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Paso del Ebro y entrada en el Reino de Valencia.-Ojeada geográfica: el litoral, las montañas, las llanuras, los ríos.-Constitución geológica.-Excelenclas del país. Sus producciones.-Formación y límites del Reino de Valencia. Carácter social y aspecto artístico.

T

ORTOSA! ¡Diez minutos; parada y fonda!» Rechina, se estremece y se detiene el tren, agarrotado por los potentes frenos. Los empleados y mozos de la estación corren presurosos de acá para allá; baja al andén, bostezando y restregándose los ojos, alguno que otro viajero soñoliento, y toma sitio en la pro

longada mesa del restaurant. ¡Qué hermoso amanecer! Á la derecha, sobre los muros almenados del antiquísimo castillo de San Juan, regia corona del cerro en que se asienta Tortosa, surge el sol triunfante y glorioso, y á la izquierda se extiende la arbolada huerta, que inunda con oleadas de vivísima luz.. Pero no hay tiempo para embelesarse en estas contemplaciones. Pasan los diez minutos, repica la campana; «¡Señores viajeros, al tren! ¡Señores viajeros, al tren!» La férrea culebra agita sus anillos estridentes; arrástrase de nuevo, y devoradora del camino y la distancia, lánzase á la carrera. Tonante estrépito nos aturde: cruza el tren un puente colosal. Á través del fuerte enrejado de los bastidores, vemos allá abajo, muy abajo, corriente caudalosa que se desliza lenta, mansa, callada, entre márgenes de verdes cañas. En segundo término, apiña á un lado Tortosa su pardo caserío, que desciende hasta flor del agua, y cruza el sosegado raudal antiguo y tosco puente de barcas, que pausadamente atraviesan pesados carromatos. Detrás, bosques y más bosques de grisientos olivares, y en el fondo, la escarpada cordillera de los Puertos de Beceite. Al otro lado, tuerce el río su curso por la huerta para dirigirse al mar: vense en las orillas lanchas embetunadas, tendidas en tierra; en el agua, barcas pescadoras, pequeños faluchos, con la triangular vela latina extendida al sol, ó arrollada en la oblicua antena: el labrador, trillando, junto al pescador, que recoge las redes: escenas tranquilas y apacibles por todas partes; el idilio de los campos dando la mano al idilio de las playas; la pastorela acordada con la barcarola.

Ese río que tranquilo se desliza, fertilizando estos campos abundosos, es el afamado Ebro, el que dió nombre á nuestra Península Ibérica (1), el que determinó en ella la primera divi

(1) «Propter flumen Iberum universum llispaniam græci appellavere Iberiam:» Plinio. Los fenicios fueron los que dieron nombre al río Ibero y á la Iberia. Rochart, Tomás Hide y Worm derivaron esta palabra de Ibrim ó Eberim, que significa ultra, más allá. Rougemont (L'âge de bronze) saca la etimología del Ebro (Abar, Ysber, Yber) de estaño y plomo, porque los fenicios iban por este río á buscar el estaño en las Islas Británicas y el plomo en Falset.

sión territorial, y fué por algún tiempo la valla entre el mundo latino y el mundo cartaginés. Nacido allá en las montañas cantábricas, en la vecindad del Occéano, corta diagonalmente la tierra española, separando las Provincias Vascas de las Castellanas, regando los fértiles campos riojanos y los de la Baja Navarra, dando sus raudales en Tauste al canal Imperial de Aragón, reflejando en Zaragoza las once cúpulas multicolores de la Basílica del Pilar, y metiéndose luego por tierra catalana, hasta derramar en el Mediterráneo el acopio de sus aguas, formado por el tributo de ciento cincuenta afluentes. La España Citerior de los romanos dilatábase á su izquierda; la España Ulterior á la derecha; y tan hondas imprimía sus huellas en todas partes el Pueblo Rey que no puedo ver, en la carta geográfica de la Península española, la línea que señala de parte á parte el curso de este río, sin imaginar que es el surco trazado por la espada de aquella nación dominadora.

¡Cuántas luchas titánicas ha presenciado el ingens Iberus de Pomponio Mela, desde que convino Hasdrubal con los romanos en que marcase el límite de sus respectivas conquistas, hasta que cruzaron sobre él las bombas napoleónicas, cayendo en vano sobre la indomable Zaragoza! Aun después, en nuestros propios días, ¡cuántas veces las líneas del Ebro sonaron en los boletines de nuestras guerras intestinas! Y sin embargo, aquí, culebreando por estos amenos campos, dando sus dóciles aguas á los canales que los cortan, pierde el aspecto belicoso У el pres-: tigio épico; y reducido al modesto y útil papel de regante y acequiero, me recuerda á aquellos veteranos gloriosos, llenos de cicatrices y de cruces, que dedican la vejez reposada á cultivar humildes berzas como Diocleciano.

Cuán fructífera vega, la que fertiliza el padre Ebro en éstas sus postrimerías! Rico verjel de Ceres y Pomona pudiera llamarla un poeta clásico. Árboles frutales sombrean por todas partes sus campos de hortalizas. Entre pomposas higueras, albérchigos y manzanos, yergue su esbelto mástil y su airoso penacho

TOMO I

alguna palmera, anunciadora de los climas meridionales. Vense pasar, entre granados en flor, granjas alegres que, con sus pórticos de verdes emparrados, hacen pensar en las alquerías de las orillas del Turia. Cataluña cede el puesto á Valencia. Pero no separa exactamente el Ebro el antiguo Principado de las tierras valencianas: la división estratégica de los romanos no ha sido respetada. El histórico Iberus es, desde la afluencia del Segre y el Cinca hasta su desembocadura, un río enteramente catalán, catalán á un lado y otro. Para encontrar la frontera de Valencia hay que andar todavía algunas leguas. Esta nueva división territorial no quita á Tortosa cierto carácter ambiguo; los mismos catalanes comprenden que es una ciudad algún tanto valenciana. -Sou catalans ó valencians, vosaltres?-he oído preguntarle en Barcelona á un hijo de Tortosa.—¿Nosaltres? Nosaltres som tortosins contestaba, afirmando cierta singularidad, de que se ufana este pueblo rayano, anillo de oro que une á Cataluña y Valencia en el joyel español.

El tren sigue su marcha; quedó ya atrás la huerta tortosina y nos rodean dilatados olivares, en cuyos claros verdean los majuelos; recorremos un largo valle entre los montes de Godall y de Munciá, en cuyas faldas se guarecen pobres aldeas. El valle se ensancha luego para presentarnos, en medio de extensos viñedos, á Ulldecona, pueblo de aire catalán todavía, con su puerta ojival, su caserío de piedra, la torre maciza de su iglesia, y no muy lejos, el castillo de Ventalles, que levanta su robusta mole cuadrada en la cumbre de una colina. ¡Adelante! ¡Adelante! ¿Veis el ancho cauce de un torrente que corta la línea férrea? Es el río Cenia; ya lo hemos pasado (1): ¡ya estamos en tierra valenciana! Cruzamos una meseta pedregosa, mal poblada de escuetos algarrobos; luego los montes huyen á diestra y siniestra

(1) El río Cenia nace en la antigua tenencia de Benifazá, uno de los puntos más selváticos del Maestrazgo, al Este de Morella. Recibe sucesivamente los nombres de río de Fredes, Mangraner, Benifazá y Cenia. Su curso es de doce leguas. Desagua en el mar junto á la Torre del Sol del Riu.

mano, y se abre á nuestro paso alegre llanura, ceñida á un lado. por la faja azul del Mediterráneo, y al otro por la ondulada silueta de una cordillera remota. Airosa colina, que parece su ciudadela avanzada, sustenta un encumbrado santuario (1); y sobre la playa, entre huertos de naranjos cercados de blancas tapias, y quintas rodeadas de frutales, destacanse Vinaroz y su puerto, edificios y buques, azoteas y mástiles, caprichosamente agrupados en el límite de la vasta planicie, cubierta de pámpanos y racimos. Est la primera población del reino de Valencia.

¡Valencia! ¡Hermosa Valencia! ¡Yo te saludo! En la brisa de tus playas respiro el aire natal. Tus campos frondosos guardan para mí los encantos del soñado paraíso. Tus claros horizontes transparentan á mis ojos los anhelados cielos. Recibe, patria del corazón, el homenaje de mi tosco ingenio. Y vosotros, lectores benévolos, que en las páginas de estos libros vais recorriendo las tierras españolas, perdonad este desahogo de cariño filial. Voy á guiaros por el JARDÍN DE ESPAÑA (2), que tanto os habrán encomiado: dispensaréis, después de conocerlo, los extremos de mi entusiasmo: si siempre es dulce el lugar donde nacimos, ¿cómo no han de ser dulcísimos, é irreemplazables para sus hijos, lugares tan bellos como estos? Vamos á visitarlos, y como tenemos, para este viaje fantástico, facultades superiores á todos los reglamentos é itinerarios de los ferrocarriles, hagamos parar el tren, y echemos una ojeada á vista de pájaro por el reino valenciano, antes de seguir nuestra excursión de pueblo en pueblo.

Cuando miramos la Península española en conjunto y modo grosso, se nos presenta Cataluña como un inmenso promontorio que, adosado á la muralla fortísima del Pirineo, la defiende con

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(1) Ermitorio de Nuestra Señora de la Misericordia, lugar de alegres romerías de los vecinos de Vinaroz y en el que se disfruta hermosísima vista.

(2) «Jardín de España la llaman, pero bien pudiera llamarse jardín de toda Europa:» así dice de Valencia el viajero inglés del pasado siglo Ricardo Twis en su Viaje a España y Portugal.

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