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Virgílio y Horácio. Su augusta madre en los intervalos de los negócios suavizaba las ocupaciones espinosas del gobierno con el trato de los sábios y literatos hallaba tiempo para tomar lecciones de su maestra y favorecida Doña Beatriz Galindo; estudiaba además del latin otras lenguas; mandaba escribir á Paléncia su diccionário á Valera su geografia, á Pulgar sus crónicas, á Pedro Mártir sus décadas; daba consejos á Lebrija para perfeccionar su método, y entendia en los médios de animar y fomentar las letras cual si este hubiera sido el único asunto de su reinado.

¿Como podria la Corte mirar con indiferéncia y sin fruto el ejemplo de la Réina , y como podria la Nacion dejar de seguir el impulso de la Corte? Los Grandes aspiraron al favor de Isabel por el de las musas, muchos de ellos ilustraron con sus producciones la poesia castellana, algunos sobresalieron en el áspero y desabrido estúdio de las lénguas sábias; los cortesanos empleaban sus ócios y desahogos en trasladar á nuestro idioma los modelos de la antigüedad , y llegó á mirarse el cultivo y amor de las letras como calidad esencial de la nobleza. Los literatos tanto nacionales como extrangeros, consagraban á Isabel los frutos de sus tareas y de su ingénio : recitábanse en su palácio las composiciones de los poetas mas acreditados; y sus loores henchian los cancioneros, y sonaban en una léngua que debia al reinado de Isabel y á Isabel misma nuevas galas y atavios. Los traductores, los coronistas, los escritores de todas clases sacaban el romance castellano del estado de infancia en que se hallaba, sin haber hecho progresos considerables desde Alfonso X; y siguiendo, como hicieron siempre los idiomas la suerte y vicisitudes de los impérios, adquirió magestad, gallardia y extension en el de Isabel, creció con el poder de la nacion, y llegó á tener gramática y reglas fijas antes que los demás vivos de Europa.

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Finalmente, para que nada faltase á la glória de nuestra Princesa en su tiempo empezaron en Castilla las bellas artes á deponer su rusticidad y caprichos, y á buscar la correccion y bellezas del antíguo. Antonio del Rincon sustituia en sus

cuadros las formas redondas, las proporciones griegas á la manera dura y seca de sus maestros: Borgoña y Siloe señalaban nuevo rumbo y direccion á los escultores; y la arquitectura plateresca, abandonando el camino seguido hasta entonces por la gótica, preparaba la restauracion de la greco-romaną y su triunfo en el Escorial.

¡Leccion notable para los Reyes! Dispútase vulgarmente sobre la preferéncia entre los pueblos europeos; se supone que los unos preceden á los otros con mayor o menor intervalo en la carrera de la ilustracion, de la cultura, del poder y de la glória: y no se vé que la masa de las naciones civilizadas es igual con corta diferéncia por doquiera y que la superioridad que adquieren de tiempo en tiempo suele ser obra de pocas personas que las dirigen, y que comunicándoles el ascendiente de sus prendas y talentos, las elevan y hacen descollar entre otros pueblos menos afortunados. Este fué el prodígio que obraron Epaminondas y Alejandro en la antígua Gré-, cia, Carlos XII y Pedro el Grande hace un siglo, Federico ya en nuestros tiempos, Isabel en el de nuestros abuelos. Su reinado es la parte mas importante de nuestros fastos, y el período por exceléncia del renombre y esplendor castellano. La real Académia de la História, este cuerpo respetable, destinado á conservar la memória de los nobles hechos de nuestros antepasados, á recoger los votos de la posteridad, y á ofrecer en nombre de la Nacion el homenage de admiracion y de honor á las personas insignes que la han ilustrado, apenas acierta á salir de la época de Isabel para elegir los asuntos de sus elógios. Si se trata de consagrarlos á las letras, nombra á Lebrija; si á las artes escabrosas y difíciles del gobierno, nombra á Cisneros; si algun dia quiere llamar la atencion y los loores sobre las virtudes militares y ciéncia de la guerra ¿ podrá menos de nombrar al Gran Capitan?

Pero el esplendor de que gozó la Nacion bajo el gobierno de Isabel, no es el único fundamento de los derechos que tiene aquella Princesa á nuestra gratitud y respeto. El influjo de su reinado se echó de ver patentemente en los que le siguie

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ron, y sus instituciones y providéncias afianzaron por largo tiempo la reputacion y crédito del nombre español. Otros grandes personages de los que asombraron al mundo ó le trastornaron con sus calidades "extraordinárias , pasaron como relámpagos los monumentos de su nombradía, la que dieron á su país desaparecieron y se sepultaron con ellos. No así con Isabel. Su grande alma fue como la levadura que hizo fermentar y mostrarse otras mil grandes almas que sostuvieron y prolongaron la influència benéfica de su gobierno en todo el siguiente siglo. Lebrija, á quien el largo magistério y el número prodigioso de sus alumnos adquirieron el honroso título de Maestro, le entendió su edad comunmente, creó á Honcala, el que Strany y Ocampo entre otros hombres señalados por su erudicion y doctrina. Hernan Nuñez de Guzman, cuya fama compitió con la de Lebrija cuando ambos enseñaban juntos en Salamanca le excedió acaso en discípulos ilustres, como Leon de Castro, los Vergaras y el inmortal Zurita. Fernan Perez de Oliva produjo á Ambrosio de Morales, Cuadra á Don António Agustin, Victória á Melchor Cano. Ya se trabajaba, viviendo Isabel, en la edicion de la Poliglota de Alcalá, ya habian nacido Herrera el padre de nuestros geopónicos, Laguna de nuestros botánicos, Garcilaso de nuestros poetas, el cosmografo Enciso, el humanista Sepúlveda. Ya existian todos los elementos de la glória española durante la centúria XVI. El conquistador de Méjico habia pasado ya á América; Sebastian de Elcano se ensayaba para dar vuelta al mundo; el Conde Pedro Navarro habia inventado las minas; Antonio de Léiva, el Marques de Pescara, Hernando de Alarcon, todos los capitanes de Carlos V pisaban ya la senda que guia al templo de la inmortalidad. Los héroes del Garellano formaban á los de Pavia, como estos formaron á los de Túnez, San Quintin y Lepanto. Isabel fue la verdadera autora del lustre y esplendor que disfrutaron los Reyes austriacos de España. Y así como al ver y admirar las corpulentas arboledas de un jardin delicioso y sombrio, no elogiamos por ello á la generacion que lo posée sino á las anteriores que lo plantaron ; del mis

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mo modo debemos referir á Isabel la creacion de nuestra edad dorada de aquel siglo de ilustracion á que dió nombre Felipe II con igual fortuna, ó por mejor decir, con igual injustícia que Vespucio dió poco antes el suyo á las Indias occidentales.

Isabel en los últimos años de su reinado, primeros ya del siglo XVI, gozaba del fruto colmado de sus desvelos y fatigas. La constitucion del reino mejorada; sus límites aumentados dentro de la Península con los domínios de Aragon y Granada, fuera de ella con los de Sicília, Nápoles, Canárias y nuevos descubrimientos de América; las naciones comarcanas, o amigas ó vencidas; el poder de España fundado sobre su ilustracion, indústria y riquezas; la tranquilidad, la abundáncia, la felicidad rebosando desde las columnas de Hércules hasta el encumbrado Pirineo, todas estas circunstancias formaban un cuadro grandioso y encantador cuya consideracion debia llenar de placer el pecho de nuestra Princesa, pero que no alcanzó á consolarla de las desgrácias domésticas que afli. gieron el postrer período de su vida. El fallecimiento de su hijo Don Juan, el de la Infanta Doña Isabel ya jurada heredera y el de su nieto el Príncipe Don Miguel, fueron tres cuchillos de dolor que sucediéndose rápidamente llagaron de muerte su corazon afectuoso y sensible. Los esfuerzos de su virtud y la admirable constáncia con que sufrió golpes tan lamentables no estorvaron que se resintiese de ellos su naturaleza, y que la perdiesen sus vasallos cuando aun podian prometerse disfrutar largos años de su felicísimo gobierno. Consumida de pesar y melancolia, conoció que se acercaba su fin en Medina del Campo, y despues de dictar aquel célebre testamento, espejo del alma de Isabel, modelo de religiosidad y de ternura, donde los padres, las esposas, los amos, los Reyes pueden tomar lecciones sublimes de las virtudes que convienen á todos ellos, bajó finalmente al sepulcro en noviembre de 1504.

El eclipse que se siguió inmediatamente en la glória de España, manifestó bien á las claras quien era el sol que la a

lumbraba. El venerable arzobispo de Granada Don Hernando de Talavera amenazado de la prision y del opróbio: el gran Gonzalo de Córdoba desatendido, rodeado de espias é indignas sospechas: el descubridor de las Indias acabando sus dias en la oscuridad y casi en la pobreza: el vigor de la justícia debilitado: la corrupcion, la codícia, la profusion sucediendo al noble desinterés, á la moderacion y sobriedad castellana: el Rei Católico tratando de contraer un enlace injurioso al nombre de su difunta esposà, de aquella tierna y amante esposa, de privar del trono á su descendéncia, de trastornar sus planes políticos y dividir de nuevo la sucesion de los réinos de Aragon y Castilla. . . . . . Pero apartemos la imaginacion de ideas tan desapacibles, y fijémosla en la grata memória de nuestra Princesa. Su alma subió á las moradas celestiales; su nombre quedó acá en la tierra, y durará en ella hasta las edades mas remotas. El recuerdo de sus virtudes servirá siempre de honor á España, de consuelo á los buenos y de admiracion al mundo. Su ejemplo hablará en todos tiempos al corazon de los Reyes: les amonestará que el único objeto digno del arte de reinar es el bien comun de los súbditos; y les dirá que para conseguirlo nunca pierdan de vista aquella máxima saludable, que habiendo sido el norte constante de las operaciones de Isabel, quedó nuevamente confirmada con los aciertos y felicidades de su gobierno: á saber, que la verdadera política mira como unidas con vínculo indisoluble la virtud, la ilustracion y la prosperidad.

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