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yá á pretexto de llevar regalos para el Rei Don Enrique, debia conducir en algunas cargas el equipage mas preciso del príncipe. Dispúsose que saliesen con él hasta Calatayud los mensageros · ́`castellanos, manifestando en su semblante y demás exterioridades que no iban satisfechos del éxito de su comision.

Durante la detencion de estos en Zaragoza, firmó el príncipe á 1 de octubre una cédula, que existe original en el archivo de Simancas (1), y en que juró por su fé real no hacer merced alguna en los réinos de Castilla y Leon sin consentimiento de la princesa, anulando las que hiciese ó hubiese hecho sin este requisito. Los que consideren el estado de las cosas en aquel tiempo, la insaciable codícia de los grandes y caballeros, y el modo con que de ordinário se compraban sus servícios, no podrán menos de admirar la sagacidad y prudente prevision de Doña Isabel, que á los diez y ocho años de su edad no olvidaba entre los cuidados amorosos co'mo esposa, lo que debia al bien comun como heredera del réino.

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El Rei Don Juan, acongojado por la entrada y progresos de los franceses en Cataluña y por la escasez de caudales para seguir la guerra, considerando por una parte la necesidad del viage á Castilla para no perder el fruto de tantos cuidados y fatigas, y por otra lo que se aventuraba la persona del príncipe en la empresa, no tuvo valor para resolverse, y lo dejó todo al arbítrio de su hijo y de los de su consejo (1).

Á los nueve dias de haber llegado Gutierre de Cárdenas á Zaragoza, salió para Calatayud en compañia de Mosen Pero Vaca. Iban tambien Alonso de Paléncia y Tristan de Villarroel, confidente enviado por el almirante Don Fadrique. El plan era que Paléncia y Villarroel continuasen el viage en la comitiva de Pero Vaca, y que Cárdenas pasase de Calatayud á Verdejo, pueblo de la raya de Aragon, adonde debia venir en derechura desde Zaragoza el príncipe Don Fer

(1) Vease en el apéndice.

(2) Zurita, anal. lib. 18, cap. 26.

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nando. En esto llegó á Calatayud Garcia Manrique, hermano del conde de Paredes, á quien la princesa y el arzobispo habian despachado en diligéncia para activar la venida del Rei de Sicília, manifestando el peligro de la dilacion, si en el entretanto volvia á Castilla el Rei Don Enrique (1). Pero los castellanos de la comitiva, por sugestion de Gutierre de Cárdenas que no queria partir con nadie el láuro de conducir al príncipe, le dijeron que Cárdenas quedaba en Zaragoza y que el príncipe habia pasado á Cataluña á consultar con su padre el negócio. Engañado de esta suerte Garcia Manrique, partió sin detenerse para Zaragoza, mientras que la embajada salia por la parte opuesta para Castilla, tomando Cárdenas el camino de Verdejo y los demás el de Monteagudo.

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El mismo dia llegó á Verdejo el príncipe Don Fernando. Le acompañaban Mosen Ramon de Espés, que habia sido su ayo y ahora era su mayordomo, mayor, Gaspar hermano de Mosen Ramon, Pero Nuñez Cabeza de Vaca y su copero Guillen Sanchez. Iban tambien Pedro de Auñon, correo que sérvia de guia, y un mozo de espuelas que se llamaba Juan de Aragon (2). Cárdenas se incorporó con ellos, y sin detenerse en Verdejo siguieron su viage, pasaron la raya, y llegaron hasta una aldea que estaba entre Gómara y el Burgo de Osma. En ella hicieron parada, diciendo que eran mercaderes que pasaban á Castilla, y el príncipe para mayor disimulo quiso hacer de criado, cuidando las mulas y sirviendo la cena. Concluida esta, se pusieron en camino á deshora de la noche, que era muy obscura. Aquí sucedió que con la prisa de la partida se le olvidó á Ramon de Espés la barjuleta ó bolsa del dinero que habia dado á guardar á la huéspeda: la echaron menos á las dos leguas, y enviaron á buscarla á Juan de Aragon, quien volvió con ella antes de que anduviesen otras dos leguas. Tal era su agilidad y ligereza, refiriéndose de él que en un dia solia andar tres jornadas (3).

(1) Paléncia, décadas lib. 12, cap. 3. (2) Paléncia, parte II. Zurita, anal.

lib. 18, cap. 26.
(3) Paléncia, allí.

Mientras tanto Mosen Pero Vaca y toda la embajada seguia ostentosamente el camino de Hariza y de Monteagudo, dirigiéndose al Burgo de Osma. Pero Vaca, á quien sus muchos años y experiencias hacian mas tímido y cáuto, iba lleno de cuidado ponderando los peligros del príncipe, y reconviniendo á Paléncia de la temeridad de su proyecto, y á sí y á los demás de la ligereza con que lo habian seguido. Procuraba Paléncia satisfacerle y sosegar sus temores, á tiempo que toparon con un pasagero, quien despues de saludarlos les advirtió que fuesen con precaucion, porque poco antes habia visto pasar hasta ciento de á caballo por un camino de travesia ácia Berlanga. Preguntado el pasagero si sabia quien fuése el capitan de aquella gente, respondió haber oido que se llamaba Gomez Manrique, y que la gente era del arzobispo de Toledo. Pero Vaca, que al pronto se habia sobresaltado extraordinariamente, volvió en sí con esta notícia; y acabó de tranquilizarse, cuando Paléncia le contó lo que á su ida á Aragon escribió al arzobispo desde Gómara, asegurándole que no dudaba encontrarian mas gente en el Burgo.

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Llegaron en esto á la aldea de Ortezuela, no lejos de la orilla izquierda del Duero. Mientras se preparaba la comida, vino desde Berlanga que solo dista media legua de Ortezuela, Gomez Manrique con tres de á caballo: y alegre con las nuevas de la próxima venida del príncipe, se volvió á Berlanga para pasar á otro dia con su gente al Burgo, donde dijo debia concurrir con otras doscientas lanzas Don Pedro Manrique, conde de Treviño.

Era sumamente importante que tuviese notícia de estas cosas el príncipe: para lo cual salió de Ortezuela á buscarle y dársela Tristan de Villarroel donde quiera que le encontrase. La embajada continuó su viaje ácia el Burgo, y al llegar encontró cerrada la ciudad y á la puerta al conde de Treviño con sus soldados, sin haber podido conseguir que les permitiese entrar el teniente del obispo, ausente á la sazon en Ucero. Allí supo el conde lo que habia en orden á la venida del príncipe, y enviando su gente á alojarse á Osma,

que está á la otra parte del rio, entró por fin en el Burgo juntamente con Garcia Manrique, que habia vuelto mui triste de Calatayud por otro camino, y Mosen Pero Vaca que á titulo de embajador fué admitido con Paléncia y toda su comitiva y equipage.

Mui entrada la noche siguiente que fué la del 6 al 7 de octubre, el príncipe Don Fernando á quien no se aguardaba hasta el dia inmediato, llegó á las puertas del Burgo donde pensaba ser recibido sin dificultad. Los que le acompañaban, despues de dos dias y dos noches de caminar sin descanso, rendidos de sueño y penetrados del frio que aquella noche era mucho mayor de lo que correspondia á la estacion, apenas podian ya resistir á la fatiga. El príncipe, menos cansado ó mas animoso que los demás, llamó á la puerta; y el centinela, sin saber quien era, tiró una gran piedra que faltó poco para que le diese.

Paléncia, á quien no dejaba dormir el cuidado, y que á la sazon iba á prevenir á los que guardaban la puerta, que si venian algunas personas á buscarlos no los tuviesen por sospechosos, cuenta (1) que oyó el golpe de la piedra y gritó al centinela que no tirase otra. El príncipe desde fuera conoció la voz de Paléncia, y le preguntó si tendrian entrada y sus compañeros que ya no podian mas de sueño y de frio. Paléncia todo alborozado le respondió que la entrada no era segura, pero que aguardase un poco mientras ellos salian con el conde de Treviño.

él

Inmediatamente Paléncia fué á despertar con gran prisa al conde y á los demás, y acudieron todos aceleradamente á la puerta. Los que la guardaban, admirados de tanta premura, franquearon la salida; y el conde, mandando encender muchas hachas y tocar muy récio las trompetas, se acercó á saludar y besar la mano á Don Fernando, quien por su parte le dió paz y besó en el rostro. El estruendo de las trompetas alborotó y sobresaltó á los moradores, y dió cuidado á

(1) Décadas lib. 12, cap. 3.

que

los velaban la fortaleza. El príncipe con el conde y todos los suyos vadearon en aquella hora el rio, y se fueron á Osma donde la gente de guerra que debia servir de escolta, se habia alojado en pocas casas con el fin de estar reunida y pronta para ejecutar las órdenes que se le diesen.

El príncipe no quiso acostarse. Se puso á escribir á su hermano el arzobispo y á otras personas de Zaragoza á quienes consideraba cuidadosos del éxito del viage; y antes de amanecer salió para Gumiel de Mercado, adonde llegó el mismo dia.

Gumiel era lugar del conde de Castro, cuya muger Doña Juana Manrique, tan afecta como toda su família al partido de Doña Isabel, lo recibió con las mayores fiestas y agasajos. Determinó el príncipe descansar allí el dia 8, y pasar el siguiente á Dueñas con toda su comitiva, en la que ya se habia incorporado desde Berlanga Gomez Manrique y gran cópia de caballeros. Mas Gutierre de Cárdenas y Alonso de Paléncia la misma noche de la llegada á Gumiel salieron despues de cenar, y á la escasa luz de la luna tomaron el camino de Valladolid para anticiparse á los demás y ganar las albrícias de la feliz venida del príncipe.

La alegria que produjo en Isabel nueva tan agradable, fué proporcionada al cuidado y solicitud que la habian precedido. Los caballeros que formaban su corte, jugaron cañas en demostracion de su regocijo. En ellas cayó del caballo Troilos Carrillo, quedando herido gravemente en la cabeza: pero el júbilo comun cubrió este incidente particular, y su mismo padre trató de disimular el sentimiento que le causaba.

El príncipe pasó el 9 de octubre desde Gumiel á Dueñas, adonde concurrió muchedumbre de caballeros y personas de distincion á saludarle y hacerle reveréncia. En el ínterin no faltaban en Valladolid emisários de la Réina Doña Juana, del maestre de Santiago y del conde de Plaséncia, que no acababan de perder las esperanzas y hacian los últimos esfuerzos para estorbar, si fuese posible, la boda. Á lo mismo contribuian, aunque contra su intencion, algunos aduladores pala

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