa: su infanteria observaba la mejor táctica que se conocia por entonces, y pasó por invencible hasta que se formó y dió á conocer la española.

No se echo de ver el influjo de este ejemplo en la guerra de Granada: pero no seria extraño que la vista y examen de la ordenanza suiza dejase en los ánimos semillas que debian brotar á la primera ocasion favorable.

Prestóla á poco la guerra de Nápoles. El gran capitan Gonzalo Fernandez de Córdoba y los demás cibos españoles, alumnos todos de la guerra de Granada, hallándose con tropas de mejor calidad en país y ocasion de maniobrar con independéncia, introdujeron la táctica, mejoraron la ordenanza y dis

(1) Cap. I.

ciplina de los suizos, y formaron aquellos tércios que vencieron por espacio de siglo y médio donde quiera que pelcaron. La rapidez de esta reforma supone necesariamente que sus autores tenian hechas de antemano profundas reflexiones sobre la matéria, y adelantada considerablemente la teoria del arte. Ello es que habiéndose empezado la guerra de Itália en el año de 1495, cuando murió la Réina católica que fué en el de 1504, habian ya triunfado los españoles en Cerinola y el Garellano, y adquirido sobre las tropas suizas superioridad que reconoció en sus diálogos militares el Maquiabelo, , y continuó por toda aquella centúria y parte de la siguiente.

§. III.

Mientras el Gran Capitán realizaba esta memorable revolucion en las tropas españolas que militaban fuera de la Península, otro personage menos célebre intentaba hacer lo mismo dentro de ella. Gonzalo de Ayora, hidalgo Cordobés, despues de haber estudiado con crédito en la universidad de Pavia y servido muchos años á Luis Galeazo Esforcia, duque de Milán, yino á Castilla en 1492 con una carta de recomendacion del duque para la Réina católica, que conserva original la Académia de la História. Ayora fué recibido favorablemente, y se le dió el cargo de coronista: empleo de mucha confianza y autoridad en aquellos tiempos, en que era parte del oficio de los cronistas... despedir epístolas en su servício (de los Reyes) en los tiempos que conviene para saber lo que se hace en otros réinos, é acoger las respuestas é tomar dellas aquello que á su oficio conviene de algunas cosas hazañosas, é haber conocimiento de los Reyes comarcanos é de sus coronistas por intercesion de letras para engerir en las crónicas algunas cosas de las que acaocen en sus tiempos las de acullá acá, y las de acá acullá, que conviene por la verificacion sean ciertas é con su dulce es cribir deben procurar de evitar escándalos é guerras entre los Reyes y los señores, é procurar la paz é concórdia por epístolas

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de dulce y autorizado escribir. Así se explica el cura de los Palácios, hablando de las cartas que el cronista Fernando del Pulgar dirigió al arzobispo de Toledo y al rei de Portugal, exortándolos á la paz y disuadiendolos de la guerra que hicieron á los Reyes católicos en el princípio de su gobierno (1).

Segun las notícias que dá el arcediano de Alcor en su historia minuscrita de Paléncia, parece que Ayora hizo en Medina del Campo algunos ensayos de la táctica que queria introducir en la infanteria á la manera suiza, y que gustaron á los Reyes apesar de que no faltaron, como siempre sucede, émulos y contradicciones. En 1502 fué enviado por el Rey católico al de Romanos para solicitar que este declarase guerra á la Fráncia (2). Despues sirvió en la campaña del Rosellon y socorro de Salsas contra los franceses el año de 1503, en cuyo tiempo continuaba en el propósito de introducir su método de evoluciones en la infanteria. Mas sin embargo de sus esfuerzos y del favor que debia al Rei católico, con quien mantenia correspondéncia epistolar directa, no pudo conseguir plenamente sus deseos, y en una carta al secretário Miguel Perez de Almazan se queja de que en este asunto no hacia sino matarse nadando água arriba. Despues de esto en el año de 1505 sirvió en la expedicion y conquista de Mazarquivír bajo las órdenes del Alcáide de los donceles.

Ayora fué el primer capitan de la guárdia que estableció para su persona el Rei Don Fernando. Pedro de Torres, rector del colégio de San Bartolomé, cuenta en sus apuntamientos (3) que el Rei católico comenzó á traer guárdia, que antes los Reyes no solian traerla. Y mas abajo dice: comenzó el Rei Don Fernando á tener en su guardia hombres de pié de ordenanza de infanteria á la manera de Suícia, donde en estos tiempos mejor se usaba la orden de pelear los hombres á pié, con sus espa

(1) Ayora fue sucesor de Pulgar, de quien no se sabe que año murió: mas por esta circunstancia, y por no haber pasado en su crónica del año de 1490, hubo de fallecer el de 91

ó 92.

(2) Zurita lib. V, cap. 68.

(3) Entre los manuscritos de la biblioteca Real H. 96.

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