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ILUSTRACION XV.

De la poca lenidad de los eclesiásticos en el siglo de la Reina católica. Máximas de inhumanidad é injustícia respecto de los moros en aquel tiempo. Ideas y conducta de la Réina en la misma matéria.

Fue abuso comun durante la edad média que los eclesiásticos ejercitasen las armas, y error propio de la rudeza de aquella época no considerar incompatibles los oficios de sacerdote y de soldado. No hablo solo de las guerras contra infieles, en que se repitieron con mas frecuencia los ejemplos de tal desorden, cubiertos con el pretexto de religion, sino tambien de las guerras entre príncipes cristianos, y aun de las civiles que agitaron á Castilla en el siglo en que nació y vivió la Réina Doña Isabel.

En la primera batalla de Olmedo del año 1445 entre el ejército del Rei D. Juan el II, y el de los grandes, descontentos de la privanza del condestable D. Alvaro de Luna, asistieron D. Gutierre de Toledo, arzobispo de Toledo, D. Lope Barrientos, del orden de predicadores, obispo de Cuenca, y D. Alonso Carrillo de Acuña, obispo á la sazon de Sigüenza (1). En la segunda batalla que se dió junto al mismo pueblo el año de 1467, entre los partidários del Rei D. Enrique y los de su hermano el infante D. Alonso, ordenó las batallas de este último y fué herido en el brazo izquierdo de una lanzada D. Alonso Carrillo, arzobispo ya entonces de Toledo, quien para ser conocido llevaba sobre el arnés una estola encarnada con cruces blancas (2). De este prelado cuenta Pulgar en sus Claros varones que era hombre belicoso y grand trabajador en las cosas de la guerra; é siguiendo esta su condicion, placiale tener contínuamente gentes de armas, é andar en guerras

(1) Crónica de D. Juan el II en dicho año.

(2) Alonso de Paléncia parte I de su

crónica. Diego Enriquez del Castillo, crónica del Rei D. Enrique IV, cap. 97.

juntamientos de gentes. Así continuo mostrándolo en los princípios de los Reyes católicos, en cuyo tiempo habiendo abrazado el partido de Portugal, peleó contra ellos en la batalla de Toro, que se dió á 1 de marzo de 1476. No fué el arzobispo. de Toledo el único prelado que entró en aquella memorable batalla. Asistieron tambien en el ejército castellano el obispo de Avila D. Alonso de Fonseca, que capitaneaba una escuadra del ala derecha del ejército, y el cardenal de España obispo de Sigüenza, D. Pedro Gonzalez de Mendoza, que llevaba el roquete vestido sobre las armas, como expresan Andrés Bernaldez y Gonzalo de Oviedo. D. Garcia de Meneses, obispo de Ebora, mandó la artilleria portuguesa en la misma batalla, y después fue vencido y preso el año de 1479, en la de la Albufera de Mérida donde mandaba en gefe las tropas de su nacion (1).

En el siglo XVI, después del fallecimiento de Doña Isabel, en tiempo ya al parecer de mayor cultura y suavidad de costumbres, leemos del arzobispo de Zaragoza D. Alonso de Aragon, hijo del Rei católico, que era gran caballero de la brida, y que sirvió personalmente en la guerra de Navarra como capitan de los caballeros de su casa y otros aragoneses. En la misma guerra y en la de las comunidades de Castilla milito D. António de Acuña obispo de Zamora, de revoltosa memória, como dijo D. Francesillo, truhan de Cárlos V, en la crónica del Emperador que anda manuscrita entre los curiosos.

A fines del mismo siglo vivia D. José Esteve, obispo de Orihuela, el cual en los comentários sobre los libros de los Macabeos, obra dedicada al Papa Clemente VIII, explica los casos en que una persona particular puede sin autoridad pública quitar la vida á los hereges é infieles: decide que se puede matar sin escrúpulo á los renegados, y que los Reyes de España deberian matar á los moros ó echarlos de sus domínios, aunque fuese quebrantando los pactos hechos por sus predecesores. Pone en cuestion si los hijos pueden asesinar á sus pa

(1) Pulgár en los parages correspondientes de su crónica.

dres idolatras ó hereges, y tiene por lícito y corriente hacerlo con los hermanos y aun con los hijos.

Cuando así piensan y así obran los que deben con particularidad dar ejemplos y lecciones de la dulzura y mansedumbre evangélica ¿cómo podremos extrañar la atrocidad y barbárie ૐ de los demás? Era costumbre de los cristianos que entraban á correr la frontera de los moros, traer las cabezas de los enemigos muertos pendientes de los arzones, y darlas á los muchachos de sus pueblos para azorarlos á la guerra contra los mahometanos, al modo con que se solia adestrar y cebar, dándoles los despojos de la caza, á los perros y á los gerifaltes: costumbre que se observó todavia en la guerra contra los moriscos del réino de Granada que se levantaron en tiempo de Felipe II.

Cotejemos con estas máximas y costumbres la conducta dulce, equitativa y generosa que la Réina Doña Isabel observó con los moros en diferentes ocasiones.

En la campaña de 1485, después de la conquista de Ronda y otros pueblos, se habia permitido á muchos de sus habitantes pasar á Africa y aun se les habian dado embarcaciones para ello. Algunos de los conductores y marineros, quebrantando el seguro, habian robado á várias personas, en especial mugeres y niños, y despojádolas de sus bienes. Oigamos de Pulgar la resolucion que tomó la Réina cuando lo supo. Como el corazon noble, dice, no puede sofrir maldad, la Réina indignada contra los que esto ficieron mandó al licenciado de la Fuente su alcalde, que ficiese pesquisa quien oviese fecho aquellos furtos, é los mandase luego restituir, y ejecutase su justícia en aquellos que fallase culpantes. Este alcalde, poniendo diligéncia en lo que la Réina le mandó, informado quien eran los robadores, fizo justícia de ellos, é tomándoles todo lo que habian robado, pasó allende la mar. E como llegó al puerto, embió á pedir seguro á los moros para decender en tierra, porque venia á restituir lo que les habian robado. Los moros le respondieron que mensagero de tan altos y poderosos reyes no habia menester el seguro que demandaba, porque la grandeza de su Rei daba seguridad á sus súbditos en

toda la tierra. El alcalde oida aquella respuesta, aunque fue amonestado que no se confiase en las palabras de los moros, pero pospuesto el temor de la muerte é de captivério que aquella gente bárbara le pudiera facer; nunca plega Dios, respondió él, que la virtud del Rei é de la Réina que estos moros facen cierta, mi miedo la faga dubdosa. E diciendo esto, con gran confianza é contra el voto de los que con él eran, saltó luego en tierra, é puesto en poder de los moros con todo lo que les llevaba, lo repartió á las personas robadas. E de tal manera fizo esta ejecucion de justícia, que los agraviados quedaron satisfechos.

Dos años antes y empezada ya la guerra con los moros, Juan del Corral, escudero de la compañía de Diego Lopez de Ayala, tomando el nombre de los Reyes, habia conseguido engañar al Rei moro de Granada, y sacarle bajo falsas promesas cierta cantidad de doblis y cautivos. Conocido el engaño, quejose el Rei de Granada: la resolucion fué mandar que Juan del Corral restituyese á los moros el dinero y regalos recibidos; y no haciéndolo, quedase preso en poder del Rei de Granada para que dispusiese de él á su voluntad. En orden á los cautivos que habian recobrado su libertad, se mandó valuar su rescate en dinero, y entregarlo á los moros.

Vimos en la ilustracion VII, que Doña Isabel se opuso al degüello general de los habitantes rendidos de Málaga, que se proponia ejecutar en desquite de los daños que habian causado á los cristianos durante el sítio.

En el año de 1493, conquistado ya el réino de Granada, creyó la Réina que el señorio de los principales puertos en todas las costas de Castilla debia estar en la corona, y que convenia incorporar en ella los que se hubiesen enagenado anteriormente. Para esto negoció con D. Rodrigo Ponce de Leon, marqués de Cadiz, el trueque de esta ciudad por la villa de Casares y el título de duque de Arcos. Por la misma razon se incorporó en la corona la ciudad de Gibraltar que era de los duques de Medinasidonia. Pensó asimismo la Réina en recobrar el señorio de la ciudad de Cartagena, que su hermano el Rei D. Enrique habia conferido á Pedro Fajardo, adelantado

del réino de Múrcia, y que habia heredado D. Juan Chacon, dando á este en cámbio los Velez, pueblos de mudejares en la parte oriental del réino de Granada; pero habia el inconveniente de que segun lo tratado con aquellos lugares al tiempo de su entrega, no podia disponerse libremente de su señorio, y era menester que cediesen de su derecho los moros que los habitaban. Copiemos lo que sobre ello escribió la misma Réina en su carta á D. Fr. Hernando de Talavera, y veamos su respeto á los pactos hechos aun con infieles y vencidos. Y porqué nos vernia mui bien, dice, dar los Velez por cosa nuestra própia en que ganariamos, y no los podriamos dar por lo que está capitulado con ellos y jurado; querriamos que Hernando de Zafra tuviese manera con el alguacil con quien el mejor viere, para que lo hubiesen por bien, y diesen su consentimiento de manera que pudiésemos ser libres.

Las voces esparcidas por algunos malévolos en los pueblos de mudejares del obispado de Málaga y serrania de Ronda, aparentemente con el desígnio de excitarlos á la rebelion, dieron motivo á dos provisiones ó cartas reales de princípios del año de 1500, que manifiestan la sinceridad buena fé con que se observaban las capitulaciones hechas al tiempo de la conquista. Así lo verá el lector por las mismas cartas, trasladadas del registro general del sello de corte que se guarda en el archivo de Simancas.

vos,

y

I. » D. Fernando é Doña Isabel &c. A vos Alí Dordux, cadí mayor de los moros de la Jarquia y Garbia é a los cadix, alguacieles, viejos é buenos hombres moros, nuestros vasallos de las villas é logares de la dicha Jarquia y Garbia del obispado de Málaga é serrania de Ronda, é cada uno de salud é gracia. Sepades: que nos es fecha relacion que algunos vos han dicho que nuestra voluntad era de vos mandar tornar é haceros por fuerza cristianos: é porque nuestra voluntad nunca fué, há sido, ni es que ningun moro tornen cristiano por fuerza, por la presente vos aseguramos é prometemos por nuestra fé é palabra real, que no habemos de consentir ni dar logar á que ningun moro por fuerza torne cristiano: é Nos

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